El hombre estrella, natural de África

MANOS HOMO NALEDI
Beerger, Lee et alii (2015). Homo naledi, a new species of the genus Homo from the Dinaledi Chamber, South Africa (Figura 6)

He conocido recientemente el descubrimiento del Homo nadeli o lo que es mismo, del hombre estrella (traducido de la lengua Sotho), a 50 kilómetros de Johannesburgo (Sudáfrica), donde se encuentra la cueva Rising Star en la que se han localizado en condiciones extremas restos fosilizados de este antropopiteco erguido, todavía bajito (1,50 cm.), de unos 45 kilos de peso y con un cerebro pequeño (500 gramos), pero que puede ser el descubrimiento más asombroso en la actualidad científica para situar el origen de nuestra especie humana inteligente.

En un artículo publicado recientemente en la revista eLIFE (1), resultado de una investigación dirigida por Lee Berger, paleoantropólogo de la Universidad de Witwatersrandse, se presenta al Homo naledi como “una especie desconocida de homínido extinto descubierto dentro de la Cámara Dinaledi del sistema de cuevas Rising Star, Cuna de la Humanidad, Sudáfrica. Esta especie se caracteriza por la masa corporal y estatura similar a la que se ha encontrado en cuerpos pequeños de las primeras poblaciones humanas, con un pequeño volumen endocraneal similar a los australopitecos. La morfología craneal del Homo naledi es única, pero lo más similar a las primeras especies de Homo incluyendo el Homo erectus, Homo habilis o el Homo rudolfensis. Aunque primitiva, la dentadura es generalmente pequeña y simple en la morfología oclusal. El Homo naledi tiene adaptaciones manipuladoras parecidas a los humanos por la estructura de su mano y muñeca. También muestra un pie semejante al humano, así como los miembros inferiores […] Se han podido representar al menos 15 personas con la mayoría de los elementos esqueléticos repetidos varias veces, constituyendo el conjunto más grande de una sola especie de homínidos descubiertos hasta ahora en África”.

Siempre es una gran noticia descubrir datos científicos del origen de nuestra especie porque nos permite saber más de nuestros antepasados y su forma de ser y estar en el mundo. El continente africano se afianza como la cuna de nuestra especie, aunque sea paradójica esta reflexión en la situación actual. Por esta razón merecería el respeto Internacional desde esta perspectiva meramente científica y, no digamos sobre el reconocimiento de derechos y deberes humanos de la población de este continente tan castigado por la historia humana escrita en su territorio.

He comentado en este blog en repetidas ocasiones que tenemos una deuda con África, porque la inteligencia se formó allí y es lo que permite que hoy podamos demostrar que el Hombre estrella de Sudáfrica aportó un avance significativo en la evolución de la especie: “La inteligencia, hoy por hoy, no tiene color. La conjunción de blancos, grises y algunas veces, negros, atribuida a las materias que conforman el cerebro, sigue dándonos muchos quebraderos de cabeza. Sobre todo, porque tenemos que estar muy agradecidos al continente africano y dolidos al mismo tiempo por la muerte letal que les rodea entre enfermedades (sida [y ébola]), esclavitud histórica y de nuevo cuño en pateras, guerras fratricidas y con una deuda histórica mundial: “hace doscientos mil años que la inteligencia humana comenzó su andadura por el mundo. Los últimos estudios científicos nos aportan datos reveladores y concluyentes sobre el momento histórico en que los primeros humanos modernos decidieron abandonar África y expandirse por lo que hoy conocemos como Europa y Asia. Hoy comienza a saberse que a través del ADN de determinados pueblos distribuidos por los cinco continentes, el rastro de los humanos inteligentes está cada vez más cerca de ser descifrado. Los africanos, que brillaban por ser magníficos cazadores-recolectores, decidieron hace 50.000 años, aproximadamente, salir de su territorio y comenzar la aventura jamás contada. Aprovechando, además, un salto cualitativo, neuronal, que permitía articular palabras y expresar sentimientos y emociones. Había nacido la corteza cerebral de los humanos modernos, de la que cada vez tenemos indicios más objetivos de su salto genético, a la luz de los últimos descubrimientos de genes diferenciadores de los primates, a través de una curiosa proteína denominada “reelin” (2).

Comprendo ahora mejor que nunca la teoría científica de Teilhard de Chardin, armado con su martillo de paleontólogo. Así lo reconocí en un post de 2006, La esfera de la inteligencia (Noosfera), citando un libro recopilatorio de artículos de Tom Wolfe, El periodismo canalla y otros artículos, donde encontré en 2001 una referencia a Teilhard de Chardin (a quien debo mi interés manifiesto por el cerebro desde 1964), que tiene una actualidad y frescura sorprendentes: “Con la evolución del hombre –escribió-, se ha impuesto una nueva ley de la naturaleza: la convergencia”. Gracias a la tecnología, la especie del Homo sapiens, “hasta ahora desperdigada”, empezaba a unirse en un único “sistema nervioso de la humanidad”, una “membrana viva”, una “estupenda máquina pensante”, una conciencia unificada capaz de cubrir la Tierra como una “piel pensante”, o una “noosfera”, por usar el neologismo favorito de Teilhard. Pero ¿cuál era exactamente la tecnología que daría origen a esa convergencia, esa noosfera? En sus últimos años, Teilhard respondió a esta pregunta en términos bastante explícitos: la radio, la televisión, el teléfono y “esos asombrosos ordenadores electrónicos, que emiten centenares de miles de señales por segundo”. La cita es lo suficientemente expresiva de lo que Teilhard intentó transmitir a la humanidad a pesar del maltrato que sufrió por la Autoridad competente del momento, tanto científica, como ética y, por supuesto religiosa. Sabía que la realidad del Homo naledi formaba parte del punto alfa de una revolución científica llamada evolución de la especie humana. Su estrella invitada.

Sevilla, 13/IX/2015

(1) Beerger, Lee et alii (2015, 10 de septiembre). Homo naledi, a new species of the genus Homo from the Dinaledi Chamber, South Africa. eLIFE Sciences.
(2) Cobeña Fernández, J.A. (2007). Inteligencia digital. Introducción a la Noosfera digital, p. 15-28.

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