El punto omega (VI)

Los primates se portaron con prudencia en las primeras fases de su desarrollo. Con esta frase apasionante retomo hoy el recorrido hacia el punto omega iniciado el 16 de abril. El capítulo que analizo en esta ocasión tiene un título sugerente y programático: “Aparición del hombre”.  Los animales de cerebro y manos han desarrollado el cerebro de forma especializada. Siempre me gustó la siguiente expresión de Teilhard: estos primates estaban situados en un “callejón morfológico con salida”, a diferencia de otros seres vivos que se habían estancado definitivamente en su evolución, incluso en la rama de los mamíferos. Algo se hipertrofió en su proceso creativo que solo permite reproducir lo que ya hemos visto y sentido. Siempre igual. Sin embargo, los primates entusiasmaron a Teilhard porque allí sí había rastro de la explosión hacia adelante. Sus observaciones evidenciaban hechos constatables: sus dientes no han seguido desarrollándose. Han conservado los cinco dedos. Sus miembros son aparentemente simples y más propicios a la evolución interior que explicábamos recientemente.

La gran especialización ha estado radicada en el cerebro, en tres direcciones diferentes pero complementarias: afinamiento de los nervios, perfeccionamiento del cerebro e incremento de la consciencia. El gran salto en este perfeccionamiento larvado en millones de años se produce según la tesis de Teihard hace solo un “millón de años”. Vital Kopp describe esta situación con un cierto aire novelesco: “Helo ahí de repente. Silenciosamente se presenta este ser, el completamente distinto, el más misterioso y desconcertante de todos los seres del cosmos, de naturaleza totalmente diferente, que escapa a la tradicional teoría de los seres vivos…Pero es en el interior donde se ha efectuado la revolución, un sacudimiento de dimensiones planetarias en la biosfera entera” (1). Y de esta forma se pone la primera piedra de la noosfera. Es el único ser vivo que mira dentro de sí. Y vuelve a presentarse en sociedad la tesis ya planteada en este recorrido actualizado en busca del punto omega de la vida: se hace visible, por primera vez, el interior de las cosas y alguien nos lo explica con el lenguaje, con palabras, con signos que manifiestan la realidad de las cosas. Me ha maravillado siempre la grafía en hebreo de casa: bet. Quien conoce cómo se escribe se da cuenta inmediatamente cómo hubo mucho interés en los primeros antropopitecos en demostrar la oquedad como símbolo de la acogida que presta una casa. Los tres trazos formando un hueco es una forma visible de expresar el interior cósmico. La experiencia fue antes que la palabra (el interior cósmico).

Teilhard recurre al ejemplo del agua hirviendo para explicar didácticamente el salto de la biosfera a la noosfera. Fue necesario el paso de los 99 grados a los 100 para que se apareciera esta realidad humana: se trastornó el equilibrio interior de la tierra. La noosfera es ya una realidad: la alfombra de cerebros se extiende por el Universo, con independencia de dónde aparezcan los primeros vestigios. Hay una expresión en el vocabulario científico teilhardiano de una gran belleza: la noosfera es obra de la naturaleza entera. Aquí es donde ha hecho crisis la escuela creacionista de cuño clásico, al hacer una asignación directa a Dios de este momento mágico en la humanidad. Y sigue interpretándolo Vital Kopp de forma magistral: “La tierra entera, forcejeando hacia adelante, ha trabajado en ella y con miras a ella… Así, lo humano es una flecha que se dispara por efecto de la tensión planetaria de la biosfera entera” (2).

El interior cósmico se ha dado cuenta con la aparición del hombre de que se ha tocado techo en el proceso de la evolución de las “ramas no humanas”. Y hacen un pasillo al ser humano para que pueda servirse de ellas. Hacia atrás quedan los aprendizajes de la atracción sexual, las leyes de la procreación, la tendencia a la lucha por la existencia, por sobrevivir ante cualquier adversidad, la curiosidad por ver y rastrear, el gusto por capturar (cazar) y consumir. La biosfera pone en bandeja al ser humano lo que se considera necesario. La noosfera es una tarea mucho más ardua. Mientras que en el proceso hacia atrás todo se puede compartir y descubrir porque ha finalizado su forma de ser y estar en el Universo, y las piezas del puzzle coinciden en un esquema común, a partir de la emergencia de la noosfera la complejidad es total. La inteligencia complica la existencia. Por eso escribimos estas anotaciones en búsqueda de un punto de encuentro más que de llegada: el punto omega que se configura con la nueva reinterpretación de la noosfera.

Me ha llamado mucho la atención el debate que ha surgido en días pasados sobre la dignificación de los primates, suscitada por una proposición no de ley sobre la protección de chimpancés, orangutanes, gorilas y bonobos, que se ha presentado por parte de un diputado socialista en el Congreso y que se ha comenzado a debatir el pasado 25 de abril. Pretende acabar con la «esclavitud» de los grandes simios; eliminar su maltrato, su comercio, su uso en investigación o con fines lucrativos (circos, laboratorios); proteger su medio ambiente, y liberar a los que están enjaulados. Los que estamos trabajando en el mundo cerrado de la inteligencia comprendemos mejor iniciativas de este tipo. Quizá haya que explicar mejor el sentido último de la misma, sobre todo cuando se utilizan palabras fronterizas como las que definen la declaración de los derechos de los grandes simios, al forzarse mucho en lenguaje coloquial lo que tenemos elevado al máximo nivel de Estado, aunque luego abandonemos cualquier sutileza a la hora de aplicar la realidad del comportamiento humano comparado con el de los animales más próximos.

Lo anunciábamos al principio: los primates entusiasmaron a Teilhard porque allí sí había rastro de la explosión hacia adelante. Por eso nos preocupa saber más sobre la aparición del hombre, sobre sus antepasados. Por eso merecen tanto respeto, porque cuidándolos sabremos más de la corteza cerebral humana, de la última razón de la inteligencia, del carnet genético que fundamenta la mente sana y enferma de los seres humanos en nuestros días. Porque nos preocupa la locura humana, de la que sabemos tan poco. Porque los primates nos pueden llevar a una investigación que permita alcanzar, a corto plazo, resultados fantásticos para el bienestar humano. Porque son prudentes, como decíamos al principio.

(1) Vital Kopp, Josef (1965), Origen y futuro del hombre, Herder: Barcelona, pág. 45.

(2) Ibídem, pág. 47.

Sevilla, 1/V/2006

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