
Este siglo deparará descubrimientos sobre el cerebro que hará más amable la vida humana desde muchas perspectivas posibles, siendo la justificación científica de la enfermedad mental uno de sus principales retos. También se conocerán detalles sobre su evolución desde hace más de dos millones de años, así como la razón de que creciera de tamaño hasta alcanzar su estructura y peso actual, bastante vinculada a la aventura que se inició hace doscientos mil años cuando la inteligencia humana comenzó su andadura por el mundo.
Los últimos estudios científicos nos aportan datos reveladores y concluyentes sobre el momento histórico en que los primeros humanos modernos decidieron abandonar África y expandirse por lo que hoy conocemos como Europa y Asia. A través del ADN de determinados pueblos distribuidos por los cinco continentes, el rastro de los humanos inteligentes está cada vez más cerca de ser descifrado. Los africanos, que brillaban por ser magníficos cazadores-recolectores, decidieron hace 50.000 años, aproximadamente, salir de su territorio y comenzar la aventura jamás contada. Aprovechando, además, un salto cualitativo, neuronal, que permitía articular palabras, utilizar sabiamente el fuego, alimentarse con alimentos cocinados y expresar sentimientos y emociones. Había nacido la corteza cerebral de los humanos modernos, de la que cada vez tenemos indicios más objetivos de su salto genético, a la luz de los últimos descubrimientos de genes diferenciadores de los primates, a través de una curiosa proteína denominada “reelin” (1).
Recientemente se han divulgado estudios sobre la importancia de los alimentos cocinados para mantener la energía que consume el cerebro cada día: “Richard Wrangham, profesor de antropología biológica de la Universidad de Harvard (EE UU), estima que, si comiésemos como los chimpancés, necesitaríamos cinco kilos de alimento diario para sobrevivir. Además, procesar toda esa comida, en la que se incluyen frutas y algunos animales pequeños, requeriría pasar seis horas diarias masticando. En su opinión, el cambio que habría liberado la energía necesaria de la comida es la cocina. Pasados por el fuego, los alimentos se vuelven más fáciles de digerir y en la misma cantidad que crudos dejan más calorías en el organismo”.
Nuestra diferencia con los primates se hace más patente que nunca porque es obvio que no necesitamos dedicar nada más que un 5% de cada día para masticar lo que comemos, a diferencia de nuestros antepasados no erguidos, que pasan la mitad del día masticando alimentos crudos, aunque también se ha descubierto que les gusta más lo que se ha cocinado previamente, según un estudio publicado por los investigadores Felix Warneken y Alexandra G. Rosati (2), acerca de las capacidades cognitivas para cocinar en los chimpancés: “La transición a una dieta cocinada representa un cambio importante en la ecología humana y la evolución. Cocinar requiere un conjunto de habilidades cognitivas sofisticadas, incluyendo el razonamiento causal, el autocontrol y la planificación anticipada. ¿Los seres humanos poseen únicamente las capacidades cognitivas necesarias para cocinar los alimentos? […] A través de nueve experimentos, se muestra que los chimpancés: (I) prefieren los alimentos cocinados; (II) comprenden la transformación que se produce al cocinarlos y generalizan esta interpretación causal a nuevos contextos; (III) pagan los costes temporales para conseguir los alimentos cocinados; (IV) están dispuestos a considerar la posesión de los alimentos crudos con el fin de transformarlos y (V) pueden transportarlos así como guardarlos en previsión de futuras oportunidades para cocinarlos. En conjunto, nuestros resultados indican que varias de las habilidades psicológicas fundamentales necesarias para cocinar pueden haber sido compartidas con el último ancestro común de simios y humanos, habiendo precedido a esta experiencia el control del fuego” (3).
En un artículo muy interesante publicado en el diario El País, El gusto por la cocina facilitó la aparición del cerebro humano, se hace una reflexión profunda en la concomitancia del dominio del fuego por parte de nuestros antepasados unido al uso de herramientas, que “ayudaría a sustituir los grandes aparatos digestivos y el tiempo necesario para masticar la comida necesaria para sobrevivir. En un estudio publicado en PNAS, Wrangham y otros colaboradores calcularon el tiempo que los chimpancés, los humanos y algunas especies extintas pasaban cada día masticando y comiendo. Los chimpancés ocupan en estos menesteres el 48% de su tiempo frente al 4,7 estimado para los humanos. Una especie extinta como el Homo erectus empleaba el 6,1% de su tiempo a masticar y comer y los neandertales llegaban al 7%”.
Siendo importante lo anteriormente expuesto, la liberación inteligente de la energía y el fuego para desarrollar el cerebro tuvo una proyección personal y social mucho más importante en la vida de nuestros antepasados con la aparición del lenguaje, que ya he comentado en diversos artículos de este cuaderno de inteligencia digital (Nos queda la palabra (FoxP2) y que se expone didácticamente en el artículo de El País: “Eudald Carbonell, investigador del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) y codirector de los yacimientos de Atapuerca, considera que el control del fuego y su aplicación a la cocina fue relevante para el crecimiento del cerebro humano. Sin embargo, recordando que los grandes cambios evolutivos no suelen tener una explicación única y simple, considera que el papel más relevante del fuego en la humanización “fue sobre todo la introducción del lenguaje”. En su opinión, esta herramienta con la que se construyó la sociedad surgió alrededor del fuego y fue “el lenguaje el factor fundamental que impulsó el crecimiento del cerebro”.
Cruzando los pasillos de la vida, he llegado a la cocina de la razón, de la inteligencia humana, porque se sabe a ciencia cierta que la alimentación adecuada beneficia siempre al cerebro y si está cocinada, mejor. Además, el cerebro necesitó la evolución humana a través de un pequeño hueso, el hioides, como escribí en 2006 : “Es lo que sabemos ante la gran pregunta de por qué hablamos: Todavía me sobrecoge el descubrimiento de Selam (paz), la niña de Dikika, al que dediqué un post específico, cuando se valoró la localización de su hueso hioides como un hallazgo trascendental para conocer el origen del lenguaje en el “equipo” de fonación pre-programado en los seres humanos, a diferencia de los chimpancés y macacos más próximos en nuestros antepasados (siempre se ha dicho -desde el punto de vista científico y hasta con cierto desdén- que los monos no hablan): “Y lo que me ha llamado la atención poderosamente, desde la anatomía de estos fósiles, ha sido el hallazgo de un hueso, el hioides [Hueso impar, simétrico, solitario, de forma parabólica (en U), situado en la parte anterior y media del cuello entre la base de la lengua y la laringe], que es el auténtico protagonista, porque su función está vinculada claramente a una característica de los homínidos: el hioides permite fosilizar el aparato fonador, es decir, hay una base para localizar la génesis del lenguaje, aunque tengamos que aceptar que el grito fuera la primera seña de identidad de los australopitecus afarensis”. Nunca sabremos si Selam, que cumpliría hoy tres mil millones, trescientos mil años, dijo alguna vez ¡mamá!, aunque su hueso hioides nos permite vislumbrar que sí habló”.
Y Dikika comía aprendiendo con sus padres, que conocían ya el fuego, la forma más humana de hacerlo al servicio de la inteligencia. Es lógico que MasterChef suscite tanto interés en nuestros días.
Sevilla, 15/VI/2015
(1) Pollard, K.S., Salama, S.L. (2006). An RNA gene expressed during cortical development evolved rapidly in humans. Nature. 2006 Sep 14;443(7108):167-72.
(2) Warneken, Felix & Rosati, Alexandra G., Cognitive capacities for cooking in chimpancés. Proceedings B, June 2015, Volume: 282 Issue: 1809.
(3) https://www.youtube.com/watch?v=samqhDYVPjw .
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...
Debe estar conectado para enviar un comentario.