Crónicas de Viena (V): San Wolfgang y San Gielgen

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St. Gielgen: monumento a Mozart, con el Ayuntamiento al fondo (izqda.) Autor: José A. Cobeña.

No es cuestión de santoral. Me refiero a dos lugares que he conocido camino de Salzburgo (la ciudad de la sal), con las expectativas muy altas en busca de contenidos gratificantes en la ciudad natal de Mozart. San Wolfgang, con una parroquia que lleva el nombre de este obispo de Ratisbona, porque de este santo recibió Mozart el nombre en su bautismo, con un significado nada alentador: “que camina como el lobo”, aunque con encanto benedictino se diga en palabras puestas en boca del santo que “solo corría detrás de las ovejas para alimentarlas, no para matarlas” [sic], y San Gielgen, ciudad natal de la madre de Mozart, que pude visitar de forma más detallada, donde se venera a San Egidio.

He comprendido mejor que nunca por qué se le agregó Amadeus a su primer nombre de pila, como sano equilibrio ante un nombre inquietante en sí mismo y no por la popularidad del santo, del que el actual Papa ha llegado a decir que “San Wolfgang vivió en el llamado saeculum obscurum, siglo de oscuridad. El Papado, en Roma, estaba a merced de la nobleza romana, en un tiempo de anarquía originada por las invasiones de los bárbaros. En Alemania, los obispos eran, a su vez, príncipes territoriales, y muchas veces actuaban como tales, sin que apareciera la humildad característica del oficio sacerdotal. Ante tales circunstancias parecía que la Iglesia estaba a punto de derrumbarse definitivamente. Pero Dios iba a probar que no la había dejado de su mano. Por entonces aparece la renovación benedictina en las dos grandes abadías de Cluny y Gorze, en Borgoña y Lotaringia. San Wolfgang fue uno de los mayores artífices de esa reforma. La clave fue la Regla de San Benito. Su secreto fue trasladar el Evangelio a una regla de vida que permitiese practicarlo en el quehacer de cada día. Las dos ideas centrales son las siguientes: 1) Nihil amori Christi praeponere y, 2) la conversatio morum. «Lo primero significa no anteponer una carrera profesional, el éxito, el poder, el dinero o el favor de los magnates, sino poner el corazón en los humildes, y ejercer la justicia y la bondad en el vivir de cada día. La tradición ha condensado lo segundo en tres ideas: pobreza, castidad y obediencia, o, lo que viene a ser lo mismo, libertad frente a sí mismo, limpieza de corazón, y probidad» . Nuestro tiempo adolece de una carencia terrible de la conversatio morum (cambiar de vida). Las ideologías nos han prometido en vano un nuevo tipo de hombre que ha resultado ser soberbio, mentiroso, corrupto, jactancioso, amante del éxito, intolerante, revoltoso e insumiso. Sólo de Jesús nos viene el verdadero ideal humano. «Como hombre de Jesucristo, San Wolfgang nos invita a que, viviendo conforme a ese modelo de pureza y disciplina interior, nos convirtamos a la justicia, la bondad y la honradez».

No sé si Leopoldo Mozart le contaría la verdadera historia de San Wolgang a su hijo, pero conociendo un poco al maestro no es probable que le entusiasmara seguir sus pasos. Comprendo mejor que nunca que solo utilizara el nombre al revés de Mozart, en un guiño a la rectitud de la época a todos los niveles, por improbable que debía ser dar la vuelta al nombre del santo, también en todos los sentidos, con permiso de Ratzinger de Ratisbona.

Cuando entré en la región de los lagos, maravillosa expresión de la naturaleza demostrada en setenta ocasiones, estaba dando vueltas en mi cerebro a la experiencia del campo de concentración de Mauthausen, muy cerca de la ciudad de Linz que solo pude visualizarla desde una panorámica distante por la carretera de circunvalación por la que nos dirigíamos a Salzburgo. Martín, el guía-conductor de 21 años, explicó el amor que tenía Hitler a Linz y el silencio fue total. El recorrido por Gmunden, a pie del Traunsee, Altmünster, Ebensee y Bad Ischl, nos condujo a San Wolfgang y San Gielgen, como enclaves que pesan mucho en la historia del compositor. Sobre todo esta última, por ser el pueblo donde nació la madre de Mozart y donde todo está montado en torno a su familia. Allí nos detuvimos el tiempo suficiente para hacer las fotografías de rigor, eso sí, en ausencia de Mozart.

Y llegamos a Salzburgo, con lluvia suficiente como para recorrer esta preciosa ciudad con las dificultades propias de un tiempo diseñado por el enemigo. El objetivo era conocer el lugar en el que nació el maestro. Previamente, visitamos la catedral de San Ruperto y San Virgilio, atravesamos “tanquam felis per prunas” (como gato por ascuas) el cementerio de St. Peter’s, donde se rodaron las dramáticas escenas de la huida en la película “Sonrisas y Lágrimas”, y antes de abandonar el puente sobre el río Salzach, recorrimos la casa natal de Mozart en un espectáculo lamentable de turismo rancio. Era imposible detenerse en cuadros, leyendas y patios. Todo era un río incesante de personas que no veían a Mozart por ninguna parte.

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Salzburgo: la calle Getreidegasse, con el anuncio de ZARA, imitando los reclamos comerciales de la época medieval. Autor: José A. Cobeña.

Por la calle peatonal más famosa de Salzburgo, la Getreidegasse, descubrimos que el imperio de Zara está presente allí como símbolo de la aldea global. Fue salir de la casa de Mozart y Zara nos estaba esperando para mostrarnos sus rebajas de verano. Al fin y al cabo, todo es economía de mercado, incluida su casa natal. No sé lo que pensaría Mozart, no sé, aunque con su afición a las Academias es probable que hubiera pedido a Amancio Ortega un patrocinio de las mismas, con el permiso de san Wolfgang y san Egidio. Hay que comprenderlo: solo lo haría “por respeto a la tradición”.

Sevilla, 24/VIII/2007

Crónicas de Viena (III): La casa de la música

Es verdad que Viena es una gran casa de la música, entres por donde entres, pero la tarde del día 1 de agosto fuimos a conocer esta interesante experiencia en torno a la didáctica de la música: la Hausdermusik. Y no nos defraudó, aún cuando se aprecia el deterioro por el paso del tiempo en una experiencia que solo tiene siete años. Está situada en el centro histórico de la ciudad, en Seilerstätte 30, en el mismo edificio donde Otto Nicolai (1810-1849) fundó en 1842 la Orquesta Filarmónica de Viena. Comienza la visita con la entrada en el Museo de la citada Orquesta, con la posibilidad de contemplar en una gran pantalla, el último concierto de Año Nuevo, que en esta ocasión nos facilitó el encuentro con Zubin Mehta, director al que profeso gran admiración. También entramos “virtualmente” en la Galería de los Espejos del palacio de Schönbrunn a los compases del bello Danubio Azul. Minutos para disfrutar de una experiencia sentida, de la mano de las primeras figuras de baile del ballet de la Ópera de Viena para esta ocasión, la guipuzcoana Lucía Lacarra y Cyril Pierre. La Filarmónica se recrea allí en sus actuaciones, trofeos y grandes directores. La sentí más próxima en Salzsburgo, cuando estuve también cerca, muy cerca, de la residencia de su director emblemático: Von Karajan.

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También “compuse» un vals, aunque no pude traerme la prueba irrefutable de tal osadía. Y me atreví a dirigir “virtualmente” a la Filarmónica de Viena, en una experiencia interactiva, en la Marcha Radetzky, de Johann Strauss, de la que no salí muy bien parado porque el Director me regañó –virtualmente- por no seguir de forma adecuada el compás, el tiempo y el ritmo, con mi batuta electrónica. Igualmente, lo hicieron algunos músicos. Tampoco estaban los “funcionarios” que podían certificar tal acontecimiento… Inteligencia digital en estado puro.

Después entramos en los espacios museísticos de Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Strauss y Mahler. Una oportunidad para refrescar composiciones, afectos y desencuentros entre virtuosos de la música. Terminaba la exposición musical con espacios destinados a instrumentos y experiencias de sonido multifuncional. También entramos en una sala específica montada por el Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en torno al cerebro y la música, la música entre la actualidad y el futuro, la Brain Opera, que muestra las posibilidades de ser en el presente codiseñador del futuro, ya que los sonidos y el ambiente creados por los movimientos, el tacto y la voz en el juego interactivo con los hiperinstrumentos del Bosque de la Mente se almacenan, mezclándose en el Mezclador de la Música del Futuro con las ideas creativas de otros visitantes para formar nuevos mundos de sonido, una y otra vez.

Gran experiencia, con la sensación de que la música es un medio interactivo aún por descubrir, en mi caso. Con la misma humildad que tenía que aceptar la pequeña admonición del director de la Filarmónica de Viena cuando subido al estrado no era capaz de dirigir a los “profesores” a los que tanto admiro. Comprendí mejor que nunca a mi querido profesor Howard Gardner, creador de la teoría de las inteligencias múltiples: es necesario aceptar que la inteligencia musical también existe.

Y salimos hacia la Kärntnerstrasse, la calle peatonal del discreto encanto de la burguesía vienesa, donde un niño tocaba admirablemente el acordeón para ganarse la vida en su particular casa de la vida.

Sevilla, 17/VIII/2007

Crónicas de Viena (II): La omnipresencia de Mozart

Ya lo había leído en un libro muy curioso sobre Mozart: “La Tierra es un gran almacén giratorio, con retazos de Mozart en cada planta” (1). Pero la realidad supera la ficción y una de las impresiones que me he traído de Austria, en general, es que allí ya no se escribirá al revés, nunca más, el nombre de Mozart: Trazom. Todo en Viena gira alrededor de su marca al derecho: bombones, licores, cafeterías, camisetas, plumieres, jabones y figurantes de época por todos los sitios, pero a Mozart no se le ve por ningún sitio. El dios Mozart me recuerda, salvando las distancias (mutatis mutandi), aquel poema rotundo de Rafael Alberti que aprendí de memoria entrando en las iglesias de Roma (2):

Entro, Señor, en tus iglesias… Dime,
si tienes voz, ¿por qué siempre vacías?
Te lo pregunto por si no sabías
que ya a muy pocos tu pasión redime.

Respóndeme, Señor, si te deprime
decirme lo que a nadie le dirías:
si entre las sombras de esas naves frías
tu corazón anonadado gime.

Confiésalo, Señor. Sólo tus fieles
hoy son esos anónimos tropeles
que en todo ven una lección de arte.

Miran acá, miran allá, asombrados,
ángeles, puertas, cúpulas, dorados…
Y no te encuentran por ninguna parte.

Igual me ha ocurrido en muchas ocasiones al entrar en los sitios teóricamente más queridos para él, sus dos casas convertidas actualmente en Museos: la Mozarthaus, en Viena y su casa natal en Salzburgo (Mozart Geburtshaus), sobre todo en esta última, en las que no se podían hacer fotografías. Daba igual. Por mucho que me esforcé, percibí que allí no estaba Mozart por ningún sitio, mucho menos en la mercadería de las omnipresentes tiendas de recuerdos, algo que hoy despreciaría Trazom –conociéndole- con todas sus consecuencias. Aunque en las konditorei (confiterías), por mucho que lleven las dos K reales (kaiserlich königlich = imperial-real), a nadie le amargue un dulce con la efigie de Mozart en chocolate fondant.

Confiésalo, Mozart. Sólo tus fieles
hoy son esos anónimos tropeles
que en todo ven una lección de arte.

Miran acá, miran allá, asombrados,
ángeles, puertas, cúpulas, dorados…
Y no te encuentran por ninguna parte.

Aunque sus 626 composiciones, paradójicamente, declaradas así por el catálogo Köchel, sigan encantando a la humanidad. Aunque a Mozart no lo conozcan en su verdadera dimensión, en su vida de secreto, en sus encontronazos permanentes con el poder establecido, en su durísima vida como compositor de encargo, en su soledad sonora. Aunque Papageno siga impertérrito tocando la flauta mágica a los cuatro vientos, ensalzando la inteligencia humilde que te hace ser más libre, encantando las palabras de Shikaneder. Aunque a él [TRAZOM], no se le encuentre [hoy] por ninguna parte, excepto en su fascinante catálogo musical recopilado con paciencia benedictina por el inspector de enseñanza media salzburgués Ludwig Alois Friedrich Ritter von Köchel.

Sevilla, 13/VIII/2007

(1) Sollers, Ph. (2003). Misterioso Mozart. Barcelona: Alba-Editorial, p. 12.
(2) Alberti, R. (1968). Roma, peligro para caminantes. México: Joaquín Mortiz, p. 91.

Crónicas de Viena. Palabras de Papageno: a la inteligencia, su libertad

Inicio hoy una serie de artículos bajo el epígrafe de Crónicas de Viena, como fin de etapa de un viaje a Austria que he realizado en los primeros días de Agosto. Fui buscando a Mozart, pero he conocido de cerca a personas extraordinarias que me han aportado muchas sugerencias para este cuaderno alternativo. Secesión pura desde la deconstrucción de la inteligencia digital.

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Puerta de Papageno. Teatro sobre el río Viena. Fotografía de Marcos Cobeña Morián.

Todavía recuerdo la mirada de Papageno, el líder carismático de La Flauta Mágica, en su puerta del Teatro sobre el río Viena (mi querido Teatro de barrio), sintiéndose cómplice del movimiento de la Secesión, a escasos metros de su deteriorada figura, cubierto de plumas y con su inseparable jaula para meter/sacar los pájaros encantados (sin saber nunca a qué tipo de pájaros –uccellaci o uccellini, pasolinianos- se estaba refiriendo en su larga andanza). Empiezo estas crónicas vienesas por dos representaciones artísticas de primer orden y nada inocentes, por cierto, con nombre y apellidos: Gustav Klimt y Papageno Mozart. Pongo en palabras de este último, la interpretación libertaria de los líderes de la Secesión, A cada época su arte, al arte su libertad, tal y como figura en el frontispicio del edificio que marcó un antes y un después en la expresión artística de Viena y la forma cómo entendía Europa las manifestaciones artísticas en todas sus vertientes posibles, diseñado hace más de cien años por el arquitecto del Jugendstil (estilo joven), Joseph Maria Olbrich: a cada inteligencia, su libertad.

Indudablemente, ya había marcado Papageno en el siglo XVIII una nueva forma de entender la vida y la muerte cortesana y popular, en una dialéctica claramente diferenciada a favor de los más humildes, de la sencillez posible en todos los actos trascendentales de la existencia humana. Representaba la otra orilla de la vida, diseñada casi siempre por la forma de existir en el mundo desde la visión regia y con escasa sensibilidad democrática. Por otra parte, “en 1897 se constituyó, dentro de la Asociación de Artistas Plásticos de Viena, la Asociación de Artistas Plásticos de Austria, cuyo presidente y presidente de honor eran, respectivamente, Klimt y Rudolfvon Alt. Esta “secesión” tiene por objetivo la reforma de la vida artística y la internacionalización del arte austriaco. Al ser desestimada la nueva asociación, Klimt, von Alt y otros artistas abandonan la Asociación. El 21 de junio se celebra la primera junta general de la nueva Asociación, de cuyas exposiciones hasta 1905 se hace cargo Klimt, junto a Josef Hoffmann y Carl Moll. En 1898 aparece el primer número de Ver Sacrum, la revista de la Secession. El 12 de noviembre se abre la II Exposición de la Secession en el edificio de ésta, proyectado por Josef Maria Olbrich; sobre la puerta de entrada figura la inscripción: «a cada época su arte, al arte su libertad». En la IV Exposición de la Secession, de 1899, Klimt expone Nuda Veritas y Schubert al piano, una pintura para el dintel de la puerta de la sala de música del Palacio Dumba” (1).

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Edificio de la Secession. Fotografía de José Antonio Cobeña.

He seguido de cerca durante mi estancia en Viena a estos dos sorprendentes personajes, escuchando primero a Papageno en la maravillosa Sala Dorada del Musikverein, sin la decoración y transformación que sufre en el Concierto clásico de 1 de Enero, cantando a dúo con Papagena según la partitura escrita por Mozart para La Flauta Mágica en su escena 9ª, después de haber sido advertido por unos jóvenes sobre la importancia de la vida cuando todo para él estaba acabado:

¡Oh, detente,
Papageno, y sé razonable!
Solamente tienes una vida,
No la pierdas.

Entre flautas, jaulas, carillones y sencillez popular se exterioriza el amor verdadero. Y salí de allí, con el secreto descubierto entre los alambres de la jaula encantada, mágica, de la familia Papageno, entrando en el edificio insignia de la Secesión y cerrando con el Friso de Beethoven de Gustav Klimt la composición de la mejor ópera prima que podría imaginar, a la que pondría por título: Otro mundo es posible, con libreto de Papageno y Klimt, con música salpicada de Mozart, Beethoven y Wagner. No era difícil, recorriendo con la inteligencia los 34 metros de pintura excelente, siguiendo paso a paso su interpretación directa, sin contaminación alguna. Inicié el trabajo en la pared lateral izquierda, tal y como se describió por el propio autor: “El anhelo de felicidad (las figuras suspendidas: n. del a.). Los sufrimientos de la débil Humanidad (la niña de pie y la pareja arrodillada). Las súplicas de la Humanidad al fuerte y bien armado (el caballero), la compasión y la ambición como fuerzas internas de los impulsos (las figuras femeninas detrás de él), que le mueven a luchar por conseguir la felicidad. A continuación, la pared frontal (estrecha): Las fuerzas enemigas. El gigante Tifeo, contra el que incluso los dioses lucharon en vano (el monstruo que se asemeja a un simio); sus hijas, las tres Gorgonas (a su izquierda). La Enfermedad, la locura, la Muerte (las cabezas como de muñecos y la anciana tras ellas). La Lujuria, la Impudicia, la Desmesura (las tres figuras femeninas de la derecha junto al monstruo). La pena aguda (la que se encuentra en cuclillas). Las ansias y los deseos de los hombres, que se alejan volando por encima. Por último, la pared lateral derecha: El anhelo de felicidad encuentra reposo en la poesía (las figuras suspendidas se encuentran con una mujer que toca la cítara). Las artes (las cinco figuras de mujeres dispuestas una sobre otra, algunas de las cuales señalan al coro de ángeles que canta y toca) nos conducen al reino ideal, el único en el que podemos encontrar alegría pura, felicidad pura, amor puro. Coro de los ángeles del Paraíso. ‘Alegría, hermosa chispa de los dioses’. ‘Este beso para el mundo entero’.” (Del catálogo de la XIV Exposición Beethoven, en la Secession, 1902). Y subí a la vida ordinaria, la de la no Secesión.

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Gustav Klimt, detalle de El Friso de Beethoven (pared central).

A la inteligencia, su libertad. También, por los tiempos que corren, a la inteligencia digital, su libertad digital. Con un beso digital para el mundo entero (Klimt), para que muchos Papagenos bendigan a sus padres…, alertados por jóvenes (los muchachos del libreto de La Flauta Mágica) que nos animan a no perder la única vida inteligente que tenemos a mano (Mozart y Shikaneder).

Sevilla, 10/VIII/2007

(1) http://www.march.es/arte/madrid/anteriores/klimt/biografia.asp

Teatro de barrio (publicación)

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El pasado 14 de mayo anunciaba en este cuaderno la publicación de mi libro Teatro de barrio, que recoge la experiencia de cuatro meses de colaboración durante el último trimestre de 1984 y enero de 1985, en un periódico de Huelva, La Noticia, a través de un hilo conductor, la ópera de Mozart «La flauta mágica», en homenaje al giro copernicano que Mozart imprimió a la existencia culta de la época, en un esfuerzo encomiable por vibrar con el pueblo auténtico, en la espera/esperanza de ver cantado y representado el amor sencillo de cada día.

Cumpliendo con el compromiso contraído con la Noosfera, puedes bajarte ya el libro en formato PDF (teatro-de-barrio-libro.pdf), de fácil lectura e impresión, con un tamaño reducido de 14,8×21 cm (A5-medio folio), editado con fuente «garamond», del cuerpo 12, en homenaje al tipógrafo Claude Garamond nacido en París en 1490, siglo que abrió la inteligencia por el conocimiento escrito de lo que sucedía en el mundo a través de los libros. Tal y como anunciaba también en relación con la publicación de otro libro querido, Inteligencia digital, de próxima aparición (con el permiso de la autoridad competente –Ministerio de Cultura- y si el tiempo no lo impide…), he mantenido la protección ética para que este libro se pueda copiar, distribuir y comunicar públicamente, bajo tres condiciones amparadas por la licencia de Creative Commons: Reconocimiento, para que se reconozcan los créditos de la obra de la manera especificada por el autor o el licenciador (pero no de una manera que sugiera que tiene su apoyo o apoyan el uso que hace de su obra); No comercial, para que no se pueda utilizar esta obra para fines comerciales y Sin obras derivadas, para que no se pueda alterar, transformar o generar una obra idéntica.

El libro tiene un Prólogo excelente, escrito por Juan Cobos Wilkins (En el corazón de la tierra, libro y película), poeta y escritor muy próximo a la realidad de Riotinto, en Huelva, que configura las mejores páginas de esta obra, desde la concha del apuntador de un teatro de barrio muy particular. Su obra literaria ha consolidado en estos veinte años una forma de entender el oficio de escritor desde una larga y alta atalaya de conocimiento sintiente.

Si te parece interesante su lectura, me gustaría saber tu opinión, en el siglo del cerebro, de la inteligencia digital, dirigiendo tus palabras a: diarioweb@joseantoniocobena.com. Gracias por sacar esta entrada para una sesión de teatro que no te defraudará…

Sevilla, 20/V/2007, horas antes de finalizar la Feria del Libro 2007.

El niño Mozart

He cumplido un sueño histórico: después de muchos años de espera, de búsqueda, de asombro, de ilusiones fraguadas en el descubrimiento de la inteligencia musical, de acuerdo con el profesor Gardner (Howard), he escuchado, vivido, sentido, seis creaciones de Mozart cuando solo tenía cinco años. Son seis manifestaciones de un maestro del clavecín, que suman tan solo tres minutos y cincuenta y cuatro segundos, como introducción a una clase magistral de inteligencia aplicada.

El catálogo Köchel, recoge estas seis piezas como las iniciáticas del ciclo Mozart a lo largo de sus treinta y cinco años de vida, en los que se recopilan 626 obras maestras, a las que se podría calificar así, cualquiera de ellas. Estas pequeñas composiciones son: un andante, dos allegro y tres minuetos. Si alguien me pidiera una elección de las seis obras, me decanto por  el Minueto para piano en fa mayor (K. 1d), que deja una estela de encanto melódico en un tiempo record: un minuto y veintidós segundos, en los que con los ojos cerrados he visualizado al niño Mozart rodeado de su padre y maestro, Leopold y su hermana Nannerl.

La versión que he escuchado es la del maestro Guy Penson, grabada en 1991, utilizando el clavicordio, con un sonido más próximo a la realidad mozartiana del año 1761. Prefiero el sonido del clavecín, mucho más cuando busco comprenderlo después de haber leído, hace muchos años, su diferencia del piano tradicional y próximo a nuestros días. El clavecín o clavicémbalo es, de acuerdo con el DRAE, un “instrumento músico de cuerdas y teclado que se caracteriza por el modo de herir dichas cuerdas desde abajo por picos de pluma (de cuervo…) que hacen el oficio de plectros”. Difícil nos lo ponía el diccionario: herir, picos de pluma, plectros… Estos últimos son “palillos o púas que usaban los antiguos para tocar instrumentos de cuerda”. Su origen griego (pléctron), decanta una especial orientación hacia la sabiduría, así como la segunda acepción de este vocablo cercano a la poesía: inspiración, estilo. La versión que escucho en momentos de búsqueda de la razón de ser de la inteligencia predictiva, es una ejecución sobre clavicordio, una variante de este tipo de instrumentos de la segunda mitad del siglo dieciocho, que se caracteriza también por las cuerdas y teclados, siendo “heridas” estas cuerdas (sic), por debajo, por una palanca que lleva un trozo de latón en la punta.

Esta música del niño Mozart ha llegado a mi vida, a mi investigación actual, como el conjunto de las tres “heridas” por las que clamaba Miguel Hernández, la de la vida, la del amor y la de la muerte, al igual que los plectros del clavecín de Mozart hacían sentirse más cerca de la vida auténtica al mundo cortesano, al mundo real de una persona que demostró en 626 variaciones sobre un mismo tema vital, que se había equivocado de siglo y que estaba herido de muerte por los plectros interesados en la música de encargo.

Es un pequeño homenaje que debía al niño que llevaba dentro Mozart. Eso sí, sin el encanto que él imponía a cada “fuga” de su propia vida, simbolizado en Papageno, con su jaula y carillón ambulantes, el protagonista de “La Flauta Mágica”, sin que haya logrado entender todavía a qué “pájaros” quería encantar en el frenesí impuesto por la Reina de la Noche… 

Sevilla, 18/IV/2006

TRAZOM (1756-1791)

Cuando bajaba por la escalerilla del avión en el aeropuerto Leonardo da Vinci, en Roma, en septiembre de 1975, me acordé de un poema personal que me devolvía calor y vida en una aventura que comenzaba hacia alguna parte: «La lectura de Roma al revés, amor me da, algo es…». Me han gustado siempre los palíndromos. Es un juego de palabras que intenta dar la vuelta a lo cotidiano y salirnos de la rutina. En mi estudio permanente de Mozart, descubri un día que también frecuentaba esta sana costumbre. En sus interesantes cartas de amor y dolor, firmaba con frecuencia Trazom (Mozart al revés), como símbolo de su permanente afrenta a lo que todo el mundo conocía como «lo normal». Hoy, he llegado al kiosko de Isabel y me han entregado junto al ejemplar de El Pais un disco compacto de la colección dedicada a Mozart con motivo del 250 aniversario de su nacimiento, y he recordado esta firma sincera. Con independencia del folklore mediático que siempre rodea este tipo de festejos, me parece una oportunidad preciosa para conocer a Mozart con base democrática, como le gustaría a él, en una divulgación sin precedente de su obra.

Cuando Mozart utilizó por primera vez Trazom fue en un contexto muy difícil en el que quería salvar su reputación a toda costa. Utilizar su nombre al revés era una clave de autenticidad ante un mundo perverso que en todas partes veía maldad y odio. Incluso en la pensión de Viena donde compuso «El rapto del serallo» (1782), llamada curiosamente «El ojo de Dios», en cuya habitación privilegiada por su acogida tuvo que dar la clave de su nombre al revés como declaración de amor verdadero a Constanz (Znatsnoc, su nombre al revés), su compañera fiel, tal y como lo escribió en su devocionario. Venía a concluir que las apariencias engañan. En el libreto de esa ópera está la clave de su desafío: perdón, tolerancia y clemencia.

Temporalmente se tiene que vivir a veces al revés, pero al final de los caminos aparece siempre la posibilidad de ser uno mismo. El 27 de enero próximo se cumplirán los 250 años de su nacimiento. Me gustaría que resplandeciera su auténtico nombre, con una declaración de principios suya como reinterpretación de su existencia, que recojo de un estudioso de su obra, Philippe Sollers, en «Misterioso Mozart»: no soy monárquico, ni jacobino, ni republicano, ni demócrata, ni anarquista, ni socialista, ni comunista, ni fascista, ni nazi, ni racista, ni antirracista, ni proglobalización, ni antiglobalización. No soy clásico, ni moderno, ni posmoderno,ni marxista, ni freudiano, ni surrealista, ni existencialista. Como mucho, pueden presentarme como singular universal, es decir, católico en un sentido muy particular, o como francmasón de una manera muy personal, es decir, universal singular. ¿Ven en ello una contradicción? Yo no. En verdad, soy lo que fui: mi música. Seré lo que seré, mi música. Soy únicamente lo que soy: esta música.

Sin doblez, ni engaño, lo firmaría Johannes Chrysostomus Wolfgang Theophilus Mozart Pertl…, es decir, Mozart

 Sevilla, 8/I/o6

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