Groucho y el niño perdido

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Siempre me encantó aquella frase gloriosa de Groucho Marx, en Sopa de ganso: «- ¡Hasta un niño de cuatro años sería capaz de entender esto!… Rápido, busque a un niño de cuatro años, a mí me parece chino.«. Y no andaba descaminado cuando se constatan los últimos resultados obtenidos en la investigación realizada por el Grupo de Investigación en Neurociencia Cognitiva (GRNC) de la Universidad de Barcelona y la Universidad British of Columbia de Vancouver (Canadá), que se publicó el pasado 25 de mayo en la revista Science, con el título Visual Language Discrimination in Infancy, del que se obtiene la siguiente conclusión: con tan solo mirar los gestos del rostro de su interlocutor, un bebé puede distinguir si se le habla en un idioma o en otro (1).

He leído con atención la noticia y el artículo de referencia, donde la investigadora Nuria Sebastián-Gallés ha manifestado que esta habilidad “forma parte del conjunto de capacidades que tiene el niño al nacer”. Esta capacidad perceptiva les aporta “una información más, que utilizan para complementar la información auditiva”, explica. “Para comprender el nuevo mundo en el que les ha tocado vivir, los bebés utilizan todos los recursos cognitivos que pueden”.

En la investigación han participado 12 bebés monolingües de cuatro y seis meses, y 12 bilingües de ocho meses, en un entorno familiar en el que se hablaba francés e inglés. A todos se les mostró una serie de videoclips mudos, en los que sólo podían ver las caras de diversos interlocutores, recitando frases del cuento El pequeño príncipe, primero en un idioma, y luego en otro: “Cuando el bebé ya no mostraba interés, se le cambiada por la imagen muda de la misma persona, pero recitando en otro idioma. “El bebé mira más, nota que ha pasado algo, y vuelve a prestar atención”, explica la investigadora. Se midieron los tiempos de atención de cada niño, que eran significativamente más altos que antes del cambio. Sin embargo, esta capacidad para distinguir visualmente las lenguas cambia con el tiempo y con el hecho de que el bebé viva en un entorno de una o dos lenguas. Los bebés mayores, de ocho meses y monolingües, no prestaron ningún interés ante el cambio de lengua, mientras que los bilingües sí. “A los seis u ocho meses, seguramente el bebé monolingüe ya tiene todos los elementos que requiere para entender la lengua materna”, interpreta Sebastián-Gallés, “la lengua que desconoce es irrelevante, ya no capta su atención”. El interés del bilingüe también tendría explicación: “No es extraño que el bebé bilingüe continúe aprovechando esta información extra, porque ha de diferenciar las dos lenguas”. Los resultados demuestran que la experiencia modifica el cerebro. Según Sebastián-Gallés, “todavía queda mucho por conocer sobre el cerebro del bebé y sobre la adquisición del lenguaje”(2).

El resultado más llamativo es la constatación de que la experiencia es una variable interviniente en la maduración cerebral y de alguna forma viene a consolidar la teoría del desarrollo cognitivo como potencial vinculado a patrones sociales con estímulos permanentes, sobre todo del lenguaje, como marcador diferencial del desarrollo humano. Un entorno social enriquecido por las variables lingüísticas desde el nacimiento puede configurar una nueva forma de ser en el mundo. Se abren expectativas interesantísimas desde la perspectiva de la inmigración, en el día que hemos conocido un dato relevante desde la cohesión social de este país y su estructura socioeducativa: el diez por ciento de la población empadronada en España está compuesta ya por ciudadanía extranjera (exactamente, 4.482.568 personas).

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Seguro que un cuento senegalés, por ejemplo, La princesa, el baobab y los cauris, narrado en wolof, francés y español, lo percibirán las niñas y los niños que nazcan hoy en nuestro país, de parejas bilingües como mínimo, desde una perspectiva muy diferente al principito de la investigación y comprenderán de forma admirable su forma de acabar estas bellas narraciones: así sucedió y así lo he contado. Y ofreceremos garantías de comprensión a estas nuevas generaciones de niñas y niños nacidos en un nuevo contexto de mestizaje, para asimilar mejor la complejidad de la vida, los caballos que vuelan, aunque Groucho, en cualquier caso, siga necesitando localizar a un niño de cuatro años (o a un bebé de ocho meses) para entender los asuntos de la vida, de la muerte, que a todas y a todos –a veces- nos siguen pareciendo escritos en chino ó wolof…

Sevilla, 13/VI/2007

(1) Weikum, W.M., Vouloumanos, A., Navarra, J., Soto-Faraco, S. Sebastián-Gallés, N., Werker, J.F. (2007). Visual Language Discrimination in Infancy. Science, 25 May 2007: Vol. 316. no. 5828, p. 1159

(2) Ferrado, M.L. (2007, 25 de mayo). Los bebés identifican por los gestos el idioma en que se les habla. El País, p. 56.

2 respuestas a «Groucho y el niño perdido»

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