El discurso desnudo del Rey

Sevilla, 25/XII/2020

He leído con profunda atención el discurso que pronunció anoche el Rey, según la costumbre nacional en Nochebuena y que había levantado una gran expectación. Es verdad que recorrió la agenda de lo ocurrido en este país en los últimos meses, frecuentando el futuro con soluciones y visión de Estado,  pero tuvo un silencio cómplice que no me ha pasado por alto: alguna referencia de lo que ha pasado con los líos éticos y económicos de su Padre, que son un clamor popular. En el cuento de Andersen, El traje nuevo del emperador, en sus párrafos finales, se menciona un supuesto traje nuevo del emperador que nadie veía aunque nadie decía nada, excepto un niño, recurso que también utilizó Groucho Marx en Sopa de ganso, la sabiduría infantil sin filtro alguno, salvando lo que haya que salvar: “¡Hasta un niño de cuatro años sería capaz de entender esto!… Rápido, busque a un niño de cuatro años, a mí me parece chino“:

-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.

-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.

-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!

-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.

Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; más pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.

Es un cuento hecho realidad ahora, porque el discurso de anoche estaba desnudo de referencias de Felipe VI a su padre y su alargada cola de despropósitos que tanto ha salpicado la ya dolorosa pandemia, haciendo un daño irreparable. En el mes de agosto pasado escribí un artículo con motivo de la salida vergonzante del Rey emérito de este país, Agosto 2020 / 4. El traje nuevo del rey, en el que contaba que el Rey emérito ya no estaba en España: “Se ha ido después de haberlo consultado con su espejo. Es una noticia de un calado excepcional porque compromete muchas cosas, fundamentalmente la Constitución, al tocar de lleno a la Jefatura del Estado, de la que se debe esperar siempre no heroicidades sino la máxima ejemplaridad en todos los ámbitos de la vida real. Correrán ríos de tinta para analizar todo lo ocurrido, verdaderamente lamentable, pero cada uno tiene una parte en la responsabilidad de analizarlo como es debido”.

Esa es la razón de por qué vuelvo a abrir un libro al que tengo especial aprecio, el cuento de Andersen citado, El traje nuevo del emperador, pero interpretado y leído por actores que son amigos de Steven Spielberg. Hace ya muchos años conocí una experiencia dirigida por este afamado director, el proyecto Starbright (hoy Starlight), del que aprendí muchas cosas. Pero sobre todo me llamó la atención la publicación de un cuento, El traje nuevo del emperador (1), editado por la Fundación del mismo nombre y con el prólogo de Spielberg, que servía para financiar una parte de los gastos de los diferentes proyectos de la Fundación, que recomiendo leer en su versión al castellano y por sus magníficas ilustraciones. Suelo leerlo a menudo, sobre todo para refrescar siempre una recomendación del reconocido director: ¡Cuidado con los tejedores espabilados! (incluidos determinados partidos políticos y militares de este país).

Hojeándolo de nuevo con atención, he vuelto a leer la interpretación que del mismo hace la actriz Geena Davis, dedicado especialmente al espejo imperial [o real], que en estos momentos reales creo que ha tenido un papel decisivo y refiriéndome en estos momentos al discurso de anoche, donde cada uno, cada una, vuelve a desempeñar perfectamente su papel:

“Soy PERFECTO

No bromeo, soy perfectísimo. Reflejo las cosas exactamente como son. Soy incapaz de cometer un error.

Es cierto que el emperador y yo hemos discutido a menudo por unos cuantos kilos o por la progresiva extensión de su calva, pero por lo general termina aceptando mi punto de vista. Por esta razón me había divertido tanto con la farsa de los tejedores. Estaba seguro de que una vez que el emperador se contemplara en mi luna el día de la gran prueba final vería la verdad: los ladrones quedarían en evidencia, y al final todos nos desternillaríamos de risa.

Pero no: el emperador se plantó delante de mí y nos miramos el uno al otro. Con los ojos buscaba el reflejo de su persona, pero no podía dejar de mirar los de sus consejeros, que seguían el “ensayo general” desconcertados. Estoy convencido de que Su Majestad vio lo que yo, sin dejar lugar a dudas, reflejaba: un emperador prácticamente desnudo, enmarcado en un espejo; un par de nerviosos “tejedores”; el transparentemente siniestro primer ministro, y todo el cabeceo aprobatorio de la corte imperial de tontos.

Sin embargo, no dijo esta boca es mía. Nadie dijo una palabra. Yo casi me hago añicos por la frustración. Había creído que el emperador era un hombre sensato.

¡Por mi gloria! ¿Es que no se daba cuenta?

Parece ser que no. Muchas veces, los “tejedores” más próximos [del Rey] son los que menos ayudan a ser uno mismo, por muy perfectos que sean (al buen entendedor en este país con pocas palabras basta, porque de todo hay en en esa viña del Señor). Hasta que un día cualquiera, en un momento especial, un niño de Andersen o de Groucho Marx o cualquier persona digna, incluso un juez, da igual que sea mujer u hombre, nos desmontan todos los esquemas de la rutina diaria y salta la posibilidad de que podamos ser otros, porque son los que de verdad denuncian a personas que suelen ir desnudas por el mundo con la obsesión de vivir la perfección apasionadamente, convencidos de que llevan incluso ropa de emperadores, reyes o reinas, cosidos puntada a puntada por modistos o tejedores -supuestamente imparciales- que se refugian en ellos y son incapaces de decir la verdad de lo que está pasando a quienes cosen. Sobre todo, porque son profesionales de la farsa a cualquier precio y de los silencios cómplices.

Así lo leí un día ya lejano y así lo he vuelvo a contar hoy, con un problema serio a diferencia de cómo finalizaban los cuentos en mi infancia: colorín, colorado, este cuento real no se ha acabado. Confío ahora en el niño avispado de Andersen o en el de cuatro años de Groucho Marx, para que nos digan la verdad de una vez por todas y nos interpreten de la mejor forma posible el discurso desnudo, anoche, del Rey. La necesitamos, porque en el caso de la Jefatura del Estado constitucional, no se trata, como en el cuento, de «aguantar hasta el fin».

(1) The Starbright Foundation (1998). El traje nuevo del emperador. Barcelona: Ediciones B.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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