Este capítulo, relativo a “cuestiones particulares” solo tenía cuatro párrafos, pero los he vuelto a leer una y otra vez. Recuerdo cómo a la altura del Golfo de León, de madrugada y en mi primer viaje a Italia, en 1968, en el “Canguro Bianco”, de la compañía italiana “Traghetti Sardi” consorciada con la naviera española Ybarra, viajando en la clase más popular de poltronas, en un barco presentado como uno de los más confortables en el mar por su sistema automático de estabilizadores, leía con detalle estas breves reflexiones y pensaba en la realidad del mar como elemento aglutinador de las primeras culturas que se han detectado en diferentes puntos de la Tierra y cómo han aportado la realidad de la comunicación entre las especies. Era un libro de viaje que me llevaba a vivir unos meses en Bedizzole sul Garda, cerca de las grutas de Catulo.
Comenzaba este breve capítulo con una frase rotunda, capaz de hacer tambalear las conciencias más ortodoxas: “La cuestión relativa a la “primera pareja” humana es, según Pierre Teilhard de Chardin, científicamente ociosa”. Me gustaría no descontextualizar esta referencia estremecedora para una época en la que pensar era un ejercicio valiente por sí mismo. Si además ponías en solfa “los grandes principios de la fe cristiana”, con un relato de la creación en danza, el conflicto interior y exterior estaba servido. Para el gran paleontólogo francés, los descubrimientos de los homínidos en Pekín, así como en el cabo de Buena Esperanza, en lugares tan distantes, son fenómenos de algo que se muestra ya acabado, pero que aparece como fenómeno humano en distintos lugares. Es evidente que el monogenismo (crecimiento ramificado gracias a una sola pareja) no tiene sentido en el ámbito científico. Es solo cuestión de fe.
Escribió Augusto Monterroso un cuento precioso en 1959, “El eclipse”, mezcla de imaginación y realidad, que puede ilustrar muy bien esta declaración sorprendente narrada por Teilhard: la aparición en diferentes lugares de la tierra de los primeros seres erectos, los antropopitecos, con una aparente igualdad en su fisonomía externa y con un grado de inteligencia bastante parejo. Por mucho que el bendito fray Bartolomé Arrazola intentaba persuadir a los indígenas de una selva de Guatemala para que no le mataran: “si me matáis –les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca”, éstos lo tuvieron claro desde el principio ante un propagador de la fe y del más allá. Aquellos primeros pobladores de Guatemala, mucho antes que los conquistadores “españoles” llegados allí gracias al mar al que hacía referencia al principio, decidieron acabar con estas monsergas del fraile, sacrificándolo en la piedra de los ritos, comenzando inmediatamente a recitar una por una por una las infinitas fechas en que se producirían eclipses lunares y solares, demostrando que eran excelentes astrónomos, tal y como “la comunidad maya había previsto y anotado en sus códices sin la ayuda de Aristóteles”. Es decir, ya estaban allí antes de que fray Bartolomé Arrazola intentara persuadirles de la bondad de los poderes divinos traídos desde la España de Carlos V.
La aparición de homínidos en determinadas zonas del Universo, no se debe a un fenómeno puramente biológico (biogénesis), como puede darse en el fenómeno micológico al darse condiciones climáticas propicias en muchos lugares de la tierra. Según Teilhard, la antropogénesis es el logro de un solo “phylum” en el haz de los homínidos. Y así acababa el capítulo. La verdad es que provocaba desasosiego a una persona que buscaba conocer la razón de la existencia de las personas en el mundo. Y la frase era muy críptica. Habiendo pasado cuarenta años, la ciencia tiene explicaciones a este fenómeno en clave teilhardiana, pero he recurrido a sus propias explicaciones para comprender mejor las cuatro frases que generan “asuntos particulares”. Para Teihard se ha producido en el Universo un movimiento hacia adelante por una cosmogénesis, es decir, el fenómeno global de la evolución del Universo. Esta realidad se ha interpretado por el ser humano como una posibilidad de ser en diferentes estadios: biogénesis (génesis de la vida), antropogénesis (génesis de la especie humana, un único phylum, es decir, una única raiz) y Noógenesis (génesis del conocimiento –en su época reinterpretado como del “espíritu”). Este proceso se fragmenta en estadios más importantes y aquí es donde aparece el concepto de proximidad al desarrollo cerebral de vital importancia en esta reinterpretación de su doctrina.
La proximidad anunciada se hace patente mediante la progresividad de cinco estadios inclusivos: la “moleculización”, donde se produce el paso de los átomos a las grandes moléculas que permiten la aparición de la vida, la “cefalización”, o tendencia evolutiva del sistema nervioso y de los órganos de los sentidos a concentrarse en la cabeza; la cerebración, porque el cerebro se repliega y se enrolla más sobre sí mismo en el transcurso del tiempo, provocando la “antropogénesis”, la “hominización”, al introducirse la simbiosis entre la cerebración y la posición bípeda, facilitando el hecho de pensar. Por último, la “planetización”, fenómeno de convergencia de los seres humanos entre sí, cada vez más numerosos en un planeta en sucesivo crecimiento.
Queda el “phylum”. He buscado las propias explicaciones de Teilhard de Chardin para intentar abarcar este concepto (1). En varios contextos creo haber captado su razón de ser: sistema coherente y progresivo de elementos biológicos colectivamente asociados, es decir, el fenómeno humano es el resultado de una complejidad creciente, sistémica, coherente y progresiva, por la génesis de las especies (a lo que llama via filética); se inicia el desarrollo complejo del cerebro en determinadas especies y aparece (así comprendemos etimológicamente el concepto “fenómeno”) el eje privilegiado de la complejidad-consciencia: el de los primates. Aquí es donde se produce la mutación cerebral “hominizante” que todavía desconocemos en su esencia. La segunda especie de la vida está servida: la noosfera. Se nos abren unas vías de exploración impresionantes.
Como se decía al final de las películas de mi infancia, próximamente veremos en este “salón virtual” los siguientes pasos (trailer) de la malla pensante que actualmente configura Internet y que es posible y viable por la banda ancha. Cualquier parecido con la realidad dejará de ser pronto pura coincidencia. ¡Ojalá podamos ofrecer esta oportunidad, en claves mucho más sencillas, a los que están al otro lado de la brecha digital, que son muchos!. Va por ellos.
(1)Teilhard de Chardin, Pierre (1968). Yo me explico, Taurus: Madrid, pág. 91s.
Sevilla, 9/V/2006