Es difícil encontrar la calle de la dulzura

Anne Dufourmantelle

Sevilla, 19/I/2023

¿Quién va a negar que es difícil caminar por la calle de la dulzura, cuando lo habitual, en el callejero ético de la vida, es hacerlo frecuentemente por la de la amargura? Lo digo hoy porque los medios de comunicación, en su gran mayoría, aunque con honrosas excepciones, van saltando últimamente de noticia en noticia, a cual más desagradable o, al menos, turbadora para almas inquietas. Por esta razón he buscado de nuevo en este cuaderno digital un artículo que escribí en 2017, La calle de la dulzura, para leerlo de nuevo y actualizarlo en su contenido, por necesidad, no por azar. Decía en aquella ocasión que “las personas que pertenecemos al Club de las Personas Dignas, con militancia virtual activa como credencial de pertenencia al Club, por creencia en la dignidad, deberíamos hablar más a menudo de la calle de la dulzura, ante las oleadas de propaganda sobre la calle de la amargura que no localiza con facilidad el callejero más sofisticado del mundo, porque solo existe en lo más recóndito del alma humana. La dulzura refuerza la dignidad, entendida como seriedad, gravedad y decoro en la manera de comportarse una persona, es decir, manifestando pureza, honestidad y recato, de la que se aprecia y defiende su honra, estimación, modestia, mesura y circunspección, entendida ésta como atención, cordura y prudencia ante las circunstancias, para comportarse comedidamente. Con dulzura”.

Al igual que hice en aquella ocasión, hoy deseo hablar de esta realidad, como un nuevo homenaje a la psicoanalista y filósofa francesa Anne Dufourmantelle, que falleció en el mes de julio de 2017 en una playa cercana a Saint Tropez intentando salvar a dos niños, hijos de unos amigos, consiguiéndolo, pero cuya acción le costó la vida. Fue en ese delicado momento y lo sigue siendo hoy un símbolo, porque Anne era una defensora a ultranza de saber convivir con el riesgo, porque es lo que daba sentido a su vida. También, de la necesidad de vivir unidos a la dulzura, habiendo escrito un libro, Puissance de la douceur (1), de gran interés sobre esta realidad esencial de la vida, que es un enigma en principio pero que, cuando se experimenta como poder de transformación de personas y cosas se vislumbra como una realidad necesaria. Su enfoque es muy práctico huyendo de la sensiblería que suele adornar este término, llegándolo a definir incluso como un acto político ante las violencias de la vida en todos los ámbitos posibles que podamos imaginar.

Recurro también en estos momentos de trasiego ético yendo del timbo al tambo, que decía Gabriel García Márquez en sus cuentos peregrinos, al gran filósofo Aristóteles, nada pasado de moda, al revés, porque nos aportó hace ya muchos siglos una reflexión muy interesante sobre la dulzura. Se encuentra en La gran moral, libro I, capítulo 21: “[…] Digamos ante todo que la dulzura es un medio entre el arrebato, que conduce siempre a la cólera, y la impasibilidad que no puede nunca llegar a sentirla. […] El hombre irascible es el que se irrita contra todo el mundo, en todo caso y más allá de los límites debidos. Es una disposición muy reprensible, porque no conviene irritarse contra todo el mundo, ni por todas las cosas, ni de todas maneras, ni siempre; lo mismo que no conviene tampoco no irritarse jamás, por ningún motivo, ni contra nadie. Este exceso de impasibilidad es tan reprensible como el otro. Pero si uno se hace reprensible por incurrir en exceso o en defecto, el que sabe permanecer en el verdadero medio es a la vez dulce y digno de alabanza. No es posible aprobar el carácter del que experimenta muy vivamente el sentimiento de la cólera, ni el del que apenas lo siente; pero se llama verdaderamente dulce al que sabe mantenerse en lo justo entre estos dos extremos. Así pues la dulzura es el medio entre las pasiones que acabamos de describir”.

Cualquiera de las acepciones de dulzura, según el diccionario de la RAE, simboliza muy bien qué intentamos comprender en relación con su significado: cualidad de dulce, suavidad, deleite, afabilidad, bondad, docilidad y palabra cariñosa, placentera. En tiempos modernos, es imprescindible organizar una operación rescate de la dulzura y una vez construida su calle en la vida, de la que todos podamos hablar, podremos pensar que un día se pueda convertir en las grandes alamedas que citaba Allende: “[…] Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”. Con dulzura, como acto político, que también es posible frente a la amargura de vivir.

Avanzando en el texto del artículo citado, decía que en ese día en que me enfrentaba una vez más a la página en blanco había leído en el diario El País una noticia sobre la calle de la amargura: “Diga su edad y Google responderá qué le lleva por la calle de la amargura”, que me sorprendió por su mezcla de frivolidad y notaría virtual de lo que parece que hace sufrir mucho a las personas. Son proposiciones digitales, nada más, pero también comentaba que para hacer las comparaciones oportunas había buscado la “calle de la dulzura”, en Google también, con una gran sorpresa: solo aparecían 29 resultados en la búsqueda, en 39 segundos, centrados en una calle de Madrid que tiene el honor de llevar ese nombre. Por el contrario, la búsqueda de “calle de la amargura” arrojó un dato demoledor: 1.950.000 resultados, en solo 0,74 segundos. Sin comentarios. Hoy he vuelto a repetir esta operación y el resultado ha sido el siguiente: respecto de la “calle de la dulzura”, ha devuelto el dato de 50 50 resultados, en un tiempo de respuesta de 0,42 segundos. De la misma forma, escribiendo exactamente “calle de la amargura”, el dato ha sido más “optimista” que en 2017: 334.000 resultados (0,42 segundos). Más allá del este resultado global por la aplicación de nuevos algoritmos de búsqueda, no deja de ser tan sólo una metáfora que he querido utilizar de nuevo para reflexionar sobre la necesidad de caminar más a menudo por la calle de la dulzura en la vida, salvando lo que haya que salvar, porque la de la amargura ya se transita con una frecuencia inusitada.

Acabo con la última reflexión de 2017: queda un trabajo arduo, por delante, en el Club de las Personas Dignas, para construir teoría crítica sobre la calle de la dulzura, con objeto de que millones de personas podamos transitar por ella. Probablemente, tendremos que formarnos en el conocimiento de qué significa ese nombre tan atractivo para convertirlo en creencia. Es el mejor homenaje que podemos hacer hoy de nuevo a la psicoanalista y filósofa Anne Dufourmantelle, defensora a ultranza de esta forma de ser en el mundo. Pongámonos a ello. Hoy, a leer su libro de impecable contenido para los tiempos modernos, instalados en la amargura dialéctica de vivir apasionadamente pero sin poder hacerlo con la dignidad que requiere la existencia de un mundo diferente, con calles y alamedas de la dulzura para que puedan pasear por ellas las personas libres.

NOTA: la fotografía de Anne Dufourmantelle se recuperó el 26 de julio de 2017 de http://madame.lefigaro.fr/bien-etre/anne-dufourmantelle-gardons-le-secret-210515-96654

(1) Dufourmantelle, Anne (2013). Puissance de la douceur. París: Payot.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!