Y seguí…, en un mañana prolongado en el tiempo, por lo que pido disculpas en mi cita cotidiana. Para Teilhard, el valor “tiempo” era un referente que nos lleva a marcar distancias con el progreso. Es verdad que cualquier investigación actual, retrospectiva, permite fijar cada vez mejor la realidad de nuestros antepasados. Pero lo verdaderamente apasionante e ilusionante, al mismo tiempo, es la posibilidad continua de ser en el mundo porque somos un estadio temprano y muy primitivo que se constata solo con mirar hacia atrás, sin ira, y reflexionar sobre lo necesario que ha sido el tiempo para poder llegar a ser lo que somos. Cuando tomamos conciencia de nuestro papel en el cosmos, se relativiza todo. Los astronautas cuentan siempre la misma experiencia: lo que sienten cuando salen a pasear por el espacio. La pequeñez extrema, a pesar del entrenamiento espartano en su base de lanzamiento y su teórico dominio sobre la materia. Y su sorpresa escatológica, a modo de síndrome de Gagarin (1961): «¿Dónde está Dios? ¡No le he visto!».
Teilhard compara permanentemente nuestra esperanza de vida con la historia de la humanidad. Y comprende el posible abatimiento para quien emprende una tarea investigadora hacia alguna parte, sobre todo cuando conocemos cada día que pasa la inmensa posibilidad de conocimiento que puede llegar a tener la persona inteligente. Y navegando en vocabulario cargado de mística contemporánea, Teilhard intenta “consolarse” con el análisis retrospectivo de la necesidad del tiempo hacia delante que es posible solo por haber tenido tiempo el investigador hacia atrás. Llega a hablar incluso de “derroche” de tiempo en el Universo para llegar a ser lo que somos, para que el cerebro llegue a ser lo que puede llegar a ser. Y en esta fracción de tiempo existencial surge la gran pregunta de Teilhard: ¿qué sucederá si el ser humano, antes de que haya llegado al término de su edad biológica, que los especialistas estiman en uno o dos millones de años, se destruye a sí mismo con comportamientos antibiológicos, como los que estamos viviendo en la actualidad?.
La verdad es que no necesitamos que nos den la noche o el día, con esta lectura, pero solo con estar atentos a la realidad mundial, asistimos a un espectáculo no precisamente edificante. Los cayucos que arriban a Canarias, en búsqueda de un mundo mejor (?), son un exponente de lo que decimos. Las costuras de África, de la miseria, revientan por todos los sitios. Todos estamos protegiéndonos frente a un supuesto “enemigo” que acecha. No hay “suficientes” vigilantes privados para atender la demanda social. La policía pública es insuficiente. Cada vez nos protegemos más cuando salimos al exterior, valga la expresión metafórica, a cualquier sitio. En definitiva, asistimos a un espectáculo permanente de comportamientos antibiológicos, que ya preocupaban a Teilhard en el siglo pasado. Y él era pesimista, porque pensaba que la gran oportunidad que ha tenido el ser humano en su configuración actual, ya no se repetirá, porque el salto para “pensar” es único e irrepetible. Han sido necesarios muchos millones de años para alcanzar una capacidad cerebral tan maravillosa, para pensar, como para que ahora lo tiremos por la borda de la locura existencial, en una actitud de irresponsabilidad colectiva. Y, a su vez, optimista, porque era consciente de que el hombre es el punto culminante del Universo.
Y cuando parece que su teoría aboca a un camino sin salida, morfológico, introduce un sesgo en su cosmovisión, cuando menos curioso. Expone con el calor del investigador que tutea a las hipótesis de trabajo, aunque haya que abandonarlas pasado el tiempo, lo siguiente: la esfericidad de la tierra juega un papel trascendental en la extensión de la humanidad, porque al final todos confluimos en los mismos sitios. La esfericidad de la tierra lleva al terreno de la compresión, forjando un tejido homogéneo. Hoy conocemos el mundo, lo abarcamos, en el pleno sentido de la palabra, lo medimos, lo fotografiamos, lo estudiamos, o explotamos, lo agotamos… Todo forma una espesa malla humana, que muere o vive según haya tenido la suerte de estar en el mundo. Los subsaharianos, otra vez. A través de una parabólica saben que existe otro supuesto mundo mejor, donde hay comida para casi todos, frente a un entorno hostil donde la vida no tiene precio. Y un avión ultramoderno los devuelve allí, de donde no debían haber salido… Dice Teilhard que la humanidad es la única especie de vivientes (mi maestro de Triana decía “murientes”) que ha logrado formar una capa coherente sobre la tierra entera. Y por eso el grupo humano no ha necesitado especies, sino que sigue siendo una hoja indivisa del árbol de la vida.
En los primeros pueblos ribereños, en las orillas del Tigris y del Eúfrates había personas, no humanidad. No había un gran conocimiento mutuo. Pero hoy ya no es así. Es curioso constatar un sentimiento cada vez más extendido: buscamos estar solos, vivir alguna vez en soledad y sin embargo nos da miedo vivir realmente esta experiencia. Por eso necesitamos de la colectividad, en una dialéctica absurda pero esencialmente buscada. Hoy todo es interdependiente. La dependencia es un vocablo que adquiere fuerza por segundos. Nos necesitamos o lo que es mejor: estamos obligatoriamente obligados a vivir en común. Necesitamos la tierra entera. Es lo que ha descubierto China en los últimos diez años: ha decidido comer, vestir, viajar y pensar. Y comenzamos a tomar conciencia de que no hay recursos para todos: “estábamos avisados”, como consta en los títulos de crédito de un documental de la CNN sobre la escasez del petróleo.
En mi libro iniciático señalé con corchetes rojos esta frase: “el hombre aislado no piensa ni da un paso hacia adelante”. Los descubrimientos antropológicos han demostrado que las personas estaban como escondidas en el mundo. ¿Recuerdan la anécdota de Fray Bartolomé de Arrazola que contaba admirablemente Tito Monterroso en su cuento “El eclipse”?. La cultura maya, los grandes astrónomos estaban allí antes de que llegara el Almirante Colón?. Y vivían. Y morían. Pero no nos conocíamos. Y sabían muchas más cosas que nosotros. La realidad es que la malla humana se ha espesado. Los medios de comunicación, los sistemas y tecnologías de la información y comunicación nos aproximan por todas partes. Internet es una posibilidad abierta al mundo para que podamos saber cómo existimos y qué nos pasa en cualquier lugar de la tierra. La conciencia colectiva es una realidad. La inteligencia conectiva, a modo de córtex cerebral, se extiende por doquier. Se toman decisiones cada vez más informadas. La juventud sabe que ha descubierto un filón para atravesar cualquier barrera, a cualquier edad, en cualquier momento, con cualquier lenguaje. Barato. Para hacerse oír, a pesar de todo. En el anuncio del año geofísico, en 1954, tan querido para Teilhard, participaron todas las naciones del planeta. Él, designó ese año, con una visión memorable, como el primer año de la Noosfera. Quizá fuera una fecha preciosa para declarar ese año y la fecha de comienzo del Congreso como el auténtico día de Internet. No solo porque hoy sea el día conmemorativo, como pueden comprender, sino como reconocimiento a un gran investigador que intuyó la gran potencialidad de los sistemas y tecnologías de la comunicación, siempre que fueran una manifestación útil de la inteligencia social, compartida.
Sevilla, 17/V/2006, en el día de Internet, en el día de la Noosfera…