Palabras para Alejandro

Caetano Veloso, Alexandre, en Livro, 1997

Sevilla, 30/III/2022

Hoy, hace tan sólo unos minutos, ha nacido en el mes del dios Marte, Alejandro, mi segundo nieto, con un nombre de raíz griega, el defensor del hombre, en mi mejor traducción a través de dos palabras que se unen para reforzar el mensaje que lleva dentro, αλέξειν (aléxein, defender, proteger, repeler, infinitivo) y ἀνδρός (andrós, del varón, genitivo). Junto a Adrián, el primero, nacido en 2020, conforman una prolongación de la genealogía del apellido Cobeña, con unas raíces profundas en Andalucía, desde Córdoba la llana, cuando en el siglo XIII, un almorávide natural de Cobeña, Álvaro Colodro, de cuyo nombre quiero acordarme hoy especialmente, se descolgó por la muralla que protegía la Córdoba mora, iniciándose con ese acto la reconquista de la ciudad por el ejército del rey Fernando III. Allí quedó para la posteridad el topónimo Cobeña y las familias de Colodro y sus acompañantes en el asalto se quedaron en la provincia y otros pueblos de Andalucía, por las regalías del rey, hasta nuestros días, pasando el apellido Cobeña de generación en generación hasta el nacimiento hoy de Alejandro, porque salvando lo que haya que salvar, ha nacido en Sevilla “Alejandro de Cobeña”, como se decía entonces. Su segundo apellido, Rodríguez de la Paz, también lleva dentro algo muy importante para su vida: transmitir la paz en su entorno, el equilibrio que siempre hay que buscar en el largo camino vital de cada persona. Al fin y al cabo, siempre recordará que su nombre significa “defensor de las personas, del ser humano”, para llevarlos a la paz, estando cerca de ella.

Si el fenómeno de la hoja en blanco es siempre una aventura hacia lo desconocido, escribir sobre el nacimiento de Alejandro me obliga a recordar una vez más las palabras que escribió Ítalo Calvino en su obra póstuma “Seis propuestas para el próximo milenio”: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar). Efectivamente, lo que quiero decir es algo que muestre la fuerza de la palabra ante un acontecimiento de tanta belleza humana, la máxima expresión de la vida. Alejandro, al igual que pasó en 2020 cuando nació su hermano Adrián, viene al mundo en un momento muy difícil, pero con todas las oportunidades de ser feliz. Nace rodeado de afecto y cercanía familiar, en un centro sanitario público, atendido de forma especial por profesionales del Sistema Sanitario Público de Andalucía que ennoblecen mediante su trabajo serio y riguroso, el servicio que prestan a la ciudadanía presidido por la salvaguarda del interés general.

Alejandro, como nombre, tiene un recorrido histórico extraordinario, centrado en la figura del rey de reyes, Alejandro Magno, de cuna macedonia, cuya historia narra de forma especial el cantor brasileño Caetano Veloso, cuando incluyó la canción Alexandre, dedicada a Alejandro Magno, en su álbum Livro, publicado en 1997 y que hoy me gustaría susurrar al oído de Alejandro niño:

Él nació en el mes del león, su madre una bacante
y el rey su padre, un conquistador tan valiente
que el príncipe adolescente pensó que ya no quedaría nada
para, si llegara a ser Rey, conquistar por sí solo.
Pero muy pronto resultó ser un niño extraordinario:
el cuerpo de bronce, los ojos color lluvia y el pelo color sol

Alejandro,
de Olimpia y Felipe el niño nació, pero él aprendió
que su padre fue un rayo que vino del cielo

Eligió su caballo porque parecía indomable.
Y le puso el nombre Bucéfalo al dominarlo
para júbilo, asombro y escándalo de su propio padre
que contrató para su preceptor a un sabio de Estagira
cuya cabeza sostiene aún hoy Occidente.
El nombre Aristóteles – nombre Aristóteles- se repetiría
desde entonces hasta nuestros tiempos y más allá.
Él enseñó al joven Alejandro a sentir la filosofía
para que más que fuerte y valiente llegara a ser sabio también

Alejandro,
de Olimpia y Felipe el niño nació, pero él aprendió
que su padre fue un rayo que vino del cielo

De niño, sorprendió a visitantes importantes.
bienvenidos como embajadores del Imperio Persa,
pues los recibió en ausencia de Felipe con gestos elegantes
de los que el rey, su propio padre, no sería capaz.
Pronto estaría al lado de Felipe en el campo de batalla
y marcaría su nombre en la historia entre los grandes generales

Alejandro,
de Olimpia y Felipe el niño nació, pero él aprendió
que su padre fue un rayo que vino del cielo

Con Hefestión, su querido amigo,
su bien en la paz y la guerra,
corrió en honor a Patroclo
– los dos cuerpos desnudos —
junto a la tumba de Aquiles, el héroe enamorado, el amor.
En la gran batalla de Queronea, Alejandro destruía
la sagrada comisaría de Tebas, llamada invencible.
A los dieciséis años, sólo dieciséis años, así ya exhibía
toda la amplitud de la luz de su genio militar.
Olimpia incitaba al niño dorado a afirmarse
si Felipe dejaba a la familia de la madre de otro hijo de los suyos postularse.

Alejandro,
de Olimpia y Felipe el niño nació, pero él aprendió
que su padre fue un rayo que vino del cielo

Hecho rey a los veinte años
convirtió a Macedonia,
que era un reino periférico, llamado bárbaro,
en el este del helenismo y de los griegos, su futuro, su sol.
El gran Alejandro Magno, Alejandro Magno
conquistó Egipto y Persia,
fundó ciudades, cortó el nudo gordiano, fue grande;
se embriagó de poder, alto y profundo, fundando nuestro mundo,
fue generoso y malvado, magnánimo y cruel;
se casó con una persa, mezclando razas, nos cambió tierra, cielo y mar
murió muy joven, pero antes se impuso del Punjab a Gibraltar.

Alejandro,
de Olimpia y Felipe el niño nació, pero él aprendió
que su padre fue un rayo que vino del cielo

Me encantaría quedarme con palabras como “niño extraordinario, el cuerpo de bronce, los ojos color lluvia y el pelo color sol” para explicárselas una a una a nuestro nieto. Siguiendo el hilo conductor de la canción, me gustaría decirle también al oído que Alejandro tuvo un maestro de vida, el filósofo Aristóteles, del que yo aprendí lo que sé hoy para comprender la vida. Le diré, junto a su hermano, los dos sentados en mis rodillas, como hacían los abuelos en las orillas del Tigris y del Éufrates, hace ya muchos siglos, que el hombre, en el sentido global de la persona humana, es “el único ser capaz de admirarse de todas las cosas” y que ese es el fundamento de la filosofía: ”su propio padre / contrató como su preceptor a un sabio de Estagira / cuya cabeza sostiene aún hoy Occidente. / El nombre Aristóteles se repetiría / Desde entonces hasta nuestros tiempos y más allá / Él enseñó al joven Alejandro a sentir la filosofía / para que más que fuerte y valiente llegara a ser sabio también”. No se puede decir o cantar mejor. Aseguro que le enseñaré a sentir la filosofía para que llegue a entender bien qué significa ser sabio en la vida.

Le diré también que Alejandro Magno cultivó la amistad desde que era muy pequeño, con un amigo muy querido, inseparable, de nombre Hefestión, su bien en la paz y la guerra y le enseñaré que junto a la defensa de las personas, como dice su nombre, debe ser también el defensor del amor. Le contaré que con tan sólo veinte años, el rey Alejandro convirtió a Macedonia, que era un reino periférico, llamado bárbaro, en el este del helenismo y de los griegos, su futuro, su sol. Que fundó muchas ciudades, que deshizo el nudo gordiano y que fue muy grande. Que al casarse con una mujer persa, mezcló razas olvidando la hegemonía griega. Que fue capaz de cambiar la faz de la tierra, del cielo y del mar.

Tengo una cosa más que contarle y creo que fundamental: que siendo rey Alejandro, fundó la maravillosa Biblioteca de Alejandría, la ciudad en Egipto que lleva su nombre hasta nuestros días. Le explicaré con detalle cómo se creó la Biblioteca, que llegó a albergar más de 450.000 papiros, cuidados con esmero por Demetrio de Falero, Calímaco o Apolonio de Rodas y cuyo objetivo era recopilar todas las obras del ingenio humano, de todas las épocas y todos los países que debían ser incluidas en una colección inmortal para la posterioridad. Le diré que los libros serán muy importantes en su vida y que su biblioteca personal y familiar serán siempre su clínica del alma.

Alejandro, mi nieto nacido hoy, junto a su hermano Adrián, unen dos culturas milenarias, la griega y la romana. Adrián, Adriano, sabemos que fue un vecino de Itálica, majestuosa ciudad romana, hace ya muchos años y probablemente encontramos su mejor sentido de vida, su programa, cuando acudo a mi rincón de pensar y escojo un libro precioso, Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, muy bien tratado en su traducción por Julio Cortázar, en el que recorro una trayectoria apasionante de un niño de un pueblo cercano a Sevilla, que llegó a ser emperador y que entregó al mundo el espíritu de la libertad para ser diferentes en un mundo a veces diseñado por el enemigo, bellamente expresado en unas palabras llenas de encanto y de alma: “Mínima alma mía, tierna y flotante / huésped y compañera de mi cuerpo / descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, / donde habrás de renunciar a los juegos de antaño”. De Alejandro, macedonio y griego, rey y faraón también, ya lo hemos contado y cantado casi todo.

Finalizo estas palabras con el estribillo adaptado de la canción de Caetano Veloso, Alexandre, a la que pongo hoy música casi celestial mirando a mi nieto, un niño extraordinario, el cuerpo de bronce, los ojos color lluvia y el pelo color sol:

Alejandro,
de Vanesa y Marcos el niño nació, pero él aprenderá
que sus padres son un rayo de sol que hoy viene del cielo

Creo que he sido fiel a mi compromiso crónico con Ítalo Calvino al escribir estas palabras. Lo que les puedo asegurar es que hoy, ante la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles, sólo he intentado decir algo de Alejandro, también de Adrián, de sus padres, de la abuelidad, de una manera especial.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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