Carpe Diem: Vivid el momento. Coged las rosas mientras aún tengan color pues pronto se marchitarán. La medicina, la ingeniería, la arquitectura son trabajos que sirven para dignificar la vida pero es la poesía, los sentimientos, lo que nos mantiene vivos.
Cada vez que me aproximo a la enseñanza siento la necesidad de retomar lo que he amado y amo por encima de todas las experiencias profesionales: ser un buen profesor. La lectura de un interesante artículo publicado en el diario El País, con un título sugerente: ¿Qué es lo más importante para ser el mejor profesor?, ofrece una panorámica objetiva sobre las distintas actuaciones y habilidades de los profesores en el aula, que se han analizado en el estudio Prácticas docentes y rendimiento estudiantil, realizado por el profesor de Economía de la Universidad de Murcia Ildefonso Méndez, “que relaciona por primera vez los resultados de dos informes internacionales de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE). Por un lado el informe PISA 2012, sobre rendimiento de estudiantes de 15 años. Por el otro, TALIS 2013, que ofrece información de la enseñanza a través de encuestas a los profesores”.
Los resultados principales se circunscriben a datos relevantes de las expectativas acerca de qué se espera de un buen profesor y sorprenden por la realidad docente y discente que se vive a diario. Los tres aspectos de los docentes que más influyen en el aprendizaje de los alumnos son, por este orden, el título de doctor, que puedan trabajar con grupos pequeños de alumnos y que conozcan a fondo la materia que imparten, siendo muy significativo el puesto que ocupa la formación en nuevas tecnologías en estos indicadores, el penúltimo, tal y como se puede comprobar en el gráfico siguiente:
En este cuaderno he escrito en bastantes ocasiones sobre la importancia de la educación en la vida de las personas y cómo nunca es inocente cuando encontramos profesores y profesoras dedicados en cuerpo y alma a la docencia, en todos los niveles posibles, desde la escuela infantil hasta la Universidad. He reflejado el papel que juega el cine, por ejemplo, porque ha colaborado de forma muy directa en esta prospección del docente comprometido, habiéndonos dejado mensajes inolvidables como Hoy empieza todo, Ser o tener, El club de los poetas muertos, Los chicos del coro, La lengua de las mariposas o Billy Elliot, entre otras películas inolvidables.
El arte de enseñar es siempre el arte de contar historias de la vida, en su marco personal e intransferible de libertad, que preocupan como personas que son a los alumnos y alumnas a los que hay que prestar la máxima atención científica y humana. Un profesor cercano y con gran conocimiento de la materia que imparte y de la evolución personal y emocional de sus alumnos, sin dejar atrás a nadie, es lo que se espera hoy en una sociedad tecnificada que cuando se le permite opinar llama a las cosas por su nombre.
Es lo que dice el estudio y lo que quise expresar en el post que escribí en 2014 como un modesto homenaje al actor Robin Williams: “[Carpe diem] Era lo que John Keating/Robin Williams intentaba transmitir a sus alumnos desde la primera clase: que amaran el tiempo real de cada uno, cada momento, porque nada se repite, porque nadie se baña dos veces en el mismo río. A través de la poesía, porque siempre que se crea y piensa en algo, se puede dar el énfasis que cada persona necesita en su momento personal e intransferible y así se rompen esquemas. Esa es su verdadera razón, que Juan Ramón Jiménez también nos transmitió de forma excelente: amor y poesía, cada día. Además, la libertad debe estar presente en esta acción poética. Él se lo enseñó a los cuatro alumnos que copiaron su experiencia vital: crear un nuevo Club de los poetas muertos, amando la transgresión de la vida cuando sus pilares se tambalean, tal y como está sucediendo en la actualidad. Ellos decidieron apostar por la libertad personal y colectiva frente a los cuatro pilares de su colegio: tradición, honor, disciplina y excelencia. El desenlace de la película es conocido y doloroso. Al final, como a casi todas las personas que introducen cambios en la vida, en la sociedad, se las expulsa de la misma, con silencios cómplices. No es de extrañar que todos los alumnos firmaran la expulsión del profesor Keating. Un final, salvando lo que hay que salvar, que tiene un parecido extraordinario con los planos finales de La lengua de las mariposas, en el momento que los alumnos tiran piedras a su profesor, D. Gregorio, que tanta felicidad les había proporcionado, en un silencio cómplice desolador ante la cordada de presos”.
Sinceramente, creo que el mejor profesor, la mejor profesora…, existen.
Sevilla, 25/VI/2015
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