Me gustan los que sueñan sin careta
Y no tienen pudor de sus tiernas arrugas
Y si en la noche miran / miran con todo el cuerpo
Y cuando besan / besan con sus labios de siempre.
Mario Benedetti, Máscaras, en La vida, ese paréntesis (1997)
Sevilla, 20/IV/2022
Llegó el día soñado. La publicación y entrada en vigor hoy del Real Decreto 286/2022, de 19 de abril, por el que se modifica la obligatoriedad del uso de mascarillas durante la situación de crisis sanitaria ocasionada por la COVID-19, nos permite dar un paso de gigante para los ciudadanos de este país, en el objetivo trazado de normalizar la vida ordinaria, aunque, como he manifestado en otras ocasiones en este cuaderno digital, no sé lo que significa esa expresión, quedando una vez más bajo la estricta responsabilidad personal utilizar o no la mascarilla, pero atendiendo siempre a las limitaciones que sigue recogiendo esta disposición, siendo como es un elemento protector que nos ha acompañado hasta ahora en la vida diaria durante el largo camino de la pandemia. En tal sentido, vuelvo a rescatar lo que he escrito anteriormente en este cuaderno digital al respecto, siguiendo sobre todo el hilo conductor del artículo que publiqué en la primera medida liberadora de esta protección, publicado en junio de 2021, Quitarse o no la mascarilla, ahora, esa es la cuestión, salvando lo que hay que salvar, porque reproduce de nuevo el momento en el que rescatamos libertad para tomar una medida relacionada exclusivamente con la modificación de los supuestos de obligatoriedad del uso de mascarillas durante la situación de crisis sanitaria ocasionada por la COVID-19 que, en febrero de este año ya se modificó de forma importante, quedando ahora circunscrita la obligación de su uso, para las personas de seis años en adelante, en los siguientes términos: “a) En los centros, servicios y establecimientos sanitarios según lo establecido en el Real Decreto 1277/2003, de 10 de octubre, por el que se establecen las bases generales sobre autorización de centros, servicios y establecimientos sanitarios, por parte de las personas trabajadoras, de los visitantes y de los pacientes con excepción de las personas ingresadas cuando permanezcan en su habitación. b) En los centros sociosanitarios, los trabajadores y los visitantes cuando estén en zonas compartidas. c) En los medios de transporte aéreo, por ferrocarril o por cable y en los autobuses, así como en los transportes públicos de viajeros. En los espacios cerrados de buques y embarcaciones en los que no sea posible mantener la distancia de 1,5 metros, salvo en los camarotes, cuando sean compartidos por núcleos de convivientes.
No obstante, la disposición recomienda “para todas las personas con una mayor vulnerabilidad ante la infección por COVID-19 que se mantenga el uso de mascarilla en cualquier situación en la que se tenga contacto prolongado con personas a distancia menor de 1,5 metros. Por ello, se recomienda un uso responsable de la mascarilla en los espacios cerrados de uso público en los que las personas transitan o permanecen un tiempo prolongado. Asimismo, se recomienda el uso responsable de la mascarilla en los eventos multitudinarios. En el entorno familiar y en reuniones o celebraciones privadas, se recomienda un uso responsable en función de la vulnerabilidad de los participantes. En el entorno laboral, con carácter general, no resultará preceptivo el uso de mascarillas. No obstante, los responsables en materia de prevención de riesgos laborales, de acuerdo con la correspondiente evaluación de riesgos del puesto de trabajo, podrán determinar las medidas preventivas adecuadas que deban implantarse en el lugar de trabajo o en determinados espacios de los centros de trabajo, incluido el posible uso de mascarillas, si así se derivara de la referida evaluación”. Es una llamada general a la prudencia porque el virus está al acecho.
En el gran teatro del mundo hemos pasado, a lo largo de la historia de la humanidad, de la utilización de máscaras exclusivamente en el teatro o en carnavales y fiestas asociadas, a los mil ochocientos millones de mascarillas al año, solo en España, con motivo del coronavirus. Ha ocurrido en este paréntesis de la vida que se llama todavía «pandemia», donde las mascarillas han desempeñado un papel muy importante y lo seguirán haciendo durante un tiempo. La palabra “máscara” viene de dos raíces distintas, del árabe masẖarah “objeto de risa” y del italiano maschera, con un significado original digno de comprenderse en su contexto histórico y social: “Figura que representa un rostro humano, de animal o puramente imaginario, con la que una persona puede cubrirse la cara para no ser reconocida, tomar el aspecto de otra o practicar ciertas actividades escénicas o rituales”. Mascarilla, se define en la segunda acepción del diccionario de la lengua española como “Máscara que cubre la boca y la nariz para proteger al que respira, o a quien está en su proximidad, de posibles agentes patógenos o tóxicos”, que es la realidad que seguimos viviendo a diario, aunque la primera acepción es la que parece que comprenden mejor los jóvenes y muchas personas desaprensivas, como se ha demostrado a lo largo de la pandemia por la inadecuada o nula colocación de la misma: “máscara que solo cubre el rostro desde la frente hasta el labio superior” o, según mi valoración actual, lo que ha querido cada uno dejada la decisión al libre albedrío de su orden y concierto.
El texto que sigue a continuación sigue el hilo conductor que he mantenido a lo largo de la pandemia, a través de mi ventana discreta, desde la que he observado con respeto reverencial a las mascarillas, como defensa numantina ante el coronavirus, la gran amenaza mundial, aunque tengo que confesar que nunca me han gustado las máscaras, tampoco las mascarillas, quizá porque tengo el sentimiento profundo de Mario Benedetti cuando escribió un poema que nunca olvido, Máscaras, que ahora intercalo en las palabras que siguen, porque Me gustan los que sueñan sin careta / Y no tienen pudor de sus tiernas arrugas / Y si en la noche miran / miran con todo el cuerpo / Y cuando besan / besan con sus labios de siempre.
No me gustan las máscaras exóticas
Ni siquiera me gustan las más caras
Ni las máscaras sueltas ni las desprevenidas
Ni las amordazadas ni las escandalosas.
Como símbolo del afianzamiento de la salida del túnel de la pandemia, se declaran en la disposición citada medidas que se ajustan “a los principios de necesidad y eficacia puesto que la propuesta se encuentra justificada en el interés general y persigue un fin claro, la adecuación del uso de las mascarillas a la evolución favorable de la situación epidemiológica actual. Además, es conforme al principio de proporcionalidad, puesto que persigue la reducción del ámbito de la obligación legal de uso de la mascarilla, siendo el único instrumento previsto para ello por la normativa. También se ajusta al principio de seguridad jurídica al perfilar y adecuar a la realidad de la pandemia los supuestos de uso obligatorio de la mascarilla. En cuanto al principio de transparencia, esta norma define con claridad sus objetivos y las razones que justifican su regulación, en función de los indicadores [sanitarios] señalados en los párrafos anteriores. Por último, en cuanto al principio de eficiencia, se señala que esta norma no afecta a las cargas administrativas de la ciudadanía”.
No me gustan ni nunca me gustaron
Ni las del carnaval ni la de los tribunos.
Ni las de la verbena ni las del santoral.
Ni las de la apariencia ni las de la retórica.
La realidad es que el diccionario de la lengua española (RAE) nos ofrece una locución derivada de las palabras máscara y mascarilla, quitarse la máscara o la mascarilla, centrándome sobre todo en la segunda, de actualidad y preocupación social plenas al referirse a “dejar el disimulo y decir lo que siente, o mostrarse tal como es”, es decir, la proliferación de personas que desoyendo lo que las autoridades sanitarias indican y obligan por ley, “dejan el disimulo de cómo actúan diariamente en sus vidas”, como metáfora real como la vida misma, importándoles nada de casi todo lo que les rodea, diciéndonos al quitarse la mascarilla, no llevarla o colgándola en el cuello o en el codo, lo que verdaderamente sienten y mostrándose como son, hechos que han ocasionado en la población de este país mucho sufrimiento que no olvido. La mercadotecnia ha hecho también el resto, porque la ha convertido muchas veces en un accesorio a consumir más allá de su fin saludable, donde el dilema ética-estética se ha servido de forma manifiesta.
Me gusta la indefensa gente que da la cara
Y le ofrece al contiguo su mueca más sincera
Y llora con su pobre cansancio imaginario
Y mira con sus ojos de coraje o de miedo.
Más de dos mil años de su larga historia no han servido a miles de personas para comprender el sentido actual de protección de algo tan maravilloso como es la vida. El gran teatro del mundo es cambiante y ahora nos toca ser protagonistas, de nuevo, de la vida personal e intransferible, de nuevo, a millones de personas cada día, al estar permitido desde hoy dejar de cubrirnos el rostro, excepto los ojos, en cada representación vital diaria al aire libre, aunque simbólicamente nos cueste reconocernos muchas veces, comenzando a disfrutar de un ritual saludable para nuestras vidas, siguiendo al pie de la letra la definición de máscara. Además, hay que tomar conciencia de lo que ha significado el problema asociado al uso intensivo de las mismas, porque es dual: económico, por su impacto social para los que menos tienen y también, medioambiental, según los datos que se ofrecen en la actualidad a escala mundial, se están utilizando cada mes un total de 129.000 millones de mascarillas desechables, de las cuales 150 millones al mes o, lo que es igual y muy significativo, 5 millones al día, corresponden a España, con un impacto ambiental de proporciones ciclópeas, porque una vez convertidas en residuos, bastantes millones han acabado ya en el mar, siendo una fuente de contaminación muy preocupante porque pueden tardar entre 300 y 400 años en degradarse.
Me gustan los que sueñan sin careta
Y no tienen pudor de sus tiernas arrugas
Y si en la noche miran / miran con todo el cuerpo
Y cuando besan / besan con sus labios de siempre.
Sería importante que los jóvenes y los adultos que siguen siendo negacionistas o bastante descreídos sobre el uso de las mascarillas, trascendieran la raíz árabe de su etimología, “objeto de risa” y se lo siguieran tomando muy en serio en beneficio de todos, atendiendo a lo dispuesto en el nuevo real-decreto que ha entrado hoy en vigor, que nos permite, según se decía en el Diccionario de Autoridades de 1734, “quitarnos la mascarilla”. Deberían dejarse de “deponer su empacho y vergüenza, y decir con resolución su sentimiento claramente y su rebozo”. Se lo agradeceríamos millones de personas que compartimos con ellos la posibilidad que nos ofrece hoy día el simple gesto de seguir poniéndonos o quitándonos la mascarilla según marca la disposición vigente y por la dignidad intrínseca que encierra de poder ser protagonistas enmascarados, pero dignos, en el gran teatro del mundo en el que cada persona vive en su aquí y ahora, sin hacerse daño a sí mismos y, sobre todo, a los demás.
Las máscaras no sirven como segundo rostro
No sudan/no se azoran/jamás se ruborizan
Sus mejillas no ostentan lágrimas de entusiasmo
Y el mentón no les tiembla de soberbia o de olvido
Quitarse o no, definitivamente, las mascarillas, esa es la cuestión. Ha llegado el momento, metafóricamente hablando, de quitárselas cuando y donde esté permitido, “dejando el disimulo y diciendo a los demás qué es lo que sentimos interiormente, mostrándonos tal y como somos”, siendo imprescindible demostrarlo siempre a los que hacen camino al andar junto a nosotros, que va mucho más allá de respetar sólo el metro y medio de dignidad saludable, como indica la disposición que ha entrado en vigor hoy en relación con su “uso responsable”. Al igual que Benedetti, puedo gritar hoy a los cuatro vientos que no me gustan las máscaras, sobre todo las que no nos permiten ver el rostro de la dignidad humana, porque Me gustan los que sueñan sin careta /Y no tienen pudor de sus tiernas arrugas / Y si en la noche miran / miran con todo el cuerpo / Y cuando besan / besan con sus labios de siempre. // ¿Quién puede enamorarse de una faz delegada? / No hay piel falsa que supla la piel de la lascivia / Las máscaras alegres no curan la tristeza / No me gustan las máscaras, he dicho.
NOTA: la imagen se recuperó el 26 de junio de 2021 de https://elsolweb.tv/ya-son-6-los-fallecidos-en-italia-por-el-coronavirus-y-el-numero-de-afectados-asciende-a-219/
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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