Ella [la escritura] sólo producirá el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; confiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu.
Platón, Fedro, 274c-277a
Irene Vallejo, la autora de El infinito en un junco, dice en un capítulo dedicado a la piel de los libros que “Nuestra piel es una gran página en blanco; el cuerpo, un libro”. Yo agregaría que las manos son el marcapáginas de la vida, que contienen páginas escritas por el tiempo: “El tiempo va escribiendo poco a poco su historia en las caras, en los brazos, en los vientres, en los sexos, en las piernas”; también, en las manos: “Recién llegados al mundo, nos imprimen en la tripa una gran “O”, el ombligo. Después van apareciendo lentamente otras letras. Las líneas de la mano. Las pecas, como punto y aparte. Las tachaduras que dejan los médicos cuando abren la carne y luego la cosen. Con el paso de los años, las cicatrices, las arrugas, las manchas y las ramificaciones varicosas trazan las sílabas que marcan una vida (1).
Cuando observo mi mano, arrugada ya por el paso del tiempo, apoyada sobre las páginas de un libro a modo de marcapáginas transitorio, ordenando la lectura, traigo a mi memoria las primeras experiencias de ella en el arte de escribir. Mi maestra, Dª Antonia, me enseñó caligrafía con palillero azul y plumillas de diferentes calidades y formas. Aprendí a escribir en la pizarra con tiza y borrador, caligrafía inglesa por supuesto, llenando cuadernos de “Diario” con letras artísticas de redondilla y gótica -con tinta negra muy aguada que preparaba el Director de mi Colegio, D. Enrique, en botellas de litro que volcaba en tinteros de porcelana blanca alojados en mi banca- adornadas con grecas imposibles que hacía sobre aquél papel cuadriculado de los cuadernos Rubio. Aquellas maravillosas clases me enseñaron algo importante: escribir lo que copiaba o sentía, transmitiéndolo con el pulso de mi mano, a mantener una forma de expresarme con trazados bellos, que es lo que significaba la caligrafía, palabra que sólo comprendí años más tarde, cuando la cuidaba en las ocasiones especiales que me enseñó Dª Antonia.
Mi mano, cogida de la mano del tiempo, siempre prefirió los manuscritos desde aquellas preciosas aventuras con Doña Antonia. Es verdad que “El manuscrito tiene una característica evidente, comparado con la máquina de escribir o la pantalla: la individualidad. La letra de una persona es algo exclusivo, como sabe bien el amante que reconoce ya desde el sobre una carta de su amada…” (2). Es lo que probablemente intentó explicarnos García Márquez sobre el realismo mágico de sus palabras manuscritas, aunque él las escribiera con una máquina de escribir clásica que superaba con creces la letra creada por la bola de tungsteno de su bolígrafo BIC de turno. Pero éste probablemente estaba allí, muy pendiente de su mano creadora, aunque arrugada probablemente por el tiempo. Como de la carta comunicando la pensión al coronel Buendía, que tanto esperó, mucho menos importante que lo que nos sucede en el día a día, cuando vamos como él del timbo al tambo de nuestras vidas.
Buscando interpretaciones de la mano a lo largo del tiempo, aceptando las arrugas propias del paso de los años, he recordado que Vicente Aleixandre retrató también las manos de forma excelente, en un poema precioso, Mano entregada, donde la piel alada, quizá arrugada también, juega un papel especial en la vida:
Pero otro día toco tu mano. Mano tibia. Tu delicada mano silente. A veces cierro mis ojos y toco leve tu mano, leve toque que comprueba su forma, que tienta su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.
Sabemos ya que nuestras manos tienen una historia de más de tres millones de años, tal y como lo describió la revista Science en 2015 (3). He elogiado siempre la mano humana, artífice de su evolución, porque es una de las maravillas de la naturaleza humana que junto al habla supone una evolución transcendental para las personas de hoy. Es una experiencia gratificante mirar con delicada atención nuestras manos, como nos enseña Aleixandre, reparando en lo que nos aportan día a día, tanto en la vida diaria que las necesitan para atender múltiples necesidades, como para expresar de forma maravillosa los sentimientos y emociones en momentos vitales siguiendo instrucciones de determinadas estructuras del cerebro. O cómo pasan las hojas de un libro, incluso el de la vida. O cómo permiten escribir palabras bellas.
Se ha descubierto que nuestros antepasados africanos decidieron un día bajarse de los árboles para su sustento y viajar hacia Europa para comer y cazar, utilizando utensilios diferentes, cada día más sofisticados en los que la mano jugaba un papel estelar a través de la trabécula, una parte de hueso esponjoso de los dedos cuya morfología varía a lo largo de la vida en función del uso que se hace de ella, según este descubrimiento científico: ”Estos resultados apoyan la evidencia arqueológica para el uso de herramientas de piedra en los australopitecos y proporcionan evidencia morfológica de que los homínidos del Plioceno ya utilizaban posturas de las manos de apariencia humana mucho antes y con más frecuencia que se consideraba anteriormente”. Coger con fuerza herramientas, utilizando la presión del pulgar, mirando de frente al resto de los dedos de una mano, era un factor determinante.
Sabemos ya, por tanto, que dos huesos, el hioides (el hueso que nos permite hablar) y la trabécula del pulgar, han sido determinantes a lo largo de la historia para hacernos más humanos, personas más libres a través de la palabra y del apretón de manos, del saludo y de la ternura de nuestros dedos. Maravilloso. Las personas tenemos manos porque en la evolución natural que describe la revista Science, se desarrollaron por los mensajes que a tal efecto les mandaba el cerebro. Es verdad, porque las manos más humanas vinieron después. Incluso cuando con el paso de los años las arrugas acaban envolviendo las páginas de un libro, incluso el de la propia vida, porque a veces cierro mis ojos y toco leve mi mano, leve toque que comprueba su forma, que tienta su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso insobornable, el triste hueso adonde supe un día ya lejano que no llegaba nunca el amor.
(1) Vallejo, Irene (2020). El infinito en un junco. Madrid: Siruela, p. 79s.
(3) Skinner, M.M., Stephens, N.B., Tsegai, Z.J., Foote, A.C., Nguyen, N.H., Gross, T., Pahr, D.H., Hublin, J.J. y Kivell, T.L. (2015). Human-like hand use in Australopithecus africanus. Science, 23, Vol. 347 no. 6220, pp. 395-399.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
El momento en el que nos encontramos nos recuerda una frase de Winston Churchill. En el otoño de 1942, pronunció un famoso discurso que marcó una victoria militar que creía que sería un punto de inflexión en la guerra contra la Alemania nazi. “Esto no es el final”, advirtió. “Ni siquiera es el principio del final. Pero quizás sea el final del principio”
Bill y Melinda Gates, Carta anual 2021
He leído con atención la carta que Bill y Melinda Gates han publicado el pasado miércoles 27 de enero, siguiendo una costumbre que sigo desde que comenzaron a escribirlas a las personas que las quisieran leer y escuchar. Un apasionado del mundo digital, como es mi caso, sigue de cerca estas manifestaciones porque creo que suponen una aportación inteligente para solucionar una parte del problema actual, tal y como exponen en las líneas que siguen. Lo mejor es leerla sin contaminación alguna y para ello he utilizado la versión original en inglés (con comentarios de los autores al margen) y la traducción al español que ha facilitado la propia Fundación.
En el momento en que estamos, el final del principio, es importante leer documentos veraces como éste que nos alumbren la salida del túnel. Como he manifestado en mi libro “La ventana discreta”, publicado al finalizar la primera ola de la pandemia, “necesitamos pensar ya en la Reconstrucción del Mundo para poder reconstruir España. Así de claro y contundente. Es difícil salir de este túnel amargo de la COVID-19 sin una visión estratégica de alcance planetario que siente las bases para establecer un nuevo orden mundial político y económico para salvaguardar la salud pública, económica y democrática del planeta Tierra. Las soluciones que hasta ahora cohesionaban el mundo declarándolo una aldea común ya no valen y los ordenadores portátiles de los hombres de negro han comenzado a cerrarse masivamente sin capacidad de reinicio alguno. Eso sí, habiendo salvado previamente la totalidad del dinero invertido, dejando a millones de ciudadanos y Estados a su “mala” suerte. En este contexto, he recordado como tarea preparatoria un cuento precioso de Jorge Luis Borges, El Congreso, que ya he comentado una vez en este cuaderno digital, porque traduce una realidad existencial del devenir del mundo en el que todos estamos ahora obligatoriamente obligados a comprenderlo para entendernos mejor. Leerlo es casi una obligación de Estado”. Leer esta carta, casi igual.
El mundo tiene una importante oportunidad de convertir las lecciones duramente aprendidas de esta pandemia en un futuro más saludable y equitativo para todos.
27 de enero de 2021
Estamos escribiendo esta carta tras un año como ningún otro en nuestras vidas.
Hace dos décadas creamos una fundación centrada en la salud mundial porque queríamos utilizar los beneficios generados con Microsoft para mejorar la vida del mayor número posible de personas. La salud es la piedra angular de cualquier sociedad próspera. Si la salud de uno está comprometida —o si uno teme contraer alguna enfermedad mortal— es difícil concentrarse en otra cosa. Mantenerse en vida y en buena salud se vuelve una prioridad con detrimento necesariamente de todo lo demás.
Este último año muchos de nosotros hemos vivido en carne propia esta realidad por primera vez. Ahora nos planteamos las cosas de forma diferente al tomar cualquier decisión y nos preguntamos cómo minimizar el riesgo de contraer o contagiar la covid-19.
Es probable que haya epidemiólogos que estén leyendo esta carta, pero pensamos que la mayor parte de las personas este último año se han visto obligadas a reorientar sus vidas en torno a conceptos totalmente nuevos como el “distanciamiento social”, el “aplanamiento de la curva” o el “R0” de un virus. (Y dirigiéndonos al epidemiólogo que esté leyendo estas líneas, apostamos que nadie está más sorprendido que usted de vivir en un mundo en el que su compañero Anthony Fauci aparece en la portada de la revista InStyle).
Cuando redactamos nuestra última Carta Anual, el mundo estaba apenas empezando a comprender lo grave que podía volverse una nueva pandemia de coronavirus. Si bien nuestra fundación se había visto concernida desde hace tiempo por el espectro de una pandemia —sobre todo después de la epidemia de ébola en África occidental— nos asombró sobremanera ver cuán drásticamente la covid-19 ha trastocado las economías, los empleos, la enseñanza y el bienestar en todo el mundo.
Tan solo pocas semanas después de haber oído por primera vez la palabra “covid-19” cerrábamos las oficinas de nuestra fundación y nos uníamos a miles de millones de personas por todo el planeta, adaptándonos a formas de vivir radicalmente diferentes a las que conocíamos. Nuestros días se transformaron en una confusión de videoconferencias, noticias preocupantes y comidas que recalentábamos en el microondas.
Sin embargo, esos ajustes que ambos hemos realizado no son nada comparados con el impacto que la pandemia ha tenido en la existencia de otros. La covid-19 se ha cobrado vidas, enfermado a millones de personas y llevado a la economía mundial a una devastadora recesión. 1.500 millones de niños han perdido tiempo de escolaridad y puede que algunos nunca vuelvan a las aulas. Los trabajadores esenciales están haciendo trabajos imposibles corriendo y haciendo correr a sus familiares grandes riesgos. El estrés y el aislamiento han provocado impactos de amplio alcance en la salud mental. Las familias en todos los países han tenido que renunciar a tantos momentos trascendentales de la vida: graduaciones, bodas, incluso funerales. (Cuando el padre de Bill falleció el pasado septiembre, se hizo aún más doloroso por el hecho de que no pudimos reunirnos todos para llorar su pérdida).
Quedarán grabados en la historia estos últimos dos meses como los momentos más dolorosos de toda la pandemia. Pero brilla un rayo de esperanza en el horizonte. Si bien nos queda mucho camino por recorrer hasta que logremos recuperarnos, el mundo ha logrado grandes victorias frente el virus al poner a punto nuevas pruebas, tratamientos y vacunas. Estamos convencidos de que estas nuevas herramientas pronto empezarán a flexionar la curva de forma rotunda.
El momento en el que nos encontramos nos recuerda una frase de Winston Churchill. En el otoño de 1942, pronunció un famoso discurso que marcó una victoria militar que creía que sería un punto de inflexión en la guerra contra la Alemania nazi. “Esto no es el final”, advirtió. “Ni siquiera es el principio del final. Pero quizás sea el final del principio”.
Por lo que a la covid-19 se refiere, somos optimistas y pensamos que se está acercando el final del principio. También somos realistas y sabemos lo que se ha necesitado para llegar aquí: se ha desplegado el mayor esfuerzo de la historia de la humanidad en materia de salud pública, en el que se han visto involucrados legisladores, investigadores, trabajadores de la salud, líderes empresariales, organizadores comunitarios, comunidades religiosas, y muchos más actores que cooperan de manera novedosa.
Ese tipo de esfuerzo compartido es importante, porque en una crisis global como la actual, uno no quiere que las empresas tomen decisiones impulsadas por un afán de lucro o que los Gobiernos actúen con el objetivo limitado de proteger únicamente a sus propios ciudadanos. Se necesita a muchas personas y que haya una conjunción de intereses obrando de buena voluntad para que toda la humanidad se vea beneficiada.
La filantropía puede ayudar a facilitar esa cooperación. En la medida en que nuestra fundación lleva décadas trabajando sobre enfermedades infecciosas, tenemos relaciones sólidas y duraderas con la Organización Mundial de la Salud, con expertos, con Gobiernos y con el sector privado. Y como nuestra fundación se centra específicamente en los desafíos que enfrentan las personas más desfavorecidas del mundo, comprendemos la importancia de garantizar que el mundo también tome en consideración las necesidades específicas de los países de bajos ingresos.
Hasta la fecha, nuestra fundación ha invertido 1.750 millones de dólares en la lucha contra la covid-19. La mayor parte de esa financiación se ha destinado a producir y adquirir suministros médicos esenciales. Por ejemplo, apoyamos a los investigadores que desarrollan nuevos tratamientos contra la covid-19, incluidos los anticuerpos monoclonales y trabajamos con socios para garantizar que estos medicamentos se formulen en formatos fáciles de transportar y usar en los lugares más pobres del mundo con el fin de que todo el mundo en todas partes pueda beneficiarse de ellos.
También venimos apoyando los esfuerzos para encontrar y distribuir vacunas seguras y efectivas contra el virus. Durante las últimas dos décadas, nuestros recursos respaldaron el desarrollo de 11 vacunas que han sido certificadas como seguras y efectivas, y nuestros socios aplican las lecciones que hemos aprendido al desarrollo de vacunas contra la covid-19.
Es posible que en el momento en que lea usted esta carta, usted mismo o alguien que conoce ya haya recibido la vacuna contra la covid-19. El que éstas ya estén disponibles es para nosotros algo bastante remarcable, sobre todo si se toma en cuenta el hecho de que el virus de la covid-19 era un patógeno prácticamente desconocido a principios de 2020 y si se considera lo riguroso que es el proceso para demostrar la seguridad y eficacia de una vacuna. Es importante que las personas comprendan que, si bien estas vacunas han sido desarrolladas en un plazo muy reducido, tenían que cumplir no obstante con unas pautas estrictas antes de ser aprobadas.
Ningún país o empresa podría haber logrado esto solo. Los financiadores de todo el mundo juntaron recursos, los competidores compartieron los resultados de la investigación y todos los involucrados tuvieron una ventaja gracias a muchos años de inversión global en tecnologías que han ayudado a abrir una nueva era en el desarrollo de vacunas. Si el nuevo coronavirus hubiera aparecido en 2009 en vez de en 2019, el camino hacia una vacuna habría sido mucho más largo.
Por supuesto, crear vacunas seguras y efectivas en un laboratorio es solo el comienzo de la historia. El mundo necesita miles de millones de dosis para proteger a todas las personas amenazadas por esta enfermedad, por ello ayudamos a los socios a plantearse la fabricación de vacunas a la vez que se realizaba su desarrollo (un proceso que generalmente ocurre de forma secuencial).
Ahora, el mundo tiene que hacer llegar esas dosis a todas las personas que las necesitan, empezando por los trabajadores sanitarios de primera línea y otros grupos de alto riesgo. Nuestra fundación ha trabajado en el pasado con fabricantes y socios para entregar otras vacunas a bajo costo y a gran escala (incluyendo a 822 millones de niños en países de bajos ingresos a través de Gavi, la alianza para la vacunación), y estamos haciendo lo mismo con la covid-19.
Nuestra fundación y sus socios se han adaptado también para enfrentar los desafíos de la covid-19 de otras maneras. Cuando nuestro amigo Warren Buffett donó prácticamente toda su fortuna para duplicar los recursos de nuestra fundación en 2006, nos instó a mantenernos enfocados en los problemas que desde siempre han sido la base de nuestra misión. Abordar la covid-19 fue una parte esencial de cualquier trabajo de salud mundial en 2020, pero no ha sido nuestro único objetivo durante el último año. Nuestros colegas siguen progresando en todas las áreas de nuestro programa.
El equipo encargado de la malaria ha tenido que repensar cómo distribuir mosquiteros en un momento en que ya no es seguro organizar un evento masivo para entregarlos a un gran número de personas al mismo tiempo. Estamos ayudando a los socios a comprender el impacto que la covid-19 tiene en las mujeres embarazadas y en los bebés y nos aseguramos de que siguen recibiendo servicios de salud esenciales. Nuestros socios educativos están ayudando a los profesores a adaptarse a un mundo donde su ordenador portátil se ha transformado en su aula. Dicho de otra forma, seguimos capacitados y apuntando al mismo objetivo que venimos persiguiendo desde la creación de nuestra fundación: asegurarnos de que todos los habitantes del planeta tengan la oportunidad de vivir una vida saludable y productiva.
Hay un motivo por el que somos optimistas en cuanto a la vida después de la pandemia y es este: si bien la pandemia ha obligado a muchas personas a asimilar un nuevo vocabulario, también ha aportado un nuevo significado a términos antiguos como “salud global”.
En el pasado el término “salud global” rara vez se usaba para referirse a la salud de todos, en todas partes del mundo. En la práctica, la gente de los países desarrollados usaba esta expresión para referirse a la salud de las personas de los países pobres. Un término más exacto probablemente habría sido “salud de los países en desarrollo”.
El año pasado, sin embargo, esto cambió. En 2020 la salud mundial se volvió local. Las distinciones artificiales entre países ricos y países pobres se derrumbaron ante un virus para el cual las fronteras y la geografía no existen.
Todos vimos con nuestros propios ojos lo rápido que una enfermedad de la que nunca has oído hablar en un lugar en el que quizá nunca hayas estado se convirtió en una emergencia de salud pública en nuestra propia casa. Los virus como el que causa la covid-19 nos recuerdan que, a pesar de todas nuestras diferencias, en el mundo en que vivimos todos estamos conectados biológicamente por una red microscópica de gérmenes y partículas, y que, nos guste o no, estamos todos en el mismo barco.
Esperamos que la experiencia vivida por todos nosotros el año pasado genere un cambio a largo plazo en la manera en que las personas se plantean la salud global —y ayude a la gente de los países ricos a darse cuenta de que las inversiones en la salud mundial benefician no solo a los países de bajos ingresos sino a todos. Nos emocionó ver que Estados Unidos incluyó millones de dólares en GAVI dentro de su último paquete de ayuda para luchar contra la covid-19. Inversiones de este tipo nos permitirán estar mejor armados para superar los próximos desafíos globales.
Así como la Segunda Guerra Mundial fue el evento que definió a la generación de nuestros padres, la pandemia de coronavirus que nos azota actualmente definirá la nuestra. Y así como la Segunda Guerra Mundial sentó las bases para una mayor cooperación entre los países con el fin de proteger la paz y priorizar el bien común, pensamos que el mundo tiene ahora ante sí una gran oportunidad para convertir las lecciones aprendidas a la fuerza con esta pandemia, en un futuro más saludable y equitativo para todos.
En el resto de esta carta, escribimos sobre dos áreas que consideramos esenciales para construir ese futuro mejor: priorizar la igualdad y prepararnos para la próxima pandemia.
¿Podemos salir de esta pandemia con un mayor nivel de equidad que el que teníamos antes de ella?
MELINDA: Una de las cosas que más he echado de menos este último año ha sido viajar para ver en acción el trabajo de nuestra fundación. Tengo fotos por toda nuestra casa de las mujeres que conocí en aquellos viajes. Ahora que trabajo desde casa, sus rostros me acompañan constantemente.
A menudo me pregunto qué percepción tienen ellas de la pandemia y cómo la están enfrentando. Cuando hablo con expertos y líderes mundiales por videoconferencia, trato de imaginar cómo van a afectar a estas mujeres y a sus familias las decisiones que se toman en el marco de estas conversaciones. Me recuerdan día tras día la importancia de garantizar que la respuesta mundial a la covid-19 no deje a nadie por el camino.
Desde el sida hasta el zika y el ébola, los brotes de enfermedades tienden a seguir un patrón sombrío. Lastiman a algunas personas más que a otras y no es por azar. A medida que infectan a las sociedades, explotan las desigualdades preexistentes.
Lo mismo ocurre con la covid-19. Para las personas más desfavorecidas la situación es peor que para las más pudientes. Los trabajadores esenciales se enfrentan a mayores riesgos que los que pueden realizar teletrabajo. Los estudiantes que no tienen acceso a Internet se están quedando a la zaga con relación a aquellos que siguen sus clases a distancia. En Estados Unidos, las comunidades de color tienen más probabilidades de enfermarse y morir que otros estadounidenses. Y en todo el mundo, las mujeres que llevan tiempo luchando para empoderarse y tener influencia sobre sus vidas ven ahora cómo décadas de frágil progreso se hacen añicos en cuestión de meses.
En Estados Unidos, muchos de nuestros esfuerzos de lucha contra el coronavirus se superponen con nuestro trabajo sobre la equidad racial. Por ejemplo, según las estadísticas, los estadounidenses negros tienen tres veces más probabilidades que los estadounidenses blancos de contraer la covid-19, y también es más probable que vivan en un área con acceso limitado a las pruebas para la covid-19. Para ayudar a satisfacer la demanda de pruebas de la comunidad local, nuestra fundación se ha asociado con colegios y universidades históricamente afroamericanos para ampliar la capacidad de realizar pruebas de diagnóstico en sus campus.
También estamos abordando desde otro enfoque el impacto desproporcionado de la pandemia en las personas de color, a través, por ejemplo, del trabajo educativo que nuestra fundación realiza en EE UU. Nos preocupa que los estudiantes se queden a la zaga en todos los niveles (cuando los colegios cerraron en la primavera pasada, el estudiante promedio perdió meses de aprendizaje). Sin embargo lo que más nos preocupa es que la covid-19 pueda exacerbar las barreras a la educación superior que existen desde hace mucho tiempo, particularmente para los estudiantes que son negros, latinos o procedentes de familias de bajos ingresos. Los ingresos medios de por vida de los graduados universitarios representan el doble de los de los graduados de el colegio secundario, de ahí la importancia de lo que está en juego para los jóvenes. Con el fin de ayudar a los estudiantes a superar los obstáculos de la covid-19, nuestra fundación amplió su asociación con tres organizaciones que tienen un historial comprobado de uso de herramientas digitales para ayudarles a seguir orientándose hacia la obtención de un título universitario. Pensamos que los modelos y enfoques que estas organizaciones están perfeccionando ahora seguirán ampliando también las oportunidades que los estudiantes podrán aprovechar después de una pandemia.
En cuanto a nuestro trabajo fuera de Estados Unidos, yo me he centrado en hacer un llamamiento a los líderes mundiales para que pongan a las mujeres en el centro de su respuesta a la covid-19. Si los Gobiernos ignoran el hecho de que la pandemia y la recesión resultante están afectando a las mujeres de manera diferente, la crisis se prolongará y se ralentizará la recuperación económica para todos.
Por ejemplo, debido a los cierres económicos del pasado año, cientos de millones de personas en países de bajos ingresos han necesitado la ayuda de su Gobierno para satisfacer sus necesidades básicas. Pero la cruel ironía es que las mujeres que más necesitan estos recursos económicos tienden a ser invisibles para sus Gobiernos. Es difícil enviar dinero en efectivo de forma segura y rápida a una mujer que no aparece en las listas de contribuyentes, que no tiene una identificación formal o que no posee un teléfono móvil. A menos que los sistemas financieros estén diseñados específicamente para incluir a estas mujeres, es probable que dichos sistemas las excluyan, marginalizándolas aún más de la economía. Nuestra fundación ha trabajado con el Banco Mundial para ayudar a los países a superar estos obstáculos y crear programas digitales de transferencias de efectivo tomando en consideración las necesidades de las mujeres.
De forma más general, apoyamos los esfuerzos para diseñar planes de respuesta económica dirigidos a mujeres y trabajadores con salarios bajos. En los países de ingresos bajos y medianos, las personas más pobres tienden a trabajar por cuenta propia en el sector informal como agricultores o vendedores ambulantes, por ejemplo. Los legisladores a menudo pasan por alto a estos trabajadores y las medidas de estímulo tradicionales no satisfacen sus necesidades. Las reducciones de impuestos en realidad no ayudan a las personas que no pagan impuestos; ¿quién paga por la baja remunerada de una persona si dicha persona trabaja por su cuenta? Nuestra fundación ayudó a financiar la investigación sobre cómo los Gobiernos pueden reparar estos agujeros en la red de seguridad dando prioridad a medidas como subvenciones en efectivo, ayuda alimentaria y moratorias sobre el alquiler y los servicios públicos.
El año pasado ha puesto de manifiesto también el trabajo no remunerado de las mujeres, tema que ya he abordado anteriormente en esta carta. Con miles de millones de personas que ahora se quedan en casa, la demanda de servicios de cuidado no remunerado —cocinar, hacer la limpieza y cuidar de los niños— ha aumentado. Las mujeres ya hacían alrededor de las tres cuartas partes de este trabajo. Ahora, durante la pandemia, están asumiendo una parte aún mayor de estos servicios. Si bien se trata de un trabajo no remunerado su coste es sin embargo enorme: a nivel mundial, un aumento de dos horas de la prestación de cuidados no remunerada de las mujeres se correlaciona con una disminución de 10 puntos porcentuales en la participación de la mujer en la vida laboral. A medida que los Gobiernos reconstruyen sus economías, es hora de comenzar a tratar el cuidado infantil como una infraestructura esencial, tan digna de financiación como las carreteras y los cables de fibra óptica. A largo plazo, esto ayudará a crear economías postpandémicas más productivas e inclusivas.
No obstante, Bill y yo estamos profundamente preocupados por el hecho de que, además de poner de manifiesto tantas viejas injusticias, la pandemia desate una nueva: la desigualdad en la inmunidad, un futuro donde las personas más ricas tengan acceso a una vacuna contra la covid-19, mientras que el resto del mundo no pueda acceder a la misma.
Las naciones ricas ya llevan meses comprando con antelación dosis de vacunas para empezar a inmunizar a su población en cuanto dichas vacunas sean aprobadas. Pero habida cuenta de la situación actual, los países de ingresos bajos y medianos solo podrán vacunar a aproximadamente una de cada cinco personas de dichos países durante el próximo año. En un mundo donde la salud mundial es local, eso debería preocuparnos a todos.
Desde el comienzo de la pandemia, hemos instado a las naciones ricas a recordar que cuando la covid-19 afecta a un lugar cualquiera es una amenaza en todos los lugares. Hasta que las vacunas lleguen a todo el mundo, seguirán apareciendo nuevos focos de la enfermedad que irán creciendo y extendiéndose. Los colegios y oficinas cerrarán nuevamente. El ciclo de desigualdad continuará. Todo depende de que todo el mundo aúne sus esfuerzos para garantizar que la ciencia que salva vidas desarrollada en 2020 salve tantas vidas como sea posible en 2021.
Crisis existenciales como estas arrasan todas las áreas de nuestra vida. Sin embargo las soluciones que son dignas de estos momentos históricos también tienen repercusiones. Exigir una respuesta inclusiva salvará vidas y medios de subsistencia ahora —y sentará las bases para un mundo post-pandémico más fuerte, más equitativo y más resiliente.
No es demasiado pronto para empezar a pensar en la próxima pandemia
BILL: Una de las preguntas que más me hacen es cuándo creo que el mundo volverá a la normalidad. Entiendo por qué. Todos queremos volver a la vida pre-covid-19. Sin embargo, hay un lugar al que espero no volver nunca: nuestra complacencia con las pandemias.
La triste realidad es que la covid-19 podría no ser la última pandemia. No sabemos cuándo llegará la próxima, si será una gripe, un coronavirus o alguna enfermedad que aún no conocemos. Sin embargo, lo que sí sabemos es que no podemos permitirnos que nos tome por sorpresa. La amenaza de la próxima pandemia seguirá cerniéndose sobre nuestras cabezas, a menos que el mundo tome medidas para prevenirla.
La buena noticia es que podemos adelantarnos a los brotes de enfermedades infecciosas. Aunque el mundo no haya logrado de muchas formas prepararse para hacer frente a la covid-19, todavía nos beneficiamos de las acciones tomadas en respuesta a brotes pasados. Por ejemplo, la epidemia de ébola dejó claro que necesitábamos acelerar el desarrollo de nuevas vacunas. Así que nuestra fundación se asoció con Gobiernos y otros patrocinadores para crear la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias. CEPI ayudó a financiar una serie de vacunas candidatas contra la covid-19, incluidas las de Moderna y Oxford AstraZeneca, y está fuertemente involucrada en el trabajo sobre el acceso equitativo a las vacunas, tema sobre el que escribió Melinda.
Para evitar que se repitan las dificultades de este último año, la preparación ante una pandemia debe tomarse tan en serio como una amenaza de guerra. El mundo necesita duplicar las inversiones en I+D así como en organizaciones como CEPI que han demostrado ser invaluables en el marco de la covid-19. También necesitamos desarrollar capacidades completamente nuevas que aún no existen.
Detener la próxima pandemia requerirá gastar decenas de miles de millones de dólares por año, una gran inversión, pero recuerde que se estima que la pandemia de la covid-19 le costará al mundo 28 billones de dólares. El mundo necesita gastar miles de millones para ahorrar billones (y prevenir millones de muertes). Yo considero esto como la mejor y más rentable póliza de seguro que el mundo podría comprar.
La mayor parte de esta inversión debe provenir de países ricos. Los países de ingresos bajos y medios y las fundaciones como la nuestra tienen un papel que desempeñar, pero los Gobiernos de los países de ingresos elevados deben encabezar la marcha aquí porque los beneficios para ellos son enormes. Si uno vive en un país rico, le conviene que su Gobierno despliegue grandes esfuerzos para prepararse para la irrupción de una pandemia en todo el mundo. Melinda escribió que la covid-19 en cualquier lugar es una amenaza para la salud en todas partes; lo mismo se aplica a la próxima posible pandemia. Las herramientas y los sistemas creados para detener el avance de los patógenos deben abarcar todo el mundo, incluso a los países de ingresos bajos y medianos.
En primer lugar, los Gobiernos deben seguir invirtiendo en las herramientas científicas que nos están ayudando a superar la actual pandemia —incluso una vez que la pandemia haya pasado. Los nuevos avances nos darán una ventaja la próxima vez que surja una nueva enfermedad. Se necesitaron meses para disponer de la suficiente capacidad para realizar pruebas de la covid-19 en Estados Unidos. Pero es posible crear diagnósticos cuya implementación puede ser muy rápida. Para la próxima pandemia, tengo la esperanza de que tengamos lo que yo llamo plataformas de megadiagnóstico que podrían hacer pruebas hasta al 20% de la población mundial cada semana.
Estoy convencido de que también dispondremos de mejores tratamientos la próxima vez. Una de las terapias anti covid-19 más prometedoras son los anticuerpos monoclonales. Si un paciente los recibe con la suficiente antelación su tasa de muerte puede reducirse hasta en un 80%.
Nuestra fundación ha financiado la investigación sobre anticuerpos monoclonales como posible tratamiento contra la gripe y la malaria durante más de una década. Estos anticuerpos se pueden utilizar para tratar diversas enfermedades. El inconveniente que presentan es la duración del plazo necesario para su desarrollo y fabricación. Es probable que se necesiten otros cinco años para perfeccionar la tecnología antes de que podamos producirlos rápidamente en respuesta a nuevos patógenos.
También espero que veamos grandes avances en los próximos cinco años en nuestra capacidad para desarrollar nuevas vacunas, merced, en gran parte, al éxito de las vacunas de ARNm contra la covid-19. Escribí extensamente sobre este tema en mi Resumen del Año, pero para decirlo en unas cuantas palabras, las vacunas de ARNm son un nuevo tipo de vacuna que facilitan instrucciones a nuestro cuerpo para que éste pueda combatir un patógeno. Aunque nuestra fundación financia desde 2014 la investigación de esta nueva plataforma, no se había aprobado el uso de alguna vacuna de ARNm antes del mes pasado. Esta pandemia ha acelerado enormemente el proceso de desarrollo de la plataforma.
De la misma forma que creo que veremos enormes mejoras en el diagnóstico y los anticuerpos monoclonales, predigo que las vacunas de ARNm se desarrollarán más rápido, será más fácil multiplicar su número y serán más estables con lo cual se almacenarán mejor durante los próximos cinco a diez años. Esto sería un gran avance tanto para futuras pandemias como para otros desafíos de salud mundial. Las vacunas de ARNm son una plataforma prometedora para enfermedades como la provocada por el VIH o la tuberculosis y la malaria. Los progresos en I+D realizados como resultado de la covid-19 podrían algún día proporcionarnos las herramientas que necesitamos para terminar de una vez por todas con estas enfermedades mortales.
En cuanto a la prevención de pandemias, las herramientas científicas por sí solas no son suficientes. El mundo también necesita capacidades sobre el terreno que realicen un monitoreo constante de los patógenos problemáticos y que puedan desplegarse en cuanto se necesiten. Aún quedan muchos flecos por ultimar, como por ejemplo definir dónde se alojarían estas capacidades y cómo se estructurarían exactamente. Pero he aquí el fruto de mi reflexión general:
En primer lugar debemos detectar los brotes de enfermedades tan pronto como ocurren, donde sea que ocurran. Eso requerirá un sistema de alerta global, que actualmente no tenemos a gran escala. El elemento vertebrador de este sistema serían las pruebas de diagnóstico. Supongamos que es usted enfermera en una clínica de salud rural. Observa que aparecen más pacientes con tos de los que cabría esperar en esta época del año, o incluso que mueren más personas de lo normal. Entonces, realiza pruebas para detectar los patógenos comunes. Si ninguno de ellos da positivo, se envía su muestra a otro lugar para que sea secuenciada y profundizar la investigación.
Si en su muestra se detecta un patógeno súper infeccioso o completamente nuevo, entra en acción un grupo de socorristas de primera línea para las enfermedades infecciosas. Piense en este cuerpo como un escuadrón de bomberos que interviene contra una pandemia. Al igual que los bomberos, son profesionales completamente capacitados que están listos para responder a posibles crisis en cualquier momento. Cuando no están respondiendo activamente a un brote, mantienen ágiles sus habilidades trabajando sobre enfermedades como la malaria y la polio. Calculo que necesitamos alrededor de 3.000 socorristas en todo el mundo.
Para aprender cómo sacar el mejor provecho de estos equipos de primera intervención, el mundo necesita ejecutar regularmente juegos con gérmenes, simulaciones que nos permitan practicar, analizar y mejorar nuestra respuesta frente a los brotes de enfermedades, al igual que los juegos de guerra permiten que los militares se preparen para la guerra en la vida real. La velocidad tiene su importancia en una pandemia. Cuanto más rápido se actúe, más rápido se detiene el crecimiento exponencial del virus. Los lugares que recientemente lidiaron con brotes de infecciones respiratorias —como Taiwán con el SARS y Corea del Sur con el MERS— respondieron a la covid-19 más rápidamente que otros lugares porque ya sabían cómo actuar. La ejecución de simulaciones garantizará que todos estemos listos para actuar rápidamente la próxima vez.
En última instancia, lo que me hace sentir más optimista en cuanto a nuestra capacidad de estar preparados la próxima vez es de lo más sencillo: el mundo ahora comprende cuán seriamente debemos tomarnos las pandemias. Nadie necesita que se le convenza de que una enfermedad infecciosa podría matar a millones de personas o cerrar la economía mundial. El dolor que se ha padecido el año pasado quedará grabado en las mentes de las personas durante una generación. Espero que se apoyen los esfuerzos que nos garantizan mantenernos fuera de las dificultades que hemos experimentado. Ya estamos viendo aparecer nuevas estrategias de preparación para una pandemia, incluso desde el G7 de este año liderado por el Reino Unido, y espero ver aparecer más estrategias en los meses y años venideros.
El mundo no estaba preparado para la pandemia de la covid-19. Creo que la próxima vez será diferente.
Un futuro más saludable y esperanzador para todos
Por muy difícil que sea imaginarlo actualmente, cuando aún sigue habiendo tantas personas afectadas por la covid-19, esta pandemia llegará a su fin algún día. Tal momento, será testimonio de la impresionante labor de los líderes surgidos durante el último año para guiarnos a través de esta crisis.
Cuando decimos “líderes”, no nos referimos únicamente a los responsables políticos y a los representantes electos que están a cargo de la respuesta oficial del Gobierno. Nos referimos también a los trabajadores sanitarios que están en primera línea sobrellevando traumas inimaginables. Los profesores, padres y madres y cuidadores que redoblan esfuerzos para asegurarse de que los niños no se retrasen en el colegio. Los científicos e investigadores que trabajan incansablemente para detener este virus. Incluso los vecinos que están cocinando comidas adicionales para asegurarse de que nadie pase hambre en su barrio.
Su liderazgo nos ayudará a superar esta pandemia y por ellos debemos recuperarnos y volvernos más fuertes y mejor preparados para el próximo desafío. El año pasado una amenaza global afectó a casi todas las personas del planeta. De aquí al próximo año, esperamos que una respuesta a la covid-19 equitativa y efectiva también haya llegado a todo el mundo.
Esperamos que usted y los suyos se mantengan a salvo y en buena salud en estos tiempos difíciles.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Es la tercera vez que escribo en este cuaderno digital sobre las personas corrientes. En esta ocasión, aburrido por lo que escucho y veo a diario de las personas que se dicen ser algo más que corrientes por lo que representan en política, cultura, empresariado, banca, economía, investigación y parlamentos; colaboradores y contertulios imposibles en platós, presentadores de programas informativos, de entretenimiento y dueños del prime time, endiosados porque creen poseer la verdad absoluta, abanderando mundos imposibles con el eslogan del “todo vale” y opinadores mayores de reinos y reinados mediocres; protagonistas de mundos felices que no existen aunque se trasladen a islas tentadoras, que no son las que busco cada día bajo el sueño de ser desconocidas y que me aporten sentido a la vida.
En el inicio de la pandemia escribí, en este sentido, que necesitaba elogiar a las personas corrientes porque estábamos viviendo días muy especiales y difíciles por parte de los millones de personas y profesionales que conformamos este país, cada una con su cadaunada de responsabilidad, generosidad y lealtad hacia sí mismo y hacia los demás. Me acordaba de que cuando escribí por primera vez sobre esta realidad tan humana y próxima, analizando ahora el contexto de cada frase, de cada palabra, coincidía de nuevo en algo fundamental y sorprendente: somos corrientes cuando respetamos la singularidad, porque en el estado más puro de gente normal y corriente todos no somos iguales. Digo con frecuencia que es verdad que todos no vamos en el mismo barco de la pandemia, que todos no decimos al final lo mismo, porque cada uno, cada una, elige en democracia su singladura, patrón y barco. Al buen entendedor, con pocas palabras basta.
Ha pasado el tiempo y vuelvo a considerar que la pandemia actual nos obliga a dejar los supuestos puertos seguros y comenzar a navegar para intentar descubrir islas desconocidas que nos permitan nuevas formas de ser y estar en el mundo. Navegamos en mares procelosos de desencanto, en los que cunde el mal ejemplo de abandonar el barco metafórico de la dignidad, con la tentación de que el mundo se pare para bajarnos o arrojarnos directamente al otro mar de la presunta tranquilidad y seguridad existencial. Se constata a veces, en esa situación, que falta ya mar para acoger a todos los que se tiran a él, un mar repleto de desertores de la dignidad que nos reafirma como personas de bien y corrientes. Todos no vamos en el mismo barco de la indignidad de comportamientos ante la pandemia, del desencanto, de los silencios cómplices, del conformismo feroz, del capitalismo salvaje, de la desafección social, de la mala educación que planea en la sociedad española por tierra, mar y aire, sobre todo de los que se erigen en modelos sociales en medios políticos y de comunicación social. Eso no es así ni lo admito con carácter general, porque todos no somos iguales: unos van en magníficos yates (probablemente imaginarios y de nuevos ricos, con el riesgo de la mediocridad extrema de aparentar lo que no se es ni se tiene) y otros, la mayoría, vamos en pateras éticas, sin quilla, como si viajáramos por el mundo corriente de todos los días, en una media cáscara de nuez.
Lo que expreso a continuación forma parte de mis principios y aviso una vez más que éstos son los que tengo y no tengo otros. En estos días de autoconfinamiento responsable, las personas corrientes y singulares son las grandes artífices de la vida diaria en paz, que la modelan con su anonimato activo, su trabajo cotidiano, su forma de ser y estar en el mundo, que es personal e intransferible, que corren con su vida a cuestas. Con especial relevancia ahora, el conjunto de centenares de miles de servidores públicos que saben que el objetivo principal en su vida profesional es el interés general de la ciudadanía, sin dejar a nadie atrás en salud y en enfermedad, en la edad prematura y en la edad avanzada, en la situación extrema de pobreza, en las pandemias, en la guerra y en la paz. Ellos son ahora, también, los imprescindibles.
Vuelvo a elogiar a las personas corrientes, que están mucho más cerca de nosotros de lo que a veces creemos. De nuevo. quiero dedicar unas palabras de alabanza a los miles de millones de personas corrientes, mejor que normales, que poblamos este planeta, a través de sus cualidades y méritos. Hay una obra musical, Fanfarria para el hombre corriente, compuesta por Aaron Copland, que simboliza algo muy especial: el canto a los grandes artífices de la vida diaria en paz, que la modelan con su anonimato activo, su trabajo cotidiano, su forma de ser y estar en el mundo, que es personal e intransferible, que corren con su vida a cuestas. Lo más grandioso estriba en que lo que hacen es único, singular, irrepetible, a pesar de ser corrientes. Es curioso constatar que tenemos que llegar hasta la acepción 10ª del Diccionario de la Lengua Española de la RAE para comprender bien qué significa ser corriente cuando aplicamos este adjetivo a personas: “dicho de una persona: De trato llano y familiar”.
Algo tiene esta Fanfarria cuando Bob Dylan, premio Nobel de Literatura 2016, la eligió como composición que abría siempre sus conciertos. Todavía podemos dar un paso más, porque es probable que sea más apropiado hablar de personas singulares, tal y como lo expliqué en un post que escribí en este cuaderno en 2015, Elogio de la singularidad, a través de un diálogo inolvidable extraído de una película encantadora, diferente, singular, necesaria. Requisitos para ser una persona normal, un canto a la ruptura de patrones sociales, que se sintetiza en un diálogo entre Alex, con síndrome de Down, y María de las Montañas, los dos hermanos protagonistas de una familia rota, en la búsqueda de identidad normal y verdadera:
– ¿Por qué quieres ser normal?, pregunta Álex a su hermana.
– Porque todo el mundo quiere serlo.
– Yo no, responde Alex.
Creo que más que de personas normales o corrientes, ahora en esta pandemia, deberíamos hablar también, mediante una conjunción, de personas singulares, porque es la realidad de lo que somos, dado que no nos repetimos (por ahora…), porque cada uno reacciona ante lo que está pasando con su cadaunada. Muchas cadaunadas hacen que el mundo sea más amable, sobre todo si son de personas corrientes. Cuando pretendemos ajustarnos a patrones sociales, a modelos impuestos por los que se salen de la normalidad y que he nombrado al comienzo de estas palabras, la experiencia suele ser nefasta, porque dejamos a un lado la inteligencia y la capacidad de hablar, como primeras señas de identidad humana que nos hacen ser personas y de identidad intransferible, por mucho que se empeñe la sociedad de mercado en pasarnos a todos por la máquina de conversión en personas-patrón-para-triunfar-en-el-mundo, empaquetándonos como producto expuesto para que lo compre el mejor postor en todos los ámbitos posibles. Pura mercancía que traspasa los límites de personas corrientes.
Además, con una uniformidad insoportable, porque el patrón de la normalidad pasa por tener trabajo, casa, pareja, vida social, aficiones, vida de familia y felicidad, según el estándar de la sociedad en la que nace, se crece y se multiplica cada ser humano si puede. Tener, pero no ser. Ahí está la diferencia, en la singularidad que tan bien comprendía Alex, el protagonista de la película que he citado anteriormente, porque es la única razón del corazón y de la razón que nos permite ser felices, que es el principal objetivo de la inteligencia en su misión posible de resolver problemas, como el que estamos atravesando en la actualidad por el dichoso coronavirus. Personas corrientes y singulares, tal como ya definía el lema singularidad el Diccionario de Autoridades en 1739, con la riqueza de nuestra forma de hablar hasta hoy: servir con el talento, no imitar otros, sino beneficiar el que ya dio el Cielo, o lo que recibimos de nuestros padres en la preciosa evolución de nuestra propia vida, siendo personas corrientes, es decir, de trato llano y familiar [sic, según la RAE]. Impecable definición, mientras corremos con la vida a cuestas, porque miles de millones de personas somos corrientes y singulares. Afortunadamente. Quizá comprendamos ahora, mejor que nunca, el sentido de la Fanfarria para el hombre corriente, en un homenaje explícito a millones de personas que se esfuerzan a diario en ser personas corrientes y singulares. Para que siempre se les escuche en su silencio sonoro de paz y armonía, incluso en estos tiempos tan complicados del coronavirus.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
De esta ciudad de libros hizo dueños a unos ojos sin luz, que sólo pueden leer en las bibliotecas de los sueños los insensatos párrafos que ceden […] Lento en mi sombra, la penumbra hueca exploro con el báculo indeciso, yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca
Jorge Luis Borges, en Poemas de los dones
Jorge Luis Borges escribió un cuento precioso, La biblioteca de Babel, que bien podría ser una historia del Universo contada a través de los libros. Si me lo permiten, la historia del comienzo de la historia de Internet, de la Noosfera digital, la Biblioteca Total del Mundo según el escritor argentino. Por este motivo, he recordado ahora la existencia de un manuscrito del cuento, redactado en nueve hojas arrancadas de un cuaderno de contabilidad, que estuvo expuesto en una muestra que se celebró en 2016 en Buenos Aires, con el título programático “Borges, el mismo, otro”, presentada en el Museo del Libro y de la Lengua y en la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno”, que dirigía entonces uno de mis autores preferidos, Alberto Manguel, como conmemoración del 30.° aniversario de la muerte del autor: “Estaba dando una conferencia en São Paulo con [el historiador estadounidense] Robert Darnton, que está visitando América del Sur. Al final del encuentro, se nos acerca un señor [el coleccionista brasileño Pedro Aranha Corrêa do Lago] con una pila de libros para firmar y nos invita a almorzar en su casa. Por supuesto, no aceptamos la invitación de desconocidos, pero empieza a explicarle a Darnton las cosas que tiene del siglo XVIII, piezas de colección, etc., que quería mostrarnos. Entonces, aceptamos la invitación y vamos a su casa al día siguiente […] Entre esos documentos, nos muestra el manuscrito de “La biblioteca de Babel”, de Borges. Y no solo un manuscrito, porque Borges hacía varios borradores y el último de ellos era el que se enviaba, para ser pasado a máquina, a la revista Sur e imprimirlo. Era un borrador intermedio, porque había muchas tachaduras, correcciones, opciones de palabras. Entonces, es casi un mapa de cómo Borges pensó el cuento, que es uno de los más importantes de la literatura universal y el símbolo que la Argentina ha dado al mundo” (1).
En el mundo digital actual, Manguel aporta una reflexión extraordinaria sobre la disponibilidad de ese manuscrito para conocer el texto y contexto que utilizó Borges al redactarlo, donde cualquier tachadura es un claro objeto de investigación para personas curiosas, ávidas de conocer el sentido de la vida: “Tener un manuscrito de Borges es importante y hay un placer fetichista en tener una nota o una firma de él; pero el manuscrito de “La biblioteca de Babel” u otros de distinto tipo, con las correcciones de Borges, son importantes desde un punto de vista filológico, filosófico y literario. Es decir, estudiando este manuscrito, podemos ver la escritura de Borges; cómo lo construyó; la manera en que pensó el texto; el modo en que consideraba el acto de escribir, como un acto tecnológico, buscando las palabras que tiene las suficientes sílabas para marca el ritmo de una frase y no solo la idea detrás de la construcción. Todo este análisis lo permite este manuscrito. Los bibliotecarios están analizándolo para ver lo que hay detrás de las tachaduras, para ver qué fue lo que Borges escribió y después decidió no escribir. Es un proceso que revela la biografía de un texto. Es algo que en la época electrónica se está perdiendo porque todo texto que escribimos es el último y no quedan trazos de los distintos ensayos que llevan al texto que se publica”.
Si he recordado este cuento se debe a un motivo, la configuración de aquella Biblioteca, en un apartado preciso: se podía dormir, de pie, en ella (verán luego por qué), entre otros pormenores fascinantes: “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito… La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante”.
Continúa Borges expresando que “como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos”, hasta llegar a la justificación de su estructura; “La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible. A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas. El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo corolario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas. El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros.
Las cifras que se pueden manejar en el corazón de la Biblioteca de Borges son impresionantes, buscando el sentido de la vida, donde las personas, según él, somos imperfectas bibliotecarias. Recomiendo su lectura, no una sino varias veces porque cada lectura es como cavar un pozo con una aguja dada la calidad de su escritura y la profundidad de cada palabra y frase escrita e hilvanada con las demás. Es una auténtica joya de la literatura. En sus frases finales, encuentro un sentido especial a lo que quería compartir hoy con la Noosfera, un relato sobre la Biblioteca Gladstone, en Gales, que he vivido como un sueño experimentado en una de sus habitaciones, al ser la única biblioteca en el mundo que ofrecen alojamiento para seguir leyendo, para seguir soñando despiertos, como si visitara la biblioteca de Babel convertida en un paraíso al alcance de mi alma de secreto en estos momentos tan especiales de pandemia: “La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana – la única – está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta”. […] Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica [subrayado en el manuscrito original]. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza”.
Un cuento para un niño querido, sobre la Gladstone Library
Érase una vez una librería en el País de Gales (UK), de cuyo nombre queremos acordarnos ahora, Gladstone, que pensó un día no lejano que sus estanterías podrían tener nombre, porque necesitaban tener vida humana como soporte de los ejemplares de autores desconocidos (por ahora) que tenía que sustentar. Tener vida, en definitiva. Eran muchas, exactamente 1.001, que dibujaban el entramado interior de la Gladstone Library, que así era su nombre completo y que alberga en la actualidad más de 250.000 textos impresos. Ocurrió que vino en 2020 una pandemia que obligó a cerrarla por primera vez en sus más de 120 años de vida. Cuentan los sabios del lugar que allí se podía dormir entre libros, porque era la única librería en el mundo que permitía hacerlo. Está en un lugar precioso de Gales, concretamente en una pequeña parroquia rural de Hawarden, en el noreste, cerca de Liverpool y más cerca aún de la frontera con Inglaterra. Los libros se quedaron solos y ya nadie venía a tocarlos, leerlos y dormir junto a ellos para hacerles compañía.
La situación de soledad sonora de la Gladstone Library necesitaba buscar alternativa y la encontró haciendo un llamamiento mundial para que en 2021 pudiera abrir de nuevo sus puertas, gabinetes de lectura y habitaciones para descansar junto a los libros que se aman. ¿Cómo? Los libros se rebelaron contra el coronavirus y reclamaron atención personal inmediata. Nuestro niño protagonista conoció este reclamo tan humano en defensa de la cultura y acudió inmediatamente a la llamada. Consistía en ofrecerse a sostener económicamente una estantería de la biblioteca, donde figuraría su nombre para el presente y la posteridad, aportando una cantidad en libras, aunque le habían enseñado que no había que confundir nunca valor y precio. Un solo estante por persona que albergaría libros desconocidos por ahora pero que cuando se reúnan los mil y un nombres se sabrá a quien acompañan y cobijan durante las veinticuatro horas del día.
Llegará el momento en que en los archivos de la biblioteca Gladstone se podrá localizar un libro determinado en la estantería que lleva el nombre de este niño querido. Y también se conocerá en su Libro de Agradecimientos una frase que contiene el secreto de este relato: participó porque un día le contaron que esta iniciativa era para mantener viva una “clínica del alma”, de nombre Gladstone Library.
Así sucedió y así lo contaron a sus padres, para que siguiendo la tradición de los primeros libros, lean este relato a ese niño querido y viajen a Hawarden con un objetivo: acompañar los días que quieran a los libros de la Gladstone Library, dormir junto a ellos, buscar la estantería con su nombre y apellidos, leer conjuntamente las palabras anteriores en el libro de agradecimientos y prometer a todos los libros que lean en su casa que nunca los dejarán sin sustento y solos, porque los aman y eso nos basta.
Borges agregaría este cuento a su biblioteca imaginaria, estando presente como espectro en la lectura del suyo, en una de las habitaciones de la Gladstone Library, muy cerca del estante que soporta su obra y que quizá lleve el nombre de ese niño querido, para que su pequeña alma se alimente de la lectura que encontrará siempre en un Paraíso llamado Gladstone.
Un día, que alguna vez será lejano, recordará ese niño querido que él ayudó a que esa Biblioteca nunca más tuviera que cerrar por razones ajenas a su alma. Él, desde el hexágono donde nació, volverá a contar este cuento a quien desee visitar ese pequeño paraíso en Hawarden.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Johannes Vermeer es uno de mis pintores preferidos. Conozco su obra extraordinaria y me acompaña siempre en mi paraíso del alma. Sabía desde 2018 que se estaba escaneando una de sus obras más representativas, La joven de la perla, pero tengo que agradecer al informativo de anoche en la televisión pública y a Carlos del Amor su referencia al resultado de los trabajos citados. La inteligencia digital nos brinda ahora la posibilidad de conocer el resultado de este trabajo, devolviéndonos lo más íntimo de la propia intimidad del cuadro, recordando el aserto de San Agustín y adaptándolo a este prodigio de la tecnología: intimior intimo suo, escanear lo más íntimo de su propia intimidad o lo que es lo mismo, conocerlo a través del escaneado llevado a cabo por la empresa europea Hirox Emilien Leonhardt y Vincent Sabatie. Ha sido necesario realizar 9.100 fotografías para completar el lienzo a una resolución de diez mil millones de píxeles (93.205×108.565), dando como resultado una panorámica asombrosa.
He comprobado directamente el resultado final de esta hazaña digital e invito a entrar en la página web de la empresa citada, Hirox, para disfrutar de la intimidad del cuadro en detalles muy concretos hasta llegar a la perla icónica de Vermeer. Son diez fragmentos que se pueden visualizar también en 3D y disfrutar de todas las posibilidades que ofrece la compañía para conocer los detalles del cuadro. Esta obra junto a otras 35 de diferentes autores se pueden visualizar en una visita virtual en el primer Museo Gigapixel del Mundo. He llegado en esta visita hasta la sala 15 del Museo Mauritshuis donde me he detenido a contemplar el cuadro en su emplazamiento actual y reflexionar sobre las impresiones que siempre me entrega al observarlo hasta en su último detalle.
No es la primera vez que escribo sobre este cuadro en este cuaderno digital, porque es una de las islas desconocidas que dejaron de serlo al descubrirla en toda su dimensión humana. En plena pandemia, concretamente en abril de 2020, comenté en una reflexión sobre la importancia de la curiosidad humana la lectura de un artículo, “La joven de la perla desvela sus secretos. El Mauritshuis analiza la famosa obra de Vermeer en un laboratorio transparente a la vista del público” (1), que adelantaba ya los resultados de esta experiencia. Se trataba de la investigación sobre el cuadro de Vermeer, sobre el que comentaba -como hoy- que me ha impresionado siempre al contemplarlo. En esa ocasión, era la primera vez que se compartía con el público el proceso de investigación sobre un cuadro de tanto prestigio: “La joven de la perla es un icono y una imagen en tres dimensiones: por el lienzo mismo, las capas de pintura, el efecto de los brillos… Queremos saber el origen de los materiales y la composición de los pigmentos. El escaneado de la obra llevará tres días, y luego veremos qué hay debajo”, asegura Abbie Vandivere, conservadora y jefa de investigaciones de la sala. Con la información obtenida, ella publicará a diario un blog ilustrado. El visitante podrá consultar a su vez los trabajos gracias a los iPads colgados fuera del laboratorio. Los resultados definitivos se esperan dentro de un año”.
Con el trabajo de escaneado del cuadro se puede contemplar directamente su firma en el cuadro, hasta ahora casi perdida, las cortinas verdes de fondo, sus pestañas y la forma maravillosa de trasladarnos el brillo de su perla. También, el azul lapislázuli del turbante turco o azul ultramar que Vermeer compraba en el marcado de Delft, su ciudad natal, traído expresamente desde Afganistán. Fascinante. Curiosidad de curiosidades todo es curiosidad y no placer inútil, como me ha enseñado a respetar el profesor Nuccio Ordine, en su preciosa obra La utilidad de lo inútil.
Los logros de la empresa Hirox y el esfuerzo científico del Museo Mauritshuis para hacer brillar la obra de Vermeer, nos permiten ensalzar el placer de la curiosidad sabia (2), la admiración aristotélica en estado puro, que no es transmisible automáticamente a los demás, sino que es imprescindible adquirir a través del conocimiento liberador, trabajarlo internamente a través del esfuerzo de cada persona a la hora de plantearse gozar de los que algunos llaman placeres inútiles para alejarlos del poderoso caballero don dinero. Así lo reconocía hace ya muchos siglos Sócrates en su diálogo Banquete: “Estaría bien, Agatón, que la sabiduría fuera una cosa de tal naturaleza que, al ponernos en contacto unos con otros, fluyera del más lleno al más vacío de nosotros. Como fluye el agua en las copas, a través de un hilo de lana, de las más llena a la más vacía”, porque siempre está presente en almas curiosas la dialéctica del valor y precio de lo que se descubre, de lo que se admira y de lo que se goza a cambio de nada. Como admirarse ahora de la perla de la joven, que de forma tan sabia pintó Vermeer, contemplándola en todos sus detalles.
(2) Manguel, Alberto (2015). Una historia de la curiosidad. Madrid: Alianza Editorial, p. 17.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Federico García Lorca junto a su hermana Isabel, con un libro en sus manos
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros? ¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: «amor, amor», y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras.
Federico García Lorca (1931), en la Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros
Sevilla, 25/I/2021
Uno de los placeres más útiles, en el código ético de Nuccio Ordine, es el de la lectura. Así lo confirma también una escritora extraordinaria, Irene Vallejo, en su libro canónico “El infinito en un junco”, que recomiendo leer en un acto de agradecimiento reverencial a la historia de los libros: “Hablemos por un momento de ti, que lees estas líneas. Ahora mismo, con el libro abierto entre las manos, te dedicas a una actividad misteriosa e inquietante, aunque la costumbre te impide asombrarte por lo que haces. Piénsalo bien. Estás en silencio, recorriendo con la vista hileras de letras que tienen sentido para ti y te comunican ideas independientes del mundo que te rodea ahora mismo. Te has retirado, por decirlo así, a una habitación interior donde te hablan personas ausentes, es decir, fantasmas visibles solo para ti (en este caso, mi yo espectral) y donde el tiempo pasa al compás de tu interés o tu aburrimiento. Has creado una realidad paralela parecida a la ilusión cinematográfica, una realidad que depende solo de ti. Tú puedes, en cualquier momento, apartar los ojos de estos párrafos y volver a participar en la acción y el movimiento del mundo exterior. Pero mientras tanto permaneces al margen, donde tú has elegido estar. Hay un aura casi mágica en todo esto” (1). Es excelente esta descripción pero tenemos que pensar que en la historia de los libros, leer no siempre ha sido así. Esta es su grandeza actual.
Las personas que hojean este cuaderno digital y leen sus páginas de navegación en busca de islas desconocidas, saben que considero la lectura como el arte para vivir, para aprender a leer las señales de la vida, porque hablar y escribir es solo cosa de personas. Leer, igual. Es una maravilla constatar que estamos preparados desde la preconcepción y a través del cerebro, para leer, cuando todo está conjuntado para comenzar a unir letras y grabarlas con unas determinadas formas en el cerebro. Agregando, además, sentimientos y emociones, de forma indisoluble, en relación con lo que nuestro cerebro lee. La lectura es un acto de libertad intelectual que se modula a lo largo de la vida, convirtiéndose poco a poco en arte. Desde la escuela infantil y hasta los últimos días de la vida, tenemos millones de posibilidades de leer todo lo que se pone por delante para invitarnos a dar forma a unos caracteres que en sí mismo no son nada sin nuestra intervención personal e intransferible, porque aunque alguna vez leamos algunas palabras junto a alguien, lo que se graba en cada cerebro es irrepetible. Como si fuéramos bibliotecas ambulantes conteniendo siempre lecturas diferentes de textos llenos de palabras sueltas o frases que hemos acumulado en ellas a lo largo de la vida.
En alguna ocasión he manifestado que España es un país de bares, que no de librerías, porque la lectura no es una tarea habitual para millones de ciudadanos que lo habitan. Además, la mercadotecnia se ha apropiado del aserto de Gracián, lo bueno si breve dos veces bueno, dando igual la calidad de lo breve. La mensajería instantánea, por ejemplo, donde WhatsApp se ha convertido en un claro exponente de la brevedad, así como los tuits, se han apropiado de la lectura por excelencia en los micromundos personales y de redes sociales. En un modo de vivir tan rápido como el actual, la lectura pausada y continua es un estorbo para muchas personas, donde el libro supone además un reto casi inalcanzable para el interés humano de supervivencia diaria.
Nos quedan las palabras en los libros. En estos momentos tan delicados para la humanidad por los estragos de la pandemia, tenemos la obligación ética de hacer una operación rescate de placeres útiles como el de la lectura, proclamándola como medio de descubrimiento de la palabra articulada en frases preciosas, cuando lo que se lee nos permite comprender la capacidad humana de aprehender la realidad de la palabra escrita o hablada. Maravillosa experiencia que se convierte en arte cuando la cuidamos en el día a día, aunque paradójicamente tengamos que aprender el arte de leer cuando vamos siendo mayores, porque la realidad amarga es que no lo sabemos hacer, ni hay un compromiso de Estado para que España lea: “¿Pero qué queremos decir con “saber leer”? Conocer el alfabeto y las reglas gramaticales básicas de nuestro idioma, y con estas habilidades descifrar un texto, una noticia en un periódico, un cartel publicitario, un manual de instrucciones… Pero existe otra etapa de este aprendizaje, y es ésta la que verdaderamente nos convierte en lectores. Ocurre algunas afortunadas veces, cuando un texto lo permite, y entonces la lectura nos lleva a explorar más profunda y extensamente el texto escrito, revelándonos nuestras propias experiencias esenciales y nuestros temores secretos, puestos en palabras para hacerlos realmente nuestros” (2).
He comprendido muy bien el interés de Irene Vallejo por ilusionarnos con la lectura, retirándome por unos momentos, al preparar estas líneas, “a una habitación interior” donde me han hablado personas ausentes, es decir, fantasmas visibles solo para mi (en este caso, Federico García Lorca, Nuccio Ordine, Irene Vallejo y Alberto Manguel, entre otros autores) y donde el tiempo pasa al compás de mi interés por escribir de la mejor forma posible, porque comprender y compartir lo que leo es bello y la mejor vacuna contra los males del alma.
(1) Vallejo, Irene (2020). El infinito en un junco. Madrid: Siruela, p. 60s.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Necesitamos rayos de luz, todos los días, porque estamos rodeados de malas noticias en este tiempo de coronavirus. Parece que el Mal es muy grande y el Bien muy pequeño, como nos contaba Augusto Monterroso en una fábula inolvidable, Monólogo del Mal (1), pero él me ha dado una clave -no secreta- que deseo compartir:
Un día el Mal se encontró frente a frente con el Bien y estuvo a punto de tragárselo para acabar de una buena vez con aquella disputa ridícula; pero al verlo tan chico el Mal pensó:
«Esto no puede ser más que una emboscada; pues si yo ahora me trago al Bien, que se ve tan débil, la gente va a pensar que hice mal, y yo me encogeré tanto de vergüenza que el Bien no desperdiciará la oportunidad y me tragará a mí, con la diferencia de que entonces la gente pensará que él sí hizo bien, pues es difícil sacarla de sus moldes mentales consistentes en que lo que hace el Mal está mal y lo que hace el Bien está bien.»
Y así el Bien se salvó una vez más.
Hoy, al despertarme y a diferencia de lo que le pasó al protagonista de Monterroso con el famoso microrrelato, cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, he vuelto a tomar conciencia de que el Bien, aunque aparentemente pequeño, se salva todos los días y está todavía con nosotros. ¿Saben por qué? Porque el Bien es muy grande (a pesar de todo) para el alma humana. Y lo que hace el Bien siempre está bien, porque esa es su grandeza.
(1) Monterroso, Augusto (2002, 4ª ed.). La oveja negra y demás fábulas. Madrid: Santillana-Suma de Letras.
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Lo que tú me has hecho a mí, yo te lo hago ahora a ti, no es una frase lapidaria, ni una ocurrencia de última hora de la crónica negra, sino una profunda reflexión de un filósofo esloveno, Slavoj Žižek, sobre la pandemia, en una obra con ese escueto título, Pandemia, desarrollado en el subtítulo, La covid-19 estremece al mundo: «la naturaleza nos ataca con un virus y lo hace para devolvernos nuestro propio mensaje: lo que tú me has hecho a mí, yo te lo hago a ti». Me ha interesado conocer a fondo esta publicación en tiempos de coronavirus, porque en la lectura podemos encontrar un bálsamo que cure nuestras inquietudes.
Es una obra que se presenta oficialmente como “una reflexión de urgencia sobre la crisis del coronavirus. Sobre su relación con la política, la economía, el miedo y las libertades. Sobre la conexión entre la expansión de la pandemia y el modelo socioeconómico de las sociedades modernas. Sobre la COVID-19 como última advertencia ante la crisis ecológica que sobrevuela el futuro del mundo. Sobre la necesidad de no quedarse en la mera reflexión ingenua sobre cómo esta crisis nos enseña qué es lo verdaderamente esencial en nuestra cotidianeidad, sino ir más allá y pensar qué forma de organización social sustituirá al Nuevo Orden Mundial liberal-capitalista. ¿Cómo va a cambiar la pandemia no ya nuestras vidas sino la sociedad entera?
Es un pequeño tratado de lo que está sucediendo en la pandemia, concentrado en tan solo 80 páginas, pero que plantea cuestiones de Estado, si se me permite la expresión. La introducción ya es un planteamiento desgarrador de dos cuestiones fundamentales en la vida del ser humano: la prohibición de tocarnos y la necesidad que tenemos de los otros para seguir viviendo, con una gran variedad de aproximaciones diarias a través de la mirada, centrado todo en la famosa frase de Jesús de Nazareth, Noli me tangere, No me toques, planteada por un ateo de clase: “Hoy en día, sin embargo, en mitad de la epidemia de coronavirus, a todos se nos bombardea precisamente con llamamientos no solo a no tocar a los demás, sino a aislarnos, a mantener una distancia corporal adecuada. ¿Cuál es el significado de esta prohibición de «no me toques»? Las manos no pueden acercarse a la otra persona; solo desde el interior podemos acercarnos unos a otros, y la ventana hacia el «interior» son nuestros ojos. Durante estos días, cuando te encuentras con una persona cercana a ti (o incluso con un desconocido) y mantienes la distancia adecuada, una profunda mirada a los ojos del otro puede revelar algo más que un contacto íntimo”.
Ante la pregunta de si aprenderemos algo de lo que está ocurriendo y visto lo visto con los comportamientos incívicos por parte de muchas personas más las actitudes impresentables de muchos dirigentes políticos, no todos afortunadamente, Žižek termina su introducción con unas palabras de especial dureza: “Hegel escribió que lo único que podemos aprender de la historia es que no aprendemos nada de la historia, así que dudo que la epidemia nos haga más sabios. Lo único que está claro es que el virus destruirá los mismísimos cimientos de nuestras vidas, provocando no solo una enorme cantidad de sufrimiento, sino también un desastre económico posiblemente peor que la Gran Recesión. No habrá ningún regreso a la normalidad, la nueva «normalidad» tendrá que construirse sobre las ruinas de nuestras antiguas vidas, o nos encontraremos en una nueva barbarie cuyos signos ya se pueden distinguir”.
Para no hacer un espóiler del libro, sólo voy a hacer una reflexión más sobre el contenido del primer capítulo, con un titulo que siempre me ha revuelto en el mar proceloso del compromiso activo y del que discrepo por razones del estado de mi alma: 1. Todos estamos en el mismo barco. Es verdad que el coronavirus ha venido a igualar el mundo, no haciendo distinción alguna, de raza, credo o color, pero el barco en el que cada uno navega es diferente, sin lugar a dudas, por mucho que el autor utilice una frase de Martín Luther King, que da título al capítulo, pero referido a las personas que de diversas experiencias vitales llegaron a su ansiada libertad: “Puede que todos hayamos llegado en diferentes embarcaciones, pero ahora estamos todos en el mismo barco”, en alusión, según Žižek, a que la globalización ha desenmascarado la falsa ilusión de que cada territorio, por sí mismo, se puede defender ante el coronavirus, poniendo el ejemplo del primer ministro israelí cuando ofreció a la Autoridad Palestina trabajar en común ante la amenaza de la covid-19. No lo hizo por ética política y social sino por mera supervivencia de proximidad física y logística. Y Žižek nos invita a hacer una reflexión muy profunda: deberíamos imitar este tipo de acciones, extender la opinión de que el Estado y la población debe convivir a diario para que se extienda la principal vacuna social ante el coronavirus: la confianza mutua. Ante el país primero, la famosa frase de Trump, America First (América, lo primero), deberíamos gritar con fuerza, El Ser Humano, sano, lo primero. Será la forma de que nazca un nuevo comunismo o lucha por intereses comunes, globales, más allá de cada frontera: «Quizás otro virus, ideológico y mucho más beneficioso, se propague y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global».
De ahí el símil del barco, aunque discrepo del fondo de la cuestión porque la realidad que conozco más próxima, la de mi país y de mi Comunidad Autónoma, me ha enseñado navegar en mares procelosos, casi siempre en patera, ante la actitud de quienes nos gobiernan desde la derecha más cerril y carpetovetónica, así como la de los líderes del Mercado del Capital que los protegen y alientan. Lo decía no hace mucho tiempo en este cuaderno digital, de forma clara y determinante, con alguna pequeña adaptación temporal: “Estamos navegando en estos momentos en mares procelosos de coronavirus. Hace cuatro años escribí un artículo en este cuaderno digital, En el mismo barco, porque era un momento crucial debido al triunfo de Trump como nuevo presidente de los Estados Unidos. Cuatro años después vivimos de nuevo las elecciones en América, no inocentes para el mundo, de la que depende ahora la suerte de muchos millones de personas y Estados. Al mismo tiempo, sabemos que la pandemia está haciendo estragos a diario y el símil que me parece más acertado es el de la singladura mundial hacia alguna parte a pesar del desconcierto en el que estamos instalados. Es el momento de ejercer la responsabilidad de los que capitanean este “rumbo de derrota” (en lenguaje marino) y, sobre todo, cuando estamos ya en alta mar. La tentación de los que gobiernan está servida: saltar o no del barco imaginario para salvarse ellos o permanecer en él para salvarnos todos. No es lo mismo que falte mar o que falte barco.
Lo que sí sé es que todos no van ni vamos en el mismo barco. En esta dura travesía de la pandemia, se hace más evidente que nunca una realidad que se constata a través de las noticias y de las redes sociales: no vamos todos en el mismo barco, ni remamos en la misma dirección, ni decimos lo mismo, pero es muy importante identificar a cada uno donde está para no equivocarnos al elegir compañeros en este largo viaje. Al buen entendedor con pocas palabras basta y me refiero a todos los partidos políticos que en la actualidad nos representan en el Congreso de los Diputados y en el Senado, por la transcendental responsabilidad pública que tienen en estos momentos en relación con el interés general y porque no todos son ni somos iguales. También lo aplico a determinados familiares, amigos y conocidos que podrían enrolarse en este difícil y largo viaje casi sin darnos cuenta. Aviso para navegantes, sin lugar a dudas.
Todos no vamos en el mismo barco de la indignidad, del desencanto, de los silencios cómplices, del conformismo feroz, del capitalismo salvaje, de la desafección social, de la desorientación mundial controlada por poderes fácticos en la sombra. Eso no es así ni lo admito con carácter general, porque todos no somos iguales: unos van en magníficos yates y otros, la mayoría, en pateras. Es probable que a estas pateras éticas y llenas de dignidad y esperanza, que tienen suelo firme pero no quilla, como la cascara de una nuez, no suban nunca quienes no están interesados en que el mundo mejore, porque los poderes fácticos que dirigen y protegen la maquinaria de la guerra en cualquier lugar del mundo, el terrorismo de cualquier cuño, así como a los tristemente famosos hombres vestidos de negro, deciden desde hace ya mucho tiempo el funcionamiento y los altibajos del ecosistema económico, financiero y ético mundial, desde un rascacielos en Manhattan, a través de portátiles y teléfonos inteligentes. Ellos viajan en barcos privados, en cruceros del mal, que no surcan nunca estos mares de patera, para ellos procelosos porque las personas que van en ellas no merecen salvamento alguno.
Una cosa más: no hay que descontextualizar la frase de Martin Luther King, enunciada al principio y utilizada por Žižek en su primer capítulo: “Puede que todos hayamos llegado en diferentes embarcaciones, pero ahora estamos todos en el mismo barco”. Lo expuesto anteriormente lo explica suficientemente. Sobre todo, lo entiende bien quien viaja por mares procelosos, casi siempre en patera, sin quilla, como una cáscara de nuez, porque todos no son ni somos iguales ante el coronavirus, ni ante la naturaleza cuando nos dice de forma desafiante, según Žižek, lo que tú me has hecho a mí, yo te lo hago ahora a ti. Estamos avisados.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Recuerdo los ojos de mi esposa otra vez. Nunca veré cualquier cosa más aparte de esos ojos. Ellos preguntan.
Antoine de Saint Exupéry, Terre des Hommes, 1939
Sevilla, 22/I/2021
Durante diez meses he visto la vida doble, como si viviera siempre con un telón de fondo virado 45 grados, un croma muy especial: dos personas, dos árboles, dos casas, dos vehículos, dos libros, siempre uno detrás de otro, como protegiendo la primera imagen por si acaso se perdía la primera. Una diplopía vital que me impedía escribir y leer con normalidad, porque si difícil es asimilar el vértigo de escribir en una página en blanco, en el caso de ver dos y siempre una letra o una frase detrás de otra, ha sido a veces como cavar un pozo con una aguja para llegar a construir un texto aceptable. La verdad es que no me importaba hacer ese esfuerzo porque un día ya lejano aprendí el significado de este dicho turco, leyendo el discurso de Orhan Pamuk en el acto de entrega del Premio Nobel de Literatura en 2006, publicado después con un título muy sugerente, tanto como las palabras escritas en su dilatada vida: La maleta de mi padre. Es verdad que la vida de un escritor o de un aficionado como es mi caso, se hace poco a poco, horadando la persona de secreto que todos llevamos dentro, aunque no todos lo descubran, es decir, cavando el pozo del alma con una aguja virtual a imagen y semejanza de cada uno.
En esta situación, al escribir, me he refugiado siempre en las palabras de un amigo y maestro imaginario, Antonio Machado, porque recordaba que él había dado siempre mucha importancia a la visión especial de la vida, sobre todo al ojo que nos ve, en proverbios y cantares que no olvido:
I
El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve.
Es verdad lo que dice, un aforismo que tiene su texto y contexto. Machado me ha recordado todos los días de visión doble que el ojo estaba ya antes que yo y que él, por sí solo, sabe hacer muy bien su trabajo humano: contemplar el mundo tal y como es, mandando órdenes al cerebro para interpretarlo de la mejor forma posible. Me pasó cuando supe del fallecimiento del fotógrafo francés Marc Riboud en 2016, que muchas personas recordarán por su famosa fotografía de la chica con la flor, por cierto, no inocente. Conocí el hilo conductor de su profesión, por una frase de un especialista en los cuidados del ojo, del siglo XIII, Pietro Spanno, que llegó a ser Papa bajo el nombre de Juan XXI: “El ojo es un miembro noble, redondo y radiante. Ver es el paraíso del alma”. Ese es el secreto y la magia del ojo humano cuando ordena el clic que fija momentos especiales de la vida para la posteridad. Igual que cuando se fotografía el dolor o la muerte, muchas veces con alto riesgo personal de profesionales excelentes, comprometidos, facilitando imágenes recientes que desgraciadamente ya son habituales para el procesamiento de nuestra retina y que tanto nos hacen pensar, cumpliendo su función. Sinceramente, no he olvidado que mis ojos son el paraíso del alma.
XVII
En mi soledad he visto cosas muy claras, que no son verdad.
Es verdad que la experiencia vivida me ha permitido enriquecer mi soledad sonora, analizar en el yo de secreto que la visión interior ayuda a ver el mundo de forma diferente, es decir, ver de forma clara casi todo lo que no es verdad. La introspección nunca es doble. Igual sucede con fotógrafos y fotógrafas que retratan almas especiales, en blanco y negro, como Marc Riboud, Robert Capa, Kati Horna, Sebastião Salgado o Ramón Masats, ¿por qué no?, que valoramos hoy de forma especial porque muchas veces estamos ciegos ante el color que dio al mundo la creación transcendental del hombre y la mujer, que tuvieron la oportunidad de ver durante un tiempo el paraíso de sus almas. Gracias, hoy, a ellos y a tantos profesionales anónimos que aun jugándose a diario la vida nos han aportado y entregan tanta verdad a través de sus ojos, como aprendimos un día de Machado, ya que no son ojos porque los veamos, sino que son ojos porque a través de sus fotografías nos ayudan a contemplar y amar mejor la vida. Ya lo dijo en una ocasión Marc Riboud: “Sólo miran bien los niños: son inocentes y miran excitados, con atención, no son intelectuales”.
XXXIV
”O rinnovarsi o perire”… No me suena bien. Navigare é necessario… Mejor: ¡vivir para ver!
Dos asertos en busca de su autor. Renovarse o morir es muy apreciado en mi acervo cultural, siempre mirando hacia adelante (otra vez la necesaria vista sencilla, no doble). Navegar es necesario, aunque lleves los ojos cerrados. Machado prefería vivir para ver, porque la experiencia es madre de la sabiduría. Él vivía de la mano de una tríada ética: vivir, soñar y en medio, algo muy importante: despertar. Es verdad que todo en la vida es un abrir y cerrar de ojos…, pero sin ver doble. Siempre he recordado la máxima “Navigare necesse est”, navegar es necesario, y en esas estoy. Para los tiempos que corren, la segunda parte de la frase de Pompeyo, arengando a sus marineros ante una tempestad, que casi nunca se cita pero es impresionante, es algo a tener en cuenta a modo de contrario, sustituyendo vivir por ver: “vivere [videre] non necesse”, que me gustaría traducir como solo vivir [o ver] no es lo necesario.
XL
Los ojos por los que suspiras, sábelo bien, los ojos en que te miras son ojos porque te ven.
El último proverbio escogido vuelve a insistir en la importancia del otro, del prójimo, que así lo llama Machado. Dejamos de dar importancia a lo que vemos cuando apreciamos a la persona que nos mira. Sobre todo cuando no la veo dos veces, sino sólo tal y cómo es: busca el tú que nunca es tuyo / y nunca puede serlo jamás.
Ya no veo doble la vida. La ciencia me ha devuelto el orden sobre el caos y Machado lo refuerza con palabras muy bellas: Tras el vivir y el soñar, / está lo que más importa: / despertar, tener los ojos bien despiertos para comprobar que los ojos que veo ahora no son ojos porque ya los vea bien, sino que son ojos porque me ven. Ahora, incluso ellos me preguntan cómo estoy. Sé que una estructura cerebral que se llama tálamo, del tamaño de una castaña, procesa la información de todo lo que mi ojo ve, transformando inmediatamente en el cerebro lo visto, con sus sentimientos y emociones, que permanece tal y como se ha grabado, aunque lo único que no ha funcionado en estos meses haya sido el objetivo, el mejor encuadre… Pero también es verdad que prefiero siempre recordar la inocencia de la mirada en mi vida, sin doblez ni engaño en el paraíso de mi alma, realidad mágica y posible que me contaron hace ya muchos años, a modo de lección magistral, de un párroco rural que situaban en Bollullos de la Mitación (Sevilla), cuando en la catequesis preparatoria de la primera comunión de los niños y niñas de su pueblo preguntaba con inocencia vaticana: “A ver, niños, ¿cómo son los ojos de la Virgen? Y aquellas niñas y aquellos niños, cargados de inocencia bendita contestaban a voz en grito: ¡azules!, ¡verdes!, ¡negros! Entonces aquél santo varón contestaba con ojos pillines: ¡no, no y no!, ¡misericordiosos, hijos míos, misericordiosos!…
NOTA: la imagen es un fragmento de una fotografía de Man Ray, Le somneil, realizada en 1937 y en la que aparecen Consuelo de Saint-Exupéry (esposa-rosa del autor de El principito, tan de actualidad siempre) y Germaine Huguet, que figuraba en el programa oficial de una exposición sobre El surrealismo y el sueño, celebrada en Madrid, en 2014, en el Museo Thyssen-Bornemisza.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Cuando llega el día, nos preguntamos «¿dónde podemos encontrar luz en esta sombra interminable?» Debemos vadear en el mar la pérdida que cargamos. Hemos desafiado el vientre de la bestia. Hemos aprendido que la tranquilidad no siempre es paz. En las normas y nociones de lo que es justo no siempre hay justicia. Y sin embargo, el amanecer es nuestro antes de que lo supiéramos. De alguna manera lo hacemos. De alguna manera lo hacemos, de alguna manera hemos resistido y hemos sido testigos de una nación que no está rota, sino simplemente inacabada. Nosotros, los sucesores de un país y una época en la que una chica negra delgada descendiente de esclavos y criada por una madre soltera puede soñar con convertirse en presidenta sólo por encontrarse recitando para uno.
Amanda Gorman, en La montaña que escalamos
Ayer respiró el mundo democrático, profundamente y con un halo de esperanza, después de haber vivido unos años de vértigo con el anterior presidente de los EEUU, con un gobierno a su manera. La ceremonia de la toma de posesión del nuevo presidente, Joe Biden, en la que estuve muy atento por su fondo y forma, tuvo su momento álgido con la presencia de Amanda Gorman, de tan sólo 22 años, que nos entregó unas palabras suyas a través de un poema, “The Hill We Climb” (La colina que escalamos) y que representó de forma excelente el nuevo camino democrático que inicia la era Biden. Supe que Gorman se dirigió también a mí al comenzar la lectura de su poema, cuando dijo:
Señor Presidente, Dr. Biden, señora vicepresidenta, Sr. Emhoff,
Americanos y el mundo.
La puesta en escena de Gorman no era inocente. Su origen étnico, su vestido, su estilismo en general, los pendientes y el anillo de un pájaro enjaulado, como homenaje a una antecesora suya en la era Clinton, Maya Angelou, en cuyo acto de investidura, en 1993, leyó el poema “On the Pulse Of the Morning” (En el pulso de una mañana) y que ahora ha recordado también a través del poema “I Know Why the Caged Bird Sings” (Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado), como símbolo y recuerdo íntimo de un libro de memorias de Angelou que le regaló Oprah Winfrey, su mentora y también amiga de la escritora. Tampoco olvidó en sus palabras a Lin-Manuel Miranda, autor del musical “Hamilton”, al referirse a él con una mención muy especial: “La historia tiene sus ojos sobre nosotros”, una interpretación personal de su canción “History Has Its Eyes On You” (La historia tiene sus ojos sobre ti).
Recientemente he citado una expresión parecida al símbolo que ayer llevaba Amanda Gorman en su anillo mientras leía su poema, un pájaro enjaulado, en un artículo dedicado a la memoria del año pasado, 2020, una función para aves enjauladas con ganas de volar, mirando siempre hacia adelante, hacia el futuro con los brazos abiertos, que la cantante Rozalén expresaba con una canción preciosa, Aves enjauladas, mirándonos a los ojos, como una premonición de la belleza de la vida a la que volveremos con seguridad ética. Eso sí, corriendo para abrazarnos: Somos aves enjauladas/ Con tantas ganas de volar / Que olvidamos que en este remanso / También se ve la vida pasar / Cuando se quemen las jaulas / Y vuelva a levantarse el telón / Recuerda siempre la lección / Y este será un mundo mejor.
Mientras escucho la canción de Rozalén, vuelvo a las bellas palabras de Amanda Gorman, La colina que escalamos, adjuntando la traducción al español del texto original de su intervención, en inglés, que también aporto, habiendo cuidado cada palabra, cada frase, cada texto en su contexto. Dos mujeres que expresan con su arte lo mejor que nos ofrece la vida para cambiar el mundo: la fuerza de la palabra.
La colina que escalamos
Señor Presidente, Dr. Biden, señora vicepresidenta, Sr. Emhoff,
Americanos y el mundo,
Cuando llega el día, nos preguntamos ¿dónde podemos encontrar luz en esta sombra interminable? Debemos vadear en el mar la pérdida que cargamos. Hemos desafiado el vientre de la bestia. Hemos aprendido que la tranquilidad no siempre es paz. En las normas y nociones de lo que es justo no siempre hay justicia. Y sin embargo, el amanecer es nuestro antes de que lo supiéramos. De alguna manera lo hacemos. De alguna manera lo hacemos, de alguna manera hemos resistido y hemos sido testigos de una nación que no está rota, sino simplemente inacabada. Nosotros, los sucesores de un país y una época en la que una chica negra delgada descendiente de esclavos y criada por una madre soltera puede soñar con convertirse en presidenta sólo por encontrarse recitando para uno.
Y sí, estamos lejos de estar pulidos, lejos de ser prístinos, pero eso no significa que no nos esforcemos en formar una unión perfecta. Nos esforzamos por forjar nuestra unión con compromiso. Componer un país comprometido con todas las culturas, colores, personalidades y condiciones del hombre. Y así elevamos nuestras miradas no a lo que se interpone entre nosotros, sino a lo que se encuentra frente a nosotros. Cerramos la brecha porque sabemos que, para priorizar nuestro futuro, primero debemos dejar a un lado nuestras diferencias. Dejamos las armas para poder tender la mano el uno al otro. No buscamos daño para nadie y sí armonía para todos. Que el mundo, sin nada más, diga que esto es verdad. Que incluso, mientras llorábamos, crecimos. Que incluso cuando sufríamos teníamos esperanza. Que incluso cuando nos cansábamos, intentamos que para siempre nos sintiéramos victoriosos. No porque nunca más conoceremos la derrota, sino porque nunca más sembraremos división.
La Escritura nos dice que imaginemos que cada uno se sentará bajo de su propia vid e higuera y nadie los hará temblar. Si queremos estar a la altura de nuestro tiempo, entonces la victoria no estará en la espada, sino en todos los puentes que hemos tendido. Esa es la promesa, la colina que escalamos si nos atrevemos. Porque ser americano es más que un orgullo que heredamos. Es el pasado en el que entramos y cómo lo reparamos. Hemos visto un bosque que destrozaría nuestra nación en lugar de compartirla. Destruiría nuestro país si eso significara retrasar la democracia. Y ese esfuerzo estuvo a punto de triunfar.
Pero si bien la democracia puede retrasarse periódicamente, nunca puede ser derrotada de forma permanente. En esta verdad, en esta fe confiamos porque mientras nosotros tenemos puestos los ojos en el futuro, la historia tiene puestos sus ojos en nosotros. Esta es la era de la redención justa. Lo temimos desde sus inicios. No nos sentíamos preparados para ser los herederos de una hora tan aterradora, pero dentro de ella, encontramos el poder de escribir un nuevo capítulo, de ofrecernos esperanza y risas. Si una vez nos preguntamos, ¿cómo podremos vencer la catástrofe?, ahora afirmamos, ¿cómo podría prevalecer la catástrofe sobre nosotros?
No volveremos a lo que era, sino que nos trasladaremos a lo que será: un país magullado, pero íntegro, benevolente, pero audaz, feroz y libre. La intimidación no nos mareará ni nos interrumpirá porque sabemos que nuestra inacción e inercia serán la herencia de la próxima generación. Nuestros errores se convierten en sus cargas. Pero una cosa es cierta, si fusionamos la misericordia con el poder y el poder con el bien, entonces el amor se convierte en legado y el cambio, en un derecho de nuestros hijos.
Así que dejemos atrás un país mejor que el que nos dejaron. Cada aliento de nuestro pecho golpeado llevará este mundo herido a uno maravilloso. Nos levantaremos de las colinas doradas del oeste. Nos levantaremos desde el noreste barrido por el viento, donde nuestros antepasados realizaron la revolución por primera vez. Nos levantaremos desde las ciudades de Lake Rim [Carolina del Norte], de los estados del medio oeste. Nos levantaremos desde el sur bañado por el sol. Reconstruiremos, reconciliaremos y recuperaremos en cada rincón conocido de nuestra nación, en cada rincón llamado nuestro país, en nuestro pueblo diverso y hermoso que emergerá maltratado y hermoso.
Cuando llega el día, salimos de la sombra en llamas y sin miedo. El nuevo amanecer florece a medida que lo liberamos. Porque siempre hay luz, si somos lo suficientemente valientes para verla, si somos lo suficientemente valientes para serla.
The Hill We Climb (texto en inglés)
Mr President, Dr Biden, Madam Vice-President, Mr Emhoff,
Americans and the world,
When day comes we ask ourselves where can we find light in this never-ending shade? The loss we carry asea we must wade. We’ve braved the belly of the beast. We’ve learned that quiet isn’t always peace. In the norms and notions of what just is isn’t always justice. And yet, the dawn is ours before we knew it. Somehow we do it. Somehow we’ve weathered and witnessed a nation that isn’t broken, but simply unfinished. We, the successors of a country and a time where a skinny Black girl descended from slaves and raised by a single mother can dream of becoming president only to find herself reciting for one.
And yes, we are far from polished, far from pristine, but that doesn’t mean we are striving to form a union that is perfect. We are striving to forge our union with purpose. To compose a country committed to all cultures, colors, characters, and conditions of man. And so we lift our gazes not to what stands between us, but what stands before us. We close the divide because we know to put our future first, we must first put our differences aside. We lay down our arms so we can reach out our arms to one another. We seek harm to none and harmony for all. Let the globe, if nothing else, say this is true. That even as we grieved, we grew. That even as we hurt, we hoped. That even as we tired, we tried that will forever be tied together victorious. Not because we will never again know defeat, but because we will never again sow division.
Scripture tells us to envision that everyone shall sit under their own vine and fig tree and no one shall make them afraid. If we’re to live up to her own time, then victory won’t lie in the blade, but in all the bridges we’ve made. That is the promise to glade, the hill we climb if only we dare. It’s because being American is more than a pride we inherit. It’s the past we step into and how we repair it. We’ve seen a forest that would shatter our nation rather than share it. Would destroy our country if it meant delaying democracy. This effort very nearly succeeded.
But while democracy can be periodically delayed, it can never be permanently defeated. In this truth, in this faith we trust for while we have our eyes on the future, history has its eyes on us. This is the era of just redemption. We feared it at its inception. We did not feel prepared to be the heirs of such a terrifying hour, but within it, we found the power to author a new chapter, to offer hope and laughter to ourselves so while once we asked, how could we possibly prevail over catastrophe? Now we assert, how could catastrophe possibly prevail over us?
We will not march back to what was, but move to what shall be a country that is bruised, but whole, benevolent, but bold, fierce, and free. We will not be turned around or interrupted by intimidation because we know our inaction and inertia will be the inheritance of the next generation. Our blunders become their burdens. But one thing is certain, if we merge mercy with might and might with right, then love becomes our legacy and change our children’s birthright.
So let us leave behind a country better than one we were left with. Every breath from my bronze-pounded chest we will raise this wounded world into a wondrous one. We will rise from the gold-limbed hills of the west. We will rise from the wind-swept north-east where our forefathers first realized revolution. We will rise from the Lake Rim cities of the midwestern states. We will rise from the sun-baked south. We will rebuild, reconcile and recover in every known nook of our nation, in every corner called our country our people diverse and beautiful will emerge battered and beautiful.
When day comes, we step out of the shade aflame and unafraid. The new dawn blooms as we free it. For there is always light. If only we’re brave enough to see it. If only we’re brave enough to be it.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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