Goya pintó la fragilidad de vivir

Sevilla, 26/I/2020

Anoche se entregaron los Premios Goya en su 34ª edición. Estuve muy atento a su desarrollo porque tenía mi película favorita, O que arde, del director gallego Oliver Laxe. Nada que objetar a la gran triunfadora de la noche, Dolor y Gloria, multipremiada y con un reconocimiento de la Academia del Cine a una trayectoria muy digna del universo Almodóvar. Esto es así, pero me emocionó el momento de la recogida del premio a la mejor actriz revelación otorgado a Benedicta Sánchez por su interpretación en «O que arde», dirigida por Oliver Laxe, que también obtuvo el premio a la mejor dirección de fotografía.

Para entender la clave de esta emoción personal y no sé si transferible, publico de nuevo el post que escribí en el pasado mes de octubre de 2019 sobre esta película, porque al conocerla comprendí perfectamente lo que significa la fragilidad de vivir. Si se encuentran en esta situación les invito a leerlo. Para mí, el mejor premio y con la alegría de saber que Goya también pintó, en su tiempo y anoche, la fragilidad de vivir.

La fragilidad de vivir

DEDICATORIA MANUEL RIVAS

Sevilla, 16/X/2019

Manuel Rivas me ha devuelto la ilusión por romper silencios, leyendo una columna suya de cuyo título quiero ahora acordarme: Toda la fragilidad del mundo, dedicada a Oliver Laxe, un director gallego que hace cine de compromiso activo, que tanto aprecio: “Escribo sobre fragilidad después de conversar con Oliver Laxe. Él me habló de “cine frágil”. Y la palabra no se me va de la cabeza. La fragilidad de lo que surge fuera de un previsible canon comercial. Del cine indómito, no clonado, también en peligro de extinción. Pero “frágil” tiene un doble sentido. Un cine que quiere ser arte y no se sonroja al decirlo, no para idolatrar al “arte”, sino como “tabla de salvación”, como una “isla de lo sagrado”. Y lo consigue. Sus películas parecen filmadas en vidrio. Frágiles y duras. El vidrio solo se puede cortar bien con la punta del diamante. Sus personajes son también frágiles, muy humanos, pero con un nimbo que trasciende, con “un no sé qué de eterno”, que decía Van Gogh. Humildes y sublimes. Lo eran en Todos vós sodes capitáns (2010) y Mimosas (2016), premiadas en el Festival de Cannes, y lo son en especial en O que arde, la película que se estrena en España en estas fechas”.

Todo es frágil en un mundo que se rompe a pedazos. Y este loco mundo no está hecho para las personas de alma frágil, que no tiene que ver nada con la frase hecha de “seres de piel fina” que tanto incomoda a los que hacen de la mala educación su bandera de personas hechas y derechas. Lo dice Rivas de forma magistral: “Lo duro es constatar tanto espacio de fragilidad. La fragilidad en que vive gran parte de la infancia, con hambre y enfermedades de la edad de la peste. La fragilidad de tantas personas que viven al día. La fragilidad de los que tienen que alquilar su trabajo por horas y a un precio irrisorio, digamos un dólar por hora, sean las manos en talleres sórdidos o el cerebro para los gigantes tecnológicos. La fragilidad máxima de los inmigrantes y refugiados en ruta, en pateras por mar o siguiendo los osarios que jalonan los desiertos. La fragilidad de las periodistas que apuestan la cabeza por contar la verdad en la geografía del miedo, donde gobierna el neofeudalismo y la economía criminal”.

La palabra “fragilidad” es ambigua en el diccionario de la Real Academia Española, tomada como “cualidad de frágil”, entendiendo frágil en sus cuatro acepciones, siempre como adjetivos: “1. Quebradizo, y que con facilidad se hace pedazos; 2. Débil, que puede deteriorarse con facilidad. Tiene una salud frágil; 3. Dicho de una persona: Que cae fácilmente en algún pecado, especialmente contra la castidad; 4. Caduco y perecedero. Tiene una historia, como palabra, muy vinculada a la moral más estricta y caduca que podamos pensar, como lo atestigua su primera aparición en el Diccionario de Autoridades en 1732: “En lo moral se toma por la propensión que la naturaleza humana tiene en caer en lo malo”. Sin comentarios.

Vuelvo a la lectura de libros útiles, que me reconforta en medio de tanta fragilidad. Abro las primeras páginas de un libro de Manuel Rivas que tengo como de cabecera, ¿Qué me quieres amor? y me recreo viendo la dedicatoria que nos hizo en una visita a Sevilla en 2016, con una propuesta deslumbrante para tiempos frágiles: puso título a un libro que tengo que escribir sin falta, Por el derecho a soñar, que no olvido a pesar de la fragilidad que me rodea y que, a veces, me destroza el alma.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

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