
Nos dicen: Sed alegres.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
más hay horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.
Rafael Alberti, Retornos del otoño
Sevilla, 8/IV/2022, un viernes para comprender mejor los dolores de la vida
Al igual que el dinosaurio de Monterroso, dos árboles siempre estuvieron en su vida y cuando despertó en su cielo particular le susurraron al oído que les encantaba que se quedara para siempre con ellos. Uno estaba junto al Florida Park, en el parque del Retiro, en Madrid, un magnífico ejemplar de plátano de sombra. El otro era una secuoya impresionante, que siempre desafiaba su circunferencia mediante lo que más amaba, abrazos humanos, no sólo de una sino de varias personas a la vez y que vigilaba al cabo de muchos años el parterre del Potosí, en La Granja de San Ildefonso (Segovia), cerca de la Casa de las Flores, con sus figuras geométricas de vegetación y flores que le dan una belleza especial, rodeando una fuente de nenúfares en torno a Venus.
En los dos sitios, aquellos árboles habían sido testigos de su tiempo, porque en la vida hay tiempo para casi todo, porque todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: nacer, morir, plantar, arrancar lo plantado, matar, sanar, destruir, edificar, llorar, reír, lamentarse, danzar, lanzar piedras, recogerlas, abrazarse, separarse, buscar, perder, guardar, tirar, rasgar, coser, callar, hablar, amar, odiar, guerra, y paz.
Estaban acostumbrados a que frente a ellos, la vida de ella siempre fuera una pregunta sin respuestas en muchas ocasiones, pero sabían también que al recordarlos en momentos especiales podíamos encontrar en ellos la mejor respuesta de belleza y paz soñadas. Allí estaban los dos al borde de un camino real o imaginario, da lo mismo, pero convencidos de que con el paso de los años lo importante es respetar el tiempo que cada persona lleva dentro al caminar junto a las personas que quieres, buscando apasionadamente, como hacia Loli, la felicidad en el afán de cada día.
Ahora, con ella junto a sus raíces, nos queda hablar de las personas a las que quería con entusiasmo, también de sus cosas, de su sentido contagioso para encontrar el lado amable de la vida, de cómo nos enseñó a comprender la dureza del largo camino hacia su cielo tan particular. Y sus dos árboles queridos nos recuerdan que más valen dos personas que una sola, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo, pues si cayeren, una levantará a la otra; pero ¡ay de la persona sola que se cae!, que no tiene quien la levante. Si dos se acuestan, tienen calor; pero la persona sola ¿cómo se calentará? Todo es más sencillo así, porque la amistad y el amor son como la cuerda de tres hilos, que no es fácil romper.
Lo sorprendente es que junto a sus raíces había siempre una cuerda. De tres hilos.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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