De fondo, siempre suena Mangas verdes

Corría 1962. Era la primera vez que veía una película en Madrid con la técnica de Cinerama, que te envolvía en una pantalla gigante curva y que reproducía las imágenes tomadas por tres cámaras en diferentes ángulos de tiro. Aquella película, La conquista del Oeste, con un reparto estelar (Carroll Baker, James Stewart, Debbie Reynolds, Gregory Peck, George Peppard, John Wayne, Henry Fonda, Richard Widmark, Eli Wallach, Lee J. Cobb, Karl Malden, Robert Preston, Walter Brennan, Agnes Moorehead y Spencer Tracy), la recuerdo sobre todo por una canción interpretada por Debbie Reynolds, La canción de la Pradera, adaptada de una canción popular inglesa, Mangas Verdes, que no he olvidado desde entonces. Hoy la he vuelto a escuchar en mi emisora de radio preferida, Radio Clásica. Forma parte de la banda sonora de mi vida, grabada en mi memoria de hipocampo con exactitud sonora, pero sin haber tomado conciencia en mi niñez de la cursilería que destilaba su letra. Tampoco sabía el origen de la canción ni su significado. Cleve Van Valen (Gregory Peck) abandona su partida de póker para escuchar atentamente a Lilly Prescott (Debbie Reynolds). Todo debe permanecer en el texto y contexto de la película y de la canción: Ven, ven / hay una tierra maravillosa / para el corazón lleno de esperanza / para la mano tendida / Ven, ven / hay una tierra maravillosa / donde te construiré un hogar en la pradera (traducción de la letra original de la película).

Yo era un niño que había mitificado años atrás a un actor de la época, Errol Flynn, porque siempre salía victorioso en las grandes batallas con los indios, en cualquier desfiladero de la vida, interpretando al general Custer, sin una mota de polvo, con la botonadura brillante, repeinado y con una sonrisa resplandeciente. Curiosamente, unos años antes había comenzado a escribir mi primer diario, fechado en Madrid, un lugar recurrente en mi vida y muy querido. Era domingo y otra vez era el cine el que adquiría protagonismo en mi vida como niño del Sur. Es probable que estuviera afectado aquel día por una de las dos películas que vi en el Cine “Oraá” en la sesión continua de tarde, con ambigú incluido: “El gran jefe” (1955) y “El diario de Ana Frank” (1959), de estreno riguroso. La experiencia de aquellas tardes, en una sesión continua, interminable, te predisponía a ser amante del arte cinematográfico o enemigo implacable. Afortunadamente, lo primero, en mi caso. Y aquellos actores, los protagonistas, Víctor Mature y Millie Perkins, tan distantes entre sí, caminando en vidas tan dispares, empezaban a dar forma a una forma de ser en el mundo. En el caso de Víctor Mature o “Caballo Loco”, porque ya sabía que tendría que luchar siempre con indios en el camino, los nuevos sioux, aunque después saliera de las peleas de la vida como el protagonista, sin que se me hubiera movido el “tupé” y sin una sola arruga en el traje (como le pasaba siempre a Errol Flynn). En el segundo caso, Millie Perkins o Ana Frank, porque la coherencia, el compromiso personal, hace que vivas como en otro mundo, equivocado de siglo, perseguido en aquellos años por la falta de libertad y buscando escribir algo que he vuelto a leer hoy con atención en aquel diario de mi niñez, con una letra cursiva perfecta escrita a pluma: “tendré que seguir soportando que me regañen hasta que encuentre un día mi libertad”. Es curioso, pero taché las cinco últimas palabras hasta hacerlas casi ilegibles.

Somos el niño que siempre llevamos dentro, como lo aprendí de Jose Saramago. Entre Debbie Reynolds y Errol Flynn estaba el juego. Debbie, porque esperaba la entrada de Gregory Peck en la sala de juegos contigua donde cantaba, para contemplarla encandilado. Errol Flynn, porque sabía que al final del desfiladero y de las grandes batallas estaba esperándolo Olivia de Havilland, su amor verdadero. Ambas ofrecían lo mejor que tenían, su corazón lleno de vida y su mano tendida. De fondo, siempre, mangas verdes o la canción de la pradera, da igual.

Sevilla, 10/IV/2018

La impecable dignidad de Antonio Machado

VISOR1000

Qué difícil la suerte / de los pueblos que viven protegidos / por la misericordia de un poema. / Qué difícil la última / soledad de Machado. / La luna llega al mar / el mar llega a Sevilla, / nosotros a un recuerdo / y a esta pálida / desarmada emoción / de compartir una derrota.

Luis García Montero, fragmento del poema Colliure

He ido a la librería con la ilusión de un niño sevillano cuya infancia son recuerdos de una casa de Sevilla y un balcón al que llegaba el sonido del Cine Ideal; mi juventud, doce años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Nada más entrar, he localizado el libro que deseaba comprar sin más demora, Estos días azules y este sol de la infancia, un libro de poemas para Antonio Machado, editado por Visor, porque había leído en su contraportada algo que me conmovió en el contexto actual del país: “La Editorial Visor considera que este libro es un homenaje a la memoria de uno de los más significativos escritores de nuestra lengua, pero también supone el reconocimiento a una persona que nunca abandonó su dignidad (la negrita y cursiva es mía)”.

¡Dignidad, qué palabra tan necesaria hoy en nuestras azarosas vidas! Su viejo abrigo, que le daba calor en el frío febrero de 1939 en Colliure, guardaba en uno de sus bolsillos un papel arrugado con tres anotaciones a lápiz: «Ser o no ser…», una cuarteta a Guiomar (de Otras canciones a Guiomar, a la manera de Abel Martín y Juan de Mairena, corregida así: «Y te daré mi canción: / Se canta lo que se pierde / con un papagayo verde / que la diga en tu balcón») y un verso suelto: «Estos días azules y este sol de la infancia…». Lo descubrió su hermano José, unos días después del fallecimiento de su madre y de su hermano Antonio. Tres reflexiones rotas, inacabadas, por una vida compleja por razón de ideología y compromiso social, que simbolizan una forma de ser y estar en el mundo como persona digna.

La cuestión de dignidad en Machado era muy clara en clave shakesperiana: había que serlo hasta la muerte. El canto al amor permanente a Guiomar, en ese momento vital tan delicado, era una premonición también digna: se canta lo que se pierde. Y…, un recuerdo constante de Sevilla, con el color azul como el de esta mañana de búsqueda, tal y como él lo recordaba junto al sol de su infancia, porque siempre fue el niño que llevaba dentro, con sus recuerdos de un patio de Sevilla y de un huerto claro donde maduraba el limonero. Muriendo en soledad sonora, pero sin abandonar el precioso retrato de su dignidad: Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar.

Sevilla, 5/IV/2018

 

El sueño de Martin Luther King sigue vivo: más unidad, más igualdad, más democracia

A las seis de la tarde y un minuto de hoy, sonarán todas las campanas de Memphis, 39 veces, los años que tenía Luther King cuando fue asesinado tal día como hoy, a esa hora exacta, sin compasión alguna. Su sueño de libertad sigue vivo y sin cumplirse plenamente en Estados Unidos y en este mundo tan altivo. No quiero recordar hoy solo su muerte sino el legado que nos dejó en el discurso que se conoce por las palabras I have a dream (Tengo un sueño), que pronunció el 28 de agosto de 1963 en los escalones del monumento a Lincoln en Washington D.C., que nos permite en 2018 seguir creyendo que los sueños y las utopías pueden ser una meta por alcanzar por millones de personas de bien que poblamos el planeta. Cada uno, cada una, en su pequeño mundo, porque no todos somos iguales desde nuestra forma de ser y estar en el mundo, como se puede demostrar por los desequilibrios sociales escandalosos que nos rodean de paro y corrupción, sin ir más lejos también en España, en nuestra Comunidad, siendo mínimamente sensibles con la realidad más próxima que nos sitia, a veces, de forma descarnada.

Con esta visión, quiero creer que es posible construir otro mundo más habitable «para ser», dando la vuelta a la realidad que se proyecta todos los días en la clave “para tener”. He repasado este cuaderno y he recuperado las palabras que dediqué a Martin Luther King en 2013 con motivo de la celebración del 50 aniversario del discurso anteriormente citado, recordando un artículo en el diario El País, Sueños y utopías, escrito por Antoni Gutiérrez-Rubí, que no he olvidado desde entonces. Sobre todo, porque me recordó que el compromiso personal con la ética personal y colectiva debe estar activo siempre para no hacernos partícipes de los silencios cómplices que tanto abundan en la actualidad. Decía su autor, en referencia al discurso de Luther King que: “Esas 1.666 palabras sacudieron a la sociedad mundial con tres principios: más unidad, más igualdad, más democracia. Los mismos que cien años antes, a mediados de junio de 1858, en la Convención Republicana de Springfield que le postularía como candidato a senador por el Estado de Illinois, Abraham Lincoln transmitió en su memorable discurso: “Una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse en pie”. La política como utopía necesaria y, en consecuencia, que debe ser posible y realizable. La utopía como proyecto”.

Es verdad que la clave de lo que leí aquél 21 de agosto de 2013 estaba en una frase concreta y con una carga de realidad que todavía me conmueve hoy: “Cincuenta años después, su discurso es parte de la cultura universal. Trasciende el contexto y la historia concreta, para situarse en un plano moral y se transforma en imperecedero e inagotable. Cincuenta años después, la política −en particular en nuestra realidad más próxima− se ha desgajado de la palabra que emociona, que interpreta y proyecta, que acoge y proclama. El descrédito de la política es triple: no tiene sueños que se conviertan en retos, no defiende utopías que comprometan a la acción y no encuentra las palabras que conmuevan y promuevan los cambios colectivos: aquellos que son mucho más que la suma de los individuales”.

Efectivamente, estamos instalados en una profunda crisis política y, aún peor, en una profunda crisis democrática. Nos falta emoción, para convertir los sueños en realidades confortables, muy sencillas, por otra parte, sin depender de entornos meramente materiales. Pero lo peor es que nos falta la palabra, aquella que conmueve y promueve los cambios personales y colectivos, revoloteando en nuestros alrededores una palabra terrible: la desafección. A la persona política, al cambio democrático con representación en Partidos, a casi todo.

Cinco años después de aquella reflexión sigo teniendo hoy un sueño: que la situación política de nuestro país sea realmente una oportunidad para cambiar primero y aunar, después, muchas voluntades, tal y como lo aprendí de la mano de Quilapayún en la Cantata de Santa María de Iquique, porque esta acción unitaria solo se hace posible a través del amor y el sufrimiento, cuando se hacen necesarios para tomar conciencia de que no podemos avanzar en un mundo como el actual, pendientes de que Mr. Trump tome decisiones de Estado en nuestro nombre. O que el Presidente actual en nuestro país interprete las necesidades de este Estado solo a su imagen y semejanza. Sueño también con recuperar alma. Además, como he escrito en otras ocasiones, nos falta alma y cuando falta alma, falta la vida. Da casi todo igual. ¡Qué paradoja!, porque ya no hace falta eso: tiempo para vivir dignamente.

Vuelvo otra vez a mi hombre de secreto, que no el de todos, a reflexionar la frase que regaló en una ocasión el escritor Lobo Antunes en el acto de recepción del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, en la Feria Internacional del Libro, en la ciudad de Guadalajara (México), en noviembre de 2008, transfiriendo una idea preciosa aportada por un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, por si detrás de todo esto está el alma humana que fabrica el cerebro. Porque al igual que manifestó en ese acto: “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras. “Todos los grandes escribían hacia atrás”. También, porque todos los días escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas…

Hoy, gracias a Martin Luther King, sus palabras suenan mejor que nunca: necesitamos más unidad, más igualdad y más democracia, más alma en definitiva, porque parafraseando una frase de Lincoln muy querida para él, “Una casa [España, Cataluña, Andalucía] dividida contra sí misma no puede mantenerse en pie”. Sería una forma de agradecer de forma expresa su compromiso activo, su legado maravilloso en un día de vida más que de muerte, de sueños, que merece la pena recordar con respeto y admiración.

¡Gracias por haber compartido aquél sueño, Martin Luther King! Con profundo respeto.

Sevilla, 4/IV/2018

Estos días azules y este sol de la infancia…

ESTOS DIAS AZULES

RTVE / Libro homenaje a Antonio Machado

Las editoriales Anagrama y Visor eran conocidas durante la Transición de este país, en el pasado siglo, por sus colores identitarios, recordando hoy el negro sempiterno de Visor que nos llevaba simbólicamente a salir del túnel de la dictadura leyendo poesía de aquí, allá y acullá para interpretarla y vivir en un mundo mejor. Tengo un respeto reverencial a esta colección dirigida por Chus Visor y ahora descubro que con motivo de la publicación de su número 1.000 este año, lo ha querido dedicar a un verso perdido, Estos días azules, este sol de la infancia, que José Machado encontró en un papel arrugado que estaba en un bolsillo de un viejo abrigo de su hermano Antonio, días después de su entierro en Collioure.

¿Un recuerdo de sus años en Sevilla o de su reciente estancia en Rocafort (Valencia), en pleno destierro interior? No lo sabemos, pero me parece una idea preciosa que Chus Visor haya invitado a ochenta y cinco poetas para que interpretaran, a su forma y manera, la continuidad o integración de este verso introductorio para un poema inacabado, con objeto de publicarlos en las páginas del libro número 1.000 de su editorial, dedicado íntegramente a Antonio Machado.

Preciosa idea, precioso mensaje, preciosa lectura para los que quieran seguir interpretando todos los días los mensajes de compromiso social activo de este poeta sevillano al que sus paisanos, como es mi caso, debemos tanto en la forma de interpretar lo que todos los días pasa en la rutina de vivir despiertos.

Sevilla, 3/IV/2018

Nuevo aspecto, nuevo compromiso

A lo largo de los doce años de vida de este blog he cambiado en varias ocasiones su aspecto (look) y forma de acceder a él en su planteamiento técnico (feel). Presento ahora un nuevo tema para ponerlo a disposición de quienes leen este cuaderno de inteligencia digital, de nombre muy simple, 20 17, con nuevas funcionalidades agregadas por elección personal: nuevo motor de búsqueda, nuevo tipo de letra más clara, traductor servido por la tecnología de Google y un reproductor de música que inauguro con una obra preciosa de Alessandro Marcello interpretada por un músico excepcional andaluz que nos hace soñar escuchando su forma de tocar el oboe, natural de Valverde del Camino (Huelva), sobre el que he escrito en varias ocasiones en este blog. Escucharlo es una delicia y es una forma de sentir la música como compañera en la felicidad de leer y en aquellos momentos en que necesitemos encontrar paz interior.

La imagen de cabecera, El Cuarto Estado, de Giuseppe Pellizza da Volpedo (1901), no es una elección inocente. Ya lo había señalado en un post en el que utilicé esta imagen, En caminar juntos está el secreto, que reproduzco a continuación como nuevo hilo conductor de este cuaderno digital que busca siempre islas desconocidas. Espero que lo disfruten conmigo y con todas las personas que se acercan a hojear estas páginas especiales.

Sevilla, 2/IV/2018

En caminar juntos está el secreto

EL CUARTO PODER
Giuseppe Pellizza da Volpedo (1901). El Cuarto Estado.

Lo ideal sería caminar en un estado en el cual la mente, el cuerpo y el mundo están alineados, como si fueran tres personajes que por fin logran mantener una conversación, tres notas que de pronto alcanzan un acorde.

Rebecca Solnit, Wanderlust. Una historia del caminar.

Siempre me ha sorprendido el cuadro “El Cuarto Estado”, al que hizo tan famoso la película “Novecento” de Bertolucci. Lo contemplé a diario en los meses que duró la promoción de la película, cuando vivía en Roma en 1976, a través de las ventanillas de los autobuses 881 y 62, camino de mi Facultad. Descubrí entonces que en caminar juntos está el secreto de la vida.

Hoy, he leído un artículo precioso de presentación de un libro sugerente por su título: “Wanderlust. Una historia del caminar”, de Rebecca Solnit: “Desde las primeras páginas de Wanderlust, eché a andar y ya no paré. Atravesé paisajes salvajes, acompañando a los pioneros de la caminata dos siglos atrás, aquellos que inauguraron la idea romántica y todavía vigente del paseo como liberación y como experiencia estética, y que acabaron cuestionando la propiedad privada (las puertas al campo, para nada metafóricas). Párrafo tras párrafo incursioné con ellos en bosques y desiertos, ascendí montañas por primera vez pisadas, y acabé regresando a las ciudades, las grandes ciudades donde el caminar es una forma de resistencia frente al urbanismo sin escala humana y contra el “¿te gusta conducir?”; una oportunidad para provocar esos cruces imprevisibles que enriquecen la vida urbana contra quienes intentan regularla y vigilarla; una forma de ejercer ciudadanía y reapropiarnos del espacio público en la línea de lo que ya leímos antes en Mike Davis o Manuel Delgado” (1).

Antonio Machado también es un referente en mi vida, en un poema que nunca olvido, sobre todo cuando reconozco errores en mi vida de todos y en la secreto, así como cada vez que me levanto después de una caída: “Caminante, son tus huellas /el camino, y nada más / caminante, no hay camino: / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar”.

Vuelvo al Cuarto Estado. Me sobrecoge la fuerza de un camino de reivindicación pacífica que se traduce en las expresiones de la cabecera de esta marcha en la que hay una clara necesidad de hablar por parte de la mujer que lleva al niño en su brazo derecho y con la mano izquierda desea reforzar su pensamiento y sentimiento de clase en su marcha proletaria. Necesitaríamos hoy más que nunca estudiar a fondo este cuadro, que simboliza algo que es imprescindible en tiempos de regeneración ética. Al igual que nos recomendó hace siglos el Eclesiastés, lo mejor es caminar juntos para avanzar en progreso social cundo no entendemos nada de lo que está ocurriendo, porque si caemos o nos frustramos diariamente, entendiendo que la responsabilidad de la corrupción social no es solo del Estado, siempre tendremos alguien al lado que nos levante. La experiencia histórica así lo había entendido: el bienestar social, incluso los proyectos políticos compartidos, pueden llegar a ser como cuerda de tres hilos, que difícilmente se puede romper. Incluso un cuarto poder, cuando el legislativo, el ejecutivo y el judicial, dejan de funcionar democráticamente.

Sevilla, 29/IV/2015

(1) Rosa, Isaac (2015, 27 de abril). Buena gente que camina. Babelia (El País).