
La gente, valiéndose de criterios convencionales, lo tiene todo resuelto, inclinándose siempre hacia lo más fácil, y buscando aún el lado más fácil de lo fácil. Pero está claro que nuestro deber es atenernos a lo que es arduo y difícil. Todo cuanto vive se atiene a ello. Todo en la naturaleza crece y lucha a su manera y constituye por sí mismo algo propio, procurando serlo a toda costa y en contra de todo lo que se le oponga. Poca cosa sabemos. Pero que siempre debemos atenernos a lo difícil es una certeza que nunca nos abandonará. Es bueno estar solo, porque también la soledad resulta difícil. Y el que algo sea difícil debe ser para nosotros un motivo más para hacerlo.
Rainer Maria Rilke, Cartas a un joven poeta, Roma, 14 de mayo de 1904
Sevilla, 28/IV/2022
En mi ob-ligación diaria [así, con guion] de búsqueda de islas desconocidas, para las que abrí este cuaderno digital en 2005, he encontrado una en formato de novela que me ha interesado en su fondo y forma. Se trata de una obra escrita por Cèline Curiol, Las leyes de la ascensión, cuya sinopsis es de vital importancia conocer con detalle en los tiempos que corren: “Belleville, barrio parisino emblemático del eclecticismo urbano. Seis personajes. Cuatro días repartidos en las cuatro estaciones de 2015, año de los atentados terroristas de París. Una periodista, un psiquiatra, un jubilado, una profesora, una desempleada y un estudiante de bachillerato: sus historias entrelazadas siguiendo los caprichos del azar exploran los detonantes, los momentos precisos y los cambios íntimos que pueden hacer bascular sus vidas en una ciudad generosa en ocasiones, a menudo hostil, y siempre en efervescencia. Puro presente, esta deslumbrante novela coral es sutil, elegante y a veces melancólica, y nos acerca a unas existencias llenas de aspiraciones, debilidades, anhelos, excesos, sueños e incertidumbres ante el futuro… De un modo u otro, todos los protagonistas se rebelan, y lo hacen movidos por una gran empatía, una gran humanidad: no en vano, este libro está dedicado al amor; no al amor de pareja ―o no sólo―, sino al amor en su sentido más amplio: al mundo, al prójimo, a una ciudad, a la tierra, a uno mismo. «Sabemos pocas cosas, pero que debemos atenernos a lo difícil es una certeza que no ha de abandonarnos». Cuando Sélène Bey, uno de los personajes de esta novela, lee esta cita de Rilke, supone para ella una revelación que inscribe en la categoría de las verdades indiscutibles. Sin duda lo es también para Cèline Curiol, quien en esta portentosa obra ha tenido la audacia de cartografiar nuestro mundo, nuestras vivencias, toda nuestra humanidad demasiado humana. En un tiempo en el que nadie escucha y nadie tiene tiempo, Curiol demuestra su apabullante virtuosismo para captar cada uno de los matices de las vidas más dispares. Escrita en estado de gracia, «Las leyes de la ascensión» es un retrato magistral de la búsqueda mediante la cual todos, aun perdidos y resistiendo a los embates de un sistema malogrado, tratamos de alzarnos más vivos y esperanzados que nunca. Una auténtica proeza, la más brillante instantánea de la Francia contemporánea y, por extensión, de la Europa convulsa de nuestro tiempo”.
He conocido más detalles de esta obra ciclópea, en una entrevista reciente en elDiario.es, de la que reproduzco una respuesta que me parece significativa en tiempos de individualismo feroz, ante una pregunta sobre una de las protagonistas, Orna, una periodista que se plantea en profundidad su forma de ser y estar en el mundo que, al volver a su casa una noche, pasa por delante de un vagabundo tirado en el suelo y no le presta ayuda: “P. Curiosamente, hace unas semanas fallecía de hipotermia el fotógrafo René Robert en plena calle de París porque nadie se paró a socorrerlo. ¿Hay más Ornas en el mundo de lo que estamos dispuestos a reconocer? R. Yo creo que sí. De hecho, lo que pretendía con esa escena era llevar al lector a plantearse qué haría él. Que se preguntase por qué estamos perdiendo el reflejo de prestar socorro a un desconocido cuando lo necesita. En la sociedad y las grandes ciudades estas cosas pasan porque cada vez somos más individualistas y más reacios a pararnos a pensar en el otro”.
Escribí en enero de este año un artículo, Un retrato inhumano, en el que recogí lo que había sucedido, también en París, con el fotógrafo citado en la entrevista: “El fotógrafo de doble nacionalidad, suiza y francesa, René Robert, falleció el 20 de enero en París, como consecuencia de la hipotermia que sufrió al caer en una calle del centro de la ciudad de la luz, perder el conocimiento y permanecer durante nueve horas en una acera sin ser atendido por nadie, a pesar de que la hora en que se produjo la caída era en torno a las nueve y media de la noche del día 19. Fue una mujer sin techo, durante la madrugada, la que llamó a los servicios de emergencia, aunque ya no pudieron hacer nada por salvarle la vida. Creo que es un retrato inhumano y descarnado que refleja determinados comportamientos sociales en la actualidad. Surge una pregunta: ¿qué hubiéramos hecho nosotros al verlo así? No sé, probablemente pasar de largo también, como hacemos muchas veces al pasar por aceras de nuestras ciudades donde se refugian personas en condiciones inhumanas, en una negación del principio de realidad que es muy terco. Al menos, en esta ocasión, nos queda la pregunta, más que la palabra.
Comprendo muy bien las palabras finales de la sinopsis y son las que me han entusiasmado en estos tiempos de búsqueda de razones para vivir: “Las leyes de la ascensión” es un retrato magistral de la búsqueda mediante la cual todos, aun perdidos y resistiendo a los embates de un sistema malogrado, tratamos de alzarnos más vivos y esperanzados que nunca. Una auténtica proeza, la más brillante instantánea de la Francia contemporánea y, por extensión, de la Europa convulsa de nuestro tiempo”. Comienzo a leerla para seguir amando, a pesar de todo, para vencer el individualismo que llevamos dentro, que causa estragos en la humanidad, en nuestras familias, en nuestros barrios, tal y como lo retrata de forma excelente Cèline Curiol en su obra, como principal causa de los males actuales que nos rodean, junto al miedo a la libertad de vivir que nos llevan a tomar decisiones poco solidarias en el día a día, a través de un individualismo feroz: “[…] que promueve la propia sociedad. Y también con ese predominio de la eficacia. Todo el mundo tiene siempre otra cosa que hacer. Uno no socorre a alguien no por maldad, sino porque piensa, en un proceso mental muy rápido, que no va a tener tiempo, que va a perder una hora, que necesita estar en otro sitio o hacer tal cosa. Son una serie de mecanismos mentales que llevan a abstenerte de hacerlo para no perjudicar a tu propia cotidianidad o a tu propio tiempo. Eso, y el miedo. Hace poco estaba en el metro y había un tipo molestando a una chica. Intenté convencer al resto de pasajeros de que había que hacer algo, pero la gente no quería porque no sabíamos cómo iba a reaccionar el hombre. Hay mucho miedo a las consecuencias”.
Como escribí en enero sobre el fotógrafo René Robert, su lenta agonía en una acera de París, no fue retratada en blanco y negro como a él le gustaba trabajar, sino en color, aunque todo se convierte en la vida diaria, a veces, en un fundido a negro, con la acromatopsia que la sociedad actual observa la vida, ciegos al color, porque los retratos que hacemos a diario de lo que está ocurriendo cerca de nosotros, son muchas veces inhumanos, individualistas y, por supuesto, están faltos de amor, al que dedica precisamente esta obra Cèline Curiol.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Debe estar conectado para enviar un comentario.