Portada de Time, 2-9 marzo 2020
Sevilla, 20/I/2023
No quiero que en mi ecosistema ético, que defiendo a ultranza, pase sin pena ni gloria un acontecimiento político de primer orden, la dimisión anunciada ayer de la primera ministra de Nueva Zelanda (tierra de la larga nube blanca, en maorí), Jacinda Ardern, a la que respeto, admiro y he seguido de cerca en los últimos años por su forma de gobernar y hacer política de verdad en clave de Revolución 4.0., tal y como lo he dejado escrito en este cuaderno digital en las tres ocasiones en las que la he dedicado unas palabras amables, según su propia expresión, cuando anunció el confinamiento de su país por la COVID-19: sean fuertes, sean amables. El motivo de su dimisión lo ha expresado ahora sin duda alguna: “No tengo energía para seguir”, un ejemplo que debería cundir en nuestro país en el que los sillones oficiales son, en demasiadas ocasiones, oscuro objeto de deseo para sentarse en ellos y permanecer así hasta la eternidad política o hasta que la muerte política los separe, a modo de desposorio místico.
También ha justificado su dimisión con las siguientes frases en su comparecencia oficial: “Sé que se hablará mucho tras esta decisión sobre lo que se llamará la verdadera razón, pero puedo decirles que lo que les digo hoy es el único ángulo interesante para entenderlo, y es que tras seis años de grandes desafíos, soy humana”, “sé lo que requiere este cargo y sé que ya no tengo suficiente energía para hacerle justicia, es así de sencillo”, para terminar recordando palabras que han sido un hilo conductor en sus etapas de gobierno: “Espero dejar a los neozelandeses la convicción de que se puede ser amable pero fuerte, empático pero decidido, optimista pero centrado”, “Y también se puede ser el tipo de líder que sabe cuándo es el momento de marcharse”. Esta última frase debería ser una lección política de primer orden para los políticos de nuestro país, completando el factor de “energía e ilusión para seguir”, que citaba anteriormente.
Como pequeño homenaje a Jacinda Ardern, por mi admiración a su trayectoria personal y política, entresaco cronológicamente las tres veces que la he citado en esta cuaderno digital. La primera fue el 30 de junio de 2019, cuando comenté el anuncio que había hecho la Primera Ministra neozelandesa en el Foro Económico Mundial de Davos, en enero de 2019, a través de su intervención en el panel “Salvaguardando Nuestro Planeta”, interpelando a los miembros de la élite política que no creen en el cambio climático: “Ardern señaló que no hace falta saber de ciencia para ver el cambio que están experimentando las naciones isleñas del Pacífico, y llamó a no estar en el lado equivocado de la historia en materia de cambio climático. Destacó también que su país va a desarrollar unos presupuestos basados en el bienestar, ya que a pesar de que el PIB de un país es importante, no es suficiente si a la vez está contribuyendo a degradar el medio ambiente” (1). Aquellas palabras sorprendieron al mundo: “Debemos abordar el bienestar social de nuestra nación, no solo el bienestar económico”, presentando una realidad en su país, a la que había que mirar siempre desde cualquier punto del mapamundi, porque su acción programática de gobierno giraba en torno al Presupuesto del Bienestar, más allá del clásico culto popular al denominado Producto Interior Bruto, que hasta suena mal. Ese lugar al que había que dirigir ya las miradas de las personas dignas, se llamaba Nueva Zelanda y su Primera Ministra habló claro y alto en el citado Foro de Davos, presentando una realidad incuestionable: otros Presupuestos Públicos son posibles, hecho que se consolidó el citado 30 de junio de ese año, cinco meses después, tal y como lo confirmó el ministro de Finanzas, Grant Robertson, ante el Parlamento: “En nuestro primer Presupuesto del Bienestar estamos midiendo y prestando atención a lo que valoran los neozelandeses: la salud de nuestra gente y nuestro medio ambiente, los puntos fuertes de nuestras comunidades y la prosperidad de nuestra nación”.
Aquel Presupuesto del Bienestar giraba en torno a cinco ejes principales, dando un giro copernicano a la metodología tradicional basada en la gestión de ingresos-gastos o costes-beneficio y considerar prioritarios los objetivos de bienestar de la población: salud mental, la lucha contra la pobreza infantil y la violencia doméstica, financiación desde el Gobierno para proyectos que impulsen el desarrollo de las poblaciones maoríes y del Pacífico y para mitigar los efectos del cambio climático con el objetivo de alcanzar una emisión de carbono cero, excepto la del metano, para el 2050.
La segunda referencia a la Primera Ministra en este cuaderno digital fue en plena pandemia porque ocurrió algo en su país que me sobrecogió, cuando su Gobierno anunció en noviembre de 2020 la creación de un Ministerio para la Respuesta a la Covid-19, como prioridad absoluta, que tuvo al frente al exministro de Salud, Chris Hipkins, con funciones muy próximas al Ministerio de Finanzas e Infraestructuras, con objeto de afrontar los retos que suponían los impactos de la pandemia. Acababa de obtener un triunfo electoral arrollador, al vencer en los comicios del 17 de octubre, con un 49% de los votos, lo que la llevó a la mayoría absoluta de su Partido en el Parlamento, en el que primaba la diversidad, destacando también la consolidación de la cultura maorí en su estrategia política, al nombrar a cinco ministros maoríes, entre los que se encontraba una veterana en su gobierno, la nueva ministra de Asuntos Exteriores, Nanaia Mahuta, que llevaba un tatuaje ta-moko, que representaba sus ancestros culturales. Igualmente, ha integrado otra realidad territorial, ministros representantes de las Islas del Pacífico y del colectivo LGTBI. Así lo ha manifestado recientemente: “Este es un Gabinete que está basado en méritos, pero que además es increíblemente diverso y de eso estoy muy orgullosa. Creo que este es un aspecto importante: son personas que han sido promovidas por lo que ofrecen al Ejecutivo, pero también son un reflejo de la Nueva Zelanda que los ha elegido” (2).
La tercera y última referencia fue el 30 de diciembre de 2021, con motivo de la aprobación en el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía, mi Comunidad, del Decreto que establecía las condiciones de la prórroga presupuestaria de 2021, recogiendo el cumplimiento de los compromisos adquiridos y las obligaciones derivadas de normas con rango de ley, ante un hecho que comenté con profusión de datos por lo que significaba para Andalucía no disponer de un Presupuesto para 2022, al haber sido rechazado el Proyecto de Ley presentado al Parlamento de Andalucía por el actual Gobierno andaluz, en la sesión en la que se llevó a cabo el debate a la totalidad del citado Presupuesto y en el que fueron aprobadas las enmiendas a la totalidad por 60 votos a favor (PSOE, Unidas Podemos y Vox), 47 votos en contra (Partido Popular y Ciudadanos) y ninguna abstención.
En el contexto anterior, señalé algunos indicadores de lo que sucedió en el debate que finalmente acabó con el rechazo y devolución al Gobierno del presupuesto para 2022, porque partía de la base de que el Presupuesto -con mayúscula- de la Comunidad, nunca es ni debe ser inocente, es decir, está trufado de ideología y así debe ser. Había leído pacientemente las 109 páginas del debate, no una vez sino varias veces, para intentar analizar lo que había sucedido y con la brevedad que exige siempre este tipo de artículos en el blog, expuse de forma sintética lo que traducen esas páginas de un diario oficial democrático de nuestra Comunidad, el de Sesiones del Parlamento de Andalucía, como testigo de cargo sobre lo sucedido en la sesión citada. Fue en ese contexto cuando hice una referencia expresa a lo expuesto anteriormente sobre el anuncio de la Primera Ministra de Nueva Zelanda en el Foro Económico Mundial de Davos, en 2019, en torno al Presupuesto del Bienestar. Ante el fracaso político expuesto, finalizaba aquella reflexión con las siguientes palabras: “El fracaso colectivo del Presupuesto para 2022 en Andalucía nunca ha sido debido a un problema técnico, sino ideológico, al presidir en su elaboración y presentación final sólo el interés político y electoral del espectro parlamentario actual, cada uno con su cadaunada, olvidando el interés general de la ciudadanía, de naturaleza constitucional, en beneficio de todos”.
Jacinda Arden da una lección al ecosistema político mundial anunciado su retirada, porque “es humana” y le faltan fuerzas para seguir luchando: “Espero dejar a los neozelandeses la convicción de que se puede ser amable pero fuerte, empático pero decidido, optimista pero centrado”, “Y también se puede ser el tipo de líder que sabe cuándo es el momento de marcharse”. Comprendo mejor que nunca su ejemplo como Primera Ministra de Nueva Zelanda, el de una mujer digna, fuerte y amable, porque siempre le ha obsesionado algo que ha sido hilo conductor en su vida política, que la conocieran por lo que hacía a diario junto a su Gobierno, no sólo por sus palabras: «Conócenos por lo que hacemos».
(1) https://www.gutierrez-rubi.es/newsite/wp-content/uploads/2019/01/Davos_Informe-2019.pdf
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
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