¡Enhorabuena de nuevo, Carla Simón!

Carla Simón

Sevilla, 29/IV/2022

Hoy se estrena en los cines de este país una película extraordinaria, Alcarrás, dirigida por Carla Simón, a quien he dedicado palabras de admiración en este cuaderno digital. Alcarràs se sigue considerando una obra maestra en su fondo y forma y vuelvo a publicar los dos artículos desde su debut con Verano 1993. A partir de hoy, se puede y se debe conocer esta película, porque transmite valores que el cine nos entrega de forma magistral en una obra que retrata también parte de la memoria histórica de este país. Mi enhorabuena de nuevo, Carla.

Sevilla, 17/II/2022

Aquella cara infantil, que figura más abajo, una mezcla de candidez y desafío, no la he olvidado. Pertenece a un plano de la película Verano 1993, dirigida por Carla Simón como opera prima, a la que dediqué en 2017 unas palabras especiales en este cuaderno digital que busca siempre islas desconocidas, como así fue al descubrir esta pequeña gran obra de Carla. Las reproduzco a continuación, porque fue para mí una experiencia maravillosa, como homenaje a Carla Simón y a todas las personas que como ella sufrieron la dureza del SIDA en una España que nos helaba por ello el corazón. Vi la película en el cine comercial y me entusiasmó. En febrero de 2018 volví a citarla en este cuaderno digital con motivo de la entrega de un premio Goya a la mejor dirección novel, como directora de esa preciosa película. Hoy, vuelvo a recuperar su nombre porque ayer le concedieron el Oso de Oro de la Berlinale 2022 por Alcarràs, una película que se aproxima al mundo rural, rodada en catalán y con actores no profesionales. Alcarràs es el segundo largometraje de Simón, que ya ganó el premio a la mejor ópera prima en el Festival de Berlín de 2017 con su obra ya citada, Verano 1993.

En la sinopsis oficial de la película se afirma que «después de ochenta años cultivando la misma tierra, la familia Solé se reúne para realizar juntos su última cosecha. En palabras de su directora: «Se trata de una historia sobre la pertenencia a una tierra, a un lugar. Un drama sobre las perpetuas tensiones generacionales, la superación de antiguas tradiciones y la importancia de la unidad familiar en tiempos de crisis». Carla vuelve a tocar asuntos del alma humana que es difícil trasladar al cine si no tienes una sensibilidad especial más allá de la técnica que se supone en una profesional de sus características. La Berlinale, que ya no premia en función del género, así lo ha reconocido.

Este premio merece la atención de sus compatriotas, en la clave que tantas veces he recordado de mi paisano Luis Cernuda: “el trabajo humano, con amor hecho, merece la atención de los otros”. Lo he repetido hasta la saciedad en este cuaderno digital: debemos reconocer todo lo que a diario se hace bien en este país, porque necesitamos esos refuerzos positivos y más en los tiempos que corren. Con este reconocimiento cinematográfico a Carla Simón, recuerdo las palabras del cardiólogo Valentín Fuster, residente durante muchos años en América, que pronunció en 2013 durante una de sus múltiples visitas a España: “Yo puedo estar hablando todo el rato del desastre que hay en España. Pero igual podemos sacar unos minutos para saber si algo funciona…” o lo que es lo mismo, puedo estar hablando todo el rato de lo que hace mal este país, pero igual podemos sacar unos minutos para saber si algo funciona…, si alguien nos representa con dignidad más allá de nuestras fronteras y alegrarnos por ello, rompiendo los silencios cómplices a los que estamos acostumbrados o a desprestigiar a quien tanto lucha por sus ideales y principios. Y comprobaremos que es verdad, que funcionan muchas cosas que aparentemente son de otro mundo pero que, gracias a una directora excepcional española, contribuimos a dignificar el país por un premio internacional de cine que debería causar la admiración necesaria y justa de todos, sin excepción alguna. Por ello, desde Andalucía, ¡enhorabuena, Carla Simón!

Verano 1952

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Me pasa con los estrenos cinematográficos como con los bestseller, que no les hago mucho caso, quizá porque huyo siempre de las razones del mercado y me dejo guiar más por sentimientos y emociones que por las inexorables leyes de la oferta y la demanda preconizadas por el capital. Me ha pasado recientemente con una película, Verano 1993, una ópera prima de la directora Carla Simón, autobiográfica y que cuenta una historia real de cómo vive el duelo una niña de seis años, por la muerte de los padres afectados por SIDA. Todo lo que he leído y visto en relación con este estreno me ha parecido extraordinario, pero todavía no he visto la película, aunque creo que la siento ya desde los títulos de crédito.

Existe una historia de España, contemporánea con los primeros años de la transición, que todavía no se ha escrito con el rigor que merece y, probablemente, porque no es rentable contarla, en un país descreído y desagradecido con sus propios aciertos y fracasos. Me refiero en concreto a la tragedia que sufrió el país en la década de los ochenta del siglo pasado, por la adicción de muchos jóvenes a las drogas y la aparición sorprendente del fenómeno SIDA. Se cumplió la ley del péndulo de Schopenhauer y cuando creíamos que lo teníamos todo con la libertad por bandera, gracias a la Transición, apareció un fenómeno terrible que sembró de dolor el país afectando, sobre todo, a una generación y a sus familias más directas, que comenzaba a despertar de un pasado terrible.

Todos tenemos un verano especial en nuestras vidas. El mío comenzó en 1952, en Madrid, días antes de cumplir los cinco años, en una España que helaba el corazón de muchos demócratas. Habíamos vivido en casa la guerra y el duelo por la muerte de mi padre en 1947, con secuelas importantes por las heridas en acto de guerra, que había que digerir como Dios le diera a entender a cada uno. Por eso comprendo bien estos personajes de película, al reproducir, salvando lo que haya que salvar, que solo hay un camino para entender lo que humanamente no hay por dónde cogerlo. Se trata exclusivamente de recibir amor, para ir cerrando poco a poco las tres heridas que a veces envuelven nuestra existencia, que describió Miguel Hernández de forma mágica: la del amor, la de la muerte, la de la vida.

Comprendo siempre por qué me atraen estas películas excelentes, incluso antes de verlas, porque como en este caso, su guion es lo más parecido a la vida real, a la vida misma. En el verano 2017, algunos, estamos obligatoriamente obligados a verla, aunque como decía el poeta malagueño Rafael Ballesteros, sigamos sin entender “si se me abre el grifo y sale una bala tras otra bala, si abro la puerta y se nos entra el fusilado y cierro y se me queda fuera el dedo, si unto amor en el labio entreabierto y nada, si miro al muro y todavía distingo los boquetes”. Porque, es verdad, “De este mundo los dos sabemos poco. Y sin embargo, estamos aquí [como Carla] obligatoriamente obligados a entenderlo”.

Sevilla, 29/VII/2017

NOTA: la imagen última es un fotograma de la película “Verano 1993”, que se recuperó el 29/VII/2017de https://www.espinof.com/trailers/verano-1993-cartel-y-trailer-de-la-opera-prima-de-carla-simon

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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