Otoños / Resquicios de melancolía

Sevilla, 1/X/2019

Otoño es un mes propicio para la melancolía. Estudié esta realidad psicológica durante mis años de juventud, donde la vivía como algo muy distante en el tiempo. Hice trabajos de investigación sobre esa realidad que va y viene muchas veces a lo largo de la vida. La pérdida de la luz, cada día un minuto por ahora, hace que el tiempo de esplendor lumínico se acorte y todo se prepara para recibir el invierno y su cruda realidad.

El otoño de nuestras vidas es un libro escrito en la memoria de secreto. Decir otoño es decir algo que solo se aprende de la naturaleza: las hojas caen, el frío aparece como por ensalmo, el tiempo se acorta para disponer de luz aunque la llevemos dentro y la lluvia aparece y se ausenta peligrosamente a capricho del cambio climático ordenado por el ser humano.

Ángel González cuenta que nació en 1925: “El escenario y el tiempo que corresponden a mi vida me hicieron testigo de innumerables acontecimientos violentos: revolución, guerra civil, dictaduras. En muy pocos años me convertí, de súbdito de un rey, en ciudadano de una república y, finalmente, en objeto de una tiranía. Regreso, casi viejo, a los orígenes, súbdito de nuevo de la misma Corona. Me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo poesía fue, para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero acto de vivir”. Quizá, al leer su poema Estampa de invierno, formando parte de uno de sus Otoños, comprendo perfectamente que su memoria esté desquiciada:

Mientras yo en mi yacija como es debido yazgo
arropado en las mantas y las evocaciones
de días más luminosos y clementes,
por no sé qué resquicio de mi ventana entra
un cuchillo de frío,
un gris galgo de frío
que se afana en mis huesos con furia roedora.

No es de ahora, ese frío.
Viene desde muy lejos:
de otras calles vacías y lluviosas,
de remotas estancias en penumbra
pobladas sólo por suspiros,
de sótanos sombríos
en cuyos muros reverbera el miedo.

(En un lugar distante,
trizó una bala
el luminoso espejo de aquel sueño,
y alguien gritaba aquí, a tu lado.
Amanecía.)

No.
No está desajustada la ventana;
la que está desquiciada es mi memoria.

Hoy, en mi otoño particular, he recordado también las ventanas desvencijadas de mi vida y me he dado cuenta de que el frío que ha entrado en determinados momentos y que he pasado en algunos otoños vividos, son los de la soledad sonora que rodea nuestros pasos, poniendo a funcionar la moviola de la intrahistoria de cada uno. Sobre todo la de aquella absurda guerra civil que tanto afectó a mi familia. La que recordaba perfectamente Ángel González en su trayectoria vital, en este poema. No ha sido fácil en este país haber vivido una conversión, no paulina en la forma de ser y estar en el mundo, siendo sucesivamente súbdito de un rey, ciudadano de una república y, finalmente, en objeto de una tiranía. Memoria, bendita memoria que se abre hueco a veces en el canto triste de la melancolía.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

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