Valor y precio en el traductor ético de secreto

BLACK FRIDAY

Sevilla, 3/XII/2019

Hemos salido del Black Friday como cada cual ha podido, casi todos con daños colaterales de consumo; quizá hemos pasado de puntillas por el Cyber Monday, que este año ha atacado como si fuera la División Acorazada Guzmán el Bueno y, para agotar el presupuesto, tan mermado ya, hemos llegado hoy a una prolongación del Black Friday con aviso de cartelería en negro porque es uno de los últimos días de este festival de consumo, con un final críptico: hasta agotar existencias, quizá porque el Mercado se compadece de los pobres consumidores y les da una última oportunidad.

Este mes y el que viene nos queda cantar a coro Silent Night, quizá algún que otro Happy Birthday y, para finalizar el año, Happy New Year. Por no decir cómo nos inquietan las Last Minute Deals (ofertas de última hora) de cada día, de cada minuto, de cada segundo, que nos dejan inquieta el alma o la moral por el síndrome de la última versión o del último precio más barato, con el sentimiento de culpa porque no lo he sabido localizar a tiempo. Vamos, un no parar para el traductor virtual y ético que todos llevamos dentro.

Vivimos inmersos en la mercadotecnia pura y dura de factura americana casi siempre. Importamos usos y costumbre del otro lado del Atlántico con una facilidad pasmosa, sobre todo de América del Norte. La Real Academia Española no da abasto con la incorporación paulatina de los anglicismos (yo diría mejor, americanismos) que acaban imponiéndose poco a poco en nuestro cerebro y en el traductor ético que todos llevamos dentro, porque casi todo es consumo.

Ante esta situación de emergencia ética, no olvido una reflexión magistral de Antonio Machado, que deberíamos rescatar en silencio, ante el último segundo antes de comprar algo promovido por el mercado con un vocabulario imposible: Todo necio confunde valor y precio (Proverbios y cantares, LXVIII). Cuando volvamos a las prisas diarias, al estrés puro y duro, finalicen las compras de tantos días americanos y tomemos el control de nuestra vida, nos daremos cuenta de que nos pasa algo de lo que me ocurría a mi cuando era niño: los Reyes Magos de Oriente me traían el caballo de cartón y, pasados unos días, ya no tenía gracia montarme muchas veces en él. Me iba a la habitación a escribir de nuevo a un rey desconocido que me permitiera ser feliz todos los días, porque tenerlo (el juguete…) me permitía comprobar que ya se me había escapado la ilusión por la montura del equino. Y así desde entonces, buscando por todas partes la forma de disfrutar los placeres basados en bienes básicos, necesarios y en personas cercanas bajo la forma de familia, compañeras y compañeros de trabajo, amigos, proveedores conocidos y respetados (en clave de valor) o lo que algunos llaman placeres inútiles, frente a lo que me ofrecen los bienes de consumo (puro precio y mercado).

Tengo activada siempre la traductora ética ante el consumo, por mucho que se empeñen el Black Friday o el Cyber Monday y sus secuaces en hacerme feliz para siempre con la oferta de última hora. En este contexto, hago ahora una última reflexión, que no oferta, barata por cierto: es conveniente soñar junto a las personas que queremos, porque la felicidad es mayor, al trenzarse el amor como una cuerda de tres hilos, que difícilmente se puede romper. Y en este tiempo de campaña de lotería que anima a soñar en cosas caras, a tener y no a ser, quiero probar de nuevo las sensaciones que me proporciona estar atento ante la dialéctica valor/precio de las cosas pequeñas, las que tanto amaba Rabindranath Tagore para regalar a las personas mediante el símbolo de un pájaro perdido.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

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