Océano de mixturas que surcaron las fragatas
Entre historias de piratas, amores y desventuras
Y en el margen de tu herida, susurrando como el viento
Se desgranó tu quebranto a golpe de despedidas
Atlántico, yo soy Atlántico
Los Sabandeños, Atlántico
Llegué al Bidasoa y a su desembocadura en el Cantábrico, el rey azul de mi juventud. Comprendí bien la traducción de Hondarribia, el vado de arena. Ver para creer. Hondarribia muestra también la belleza del hermanamiento de ríos y mares con su propio ejemplo, uniendo también países desde las dos orillas, Francia y España. Desde la Arma Plaza se contempla la belleza de este encuentro de siglos que no siempre fueron de paz sino también de guerras. Se celebraba aquella noche un acto programado por el XVIII Bidasoa Folk Festival, actuando el grupo canario Los Sabandeños. Su director y fundador, Elfidio Alonso Quintero, explicó su inmenso amor a esa tierra y su presencia allí, por lo ocurrido con el destierro a Irún de su padre al finalizar la guerra civil, que ahora simboliza en son de paz al recordar que donó su biblioteca personal al pueblo de Irún que un día, ya lejano, lo acogió con los brazos abiertos.
De su repertorio, sonó de forma especial su canción Atlántico, que al igual que Serrat convirtió Mediterráneo en un himno nacional para la banda sonora de demócratas, la han convertido ellos en himno de su tierra canaria. Sonó maravillosamente en aquella plaza con el aforo abierto a quien los quisiera escuchar. Sentí en mis oídos algo así como un sentimiento que me hizo expresar en ese momento: ¡Soy Cantábrico, Mediterráneo y Atlántico! O lo que es lo mismo, el ansia de un mar común:
Un abrazo de atlante de la Habana hasta Orchilla
Salpicada está tu orilla con anhelos de emigrantes
Y va cuajado de azul, el alisio peregrino
Que pregona en los caminos el ansia de un mar común
Pasear por Hondarribia es pasar páginas de historia desconocidas para el Sur. El sobrio Castillo de Carlos V representa en su atalaya el ámbito defensivo de aquella plaza, desde su primera construcción por Sancho Abarca de Navarra a finales del siglo X, que Carlos V convirtió en castillo y palacio. Conserva en el actual edificio destinado a Parador, una serie de tapices con bocetos de Rubens bajo el título de La vida de Aquiles, que diseñó entre 1630 y 1635, compuesta por ocho escenas de la cuales se exhiben seis: Tetis sumergiendo a Aquiles en el río Éstige, La educación de Aquiles, Aquiles descubierto, La cólera de Aquiles, La devolución de Briseida, y La muerte de Aquiles. Muy cerca y enclavada en restos de la muralla defensiva de la ciudad se encuentra la iglesia de Santa María de la Asunción y del Manzano, de estilo gótico y renacentista, donde se celebró la boda por poderes de María Teresa de Austria y Luis XIV en 1660. Se visitan también los baluartes de la Reina y de Leyva o San Nicolás. Se dice que Hondarribia tiene tres almas: la ciudad amurallada con su trazado medieval y elegantes palacios, el barrio de pescadores y una seña de identidad del progreso marítimo simbolizado en un barco varado, el Mariñel, como última representación de barcos de madera, y su entorno rural en torno al monte Jaizquíbel. He estado muy cerca de ellas, procurando descubrirlas en su estado más puro, aunque hoy están dominadas por la actividad turística como reclamo de la ciudad.
Barco Rekalde / JA COBEÑA
Una experiencia interesante ha sido cruzar el Bidasoa en dos pequeñas embarcaciones, Rekalde y Marie Louise, que en pocos minutos te trasladan de una orilla a otra, desde Hondarribia a Hendaya y viceversa, en un viaje lleno de encanto. La sensación durante el viaje es que éramos ciudadanos de Europa sin fronteras, sin que tengamos que perder por ello las correspondientes señas de identidad.
Todos los días, en Arma Plaza, he dedicado unos minutos a contemplar el Bidasoa, recordándome la importancia de creer en una España unida que hoy resuena en mi memoria de secreto como desembocando a un país bañado por dos mares y un océano, que hemos convertido en enseñas nacionales de una forma de ser y estar en el mundo, mares en los que miles de migrantes tienen su horizonte para vivir un mundo mejor. Es verdad que vivimos muy ajenos a estas situaciones reales y muy próximas, que utilizan un mar que cantamos históricamente como hermoso y tranquilo, en una contradicción memorable, que llevó a Joan Manel Serrat a cantar “Mediterráneo”, desde la tragedia de Alepo en Siria, con sumo cuidado y respeto reverencial a los migrantes y refugiados que pierden con frecuencia su vida en él, porque ese mar maravilloso se ha convertido en la sepultura de miles y miles de refugiados que escapan también de sus países de origen, en un auténtico sinsentido. Además, porque los que mueren a cientos en ese mar ya no serán desgraciadamente caminos para nadie, tampoco le darán verde a los pinos ni amarillo a la genista.
Los Sabandeños me lo mostraron de forma preciosa durante su actuación en Arma Plaza que no olvido, cuando resonaban en aquella plaza encantada los ecos de Atlántico, tan cerca del Cantábrico:
Un abrazo de atlante de la Habana hasta Orchilla
Salpicada está tu orilla con anhelos de emigrantes
Y va cuajado de azul, el alisio peregrino
Que pregona en los caminos el ansia de un mar común
Atlántico, yo soy Atlántico
[Mediterráneo, yo soy Mediterráneo]
[Cantábrico, yo soy Cantábrico]
También he recordado a un grupo de los 80, La Dama se Esconde, que cantó al Cantábrico, el rey azul, con expresiones muy bellas sobre la quintaesencia de este mar. Con él repaso mi estancia en Hondarribia, respetando su realeza azul porque No hay distancia que / me separe de su denso despertar, / de sus formas, su color, su inquieta aura. / Fieros vientos que arropáis / cada gota de su intimidad / no os olvidéis de arropar a nuestro hermano. Porque yo, hoy, soy Cantábrico.
Sevilla, 28/VIII/2018
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