Cuando la paciencia de un presidente se quiebra y casi todo le falta

Carta de Pedro Sánchez a la ciudadanía

Debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia, dignidad a todos los hombres.

Pablo Neruda, Discurso en el acto de entrega del Premio Nobel (1971).

Sevilla, 26/IV/2024

En los tiempos que corren, donde las “crisis” políticas hacen mella por donde pasan, arrasando Estados, conciencias y personas, incluidos presidentes de Gobiernos que en el mundo son, me preocupa saber por qué se recurre tanto a la paciencia, virtud de la que se habla mucho y se sabe poco, sin tener que recurrir a la tradición religiosa de su identificación con la ensalzada por Santa Teresa de Jesús (1515-1582), en un soneto que ha hecho historia: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. ¡Sólo Dios basta! (Nada te turbe). Y porque estoy convencido de que la paciencia bien entendida, como otras tantas experiencias vitales, se construye en el cerebro y nada más, como signo evidente de salud mental.

He escrito en este cuaderno digital sobre esta realidad tan humana y cercana, razón por la que utilizo hoy, de nuevo, lo que denomino “escritura circular”. En este contexto, recurro una vez más al Diccionario de Autoridades porque es la primera vez que en España las palabras y los constructos se fijaron, brillaron y dieron esplendor a las situaciones vitales traducidas al lenguaje común en suelo hispano. Y, sorprendentemente, encuentro en pleno siglo XVIII una definición que no tiene desperdicio: la paciencia es la virtud que enseña a sufrir y tolerar los infortunios y trabajos, en las ocasiones que irritan y conmueven, para pasar inmediatamente el testigo a su origen divino: es uno de los frutos del Espíritu Santo, no localizándose la misma, es decir, la virtud, en el cerebro, por ningún sitio humano. Ya está, no hay que preocuparse de nada más, porque es una virtud que quien la alcanza demuestra noble y superior fortaleza. Además, en unas breves líneas, con la recámara teresiana, se sitúa el lugar de origen de esta manifestación de conducta humana: la paciencia todo lo alcanza, porque Dios no se muda, porque quien confía en él nada le falta. Solo Dios basta. Y para cerrar el círculo histórico, ahí tenemos el Libro, la Biblia, el “santo” Job, del que por cierto descubrí hace muchos años que tenía de todo menos paciencia, cuando contaba sus penas, que no alegrías: los terrores se vuelven contra mí, como el viento mi dignidad arrastra; como una nube ha pasado mi salud. Y ahora en mí se derrama mi alma, me atenazan días de aflicción (Job, 30, 15s), hasta el punto de que el joven Elihú le reprende y lo lleva de la mano para ser paciente (Job, 32-37), para que busque, curiosamente, la sede de la Inteligencia [sic]: huir del mal, claro objeto del deseo impaciente de Job, porque lo que declaraba como sede de la inteligencia: huir del mal, reaccionar ante cualquier tipo de agresión, resolver problemas, era un elemento diferenciador esencial de la búsqueda desesperada de la sede de la sabiduría: temer a Dios.

Con el respeto que debo siempre a la historia, fundamentalmente para aprender de sus errores y horrores que se han cometido, me he planteado si es posible averiguar dónde se aloja la paciencia en el cerebro y como se configuran las manifestaciones humanas de una realidad existencial que, al menos, la gran mayoría de las personas, conocemos como virtud. Gran empresa, sin ánimo de escribir las bases de un libro de autoayuda, que no me gusta nada. ¿Cómo nace la paciencia? Sin lugar a dudas porque el cerebro actual ha vencido al cerebro reptiliano, es decir, la corteza cerebral que configura hoy la realidad existencial de cada persona permite controlar los impulsos más primitivos de los seres humanos, de nuestros antepasados, que solucionaban cualquier beligerancia y adversidad (infortunios y trabajos) con agresividad total. Hay una realidad histórica: se han necesitado millones de años para “preparar” la configuración del cerebro que posibilite “tener paciencia” y “aprender” a convivir con ella si tener que llamarla necesariamente “virtud”, porque es una posibilidad que ofrece históricamente la estructura global del cerebro humano.

A la luz de lo expuesto anteriormente, surge una pregunta inquietante: ¿dónde reside la paciencia?, aunque para la ciencia existe una respuesta clara: en todas las estructuras del cerebro que interactúan para dar órdenes pacientes e impacientes a través de la corteza cerebral, reflejadas en la conducta implícita o explícita de cada persona, aprendida o genéticamente fundada, con un control férreo del sistema límbico donde se alojan las centralitas de los sentimientos y emociones, sabiendo también que los ojos están grabando permanentemente miles de ocasiones para provocar la paciencia e impaciencia, en un debate ético que hacen trabajar a destajo a las neuronas en lo que saben hacer: alimentar acciones humanas pacientes e impacientes en milisegundos. Sabiendo, que no descansan nunca a pesar de que dormimos y soñamos desesperadamente. Científicamente se sabe que las neuronas no se permiten nunca la licencia para descansar. A no ser que las obliguemos farmacológicamente a cambiar su rumbo desestructurado cuando, a veces, la impaciencia no nos deja vivir como personas y nos provoca algún trastorno mental que nos inhibe la posibilidad de ser y estar en el mundo dignamente.

Y yendo de mis asuntos a mi corazón, repaso, por último, el Diccionario de la Lengua Española en su última edición, encontrándome con definiciones de paciencia (del latín patientia) de amplio calado cultural: capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse, capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas, facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho, lentitud para hacer algo, resalte inferior del asiento de una silla de coro, de modo que, levantado aquel, pueda servir de apoyo a quien está de pie, bollo redondo y muy pequeño hecho con harina, huevo, almendra y azúcar y cocido en el horno, y tolerancia o consentimiento en mengua del honor. De todas ellas, me quedo con una: saber esperar, aunque sea con ardiente paciencia (Neruda). Creo que la propia necesidad cerebral de autoformarse a lo largo de la vida, con más de cien mil millones de posibilidades (neuronas) de hacer cosas y sentir nuevas vibraciones de sentimientos y emociones, acotadas en el tiempo vital de cada persona, son un reflejo de que las estructuras del cerebro necesitan a veces esperar, con más o menos paciencia aprendida o inducida genéticamente, para que nos mostremos tal y como somos, para que alcancemos nuestros proyectos más queridos y deseados, porque oportunidades tenemos de forma personal e intransferible a través de una estructura que dignifica por sí mismo a cada ser humano: la corteza cerebral que venció al cerebro original de los reptiles, otorgándonos genéticamente la posibilidad de ser inteligentes.

Aprendamos por tanto de ella, de su forma de ser en cada una, en cada uno. Por aquello de las posibilidades que se abren a través de las cadaunadas, de la ética del cerebro. Al fin y al cabo es lo que nos pasa a los que estamos viviendo e interiorizando lo expresado en la carta por Pedro Sánchez, el presidente, que envió el pasado miércoles, por la tarde, a todos los ciudadanos y ciudadanas de este país, en la que nos decía que estaba transido de dolor por las insidias de la derecha y su más allá, la ultraderecha, con nombres, apellidos y sus aparatos mediáticos a pleno rendimiento, que habían acabado con su proverbial paciencia y resistencia. Por estas razones lo entiendo y tomo conciencia de que la paciencia de un presidente también se quiebra y que, en este momento, casi todo le falta, por mucho que algunos le susurren al oído, con buena fe, las palabras actualizadas de Santa Teresa en su situación actual. Sin alterarnos más de lo debido, porque la vida a veces nos turba, nos espanta, porque estas situaciones pasan, porque el “dios” de cada uno se muda en la conciencia de muchas personas, porque la paciencia casi nada alcanza. Porque muchas personas no tienen a Dios, no tienen nada, todo les falta ¡Y sólo Dios no basta!

Al fin y al cabo, lo que aprendí de Pablo Neruda, cuando pronunció una frase gloriosa al finalizar su discurso en el acto de entrega del Premio Nobel, en 1971: «En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia, dignidad a todos los hombres». Ese es mi mensaje hoy para el ciudadano y presidente Pedro Sánchez, en mi ardiente impaciencia durante el tiempo de espera para conocer su decisión final.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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