La pituita

Hace solo tres meses publiqué un post de esta serie vinculada a cerebro y género, El tálamo, en el que aludía al símil culinario que tan sugerente es en relación con la investigación didáctica de las diferentes estructuras cerebrales: “En las nueces, almendras y castañas, como símbolos del cerebro, está el secreto. Algo importante “se cocina” todos los días en nuestra cabeza. Es más, en cada segundo vital”. También seguía utilizando estos criterios en el análisis del hipotálamo, la ciruela pequeña: “Hace tiempo comencé a trabajar en la construcción de inteligencia creadora que fortalezca el conocimiento de la mujer y de su estructura cerebral para ayudar a comprender mejor las igualdades y diferencias de género, con la ilusión de que el conocimiento del cerebro de las otras, de los otros, de lo que verdaderamente nos une a lo largo de millones de años, la inteligencia, sea una fuerza motriz para remover conciencias de género, enmarcadas en el respeto del conocimiento mutuo. Poco a poco avanzo en la anatomía del cerebro, a través del lenguaje, de la divulgación científica de las estructuras cerebrales que nos pueden hacer más libres porque comenzamos a saber y justificar por qué somos y nos comportamos de forma igual o diferente, sabiendo que el “secreto está en la masa” gris y blanca del cerebro (doscientos mil millones de posibilidades diferentes de ser y estar) cuando se asientan en determinadas estructuras”.

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Figura 1: la glándula pituitaria ó hipófisis. Imagen recuperada de http://www.nlm.nih.gov/medlineplus/spanish/ency/esp_imagepages/17227.htm, el 17 de julio de 2007

Hoy, vamos a agregar un ingrediente más, en este peculiar programa de cocina cerebral, una estructura similar a un guisante (algunos científicos hablan del formato de pera muy pequeña ó de San Juan), con un peso de 0.5 gramos, que se denomina científicamente glándula pituitaria (también conocida como hipófisis, “crecimiento inferior”) y que se aloja en un espacio óseo, la silla turca, del hueso esfenoides, situada en la base del cráneo, en la fosa cerebral media, que conecta con el hipotálamo a través del tallo pituitario o tallo hipofisario. La etimología es sumamente curiosa para comprender anatómicamente esta microestructura de extraordinaria importancia en las mujeres y hombres, por este orden. Pituitaria significa que contiene o segrega pituita, del latín “pituita”: secreción, fluido, moco, flema, formando parte de la medicina tradicional junto a los tres “humores” restantes: sangre, bilis amarilla y bilis negra. Es una superestructura del sistema endocrino dado que ejerce un control férreo sobre ocho glándulas endocrinas que explicamos a continuación.

Esta glándula está unida al hipotálamo a través de fibras nerviosas y está formada por tres secciones: el lóbulo anterior, que representa el 80% del peso de la glándula, el lóbulo intermedio y el lóbulo posterior. El lóbulo anterior produce la hormona de crecimiento, la prolactina, que estimula la producción de leche materna después de dar a luz, la adrenocorticotrópica (ACTH), que estimula las glándulas adrenales, la estimulante de la tiroides (TSH), que estimula la glándula tiroides, la folículo-estimulante (FSH), que estimula los ovarios y los testículos al igual que la luteinizante (LH), también presente.

El lóbulo intermedio, produce la hormona estimulante de melanocitos que controla la pigmentación de la piel. El lóbulo posterior, produce la hormona antidiurética (ADH), que aumenta la absorción de agua en la sangre por medio de los riñones. Igualmente, la oxitocina, que contrae el útero durante el parto y estimula la producción de la leche materna.

Esta supercentral hormonal cumple unas funciones determinantes en el ser humano. Louann Brizendine, la autora revelación sobre el cerebro femenino, sitúa la glándula pituitaria como sexta estructura que lo caracteriza: “produce las hormonas de la fertilidad, producción de leche y comportamiento de crianza. Ayuda a poner en marcha el cerebro maternal”. Además, en el salto de la pubertad se desencadena la propulsión de las células hipotalámicas y la niña-mujer comienza a experimentar cambios que ya se repetirán día a día, mes a mes hasta la menopausia, porque “la glándula pituitaria… salta a la vida cuando los frenos químicos se sueltan en las células hipotalámicas […]. Esta liberación celular dispara el sistema hipotalámico-pituitario-ovárico” (1). El conocimiento de esta realidad recurrente en la vida de la mujer debe ayudar a los hombres a respetar íntegramente estos ciclos vitales que producen desajustes vitales, por responsabilidad directa de la naturaleza al estar muy desarrollada esta glándula en la mujer en el lóbulo anterior de la misma (recuerdo que el peso específico de esta zona desarrolla el 80% de su función diaria y perfectamente programada). No ocurre lo mismo en el cerebro masculino, porque el balanceo hormonal no pasa tanta factura en la vida ordinaria. Si se conoce bien esta estructura, se respeta. Además, se pueden poner ejemplos rotundos de este “conocimiento” cerebral femenino, basados en una hormona bastante desconocida a nivel popular pero que juega un papel trascendental en la mujer y en las relaciones de pareja. Me refiero a la oxitocina, una hormona muy atractiva para el objeto de estas publicaciones.

El lóbulo posterior de la glándula pituitaria es el productor por excelencia de la oxitocina, llamada también la “hormona de las relaciones”, encontrándose tanto en el hombre como en la mujer. La realidad de las relaciones a largo plazo juega una baza muy importante para el equilibrio de la oxitocina (omnipresente en la mujer) junto a la vasopresina, característica del cerebro masculino. Cuando ambas se complementan, el equilibrio emocional y sentimental de las personas que conforman una pareja liberan en momentos justos estas dos hormonas, obligatoriamente obligadas a entenderse. Una caricia a tiempo libera oxitocina en la mujer y el bienestar en ella está garantizado. Igualmente, en el cerebro masculino se libera vasopresina, como buscadora insaciable de retroalimentación. A partir de aquí la cascada de emociones es un juego reservado al conocimiento de uno mismo y de su pareja, de sus amigos. Es lo que ocurre cuando imaginamos aquello que queremos o vemos en una foto a la persona que amamos: mujer, hijos, amigos íntimos. La oxitocina está detrás. La glándula pituitaria es la responsable de este equilibrio hormonal, en el que los aprendizajes y comportamientos adquiridos “neutralizan” en muchas ocasiones la forma de ser de cada una y cada uno. Cuando la oxitocina y la vasopresina se desarrollan con la normalidad programada en el cerebro individual, la dopamina juega su papel estelar de proporcionar placer, en un triángulo amoroso descifrable: ménage à trois, que dicen en Francia.

En los laboratorios de la vida se han estudiado a fondo estos comportamientos, especialmente en los ratones de la pradera que son grandes amantes, a los que gusta la pareja vitalicia: “Como los humanos, esos ratones están llenos de pasión física cuando se encuentran y pasan dos días concediéndose un sexo prácticamente ininterrumpido. Pero a diferencia de los humanos, los cambios químicos en los cerebros de dichos ratones pueden ser examinados directamente en el curso de ese regocijo. Dichos estudios muestran que el acoplamiento sexual libera grandes cantidades de oxitocina en el cerebro de la hembra y de vasopresina en el del macho. Esas dos neurohormonas, a su vez, aumentan los niveles de dopamina –el ingrediente del placer- la cual hace que los ratones queden locos de amor el uno por el otro. Gracias a este vigoroso pegamento neuroquímico, la pareja queda unida para toda la vida” (2).

Ya escribí un post el 1 de octubre de 2006 sobre el fascinante mundo comparado del cerebro humano y del ratón y al conocer mejor a estos pequeños ratones de pradera, en cuyos cerebros se experimenta la base de la interrelación real del placer compartido, me vuelve a enamorar su legado genético que me permite hoy escribir de forma “placentera” sobre el respeto a nuestra forma de ser cerebral sexuada: ”Cuando era pequeño crecí cerca de Mickey Mouse, Minnie Mouse, Pluto y Goofy. Los dibujé mil veces. Me parecían muy humanos e inteligentes, porque vivían como yo, más o menos. Además, hablaban, lloraban y amaban. Pero nunca supe que no me separaba mucho de la forma de ser de Mickey en el mundo, porque la ciencia ha alcanzado resultados muy brillantes en esta etología cerebral: ya se sabe que el 99% de los 28.000 genes humanos tiene su homólogo en el genoma del ratón. Y poco a poco nos vamos adentrando en el conocimiento aplicado del cerebro humano. Los científicos se tienen que acercar también por caminos facilitadores de la biotecnología y de las neurociencias, como es el caso del anuncio efectuado el pasado martes por el Instituto Allen de Ciencias del Cerebro, donde se confirmó que se ha completado el estudio genético del cerebro del ratón, a través de un atlas tridimensional, de utilización gratuita en Internet, en el que se muestra qué genes se activan en las neuronas en cada área del cerebro”.

Como decía entonces, “somos, en definitiva, más libres, porque nos conocemos mejor, a través de la verdadera causa de la salud y la enfermedad, gracias a proyectos cuya base científica nace en un pequeño ratón de la factoría Allen, que siempre estará cerca, paradojas de la vida, de la humanidad y de la genética del que conocí hace muchos años, de nombre Mickey”. Entonces, en la factoría Disney, no inocente. Hoy, en la factoría de la vida, sola y compartida por la oxitocina y vasopresina. Con la compañía inseparable de la dopamina que recompensa siempre a esta pequeña central del bienestar personal y social, que tiene como misión posible invadir de “pituita” nuestras vidas.

Sevilla, 18/VII/2007

(1) Brizendine, L. (2007).El cerebro femenino, Barcelona: RBA, p. 54s.
(1) Brizendine, L., ibídem, p. 93s.

El tabique transparente: septum pellucidum

Cada vez que se difunde la noticia de una mujer que muere como consecuencia de la intervención violenta de su pareja, en todas las manifestaciones posibles, vuelvo a rescatar el compromiso de analizar el cerebro desde la perspectiva de género, es decir, intentar profundizar en el conocimiento diferencial de estructuras cerebrales que refuerzan el comportamiento positivo ó negativo de hombres y mujeres y traducen la diversidad de conductas teniendo como origen la diversidad cerebral. El fin es claro: intentar buscar los orígenes de esta flagrante división perceptiva y conductual que aboca a la destrucción sistemática del otro. La etiología de estas muertes femeninas está alojada en el cerebro humano. Ahí está el reto de aprehender las conductas agresivas que desembocan en muertes violentas como la que ocurrió el jueves pasado en Callosa d´Én Sarrià (Alicante), incrementando la cifra terrible hasta 45 mujeres asesinadas a manos de los llamados hombres de sus vidas (más bien, de sus muertes).

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Figura 1: Localización anatómica del septum pellucidum (sección medio-sagital).

Hoy voy a adentrarme en una zona central del cerebro, de interconexión entre los dos hemisferios cerebrales, para descubrir el tabique translúcido, transparente, el septum pellucidum (del latín septum (saepire), valla, tabique y pellucidum ó per-lucidum, translúcido), membrana de forma triangular, situada entre los fascículos (fibras nerviosas con un mismo origen, trayecto y terminación) y cuerpo del fórnix (estructura cerebral en forma de bóveda que facilita la interconexión neuronal de fibras entre el hipotálamo y el hipocampo, a través suya) por abajo y el cuerpo calloso por encima y delante, como se puede observar en la figura 1. Para que se entienda bien, el cerebro normal tiene dos partes iguales (hemisferios), conectados por fibras nerviosas (cuerpo calloso) y están separados por espacios llenos de fluido (ventrículos I y II). Estos dos ventrículos tienen divisores, tabiques transparentes ó translúcidos, entre ellos (septum pellucidum) y contienen, en condiciones normales, un fluido claro, el líquido cefalorraquídeo, junto a los otros dos ventrículos (cuatro en total), cuyo volumen total en niñas y niños es de 40-60 cm3 y en adultos 120-140 cm3, de los cuales 20-30 cm3 corresponden a los ventrículos laterales citados, separados por el citado septum pellucidum.

Esta estructura está compuesta en determinadas personas y neonatos de dos láminas separadas por una cavidad, denominada cavum septi pellucidi, también conocida en la literatura científica como quinto ventrículo que se prolonga hacia atrás por el cavum Vergae, que es muy importante detectar bien y hacer el seguimiento preciso durante la concepción del nuevo ser para hacer los despistajes necesarios que comprometen la salud y la enfermedad (1). Este último es conocido también como cavum fornicis, cavum psalterii, Verga’s ventricule o sexto ventrículo, teniendo sus limites en el splenium (parte posterior) del cuerpo calloso y en las bases de los fórnix y, en la zona ventral, en la comisura del fórnix. Es importante saber que cada lámina participa en la acción cotidiana de los ventrículos laterales, estando rodeadas de células ependimarias en su cara ventricular y de piamadre en su cara medial. A su vez, están recubiertas de fibras neurales con una fina capa de sustancia gris externa y de una capa interna de sustancia blanca. Se estudia hoy en profundidad en la práctica clínica.

Desde la perspectiva de género, se sabe que el cavum Vergae y el cavum septum pellucidum son más frecuentes en la mujer que en el hombre, y en el feto, indistintamente, se puede observar mediante técnicas ultrasónicas no invasivas (2) permitiendo clasificaciones y mapas de neuroimagen.

Las funciones principales del septum pellucidum (sin cavum) consisten en facilitar la integración y sincronización sensorial, es decir, determinar cómo nuestros cuerpos procesan la información que recibimos de nuestros sentidos y cómo actuamos en consecuencia, de forma ordenada; también, la planificación motora, construir actos inteligentes y desarrollar correctamente las actividades académicas, habla y lenguaje, y habilidades sociales y de comunicación de alto orden. Una función principal consiste en “proteger” las funciones del nervio óptico, por lo que la malformación o la ausencia de esta estructura pueden derivar en una hipoplasia del nervio óptico con las consecuencias que se han explicado anteriormente. Últimamente, se están investigando también las causas de la explosión de la ira, mediante la estimulación de esta estructura. No es de extrañar al formar parte del sistema límbico y compartir estructuras y aferencias del caballo encorvado y de las amígdalas cerebrales. Estructura compleja y preparada desde antiguo para vivir las emociones apasionadamente y en libertad.

En realidad, la ausencia patológica del septum pellucidum está asociada fundamentalmente a la displasia septoóptica (DSO) o Síndrome de Morsier: “Es una entidad neurológica descrita en 1956 por de Morsier, en la cual se presenta alteración de las estructuras de la línea media especialmente la tríada de: a. Ausencia o hipoplasia del septum pelucidum, b. Hipoplasia de uno o ambos nervios ópticos, c. Alteración variable de la función hipotálamo-hipofisiaria. Se trata de una entidad infrecuente y de etiología poco clara en la que predomina la hipótesis genética. No se conoce el mecanismo de transmisión hereditaria pero se han descrito casos en hermanos y se ha cartografiado un posible gen responsable en los brazos cortos del cromosoma 3 (3p21.2-p21.1). Algunas de las variantes de displasia septoóptica asociadas a ectopia del lóbulo posterior de la hipófisis y heterotopias periventriculares tienen una base genética común relacionada con una mutación heterocigótica del gen HESX1.4”.

En la actualidad, se está trabajando en la atención a una enfermedad clasificada como “rara” con afectación del septum pellucidum, la holoprosencefalia, que consiste en “una serie de anomalías congénitas (que está presente desde el nacimiento) cerebrales y del macizo facial, que se generan en estadios muy tempranos del desarrollo, en las primeras semanas de la vida intrauterina, cuando la placa neural se pliega sobre sí misma y forma el tubo neural. Las alteraciones cerebrales son el resultado de un fallo en la diferenciación y separación o hendidura del prosencéfalo o cerebro anterior, que dará lugar a los hemisferios cerebrales y a los ventrículos laterales, estructuras que en condiciones normales están relacionadas pero son independientes”.

Queda mucho por investigar en esta estructura cada vez más sorprendente por los resultados que se obtienen en laboratorios de neuroimagen. Se abren muchas posibilidades en los avances que se producen en la investigación del genoma humano, dado que las implicaciones de la gestación en el desarrollo del septum pellucidum son una garantía para la investigación en neuroembriología, dado que hoy día, el uno por ciento de la población, puede sufrir malformaciones en la estructura analizada ó pasar a la difícil línea delgada roja de las enfermedades raras. Es una enfermedad que compromete a hombres y mujeres, en identidad responsable ante el crecimiento de una nueva vida humana fruto de la concepción compartida.

Algo supimos de estas enfermedades a través de la película Rocky V, cuando a Rocky Balboa le diagnostican una patología severa (encefalopatía pugilística) relacionada con el septum pellucidum. Entonces nadie deparó que la ciencia seguía buscando razones científicas para abordar una patología que ocasiona daños irreparables, aún cuando nos llame la atención poderosamente que su actividad frenética (la del septum) es causa segura de actitudes airadas o de esquizofrenia que empuje hasta la muerte. Se sabe que los boxeadores profesionales desarrollan el cavum en su encéfalo, como en el caso de Rocky Balboa, por recibir traumas a repetición. Igualmente, se trabaja en la hipótesis de que las niñas y niños que se mecen en los brazos o en la cuna con demasiada fuerza pueden desarrollar el cavum con las consecuencias que brevemente se han detallado anteriormente.

También se han llevado a cabo investigaciones en la asociación del cavum septum pellucidum (CSP) a los trastornos de estrés postraumático, enfermedad vinculada sobre todo a las personas que han participado en guerras desde todas las perspectivas posibles. Me sobrecogió el artículo que a tal efecto se publicó en la revista Neuroanatomy, en 2004 (3), en el que narran las consecuencias de la guerra en Bosnia y Herzegovina, en un hombre que sufría el síndrome de desorden por estrés postraumático (PTSD) y que desarrolló el cavum con las consecuencias que podemos imaginar.

Hasta aquí el análisis de contextos, pero no la razón última de esta estructura, tarea en la que las neurociencias tienen mucho que decir todavía.

Sevilla, 1/VII/2007

(1) Althuser, M. (2007). Ultrasonographic diagnosis of anomalies of septum pellucidum, JBR–BTR, 90, 21s.
(2) Duque, J.E., Vera, A. (2006). Human Cavum Septum Pellucidum. Acta Neurol. Colomb. 22, 323-327.
(2) Filipovic, B., Jovic, N. y Filipovic, B. (2004). Large cavum septum pellucidum associated with posttraumatic stress disorder: a case report, Neuroanatomy, Volume 3, 12–14. (http://www.neuroanatomy.org/2004/012_014.pdf).

La sede de la inteligencia: dos metros de curvas maravillosas

Me ha sorprendido siempre la morfología de la estructura básica que interconecta en millones de ocasiones la corteza cerebral. Ya la he abordado desde múltiples perspectivas en este blog, pero nunca me había detenido en profundizar su anatomía real. Y me produce una sensación especial saber que si desplegáramos sobre una mesa los pliegues sinuosos que la conforman, podríamos encontrarnos con una superficie, un mantel, de dos metros cuadrados, aproximadamente. Por eso, he decidido investigar las razones científicas que “aconsejan” esta forma de presentarse en sociedad, aunque al final la representación más feliz de su estructura visible solo alcanza el tamaño de una servilleta de 50×50 cm. Mantel y servilleta, un conjunto armónico para conocer mejor la sede de la inteligencia. Y con un volumen, jarra, de 600 cm3.

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Figura 1: Imagen del cerebro humano que utiliza colores y forma para demostrar diferencias neurológicas entre dos personas. Foto cortesía de Arturo Toga, neurólogo en la Universidad de California, de Los Ángeles (LONI), y director del Centro para la biología computacional (Se puede consultar una referencia completa de la misma en mi libro “Inteligencia digital. Introducción a la noosfera digital”, pág. 71 ss.).

El planteamiento anterior no deja de ser una metáfora preciosa, pero ¿a qué es debida su morfología actual? Si no es posible comprender bien la sede de la inteligencia entre manteles, servilletas y jarras, acudimos necesariamente al análisis anatómico y obtenemos algunas conclusiones verificadas de forma experimental. En la observación del laboratorio de piezas de la corteza cerebral, se detectan unos pliegues en forma de circunvoluciones (del latín, circum, en derredor y volutio, vuelta; también conocido como gyrus, círculo), y surcos (del latín surcus, surco) entre ellas. Estos pliegues se forman de acuerdo con la hipótesis de la tensión neuronal, es decir, las áreas corticales interconectadas a través de las fibras nerviosas se atraen mutuamente y se abomban hacia fuera creando una circunvolución. De forma contraria, las áreas con pocas interconexiones aparecen separadas por los surcos. El cerebro prefiere adoptar, por necesidad, la forma de la servilleta, que ya expliqué en el post Las islas de Reil o en Cerebro y género: una cuestión de amígdalas.

Muchas veces he insistido en la importancia de la pre-concepción del ser humano, sobre todo en la fase de neurulación en el vientre materno, es decir, en el proceso de formación del tubo neural: “El sistema nervioso humano se desarrolla a partir de una capa pequeña y especializada de células ubicadas en la superficie del embrión. En las primeras etapas del desarrollo, esta capa de células forma el tubo neural, una envoltura estrecha que se cierra entre la tercera y cuarta semana del embarazo para formar el cerebro y la médula espinal del embrión. Cuatro procesos principales son responsables del desarrollo del sistema nervioso: la proliferación celular, un proceso en el cual las células nerviosas se dividen para formar nuevas generaciones de células; la migración celular, un proceso en el cual las células nerviosas se mueven desde su lugar de origen hasta el lugar donde estarán el resto de la vida; la diferenciación celular, un proceso durante la cual las células adquieren características individuales; y la muerte celular, un proceso natural en el cual las células mueren” (1).

En el desarrollo embrionario del ser humano, los pliegues y surcos a los que hemos hecho alusión anteriormente, ya aparecen en el quinto mes de gestación. Todas las células corticales se van “acomodando” en el lugar adecuado de la corteza donde a lo largo de la vida cumplirán funciones exactas, determinadas por la evolución de la especie natural o interpretadas por relatos creacionistas, solo alteradas a veces por razones que todavía la ciencia no puede explicar en numerosas ocasiones. Otras sí. Y se van acostumbrando a trabajar en condiciones extremas, en pliegues y surcos, cuya misión fundamental es acortar distancias para garantizar la calidad de la comunicación física y química que ya viene programada en el carné genético. Verdaderamente fascinante.

Es de tan vital importancia el viaje iniciático de las neuronas durante el embarazo, que las investigaciones actuales de alteraciones en este recorrido embrionario no dejan lugar a dudas sobre la formación adecuada de los pliegues y cursos. Una enfermedad ya conocida, la esquizencefalia, nos aproxima a la realidad enferma de esta estructuras: en un “trastorno del desarrollo poco común caracterizado por surcos o hendiduras anormales en los hemisferios cerebrales (…) Los individuos con hendiduras en ambos hemisferios, o hendiduras bilaterales, a menudo presentan retrasos en el desarrollo y en las capacidades del habla y del idioma y disfunciones córticoespinales. Los individuos con hendiduras más pequeñas, unilaterales (hendiduras en un hemisferio) pueden presentar debilidad en un lado del cuerpo y poseer inteligencia promedio o casi promedio. Los pacientes con esquizencefalia también pueden tener grados variables de microcefalia, retraso mental, hemiparesia (debilidad o parálisis que afecta a un lado del cuerpo) o cuadriparesia (debilidad o parálisis que afecta las cuatro extremidades) y una reducción del tono muscular (hipotonía). La mayoría de los pacientes sufre convulsiones y algunos pueden presentar hidrocefalia” (2).

Ya sabemos una razón de la circunvolución: es necesaria para acortar distancias. Y los surcos determinan aún más la necesidad de la proximidad. Una paradoja que aplicada a la vida ordinaria puede llevarnos a interpretaciones poderosas de la necesidad de religación. A la inteligencia humana, también. No por azar, sino por necesidad. Porque alimentar constantemente a la corteza cerebral para que “decida” cómo actuar cada milésima de segundo necesita siempre del camino mas corto entre dos puntos. Con independencia del respeto que se deben en los cruces de camino y en la intervención necesaria, que ya he analizado a lo largo de estos últimos meses, de estructuras tan importantes como el sistema límbico, el cerebelo, el giro cingulado, el hipotálamo, las amígdalas, el NSQ, etc. Las inhibiciones y cortocircuitos neuronales son aprendizajes y patrones que a modo de señales de tráfico adquiridas se van elaborando a lo largo de la vida, en paralelo, a veces, con las pre-programadas por el mero hecho de ser persona.

Al final, se trata de “poner bien la mesa”, con mantel, servilleta y jarra apropiada para tal evento, ordenarla y servirla de forma adecuada a las necesidades de cada una, de cada uno, sabiendo en este caso y a partir de ahora que la arruga, en el cerebro, es bella, con permiso actualizado de Adolfo Domínguez. Es más, imprescindible y necesaria.

Sevilla, 17/VI/2007

(1) http://www.ninds.nih.gov/disorders/spanish/los_trastornos_encefalicos.htm

(2) ibídem.

Un reloj de marca NSQ

Esto de no ser más que tiempo espanta.
La solución bajo el costado izquierdo:
un fiel reloj al que jamás me acuerdo
de darle cuerda y, sin embargo, canta.

Carlos Murciano, El reloj

No hay que comprarlo en el mercado. Ya lo tenemos desde que nos concibieron. Reúne muchas características que lo hacen el más atractivo de la existencia humana. Existen casi catorce mil millones en el mundo (dos por persona), tantos como habitantes pueblan el planeta Tierra (exactamente 6.600.994.064 personas, a las 18.39 GMT del día de hoy). También lo poseen muchos seres vivos. ¿Un ratón, con este reloj, por ejemplo? Sí, cuestión no baladí porque entre ratones anda el juego, como ya lo analizaba en el post titulado: Cerebro humano y cerebro de ratón. No se lleva en la muñeca, sino en la cabeza, perdón, en el cerebro. Pero, ¿de qué reloj estamos hablando? Esta maravilla de la factoría relojera humana –no suiza- se llama así porque es un reloj (también conocido como marcapasos ú oscilador circadiano) biológico que responde a las siglas NSQ: “Núcleo SupraQuiasmático” (ó núcleo supraóptico), como agrupación celular neuronal próxima al hipotálamo, situada sobre el quiasma (del griego chiasmo: dos líneas cruzadas como la letra X, igual a la letra griega chi) óptico (lugar donde se cruzan los dos nervios ópticos) y que recibe aferencias directas desde la retina, estando muy relacionado con el condicionamiento que ejerce la luz sobre los ritmos circadianos (constructo de dos palabras latinas: circa: alrededor y dies, día, es decir, de duración de alrededor de un día: 24 horas).

Es una estructura que junto a las vías aferentes citadas anteriormente y las eferentes que controlan los ritmos vitales, conforman el sistema circadiano regulador de procesos neurofisiológicos: por ejemplo, el estado de vigilia (estar despierto), el sueño o las “ganas” de orinar.

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Figura 1: topografía del Núcleo supraquiasmático. Recuperado el 9 de junio de 2007, de http://lorien.die.upm.es/insn/docs/vision-1.pdf.

Y llama poderosamente la atención la lectura atenta y el análisis de las “características técnicas” que figuran en su libro de instrucciones. Es un reloj (conjunto de neuronas) de diseño exclusivo. No existen dos iguales: mi reloj no lo tiene nadie. Existe reloj (NSQ) de hombre (redondo) y reloj de mujer (alargado) y es probable que esta forma influya en las aferencias y eferencias, es decir, conexiones de entrada y salida con otros núcleos del cerebro, fundamentalmente con la “forma” de ver las cosas el hombre y la mujer, por el papel preponderante de la retina. Es muy pequeño, de aproximadamente 0.8 milímetros y está compuesto de unas 15.000 a 20.000 piezas, es decir, neuronas que hacen un trabajo maravilloso de sincronización puntual para mantenernos despiertos ante cualquier situación vital o para indicarnos que hay que “ir a la cama” para dormir, para mantenernos en actitud de vigilia al interesarnos otras cosas y regular la situación diaria de “estar necesariamente despiertos ó dormidos”, entre otras muchas actividades permanentes, porque sabemos que no descansa nunca, aunque a los “propietarios” nos permita, por ejemplo, soñar todos los días. La sincronización es perfecta. Repito: de relojería humana.

Es muy sensible a la luz, que la necesita y regula de forma ordenada para dosificar las reacciones físicoquímicas del cerebro que actúa. Traduce (procesa) constantemente la información que recibe de la retina y su relación con la hormona melatonina, sintetizada en la glándula pineal (durante las situaciones de oscuridad), permite su síntesis y liberación a través del ritmo circadiano correspondiente, produciéndose el pico máximo de secreción durante la noche. Son momentos trascendentales en la vida humana. Saber cuándo ocurren estos acontecimientos hormonales en la vida de cada una, de cada uno, es una situación comprometida con el reloj biológico personal e intransferible. Sobre todo porque se escriben páginas que deben ser conocidas y tratadas con la intimidad que requiere este conocimiento de sí mismos.

Funciona de forma ininterrumpida en ciclos de veinticuatro horas, coincidentes con los denominados ritmos circadianos, muy influenciados por la actividad frenética que desarrollan las veinte mil neuronas, aproximadamente, que se relacionan, y emiten y reciben “información” a través de los neurotransmisores. Y busco al fin la “garantía” de fábrica para que “me la sellen”. Al final de esta atrayente aventura científica descubrimos que no hace falta registrarla en ningún sitio. Está establecida: es vitalicia, adecuada a la realidad existencial y al correcto funcionamiento de la sincronización circadiana de cada persona.

Sabemos a partir de ahora que este reloj hay que cuidarlo mucho y protegerlo como oro en paño. Una correcta planificación horaria conlleva el equilibrio cerebral para “ordenar” la vida cada segundo del día y de la noche. Esta marca, NSQ, conduce a reconocer la maravillosa realidad del cerebro en una zona muy pequeña y muy ajustada para dejarse impresionar por la luz del día y por la oscuridad de la noche. Ponerlo en hora es ya responsabilidad personal e intransferible. Una vez más. Y recuerdo que como la naturaleza es sabia, tenemos dos núcleos supraquiasmáticos, dos relojes que trabajan siempre de forma sincronizada y en interacción con la retina, a diestro y siniestro, nunca mejor dicho. Otra sorpresa del cerebro, en este caso, del factor X, del quiasma óptico, porque estamos obligatoriamente obligados a llevarlos siempre consigo. Siempre puestos…, en el cerebro, cuando para sorpresa de todas y todos, solo miramos al de nuestras muñecas.

Sevilla, 11/VI/2007

El giro cingulado: anatomía de la inteligencia

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Figura 1: Descripción de las funciones del cerebro (Overview of brain function). Imagen recuperada el 30 de mayo de 2007, de http://www.biofeedback.co.za/neuropsy-overview.htm

Es verdad que sabemos poco del sitio que ocupa la inteligencia en el cerebro. Damos muchas vueltas científicas para localizarla y en ello estamos desde hace muchos siglos. Sé que no la voy a encontrar (no es posible con nuestros constructos mentales) y tampoco me preocupa este aparente fracaso. Realmente, lo que me preocupa es saber dónde reside la capacidad holística de las estructuras múltiples cerebrales que nos permiten ser inteligentes. Sedes múltiples es igual a inteligencias múltiples. Investigación con recursos múltiples es, probablemente, igual a inteligencia digital. Buscamos aquí y allá y sabemos bastante poco, cuando teóricamente decimos saber mucho, para declarar el punto alfa del proceso inteligente. Como sigo preocupado en conocer a fondo la sede de la inteligencia, es decir, el cerebro y, más concretamente, la corteza cerebral, hoy voy a seguir con esta anatomía tan particular, al intentar descifrar una estructura muy curiosa y responsable de que nos demos cuenta que sufrimos, y de que nos alegramos por conocer “buenas/malas noticias”, por ejemplo, en el argot de la inteligencia de calle, de las aceras de Jacobs.

Cuando saboreaba en 1995 la implosión de Goleman con su pretendida inteligencia emocional y que ha permitido fabricar a la americana una forma de justificar lo que “sabemos” de una parte muy importante en la actividad cerebral, a través del sistema límbico, leí una frase en un libro suyo mediático, Inteligencia emocional, que me aproximó a una estructura bastante desconocida, amiga navegante, amigo grumete: el giro cingulado (gyrus cingulatus, en latín) que es como ha trascendido en la anatomía del cerebro hasta nuestros días: “El llanto, un rasgo emocional típicamente humano, es activado por la amígdala y por una estructura próxima a ella, el gyrus cingulatus [H, en la figura anterior]. Cuando uno se siente apoyado, consolado y confortado, esas mismas regiones cerebrales se ocupan de mitigar los sollozos pero, sin amígdala, ni siquiera es posible el desahogo que proporcionan las lágrimas” (1). Y hoy dedicamos estas notas de cuaderno de mar, a un perfecto desconocido pero con unas responsabilidades en la forma de experimentar sentimientos y emociones (en eso consiste la vida afectiva), cada una, cada uno, verdaderamente impresionante.

Voy a presentarlo en sociedad. Está alojado en la zona central del cerebro, actuando como cinturón (de ahí, cingulado) del cuerpo calloso, redondeado, con zonas visibles y otras no apreciables a simple vista (circunvoluciones) y muy cerca del surco cingulado. Participa activamente en los circuitos que codifican funciones relacionadas con las emociones y las motivaciones.

Sus funciones básicas están centradas en proporcionar comunicación continua -es zona de paso y proceso continuo- desde el tálamo hasta el hipocampo, estructuras ya analizadas en la cartografía cerebral que estoy construyendo y que se puede volver a consultar para ir montando este puzle humano de cien mil millones de piezas, ninguna igual. El giro colabora con la memoria emocional, con reminiscencias muy primitivas cercanas al olor, al llanto y al dolor, es decir, esta realidad nos permite constatar que hace millones de años que el ser humano llora, sufre. Es también el lugar de control para el trabajo atencional ejecutivo y esta misma estructura cerebral recibe las aferencias desde las estructuras emocionales en red que se asocian con el malestar humano, procesan las respuestas al estrés y modulan la conciencia, expresión esta última a la que habría que dedicar muchas anotaciones en este cuaderno y que asumo como responsabilidad científica (2).

Todas las funciones enunciadas anteriormente comienzan a “fotografiarse” con técnicas muy avanzadas, pudiéndose utilizar ya las “imágenes” del dolor a través de la imagen por difusión de tensión (DTI, sus siglas en inglés) que permite evaluar algunos movimientos del agua en el tejido cerebral que indican cambios en la organización de las neuronas: las moléculas de agua están en constante movimiento y chocan unas con otras y con otros compuestos haciendo que se dispersen o se difundan. De esta forma se pueden determinar patrones específicos del dolor, porque se conoce bien el patrón de difusión de la tensión en tres áreas del cerebro que se encargan de procesar el dolor, las emociones y la respuesta al estrés: el giro cingulado, el giro poscentral y el giro frontal superior.

Asimismo, se sabe ya que el giro cingulado “estaría implicado en el trastorno bipolar (Drevets y cols. 1997) y estaría relacionado también con alteraciones mnésicas, especialmente por sus conexiones con tálamo e hipocampo” (3). Enferma. Digámoslo alto y claro: el giro cingulado es un centro básico del cerebro (otra “tarjeta/centralita” cerebral) muy sensible a las patologías emocionales. Ayuda a las personas a cambiar el foco de atención y pasar de un pensamiento o conducta a otro, sobre la marcha ó –ahí está otra fuente de investigación de la conciencia- siguiendo patrones éticos elaborados a o largo de la vida. Cuando se encuentra activo en exceso, se bloquea (interpretamos el constructo “no sé que hacer”), quedándonos estancados en ciertas conductas, pensamientos o ideas: “el giro cingulado también forma parte del sistema cerebral que indica el peligro de que algo horrible sucederá si usted no ejecuta sus compulsiones” (4).

En una entrevista reciente al neurólogo, psiquiatra y etólogo francés, Boris Cyrulnik, muy vinculado a la teoría de la resiliencia, responde de forma clarificadora sobre la función del giro cingulado, como regulador del sufrimiento y de la tristeza cuando se le pregunta: “Sin embargo, ninguna estrategia de vida nos previene contra los malos momentos. ¿Qué se puede hacer para superarlos? Disponemos de muchísimos recursos. La actividad: la ansiedad se reduce mucho cuando se hace algo. El deporte —como el jogging— es un excelente antidepresivo. También el riesgo: el miedo genera una intensa secreción de opioides: las personas que corren riesgos enseguida experimentan euforia. El cariño, que es nuestro tranquilizante natural. Cuando los que me apoyan están cerca de mí, me siento bien. En suma, los deportes de bajo nivel, la pareja, las amistades, el ligero estrés que nos mantiene despiertos… son nuestros mejores medicamentos. Añadiría la mentalización, es decir, el hecho de buscar en mi pasado los recuerdos que constituyen mi memoria autobiográfica. Al traducirlos en palabras, doy una forma a esa representación que tengo de mí. La cámara de positrón nos demuestra que este trabajo estimula, ‘alumbra’ el giro cingulado del cerebro: la zona de las emociones. Si me quedo a solas rumiando mis palabras —«soy un inútil», «nunca saldré de ésta»—, entonces se alumbra la parte anterior del giro cingulado, esto es, la zona del sufrimiento o la tristeza. Es lo que hacen los deprimidos. Los soliloquios agravan la depresión. Por el contrario, el hecho de desentenderme de mí, de poner mis recuerdos en palabras para contárselos a otro (que no es sino el principio de la psicoterapia), estimula la parte posterior de ese mismo giro, provocando un alivio. Así, el solo hecho de hablar con otro —ya sea un amigo, un cura, un psicoanalista o un brujo— puede convertir el malestar en bienestar” (5).

Me ha entristecido saber que en estudios científicos recientes, realizados sobre patologías de soldados veteranos de las guerras del Golfo (antesala de la actual guerra de Irak), se ha descubierto que “la corteza (la parte que recubre el cerebro, que tiene mucho que ver con el aprendizaje) era alrededor de 5 por ciento más pequeña en los veteranos que tenían un mayor número de síntomas que en los que mostraban menos. Otra área del cerebro, llamada giro cingulado rostral anterior (importante para las emociones, la motivación y la memoria) era 6 por ciento más pequeña, en promedio, en los veteranos con más síntomas, según el estudio”. Es decir, existen evidencias de que el sufrimiento continuo y quizá el llanto expreso de estos soldados, en un ambiente infernal, ha afectado al giro cingulado, provocando efectos secundarios que hoy se describen de forma taxativa como “síndrome del Golfo”. Empequeñecer una estructura naturalmente grande, estable y programada para cumplir unas funciones extraordinarias en las vidas de las personas, es una realidad que nos debería comprometer en la denuncia del sinsentido de las guerras.

Es un caso práctico. Por ello, merecía la pena divulgar hoy las funciones del giro cingulado, su anatomía, en un acto inteligente que dignifica al ser humano, porque compartimos la aproximación científica a él. A pesar de las realidades de Irak, Palestina, Israel, Líbano y las pequeñas guerras domésticas, cercanas a todas y a todos, las de todos los días, que tanto hacen sufrir, en escala, a determinadas personas. Ya sabemos que “reducimos” las posibilidades de mantener activos, a pleno rendimiento, circuitos neuronales imprescindibles para ser felices. En definitiva, me alegro haberlo conocido. También, habéroslo presentado.

Sevilla, 3/VI/2007

(1) Goleman, D. (1996). Inteligencia emocional. Barcelona: Kairós, p. 39.
(2) González, C., Carranza, J. A., Fuentes, L. J., Galián, M. D. y Estévez, A. F. (2001). Mecanismos atencionales y desarrollo de la autorregulación en la infancia. Anales de psicología, vol. 17, nº 2 (diciembre), 275-286.
(3) Benabarre, A., Vieta, E., Martínez-Arán, A. y otros (2003). Alteraciones en las funciones neuropsicológicas y en el flujo sanguíneo cerebral en el trastorno bipolar. Rev Psiquiatría Fac Med Barna, 30 (2), 72.
(4) Pedrick, Ch-Hyman, B. M. (2003). Guía practica del TOC. Pistas para su liberación. Bilbao: Desclée de Brouwer.
(5) Weill, C. (2006, 10-16 de diciembre). El secreto de la felicidad, XLSemanal, 998.

El cerebelo: árbol de la vida

Sigo dando vueltas a la cabeza para conocer bien su estructura global. Además, estoy intentado ofrecer a la noosfera la divulgación de las estructuras propias y asociadas del cerebro, y de sus implicaciones inteligentes en clave de género. Llegamos así a otro gran protagonista de nuestra vida diaria y gran desconocido, el cerebelo (cerebellum), el cerebro pequeño, órgano responsable desde la perspectiva científica tradicional, de la coordinación motora, la postura y el equilibrio, que tiene forma de nuez, ubicada en la base del cerebro, con un peso medio de 140 gramos, siendo en realidad una lámina grande fruncida, de unos 17 cm de anchura por 120 cm de largo, cruzándose los pliegues en toda su estructura en forma de “láminas”.

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Figura 1: Cerebelo (imagen recuperada el 7 de agosto de 2006 de http://es.brainexplorer.org/brain_atlas/Brainatlas_index.shtml).

Se encuentra detrás y debajo de los hemisferios cerebrales. Consta de dos partes como el cerebro, unidas por una masa central llamada vermis. La materia blanca de su interior lo comunica con otras partes del sistema nervioso, irradiando aquella en una forma especial que recuerda las ramas de un árbol. De aquí el nombre que recibe de árbol de la vida. Consta además de una corteza cerebelar y núcleos profundos (recomiendo el acceso a la página web siguiente http://www.iqb.es/neurologia/a004.htm#cerebelo, donde se puede profundizar de forma excelente en la anatomía de este órgano). Es un procesador silencioso de información proveniente de otras áreas del cerebro, de la médula espinal y de los receptores sensoriales con el fin de indicar el tiempo exacto para realizar movimientos coordinados y suaves del sistema muscular esquelético.

Junto a los elementos descriptivos de su estructura, lo que deseo destacar en este post es su funcionalidad y aquellas características que sobresalen en las causas científicas e irrefutables que nos permiten vivir de él en el acontecer diario de cada persona. Fundamentalmente en el área del conocimiento y su aportación a lo actos inteligentes llevados a cabo por personas. Una publicación científica llevada a cabo en 2004 (1) resaltaba que “aunque el cerebelo ha sido relacionado siempre con el control y la coordinación del movimiento, en las últimas dos décadas se ha acumulado un número importante de datos que sugieren su participación en los procesos cognitivos superiores. Estas evidencias proceden de estudios anatómicos, estudios de neuroimagen funcional y estudios sobre los efectos de las lesiones cerebelosas. En este trabajo revisamos los datos más relevantes sobre la función cognitiva del cerebelo”.

Es cierto que a partir de las investigaciones actuales a tal efecto, la evidencia de la participación del cerebelo en el funcionamiento de las actividades cognitivas humanas es concluyente, que su papel va más allá de la regulación del tono muscular o modulación del acto motor, de mantener una determinada postura y el equilibrio (con la información que procesa proveniente del laberinto) y de la coordinación, ajuste y corrección del juego antagonistas/agonistas del referido acto motor, aunque se reconoce que es un campo todavía por explorar y desarrollar adecuadamente: “Desde los estudios de neuroimagen se ha mostrado la activación del cerebelo en funciones tales como la generación de palabras, comprensión y procesamiento semántico, la articulación encubierta, la memoria verbal inmediata, el reconocimiento verbal y no verbal, la planificación cognitiva, imaginación motora, rotación mental, adquisición y discriminación sensorial, y atención. En el estudio de pacientes con lesiones focales se han obtenido evidencias de alteraciones en la velocidad de procesamiento, la realización de operaciones espaciales complejas y de carácter organizativo, la generación de palabras ante consignas, la planificación y flexibilidad, el razonamiento abstracto, la memoria operativa, la temporalización perceptiva y motora. Se han observado además cambios de personalidad, agramatismo [incapacidad de formar palabras idiomáticamente correctas], déficits lectores, disprosodia [dificultad para pronunciar correctamente las palabras con atenuación de la melodía del discurso (monotonía)], y dificultades para realizar cambios voluntarios rápidos y precisos en el foco atencional”.

La curiosa experiencia de la anticipación a la reacción a las auto-cosquillas refleja muy bien que el cerebelo controla el equilibrio, la homeostasis de nuestras sensaciones y emociones: los estudios llevados a cabo por Sarah-Jayne Blakemore investigadora del Instituto de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres, han demostrado que el cerebelo puede predecir las sensaciones cuando las causan tus propios movimientos, pero no cuando alguna otra persona las provoca: cuando tratas de hacerte cosquillas a ti mismo, el cerebelo predice la sensación, y esta predicción se emplea para cancelar la respuesta de otras áreas cerebrales a las cosquillas. En el procesamiento de las sensaciones causadas por las cosquillas intervienen dos regiones cerebrales. El córtex somatosensorial procesa el toque y el córtex cingulado anterior procesa las sensaciones de placer. Descubrimos que ambas regiones permanecían menos activas durante las auto-cosquillas que durante las cosquillas realizadas por una tercera persona, lo cual ayuda a explicar por qué no se siente ese placentero hormigueo cuando es uno mismo quien lo provoca (2).

Por último, es necesario destacar que determinadas funciones ejecutivas y emocionales también se regulan por el cerebelo. El rol a desempeñar por la conexión sistema límbico/cerebelo es de gran importancia en determinadas manifestaciones humanas. Y una de las inteligencias múltiples analizadas por Howard Gardner, la musical, responde a este patrón científico porque la coordinación motora, con las aferencias de y hacia el sistema límbico y la corteza cerebral hacen muy comprensible la diferenciación del potencial musical que llevaba al niño Mozart a interpretar seis creaciones maravillosas cuando solo tenía cinco años (sobre todas el Minueto para piano en fa mayor (K. 1d): seis manifestaciones de un maestro del clavecín, que suman tan solo tres minutos y cincuenta y cuatro segundos, como introducción a una clase magistral de inteligencia aplicada en su tiempo y en su espacio, controlada por un procesador excelente: el cerebelo.

Sevilla, 5/V/2007

(1) Nieto Barco, A., Wollman Engeby, T. y Barroso Ribal, J. (2004). Cerebelo y procesos cognitivos. Anales de psicología, vol. 20, nº 2 (diciembre), 205-221.
(2) Blakemore, S.J. y Sirigu, A. (2003). Action prediction in the cerebellum and in the parietal lobe. Exp Brain Res (2003) 153:239–245.

El cerebro: artista invitado (guest star)

En los últimos días seguimos asistiendo al estreno de grandes novedades en la investigación del cerebro. Estoy entusiasmado con las posibilidades que se abren a diario para seguir profundizando en la investigación de la corteza cerebral, como sede demostrada de la inteligencia humana. El pasado 13 de abril saltaba a la prensa mundial (Science) una noticia para seguir asumiendo con bastante humildad nuestros orígenes inteligentes: el genoma del macaco rhesus es igual al humano en un 97,5%. La secuenciación del primate ayudará a conocer al ‘Homo sapiens’ (1). En seis años se han ganado veinticinco millones de años en la historia de la evolución de los primates, los antropopitecos (hombres-mono) hacia el ser humano. Por primera vez se sabe que ante esta revolución genómica será más fácil saber “cosas” sobre nuestros antepasados y calibrar bien el porqué de tantos interrogantes evolutivos, de los recursos cognitivos que compartimos con chimpancés y macacos (exactamente por este orden genómico) a pesar de los esfuerzos que se hicieron para que en 2001 se descifrara por primera vez el genoma humano y en 2005 el del chimpancé.

Lo verdaderamente apasionante es saber que “el interés por el genoma del macaco no reside únicamente en compararlo con los demás primates. Los científicos esperan que permita mejorar la investigación en muchas áreas de la medicina, como las neurociencias, la endocrinología y el área cardiovascular. El macaco se considera el mejor modelo animal para estudiar el sida y otras infecciones humanas e investigar nuevas vacunas, y su genoma permite hacer chips de ADN específicos para éste. Históricamente, su papel en hallar el factor Rh y en el desarrollo de la vacuna de la polio fue fundamental” (2). Por eso merecen todo nuestro respeto estos logros científicos, porque nos permiten saber que nuestros orígenes nos abren posibilidades extraordinarias para “intervenir” en sus cerebros y, de esta forma, poder conocer el porqué de la inteligencia humana, sana y enferma.

Hoy, la noticia se centra una vez más en nuestros antepasados conocidos como “primates”: Casi humanos y a veces más inteligentes. Más de 300 primatólogos y otros científicos evalúan las capacidades cognitivas del chimpancé. Y el artículo publicado en origen en el The New York Times, por John Noble Wilford (3), con motivo de la celebración reciente de un simposio sobre La mente del chimpancé, en el Lincoln Park Zoo de Chicago, donde se ha llegado a la conclusión de que los chimpancés tienen una “reserva cognitiva” o inteligencia subyacente que supera incluso a la humana. Se ha demostrado a través de experiencias allí expuestas, entre las que destacó de forma asombrosa la de Tetsuro Matsuzawa, un primatólogo de Kioto (Japón), que “describió a un chimpancé joven que veía cómo aparecían sucesivamente números, del uno al nueve, parpadeantes en la pantalla en posiciones aleatorias. Los números desaparecían en menos de un segundo. Donde habían aparecido los números quedaban unos cuadrados blancos. El chimpancé pulsaba los cuadrados de manera despreocupada pero rápidamente, haciendo reaparecer los números en orden ascendente: uno, dos, tres, etcétera. El ensayo se repitió varias veces con los números y los cuadrados en distintos lugares. El chimpancé, que recibió un entrenamiento durante meses acompañado de la promesa de recompensas en forma de alimento, casi nunca falló y recordó dónde habían aparecido los números. El vídeo incluye escenas de un ser humano que no supera la prueba, y rara vez recuerda más de uno o dos números, si es que recuerda alguno. “Los humanos no pueden hacerlo”, asegura Matsuzawa. “Los chimpancés son superiores al hombre en esta tarea”. Matsuzawa indica que las primeras especies humanas “perdieron la memoria inmediata y, a cambio, aprendieron simbolización, las habilidades del lenguaje. Yo lo llamo la teoría de la compensación. Si quieres una capacidad, por ejemplo, una memoria inmediata mejor, debes perder otra”.

Hace un año ya escribí un post sobre la investigación del primatólogo español Josep Call y me reafirmo en su contenido a través de las noticias anteriores: “La verdad es que de nuevo salta a la opinión pública la eterna dialéctica del creacionismo y el evolucionismo. Siempre me ha interesado sobremanera el estudio del ser humano. Soy antropólogo por vocación, aunque también ha sobrevolado sobre mi cabeza la eterna duda –más bien afirmación- del rabino jasidista Bunam de Przysucha: pensaba escribir un libro cuyo título seria «Adán», que habría de tratar del hombre entero. Pero luego reflexioné y decidí no escribirlo. Estas experiencias del profesor Call me han llenado la vida de nuevo, me han pre-ocupado (el guión no es inocente) con nuevos interrogantes y me ponen sobre la mesa las eternas preguntas sobre la primera maravilla del mundo: el cerebro humano. Los humanoides, que son legión, siguen sorprendiéndonos con reacciones de comprensión inmediatamente anteriores al “salto” del lenguaje. La mano abierta, con la palma hacia arriba, es un gesto de hambre, necesidad de comer algo, en el mundo de los primates. Pero la cognición voluntaria, es decir, la decisión de cómo voy a pedir de comer es una superestructura del conocimiento que solo corresponde a la especie humana. Es más, la construcción mental de qué va a ocurrir con la comida, la decisión de comer solo o acompañado, poner la mesa, rodear de encanto personal con objetos y palabras el acto de comer es lo que nos sigue volviendo locos a los que nos gusta investigar su por qué”.

Y en el encuentro del Lincoln Park Zoo, hemos sabido que cuando a los chimpancés “se les plantearon problemas para obtener alimentos desde el otro lado de una valla, los chimpancés no sólo fueron inteligentes por sí solos y a menudo competitivos con otro ejemplar, sino que también mostraron una disposición a cooperar unos con otros para realizar el trabajo”. Algo grave ha tenido que pasar en estos millones de años transcurridos, para saber hoy que los chimpancés mayores se alejan del grupo, solos, cuando descubren que los más jóvenes se ríen de ellos porque ya no pueden saltar de un árbol a otro. Y más sobrecogedor todavía, en los datos facilitados en 2006 por el profesor Call: “Los chimpancés son muy sociales, pero los humanos se distinguen de otros primates en que son ultrasociales”. Una prueba rotunda de nuestra inteligencia social que algunas y algunos desarrollan como artistas invitadas e invitados al gran teatro del mundo.

Sevilla, 2/V/2007

(1) M.R.E. (2007, 13 de abril). El genoma del macaco rhesus es igual al humano en un 97,5%. La secuenciación del primate ayudará a conocer al ‘Homo sapiens’, El País, p. 49.
(2) M.R.E., ibídem.
(3) Wilford, J.N. (2007, 2 de mayo). Casi humanos y a veces más inteligentes. Más de 300 primatólogos y otros científicos evalúan las capacidades cognitivas del chimpancé. El País, p. 36.

El hipotálamo o la ciruela pequeña

Me remuevo en la silla cada vez que leo, escucho o veo las noticias de mujeres maltratadas y asesinadas. Hace tiempo comencé a trabajar en la construcción de inteligencia creadora que fortalezca el conocimiento de la mujer y de su estructura cerebral para ayudar a comprender mejor las igualdades y diferencias de género, con la ilusión de que el conocimiento del cerebro de las otras, de los otros, de lo que verdaderamente nos une a lo largo de millones de años, la inteligencia, sea una fuerza motriz para remover conciencias de género, enmarcadas en el respeto del conocimiento mutuo. Poco a poco avanzo en la anatomía del cerebro, a través del lenguaje, de la divulgación científica de las estructuras cerebrales que nos pueden hacer más libres porque comenzamos a saber y justificar por qué somos y nos comportamos de forma igual o diferente, sabiendo que el “secreto está en la masa” gris y blanca del cerebro (doscientos mil millones de posibilidades diferentes de ser y estar) cuando se asientan en determinadas estructuras.

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Figura 1: el hipotálamo: imagen recuperada el 24 de abril de 2007, de http://www.nlm.nih.gov/medlineplus/spanish/ency/esp_imagepages/19239.htm

Así llegamos hoy, en este largo camino digital, hasta el hipotálamo, situándonos –valga la metáfora- bajo la cama nupcial, la habitación reservada, que así llamábamos al tálamo. Esta estructura cerebral, en su clave etimológica pura, participa en la regulación del sistema neurovegetativo y endocrino. Es otra “tarjeta” neuronal que cuando se estropea (no funciona bien) acarrea muchísimos problemas a las personas. Y lo peor es que no existen todavía recambios de piezas originales, solo tratamientos -“reparaciones”- paliativos. El hipotálamo, del tamaño de una ciruela pequeña (seguimos en la cocina de la inteligencia…), compuesto por diversos núcleos interrelacionados entre sí, es responsable de una central química más alojada en el cerebro, en su zona central. Controla el equilibrio del agua en el cuerpo, provoca la sensación de hambre o de inapetencia, regula la temperatura corporal (sobre todo la emocional), regula el sueño, también las hormonas, casi todas las “reacciones” emocionales asociadas a conductas de hiperexcitación ó de depresión, la expresión de la libido, y lleva a feliz término el largo viaje que necesita el olfato. Una joya, en definitiva. Y nosotras y nosotros, sin saberlo.

Ante esta maravilla, esta joya de la corona cerebral, solo puedo expresar algo que nos recuerda la compra compulsiva: ¡Me los quedo! Nos los vamos a quedar, porque son dos. Además sin operaciones de mercado. Mis hipotálamos me están permitiendo hoy, mientras escribo estas líneas, controlar la eliminación de orina, me mantienen a una relativa distancia de la “sensación” de hambre o hartazgo, estoy en situación confortable desde el termómetro corporal, mantengo un estado de vigilia muy razonable, estoy experimentando sensaciones de control ante el recuerdo de lo vivido lejano, cuando hace media hora intentaba localizar páginas de mi intrahistoria en Madrid. También me llega el olor de los pétalos que ayer preparó María José en el recipiente azul de la flor del desierto. Y su calor humano.

Más cosas. Se sabe que cuando se descompensa esta maravillosa y sofisticada central se está garantizando el dolor de cabeza, la llamada cefalea en racimo, y todo lo que explicaba anteriormente como concierto armónico en mi cerebro se puede venir abajo y descomponer el estado de ánimo corporal y mental. Las uvas del dolor. Al ser una estructura muy importante del sistema límbico, del llamado “sistema nervioso emocional”, está sujeta a no perder nunca la función de alerta como termostato afectivo, regulando los sentimientos y las emociones permanentemente. Y se conecta con otra estructura interesantísima: la glándula pituitaria ó hipófisis, una glándula de la zona baja del cerebro, muy liviana (0,5 gramos), que libera muchas hormonas, una de ellas muy vinculada a la mujer: la prolactina, que tan importante papel juega en la gestación y alumbramiento. Y también hormonas esenciales en la diferenciación sexual que arranca en la gestación y que alcanza su cénit en la pubertad, donde el hipotálamo pone a cada persona en su “sitio” programado en el carné genético: la TSH, vinculada al Tiroides, la ACTH (estimulación de la corteza suprarrenal), la STH (vinculada al crecimiento), la LH, responsable de la secreción de testosterona y la ovulación, la FSH, coordinadora de la maduración del folículo ovárico y de la formación de espermatozoides, la antidiurética, reguladora de la orina y la oxitocina, que retratan la fisiología femenina en relación al útero y las mamas. Una auténtica sopa de letras pero de la que dependemos en una dieta diaria y que no podemos dar de baja en el menú de la vida humana de cada quién, de cada cual, de cada una, de cada uno.

Me los quedo. Sobre todo porque estas pequeñas estructuras, con el tamaño de unas ciruelas, suponen mucho en mi vida como se pueden imaginar. Aunque tenga que recordar a veces aquel chiste lacónico de Forges, en el que dibujaba a un presunto funcionario que a las 11 de la mañana vuelve a su casa y manifiesta a su mujer (esquema algo rancio de familia, por cierto) algo así, más ó menos: “me he venido del trabajo porque hoy, francamente, me encuentro bien, no sé, es una cosa que me sube y me baja… (señalando el estómago)”. Y la mujer, callaba, asombrada, ante la contradicción de cuatro hipotálamos que quizá no se entienden ni a sí mismo.

Sevilla, 24/IV/2007

El tálamo

En las nueces, almendras y castañas, como símbolos del cerebro, está el secreto. Algo importante “se cocina” todos los días en nuestra cabeza. Es más, en cada segundo vital. Para demostrarlo, hoy vamos a acercarnos a una estructura de la que todavía se sabe muy poco: el tálamo (del griego θάλαμος, aposento reservado, habitación especial, de dormir), una estructura neuronal del tamaño de una castaña, que constituye la vía de entrada para todos los estímulos sensoriales con excepción del olfato, como muestra de la evolución del cerebro reptiliano al humano. Estudios recientes recogen investigaciones de amplio calado digital: los núcleos grises del cerebro, entre los que se encuentra el tálamo, son formaciones de sustancia gris situadas en la proximidad de la base del cerebro que representan relevos en el curso de las vías que van a la corteza cerebral y de las que, desde la corteza, descienden a otros segmentos del eje neuronal del sistema nervioso central. Es una nueva “tarjeta neuronal”, de importancia digital extrema, como veremos a continuación.

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Figura 1. El tálamo (imagen recuperada el 7 de agosto de 2006 de: http://es.brainexplorer.org/brain_atlas/Brainatlas_Forebrain.shtml)

Si utilizáramos el símil ciclista, el tálamo juega el papel de control de avituallamiento para los sentidos, a excepción del olfato, como central especializada en repartir juego. Y atendiendo al estado del arte me voy a centrar exclusivamente en hacer comprensible uno de los núcleos fundamentales que lo conforman, junto a los sensoriales y motores, denominado el “núcleo geniculado lateral” (de genus, rodilla, por la doblez o acodamiento que presenta), como núcleo de asociación, como núcleo de proyección específico, que recibe información directamente del ojo, hasta acabar en la corteza cerebral, en un circuito posible y real (retina hacia V1), poniendo los cimientos científicos –como ejemplo preclaro- de la teoría HTM (Memoria Temporal Jerarquizada), preconizada por Jeff Hawkins, como teoría de la memoria predictiva, en los términos que ya desarrollé en un post al efecto, y donde explicaba en lenguaje cercano que “si intentamos “reconstruir” esta secuencia, sencilla/compleja, aplicando la retroalimentación permanente de todas las áreas visuales, con flujos ascendentes y descendentes, en todas las direcciones posibles, estamos ante la verdadera esencia de la HTM. La corteza aprende secuencias, su nombre y no los detalles, un patrón, otras inhiben entradas informativas para dejar paso a las que “interesan” a la corteza en ese momento, aquí y ahora, efectúa predicciones a partir de este “aprendizaje” y forma representaciones constantes o “nombres” para las secuencias [… Es obvio que se muestre así] la importancia de las estructuras jerárquicas –la jerarquía cortical- que se producen y los análisis correspondientes de sinapsis y dendritas actoras e inhibidoras, en conjunción las áreas visuales con las motoras (M) y auditivas (A). Cada una en su papel estelar”.

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Figura 2. Santos, A. (2003). El ojo y la visión (imagen recuperada el 5 de abril de 2007, de http://lorien.die.upm.es/insn/docs/vision-1.pdf)

El núcleo geniculado lateral (ya sabemos que siempre hay dos en el cerebro), de seis milímetros de diámetro (como el grosor de una patata estándar de hamburguesería), está estratificado en seis capas, dos magnocelulares (1 y 2) y cuatro parvocelulares (3 a 6) y permite procesar las experiencias visuales que hacemos a diario hasta el punto que ya se sabe en el laboratorio clínico que una lesión en este núcleo puede impedir cualquier grabación visual consciente (1). Su estructura laminar tiene una configuración de relojería suiza: las neuronas geniculadas se conectan con las neuronas que provienen del ojo, las llamadas neuronas retinianas, correspondiendo a cada lámina de las neuronas geniculadas una conexión retiniana con un solo ojo, izquierdo o derecho, intercalándose entre sí. Las conexiones siguen el principio señalado por la ley de la polaridad dinámica, es decir, las neuronas y sus impulsos eléctricos transmiten sus señales siempre desde las dendritas hasta el axón, en este caso hasta los botones sinápticos, donde los neurotransmisores actúan de forma indefectible. El trayecto es corto (hagan la prueba mental) pero una muestra de la intensidad y dificultad de la descarga en la neurotransmisión de las experiencias humanas visuales lo puede dar el hecho de que cada axón puede tener 1000 botones sinápticos (muy grandes) en un espacio que ocupa la superficie de un cabello. Y este principio de base fotográfica es espectacular, porque la realidad neuronal es que una conexión normal entre neuronas puede desarrollarse entre uno o cinco botones sinápticos, no más. Las descargas son de tal entidad que puede llegar directamente a la corteza cerebral. De ahí la importancia del estudio funcional del tálamo y de su núcleo geniculado lateral para entender bien la teoría HTM.

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Figura 3. Estructura básica de la neurona (imagen recuperada el 7 de agosto de 2006 de: http://es.brainexplorer.org/brain_atlas/Brainatlas_index.shtml).

Comparando al núcleo geniculado lateral con una moderna cámara digital, podríamos decir que corresponde su función a la del procesador de la cámara atendiendo la calidad de la información externa que la lente (óptica) incorpora a la misma, pero con diferencias sustanciales. Y ello debido a que fotografiar lo que el ojo ve supone extraer imágenes del mundo externo, una descripción útil para las personas, pero libres, objetivamente, de información irrelevante hasta que son procesadas en el camino preciso hasta la corteza cerebral. Y con la capacidad del ojo humano, con 125 millones de células sensibles a la luz (fotorreceptores), superada ya por determinados sensores CCD de cámaras digitales, con un canal de transmisión, el nervio óptico, capaz de transportar un millón de datos al tálamo en un viaje extraordinario para desarrollar la inteligencia. Además, en color, ocupando la mitad del trabajo ordinario de la corteza cerebral.

Una característica importante relacionada con la interacción entre la vía visual y el núcleo geniculado lateral es el hecho de que los axones de la vía visual representan sólo un 20% de los axones que inervan ese núcleo. La mayoría de los otros axones provienen de la formación reticular del tronco y de la corteza cerebral y forman parte de circuitos en los que se producen retroalimentación continua. La información ya tratada en una primera fase por la retina sale a otras estructuras cerebrales complementarias del tálamo, cruzándose en el quiasma óptico, donde se distribuye la circulación opuesta a la forma de recepción izquierda y derecha, enviando también datos al hipotálamo, interviniendo en la sincronización de los ritmos biológicos con el ciclo diario de luz–oscuridad (sistema reticular ascendente situado en el tronco del encéfalo). Otras neuronas retinianas (se calcula que el 10%) van al cerebro medio (colículo superior), interviniendo en procesos motores: en el control del tamaño de la pupila (adaptación a los cambios de luz) y del movimiento de los ojos. Por ello, el camino a recorrer por las neuronas retinianas, interpretadas por las neuronas geniculares, es un proceso modular y paralelo, todavía desorganizado hasta llegar a la corteza visual donde se produce el milagro de la inteligencia jerarquizada y organizada, de base digital (HTM), pasando del millón de células ganglionares en trabajo de procesado continuo (salvo en los ritmos circadianos) a más de mil millones de neuronas que lo ordenan todo, en serie, de forma personal e intransferible para los sentimientos y emociones, es decir, para la inteligencia emocional.

La participación de tantos actores en esta representación inteligente de actividad cerebral está todavía por definir de forma completa. Se sabe que tanto la retina, como el tálamo, a través del núcleo geniculado lateral, así como del sistema reticular ascendente, hacen muy atractiva la investigación de lo que vemos y sentimos, en una asociación que ya sabemos donde radica fundamentalmente. Su estudio en laboratorio y con la ayuda de sistemas radiológicos para grabar imágenes del cerebro en movimiento (RNMf) nos ayudarán a conocer la importancia del tálamo como responsable de que las entradas y salidas de información sobre lo vivido visto y sentido, sean tratadas de forma objetiva por nuestra corteza cerebral. Sabemos quizá cómo, pero todavía estamos lejos de saber y justificar el por qué. Quizá podamos entender mejor ahora un poema precioso de Antonio Machado que para mí, al menos, fue siempre una incógnita:

El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve
.

O aquella lección magistral de un párroco rural, que lo situaban en Bollullos de la Mitación (Sevilla), y que escuché narrar con devoción en los años sesenta, cuando en la catequesis preparatoria de la primera comunión preguntaba con inocencia vaticana: “A ver, niños, ¿cómo son los ojos de la Virgen?. Y aquellas niñas y aquellos niños, cargados de inocencia bendita contestaban a voz en grito: ¡azules!, ¡verdes!, ¡negros!. Entonces aquél santo varón contestaba con ojos pillines: ¡no, no y no!, ¡misericordiosos, hijos míos, misericordiosos!

(1) Alonso, J.M. (2007). El tálamo y la visión. Mente y Cerebro, 22, 26-32.

Sevilla, 5/IV/2007

El caballo encorvado

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No hace falta parecerse a Fernando Savater, al que admiro desde que adquirí el compromiso activo de la contravida rutinaria, para conocer las características de este curioso equino cerebral, del hipocampo (caballo encorvado, caballito del mar) que juega un papel tan importante en la carrera de la vida humana. Tampoco voy a susurrar a este pequeño corcel que juega un papel tan importante para identificar bien el largo camino de la memoria. Cabalgando despacio es posible que podamos conocerle bien y saber qué papel tan trascendental juega en la vida de cada una, de cada uno. Veamos.

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Se trata de una circunvolución (elevación redondeada) que se encuentra en la región anteromedia del lóbulo temporal del cerebro, que “resulta de la internalización en los mamíferos, de un córtex arcaico desarrollado en reptiles y mamíferos primitivos” (1). Esta corteza primitiva, ¿paleocorteza?, que forma parte de la alocorteza, integra tres estructuras: giro o fascia dentada, el cuerno de Ammon y el subiculum. Y lo sustancial: forma parte del sistema límbico, como estructura fundamental de diferentes tipos de memorias y almacén de las emociones por su proximidad con la amígdala. Vamos por partes. Hay que empezar por la estructura más antigua, no se sabe si de vital importancia para guardar “grabaciones” vitales, denominada “alocorteza”, una parte muy profunda del cerebro, la más antigua, heredada de nuestros antepasados, necesaria para ordenar las citadas grabaciones neuronales. Hay que “abrir el cerebro” para localizarla: no se ve desde fuera. Y una vez allí, nos encontramos con estructuras muy curiosas: el archipallium, el paleopallium, el claustro y la amígdala (¿recuerdas?). Pallium es corteza en latín, palio en el lenguaje popular. El archipallium (primera corteza) es la zona donde se encuentra nuestro caballo encorvado, junto a un área de transición: la fascia dentada, el cuerno de Ammon y el subiculum, considerándose la parte más antigua del cerebro.

El paleopallium (antigua corteza) comprende la corteza piriforme la región periamigdalar y la corteza entorrinal. El claustro es una estría de sustancia gris, y la amígdala que ya fue “declarada” en este cuaderno de bitácora como una de las maravillas del universo cerebral en el post de 25 de febrero de 2007.

Volvamos al hipocampo, aunque ya sabemos que no cabalga solo en el cerebro. Dijimos que integraba tres estructuras. La primera, la fascia dentada, es una circunvolución (elevación redondeada) que recibe aferencias (fibras que traen y llevan) desde la corteza entorrinal (que recibe dopamina y la proyecta hacia el hipocampo). La segunda, el hipocampo propio o cuerno de Ammon, es el hipocampo por definición, la estructura más antigua. Está dividido en tres áreas, formadas por células piramidales donde las dendritas juegan un papel fundamental en la neurotransmisión de naturaleza glutamatérgica. Por último, la tercera, el subiculum, como zona de transición entre el hipocampo y el giro parahipocámpico de la corteza temporal, la corteza de tres capas que rodea al hipocampo. Y la corteza entorrinal, área que se encuentra dividida en seis capas corticales bien definidas. Es responsable del tráfico interno en todas las áreas del hipocampo y de la mayor entrada de fibras en el mismo.

¿Por qué estoy interesado en presentar este “caballo” de carreras vitales? ¿Qué funciones trascendentales para la vida ordinaria desempeña el hipocampo, basadas en el aprendizaje y en la memoria como un todo indisoluble? Por varias razones y funciones demostradas científicamente. La primera es porque llama la atención que el cerebro más antiguo se haya encargado siempre de “guardar” los patrones de aprendizaje y que a través de la evolución de las especies su misión “solo” se haya enriquecido con las aferencias (los circuitos y entradas y salidas de los neurotransmisores) que le han permitido crecerse hasta alcanzar una inmensa popularidad en el turf de la vida. Esto se ha demostrado recientemente con la investigación reconocida por la revista Science en relación con el descubrimiento de científicos italianos y españoles al demostrar en laboratorio cómo funciona la química de la memoria, registrando el cerebro de ratones vivos mientras recuerdan. Sobre este experimento ya recogí su importancia en otro post y básicamente consiste en introducir un sensor en el cerebro de los ratones (en el hipocampo, como región clave en la memoria) y ver cómo funciona cuando aprenden recordando. Ante este planteamiento se recurre a producir un sonido junto al ratón justo antes de que un soplo en los ojos le haga cerrar los párpados y, como en el caso del perro de Pavlov, tras repetirlo varias veces, el animal cierra los ojos al oír el sonido, aún sin soplo que le induzca a hacerlo (2).

En segundo lugar, porque las situaciones de “olvido” voluntario o involuntario, no son capaces de predecir situaciones que han de venir o pasar. De forma didáctica se publicaba recientemente una referencia al impacto del trabajo del hipocampo en funciones diarias y en experiencias y recuerdos vitales (3): “Seguro que muchos de ustedes ya están planificando sus próximas vacaciones. Es posible que no sepan nada del sitio al que van a ir, pero si se les dice que va a ser una playa tropical ya pueden predecir algunas de las sensaciones y experiencias que van a vivir. Esta capacidad de premonición se aloja en una zona del cerebro, el hipocampo, que está estrechamente relacionada con los recuerdos. Tanto, que es la región que muchas veces tienen dañada las personas con amnesia. Al menos esto es lo que pasó con el ensayo, que ha sido realizado por científicos de las universidades de Londres y Cardiff (Reino Unido), y que ha sido publicado en la edición digital de la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). La importancia del trabajo rutinario del hipocampo es de tal calibre que difícilmente pueden construir el futuro las personas con el hipocampo dañado. El título de este cuaderno de bitácora, El mundo sólo tiene interés hacia adelante, justificaría por sí mismo que se ahondara en esta investigación, porque construir el día a día es la tarea que se vive subidos al corcel (el hipocampo, el caballito del mar) que hoy he presentado en sociedad, digital por supuesto. Y es una grabación en la memoria de gran impacto personal porque es la memoria que permanece, que se guarda, no la inmediata, porque ésta está en otro sitio del cerebro. La expresión “mi mala memoria” es la que refleja bien estas malas pasadas… de la química, quizá.

Y aparece así la estructura básica de la memoria a largo plazo, la razón de la razón (que no del corazón) en términos pascalianos. La información que entra por los sentidos llega al hipocampo dejando siempre una “huella” de lo que se ha “visto” o “sentido”. También puede llegar a la amígdala, para evaluar emocionalmente la “escena” o “reacción sensorial” a grabar. Y comienza la carrera interna del hipocampo como caballo disciplinado o desbocado, en función de los márgenes que dejen los neurotransmisores y las hormonas correspondientes: “cuando el nivel emocional es elevado, las señales límbicas, vía septum,(la pared delgada que separa dos tejidos) alcanzan el hipocampo induciendo la síntesis de nuevas proteínas y de ese modo consolidar el trazo de memoria. De ese modo la huella débil y efímera se convierte en una memoria más robusta y duradera” (4). Y se avanza en esta investigación con afirmaciones rotundas que dejan entrever el papel primordial del hipocampo en esta tarea de grabación histórica: “el hipocampo recibe de la corteza grandes volumen de información multimodal, la asocia, la retiene durante el procesamiento, la amplifica, probablemente la compara con la ya existente y contribuye a su consolidación en la corteza cerebral. El hipocampo y la amígdala participan simultáneamente, tanto en los estados iniciales de la formación de la memoria, como en la recuperación”.

Sabemos más cosas y sobre todo en relación con las claves de género: el hipocampo es mayor y más activo en las mujeres, es decir, pueden estar en todos los “detalles” de lo que ocurre en determinadas ocasiones; sufre cambios hormonales constantes en una dialéctica entre el estrógeno y la progesterona, activas “amazonas” en la carrera de la vida personal y en pareja; en el primer día del periodo, el hipocampo es activado por el estrógeno reforzando e incrementando en un 25% sus conexiones: se recuerda y aprende más y mejor, es decir, la actividad recordatoria puede ser frenética en la segunda semana del ciclo menstrual. Conocer estas realidades fisiológicas ayuda a los hombres a respetar más a la mujer, entre otras cosas porque sus posibilidades de aprendizaje son una continua lección programada, mes a mes, que hace muy valiosa la experiencia menstrual desde esta óptica contrastada por la ciencia. También se ha investigado el envejecimiento en esta maravillosa estructura cerebral y se sabe que si se mantiene la terapia hormonal en mujeres menopáusicas, su memoria tenderá a envejecer más lentamente, porque las dosis de estrógenos activan la memoria verbal y de largo plazo.

Hoy, determinados investigadores sabemos cosas que nos hace muy atractiva la aproximación al cerebro desnudo. Espero que estas palabras ayuden a conocernos mejor en la parte más profunda del ser humano, aquella que no se ve, aunque sea difícil asemejarnos a Robert Redford (Tom Broker), cuando de forma magistral para los sentimientos y emociones de los espectadores “susurraba a los caballos” como metáfora de la aprehensión de la vida. Para quien quiera comprender el hipocampo así (nuestro pequeño caballo particular pilgrim, personal e intransferible), a partir de hoy no podemos decir ya –afortunadamente- que es un desconocido. Te lo he susurrado. Nada más.

Sevilla, 18/III/2007

Cerebro y género

Género y vida

(1) Mora, F. y Sanguinetti, A.M. (1994). Diccionario de Neurociencias. Madrid: Alianza.
(2) Gruart, A., Muñoz, M.D. y Delgado-García, J.M. (2006). Involvement of the CA3–CA1 Synapse in the Acquisition of Associative Learning in Behaving Mice. The Journal of Neuroscience, 26(4):1077–1087.
(3) Benito, Emilio de (2007, 16 de enero). “Olvidar” el futuro. Las personas con amnesia no son capaces de anticiparse o predecir situaciones venideras. El País, p. 36.
(4) Almaguer Melian, W., Bergado Rosado, J. y Cruz Aguado, Reyniel (2005). Plasticidad sináptica duradera (LTP): un punto de partida para entender los procesos de aprendizaje y memoria. Revista Cubana de Informática Médica, 1 (5).