¿Quién anima al animador?

Julio Numhauser & Maciel Numhauser, Todo cambia

Sevilla, 04/IV/2022

La persona que anima es una especie en extinción, porque los agoreros mayores de este reino humano están haciendo continuamente de las suyas. Animar es un verbo que admite hasta diez acepciones, según el Diccionario de la lengua española (RAE): infundir vigor a un ser vivo, infundir ánimo o energía moral a alguien, incitar a alguien a una acción, dar vida o animación a una obra de arte, comunicar a una cosa inanimada vigor, intensidad y movimiento, dar movimiento, calor y vida a un concurso de gente o a un paraje; dicho del alma, dar vida al cuerpo, vivir, habitar, cobrar ánimo y esfuerzo, decidirse, determinarse a hacer o decir algo. Son diez interpretaciones que equivalen a una sola, de las que destaco la última sobre las demás: animar es dar vida al cuerpo, vivir en definitiva. Cambiar todo lo que haya que cambiar.

Todo está cambiando en nuestras vidas porque hay muy pocas zonas que nos animen a habitar seguros y de forma estable en el microcosmos que nos rodea. La cantora Mercedes Sosa (cantante es el que puede y cantor el que debe, según Facundo Cabral), cantó Todo cambia (con letra y música del músico chileno Julio Numhauser, fundador de mi querido grupo Quilapayún) para animarnos a continuar siempre hacia adelante mediante su compromiso activo a través de la música, por ejemplo, habiéndolo grabado personalmente en la razón y en el corazón a lo largo de mi vida, en etapas que han quedado registradas en mi memoria de secreto, situada como estructura muy valiosa en una región profunda del cerebro, el hipocampo. La recuerdo en ocasiones como ésta porque era una auténtica animadora, infundiéndonos siempre ánimo o energía moral a todos: Cambia lo superficial / Cambia también lo profundo / Cambia el modo de pensar / Cambia todo en este mundo. Es bueno que como animadores hablemos de esto, por higiene mental, en el Club de las Personas Dignas, al que pertenezco, para reforzar las actitudes cotidianas en lo que vivimos, hacemos y sentimos, aunque reconozcamos que la situación de inmovilismo reaccionario nos hace daño, sabiendo que debemos compartir la realidad cambiante, por dura que sea, hasta que al animarnos y respetar a los que animan a los animadores, integremos en nuestra inteligencia de todos y en la de secreto, el hecho de que cambiar no es extraño…, porque no cambiamos el amor a lo que queremos, por mucho que nos cueste, porque somos coherentes, porque los principios permanecen, aunque tomemos conciencia plena de que para los Tristes y los Tibios, cada uno en su Club, tanto cambio no lleva a nada bueno. Y en los momentos difíciles que estamos atravesando, quizás se frotarán las manos, en su presunto triunfo anímico, porque piensan que estábamos advertidos. Me alegra pensar que así no será…, porque el cambio no es ya algo extraño en nuestras vidas: Lo que cambió ayer / Tendrá que cambiar mañana / Así como cambio yo / En esta tierra lejana // Cambia el rumbo el caminante / Aunque esto le cause daño / Y así como todo cambia / Que yo cambie no es extraño.

He dicho anteriormente que hay que respetar a los animadores frente a los agoreros mayores del reino que, instalados en su mediocridad eterna, no hacen nada más que cantar las desgracias propias y ajenas sin mezcla de cambio o progreso personal y social alguno. Es una especie en extinción, aunque el gran espectáculo del mundo continúe. Lo decía recientemente con motivo de la entrega del Óscar 2022 al mejor corto “animado”, El limpiaparabrisas, español por cierto, dirigido por Alberto Mielgo, una metáfora “animada” sobre el amor en tiempos revueltos, como primer motor que anima la vida, intentando responder en pocos minutos a la gran pregunta de la vida: ¿qué es el amor?: “La verdad es que todo se nubla en la mente y en el corazón cuando llueve y se moja el alma, que también sucede, siempre no a gusto de todos, pero tomando conciencia de que ese todo se puede limpiar también con el amor líquido del limpiaparabrisas de la vida, porque al final todo depende del color del cristal con el que se mira cada aquí y ahora de esa turbulenta forma de ser y estar en el mundo que cada uno vive. Juan Ramón Jiménez me lo enseñó hace ya muchos años, cada vez que traspasaba la cancela de su casa en Moguer, en la calle Nueva: “[…] era de hierro y cristales blancos, azules, granas y amarillos. Por las mañanas. ¡qué alegría de colores pasados de sol en el suelo de mármol, en las paredes, en las hojas de las plantas, en mis manos, en mi cara, en mis ojos! […] Yo miraba sucesivamente todo el espectáculo, el sol, la luna, el cielo, las paredes de cal, las flores -jeranios, hortensias, azucenas, campanillas azules-, por todos los cristales, el azul, el grana, el amarillo, el blanco. El que más me atraía era el amarillo. Por el cristal amarillo todo se me aparecía cálido, vibrante, rejio, infinito […] Todo allí acababa bien; era un término como el del beso en el amor, como el de la gloria verdadera e íntima en el arte; después de mirar por el cristal amarillo ya no quería yo más y me quedaba contento”. Como me pasa a mí hoy al ver en repetidas ocasiones el corto de Mielgo, con el color de cada plano, que llevan el alma dentro”.

Los animadores del reino practicamos la defensa a ultranza del “principio esperanza”, que he mantenido en mi vida y que he ido alimentando hasta hoy de lecturas ideológicas no inocentes. El éxito filosófico de Ernst Bloch, por ejemplo, con su teoría de ese “principio esperanza”, fue demostrarnos que tenemos que llegar a ser “ateos” por la gracia de Dios, es decir, hay que creer en la trascendencia de la vida sin un Trascendente alienador. Por ello, hay que rechazar de base la superstición y la mitología de la religión. Sólo así, el ser humano adquirirá su desarrollo pleno. En definitiva, permitirá regar con rocío, todos los días, las esperanzas legítimas que cada uno tiene, animarnos, en una palabra, dando respuesta a la pregunta profunda de Neruda, ¿Es verdad que las esperanzas deben regarse con rocío? (Libro de las preguntas, IV), aprendiendo a ser felices cada día, una experiencia de esperanza en el amor, entre otras, como hambre cósmica en tiempos revueltos, aprendiendo de una vez por todas que animar nuestra vida y la de los demás es cosa de cuidar el alma, dando vida al cuerpo, vivir y habitar la vida. En definitiva, cobrar ánimo y esfuerzo, decidirse, determinarse a hacer o decir algo que nos permita mantener viva la esperanza de dar respuesta a los problemas de la vida, a sus continuas preguntas. Siendo así, que yo cambie no será ya extraño y como animador…, la verdad es que, hoy por hoy, me siento animado.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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