Morir con letra pequeña

Acabo de leer la noticia: Muere una mujer que fue apuñalada por su novio el lunes en Madrid. Son ya 49, de las cuales veinte son extranjeras. Conozco los estándares éticos en el periodismo para tratar estas noticias. Sé que no se deben airear a los cuatro vientos porque el efecto llamada o réplica es una realidad de la conducta de imitación. Pero los que estudiamos día a día el cerebro y el comportamiento humano sabemos que tenemos siempre una deuda personal, profesional, científica y ética con estas muertes en letra pequeña. Sobre todo para intentar localizar la causa de tanta desazón personal y en pareja. Porque entre ciencia y derecho estoy seguro que podemos crear conocimiento y libertad. Ese es mi compromiso con el estudio del cerebro desde la perspectiva de género, porque es mucho más lo que nos une a las personas mediante las estructuras cerebrales que cada una ó cada uno tiene, que lo que nos separa. Es en esos pequeños tramos de lejanía cerebral donde ocurren las grandes tragedias que radiamos y publicamos. Aunque lo digamos ahora en voz baja, en letra pequeña, con pocos bits, como la noticia de la muerte de Ana Mercedes S. J., dominicana de 32 años, que falleció el jueves pasado en Madrid, a las siete de la mañana, víctima de la violencia machista.

Sevilla, 21/VII/2007

Cerebro y género: 66 palabras

Otra vez: “Una mujer muere apuñalada en Ronda presuntamente a manos de su ex marido. Con este crimen, son ya 66 las mujeres muertas a manos de sus parejas en 2006”.

De nuevo, siento la necesidad de seguir trabajando científicamente para identificar la realidad cerebral de la mujer y divulgar su identidad neuronal, su inmenso valor anatómico, en un esfuerzo denodado por transmitir el conocimiento integral del cerebro de mujer para enriquecer contenidos didácticos en Escuelas, Institutos, Universidades y Centros de trabajo sobre la maravilla de su corteza cerebral. Para que las valoren y no las maten.

Sevilla, 22/XII/2006

Género y vida

Violencia de género

La estadística sigue golpeando la realidad cotidiana. Es un contador implacable, que crea el desasosiego a la inteligencia creadora, la que caracteriza esencialmente al ser humano, la que lo dignifica. Los datos son estremecedores: al día de ayer ya se habían contabilizado 60 víctimas por violencia de género en lo que va de año. Cada día es más probable que seamos testigos de unos gritos desgarradores de una mujer pidiendo auxilio, muy cerca de nuestras viviendas, y quizá nos tiemble la mano para denunciarlo ante los servicios de emergencias correspondientes para su traslado a las fuerzas de seguridad del Estado. Y nos identificarán. Estaremos cerca del lugar de los hechos, nos preocuparemos por saber qué ha pasado con la presencia de la policía y es muy probable que el miedo colectivo influya para que todo quede en un mar de dudas. Desgraciadamente.

Todo parece una corta experiencia que determinadas personas, mujeres en su gran mayoría, viven en soledad acompañada. No suele haber nadie por los alrededores, cuando todos somos conscientes de que estas situaciones suelen ser conocidas por varias personas. Es lo habitual, la “lógica” del miedo que se educa en nuestros cerebros. Creemos que los anuncios del Instituto de la Mujer, sobre la “complicidad” del silencio próximo ante evidencias de violencia de género, son una propaganda más, pagada por la Administración correspondiente. Nos lavamos las manos. Pero las ocasiones de ayuda puede que estén más cerca de nosotros de lo que pensamos habitualmente. Para que no callemos y tomemos conciencia del poder liberador de la denuncia.

Y los actores de reparto de esta violencia de piso, suelen callar en silencios vergonzantes cuando los golpes hacia mujeres indefensas, paralizadas por el terror, suenan tan cerca que hasta nos molestan. Aunque 60 mujeres hayan perdido la vida a manos de los que juraron muchas veces quererlas hasta la muerte, triste paradoja, pero sin haber tomado conciencia de que determinadas enfermedades mentales pueden ser atendidas para vivir mejor y que las locuras de desamor solo se exhiben en las películas como guiones bien pagados para el enriquecimiento de pocos. Y con final infeliz. Como las vidas de estas 60 mujeres que, ¡desgraciadamente!, ya están solo en los cielos de los que de verdad las querían apasionadamente, porque su experiencia en cada tierra particular, segundo a segundo, ha sido un infierno inmerecido y persistente en un serio revés para la inteligencia colectiva y humana.

Sevilla, 12/X/2006

Género y vida

Estrella, extraordinaria mujer

Hoy han publicado esta carta, bajo el título «Estrella Morente», en el suplemento dominical «Magazine» que edita «La Vanguardia» y que se entrega junto a varios periódicos que se publican en todo el territorio español. Como está cambiado el título y han suprimido la última frase del original, prefiero respetar el contenido exacto que envié el 18/VI/2006, sabiendo que lo publicado es fiel reflejo, prácticamente exacto, de lo que quería decir a quien lo quisiera leer. Esta es la gran maravilla del conocimiento compartido a través de Internet, como lección magistral de inteligencia digital aplicada, porque en tiempo real se puede conocer la verdad de lo sucedido…

Finalizaba su actuación en el teatro Maestranza, de Sevilla. De pronto dio un traspié por un escalón desagradecido y todo el teatro se sobrecogió por la posibilidad de caerse Estrella, porque todos la habríamos recogido en nuestros brazos para devolverla al escenario, a su firmamento, donde ella hace sentir rápido a los corazones, aunque no entiendas en toda su profundidad lo que quiere decir a cada uno al oído. Y Estrella, la hija de Enrique Morente, “la cantaora del nuevo siglo” (Magazine de 18/VI/206), continuó su cante, su baile, sin ayuda de nadie, como si no hubiera pasado nada, con la maestría aprendida de su madre, Aurora Carbonell, mujer que me pareció admirable en una entrevista entrañable de Jesús Quintero y que me permitió comprender mejor a Estrella, en su baile de tintes árabes, en su cante reivindicativo de mujer de etnia gitana que canta la dignidad de sus vidas difíciles hechas vibraciones de sentimientos y emociones de la experiencia diaria. ¡Qué gran lección!.

Teníamos una entrada de Paraíso, de un sitio muy lejano en el argot de los teatros, para comprender el compromiso que Estrella Morente, la de Aurora y Enrique, desea regalarnos -como metáfora de la vida- cada vez que se sube a un escenario, aunque una probable “caída”, sin llegar a serlo, como la de cualquiera en la vida, nos permitiera aquél día, a todos, recogerla mentalmente entre algodones.

Con mi agradecimiento a los responsables de «Magazine».

Sevilla, 9/VII/2006

Género y vida

Namasté

Desde el viernes pasado estoy intentando comprender el significado de esta palabra: “¡Namasté a usted!”. Así comenzaba la carta que hemos recibido de una persona a la que queremos mucho, en India. Se llama Sukanya, tiene 11 años y pretende ser una mujer nueva, diferente, comprometida con la revolución social de la mujer en un país que convive con siglos de historia, marcado por el imperio de las castas y que sabe lo importante que es estudiar y adquirir conocimiento para cambiar el estado de su arte y parte. Sukanya empezaba su carta con esta preciosa palabra, en lengua hindi, que significa: “me inclino ante ti/hago una reverencia a la persona que hay en ti”, junto a una expresión corporal íntimamente unida a la palabra: se juntan las palmas de las manos y se hace una leve inclinación con el tronco hacia delante. ¡Namasté!.

Ayer comencé la lectura de un libro que descubrí en una recensión reciente, “Las nueve caras del corazón” (Alfaguara, 2006) y que me suscitó interés y curiosidad por la cultura india. Leí una entrevista a su autora, Anita Nair y desde ese momento me cautivó el contenido de una obra de más de quinientas páginas, pero que va a suponer un reto para descubrir la cultura india, máxime cuando estoy intentando conocer el mundo en el que vive Sukanya. Y mi sorpresa fue mayúscula, cuando a la altura de la página 14 del libro, me encontré con la palabra “Namasté”  y en el siguiente diálogo:

“Extendió la mano en su dirección, al mismo tiempo que él juntaba las suyas en un gesto de namaste, como sugería su guía turística que debía hacer para saludar a las mujeres en la India”.

Estoy aprendiendo muchas cosas de Sukanya y esta pequeña ocasión me ha abierto los ojos a una realidad que hace visible el respeto por las culturas diferentes a la tuya y por la carga afectiva que siempre tienen, así como una lección permanente de simbolismo histórico vinculado a la vida. Nos cuenta en su carta que ha aprobado el quinto curso, que estudia sexto pero que tiene que andar dos kilómetros todos los días para ir a la escuela, que el verano ya ha pasado y que “tuvieron muchas frutas de mango”, pero que se acercan las lluvias y los campesinos están arando la tierra…  Y con expresiones de afecto se despide. El mismo texto, en hindi, aparece a la izquierda de la carta. Su organizador la ha traducido y veo con detalle sus expresiones en grafía original, hindi, desgraciadamente ininteligibles ahora.

He llegado a la página 148 del libro de Anita Nair cuando escribo estas líneas y estoy seguro que la lectura en paralelo de la realidad de un resort cercano a Kerala, junto al río Nila y la de Mallela, la aldea de 104 familias, donde vive Sukanya, en Anantapur, me van a ayudar a descifrar realidades mágicas de India. He aprendido en las últimas veinticuatro horas que la alondra encrestada, la vanampaadi, permite convertir las necesidades en palabras. Al fin y al cabo, amor a lo desconocido, como una de las caras del amor que me enseña Anita Nair, en la primera expresión del kathakali, representación teatral a la que se incorporan danzas indias que tuve el honor de conocer por primera vez de la mano de Franco Battiato cuando vivía en Roma, en el año 1976 y que es un prodigio en la escenificación de una historia de vida.

¡Namasté, a ti!, que lees estas reflexiones en un pequeño rincón del planeta. Con su fuerza y valor de lo ya conocido.

Sevilla, 25/VI/2006

Género y vida

Y van 21 mujeres muertas…

La noticia es escalofriante. Quería finalizar el mes de Marzo con unas palabras sobre la inteligencia digital aplicada y me he dado de bruces con esta noticia: 21 mujeres muertas en el primer trimestre de 2006, el más sangriento de las estadísticas. Además, Andalucía ocupa desgraciadamente el primer lugar. Y a la hora de comparar siempre surge la respuesta facilona: ocupamos ese lugar porque somos muchos. Así. La fría estadística. Es impresionante asistir a este rosario de acontecimientos que, lamentablemente, han dejado de ser noticia. La realidad es que en estas tierras del Sur, a la hora de hacer este difícil recuento de habitantes, hay que aceptar de forma inexorable que cinco mujeres ya no cuentan desde Andalucía para España y la Humanidad. La auténtica noticia ha cambiado: hay que anunciar a los cuatro vientos (del Sur) que hoy, esta semana, este mes no ha muerto ninguna mujer por violencia de género.

Es urgente buscar alternativas. Es muy importante que hablemos de estas cuestiones. Hay que desenmascarar a los presuntos maltratadores en el silencio. A los que no se ven a diario. A los que conviven en la doble cara y en el desenfado del machismo más denostado. Fíjense en el comentario que aparecía en el diario “El País” del pasado 25 de marzo, en un artículo extraordinario de Mariano Maresca: “Maldita la gracia”. Se quejaba amargamente de la bajeza que muestra la televisión pública andaluza en un apartado tan sensible como el del entretenimiento: “Vean si no el programa de Canal Sur Hagamos el humor, un concurso de gente que cuenta chistes. Esta semana lo he visto dos veces. El sábado al mediodía repitieron una semifinal. Y el domingo, de noche, dieron una nueva fase. En las dos ocasiones los chistes pasaron con creces los límites de lo que una persona con una educación decente se atrevería a contar más allá del ámbito de una reunión reservada. No faltaron los chistes sobre mariquitas, cojos y gangosos, ninguno de ellos reproducible, excepción hecha de Canal Sur, que con una mano quita lo que da con la otra: el respeto más elemental a cualquier persona o colectivo que inspira otros programas de la cadena, como Frontera social o Solidarios. La cima se alcanzó con el chiste ganador, acerca del olor de imaginen qué parte del cuerpo femenino. Y Canal Sur premió con dinero al sujeto que lo contó”.

Hace años leí en un libro de José Antonio Marina, a quien profeso admiración, un texto de un graffiti anónimo que hoy me gustaría adaptar a esta situación: Dios ha muerto, 21 mujeres han muerto  y, la verdad, yo no me encuentro nada bien.

La inteligencia de lo ultramoderno se rebela con estas situaciones. Sobran los comentarios. Pero lo que no se puede entender de ninguna forma es que un canal público no cuide hasta la saciedad cualquier atisbo de falta de respeto a la mujer, con la que está cayendo. Tolerancia cero, decimos para cualquier terrorismo. También debería ser un lema aplicable al terror contra la mujer, desde cualquier ámbito, desde cualquier esfera, incluso desde esa “grasia que no se pué aguantá”. Incluso ante la chabacanería más soez. Porque por ahí se empieza, cuando se falta al respeto y a todos nos parece que es para partirse de risa. Yo diría: para morirse de pena…

Sevilla, 31/III/2006

Género y vida (http://www.joseantoniocobena.com/?p=31)

La sillita

Como pequeño homenaje a la mujer, en su día internacional.

Muchas mañanas los veo avanzar por la acera de La Cartuja, para pararse en el semáforo rutinario. No los conozco. No sé quiénes son. Haga frío o calor, llueva o ventee, siempre están allí. Esperan que el hombrecillo verde les deje pasar. Y cruzan. Muchos días ocurre lo mismo. Más de una vez me he distraído siguiéndoles con la mirada hasta perderlos en el horizonte de la esquina. Muy joven ella. Muy pequeño él. Madre e hijo, siempre en la sillita, a las siete y cuarto de la mañana, despiertos, puntuales a la cita del semáforo, acuden a su misión posible.

Cada vez que los veo me pregunto muchas cosas. ¿A qué guardería irá esa mujer madre, muy joven, a estas horas? ¿Estará su alojamiento en el mismo trabajo? La veo eternamente sola. Siempre ella. Nadie más. Se vuelca con cariño sobre el niño, lo arropa, le sonríe, le dice cosas que seguro entiende bien, en un lenguaje gestual que derrama ternura. Más preguntas. ¿A qué hora habrá tenido que levantarse para acudir a esa cita del semáforo, sin desmayo?. Pienso en millones de mujeres que todos los días despiertan el día, preparan a sus hijas e hijos, ordenan la comida, dejan recogida la casa y caminan hacia la guardería, la escuela infantil, la casa de los abuelos, de los amigos íntimos que comprenden el trajín. Otras, posiblemente pasean, solas.

Cuando regreso sobre las tres y cuarto de la tarde, miro siempre hacia la esquina donde desaparecen por la mañana. Y no los veo nunca volver. Lo único que vuelve son las preguntas. Tendrán que comenzar la faena del mediodía, de la tarde, de la noche. Seguir. En silencio. Y vuelta a empezar.

Mañana, a las siete y cuarto de la mañana, seguiré sin entender por qué esta madre tan joven ha despertado tan temprano en los semáforos de la vida. Seguro que estará allí. Estoy tentado a bajarme un día y preguntarle muchas cosas. Para aprender. Sobre todo, que me explique cómo puede estar siempre tan sonriente y empujar la sillita –como hace cada día- con la ilusión de ofrecer a su hijo lo mejor a la vuelta de la esquina. Quizá, por eso los pierdo y no vuelven a mediodía…

Sevilla, 8/III/2006

Género y vida

Mujer y revolución social

Estoy de acuerdo con el Ministro Caldera: estamos iniciando una revolución social. Me sorprendió mucho la salida en tromba de la patronal, el viernes, cuando sentenció el anteproyecto de ley de igualdad “como un rejón de muerte para el diálogo social”. Una vez más se hacen patentes los vicios privados y las públicas virtudes, unidas al discreto encanto de la burguesía. Estoy convencido de que hay que ordenar y organizar la igualdad de género, con esta secuencia. Con estos pasos y otros, pero “ordenando”, con rango de disposiciones legales, la voluntad de un pueblo expresado en la mayoría de las urnas. No se puede autoorganizar una sociedad que primero no haya establecido, ordenado, las reglas del juego en el terreno de igualdad.

Cuando ya bajamos a la realidad pedestre del día a día, vemos que si no es así, la igualdad tardará muchos años en implantarse. Ejemplos diarios de la sociedad actual “organizada” lo avalan sin compasión: ¿quién asiste a los Consejos escolares?: las mujeres; ¿quién acude a las Juntas de propietarios?: normalmente, las mujeres (dicen los clásicos “en representación” del propietario, del “dueño”, como si la igualdad ante la propiedad no fuese de idéntica raíz. ¿Quién sigue medio llenando las iglesias?: las mujeres. ¿Quién representa las chirigotas?: los hombres. ¿quiénes se “apuntan” a los programas socioculturales de los barrios?: normalmente, las mujeres. ¿Y donde dejamos la representación machista, por antonomasia, en el deporte en general, fútbol, sobre todos? ¿Quiénes trabajan en el servicio doméstico, como empleados y empleadas de hogar?. Normalmente, también, las mujeres. Hoy he escuchado en televisión el dramatismo de una mujer rumana, qué preguntaba a una abogada, ¡menos mal!, qué tenía que hacer para reclamar por un despido cuando la realidad era que cobraba tres euros la hora, con trabajo continuado de cuarenta horas a la semana y sin seguridad social.

¿Quiénes presiden las empresas más importantes del país y como están conformados sus Consejos de Administración?. ¿Y la Administración?. También se podría ordenar el principio de igualdad en los puestos de libre designación y regular el principio de igualdad de género en determinados puestos. Sería un ejemplo muy didáctico. Con este espectáculo diario, es obligado pensar que necesitamos ordenar la igualdad. Personalmente, crecí con una cartilla de Urbanidad que me decía cosas como las siguientes y además, si me las sabía de “memoria”, podía figurar en el Cuadro de Honor del Colegio, solo por honrar la buena educación:

“Cuéntase que en los años de la Reconquista se presentó un condesito de sólo quince años a su señora madre la condesa, que era viuda, y le dijo: Señora y madre mía, yo sé que en el palacio del príncipe don Juan se ha hablado mal de vuestra persona y se ha manchado vuestra honra. Yo iré ante el príncipe y de palabra y por obra vengaré vuestro honor. –No hagas tal, replicó la madre. Más me deshonrará, el que puedan decir con verdad que no he sabido educarte y que siendo tan joven faltes a quien has de respetar y perdonar.”

Mi Colegio era mixto, rara avis en la España franquista y en el Madrid de los Austrias, pero los únicos que normalmente íbamos a las actividades premiadas éramos niños, varones. Yo veía cómo Conchita Goyanes, compañera mía, nunca alcanzaba la posibilidad de ir al Circo Price o al Hipódromo de la Zarzuela. Mucho menos al frontón Jai Alai (Fiesta Alegre, en euskera), porque aquello era de hombres. Es decir, la sociedad estaba ordenada y organizada así. Sin metáforas.

Por eso defiendo la ordenación urgente de la igualdad. Es un imperativo categórico en una sociedad que se resiste a admitirlo, por todos los estereotipos que hemos ido alimentando, de forma no inocente, a lo largo de la historia. Ha llegado el momento de mirarnos cara a cara y gritar a los cuatro vientos que con tu quiero y mi puedo, en el marco legal de un Estado de igualdad de género, podemos hoy ir, ser y estar juntos las compañeras y compañeros de aquella canción de la transición, que cantábamos los que queríamos ya a las mujeres por lo que eran en el día a día de las ilusiones compartidas. A pesar de la Cartilla Moderna de Urbanidad, de la editorial F.D.T., de Barcelona, que estaba “ordenada” en la educación infantil y que en la contraportada decía: “las cartillas modernas de F.D.T. son delicia de los niños”. Sin comentarios. Así hemos crecido, dándole curiosamente gracias a Dios porque nos hubiera recogido a tiempo.

Sevilla, 5/III/2006

Género y vida

Cincuenta rupias

Lo escuché sobrecogido. Esta mañana, en un espacio televisivo de entrevistas, del que me considero televidente de primera fila, he escuchado a Dominique Lapierre contando pasajes de su última publicación “Érase una vez la URSS” y el motivo de fondo de la misma: destinar el cincuenta por ciento de los derechos de autor de esta obra así como de todas sus publicaciones a las obras de solidaridad que está llevando a cabo en las orillas del delta del Ganges, en la India. Escuelas, hospitales, centros de acogida, barcos-hospital, todo por responder a una máxima que aprendió de aquellas personas: todo lo que no se da, se pierde.

Ha comentado como el que no quiere la cosa, que tienen que pagar a las mafias de estas orillas, cincuenta rupias (el equivalente a un euro), por rescatar a las niñas y niños y llevarlos a la escuela. Un euro, una niña, un euro, un niño. Vive con la ilusión de hacerlos libres, que aprendan inglés e informática (así), para ser alguien en ese universo perdido de miseria, distribuido en cien islas donde se vive con un euro diario. En definitiva, tienen que pagar para hacer feliz a una niña ó a un niño, pagar por enseñar, pagar por devolver dignidad humana a un millón de personas abandonadas a su suerte.

He aprendido mucho y he podido vislumbrar que el humanismo digital ayuda a definir mejor la inteligencia digital. Ha insistido mucho en la importancia de la informática, de los ordenadores, para hacer libres a las niñas y niños indios. Precisamente en un país que es reconocido en la comunidad mundial como una potencia informática, pero donde todavía se producen estas brechas, yo diría abismos, simas, fallas, digitales.

Hoy, gracias a una revolución digital como es la de la televisión he podido aprender de los demás, de personas concretas que se hacen grandes en la medida que aprovechan la potencialidad de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación para hacer más hermosa la vida propia y la de los demás.

A partir de este momento voy a comprender mejor a Sukanya, nuestra ahijada en Anantapur (India). La flor que nos pintó expresamente hace sólo unos días nos anima a seguir siendo para los demás. Desde aquí, nuestro agradecimiento familiar a Vicente Ferrer y a su Fundación (http://www.fundacionvicenteferrer.org), por ayudarnos a comprender la tragedia del valor y precio de la educación digital, totalmente confundidos en la economía mundial: un euro, de los que sirven a la Fundación de Dominique Lapierre para llevar la libertad de ser a un millón de personas que viajan a ninguna parte, aunque haya que comprarla a un determinado precio.

Teresa de Calcuta lo vislumbró hace ya muchos años en el entorno de su compromiso diario:

«La vida es una oportunidad. ¡Aprovéchala! La vida es belleza. ¡Admírala! La vida es beatitud. ¡Saboréala! La vida es un sueño. ¡Hazlo realidad! La vida es un reto. ¡Afróntalo! La vida es un deber. ¡Cúmplelo! La vida es un juego. ¡Juégalo! La vida es preciosa. ¡Cuídala! La vida es riqueza. ¡Consérvala! La vida es amor. ¡Gózala! La vida es un misterio. ¡Desvélalo! La vida es promesa. ¡Cúmplela! La vida es tristeza. ¡Supérala! La vida es un himno. ¡Cántalo! La vida es un combate. ¡Acéptalo! La vida es una tragedia. ¡Domínala! La vida es una aventura. ¡Disfrútala! La vida es felicidad. ¡Merécela! La vida es la vida. ¡Defiéndela!».

Sevilla, 26/II/2006

Género y vida

Dime que me quieres

He vivido una experiencia recientemente que quería compartir en este diario personal. El día 2 de febrero, cuando regresaba a casa después de una jornada de trabajo muy interesante, escuché en Radio 5, a las 15.20 horas, aproximadamente, una “canción con historia” que me hizo pensar en la cultura en que habían crecido mis abuelos y mis padres. Fue solo un fragmento, cantado por Concha Piquer, pero que por sí solo representaba la España pura y dura de una determinada época:

Si tú me pidieras que fuera descalza,
pidiendo limosna descalza yo iría.
Si tú me pidieras que abriera mis venas
un río de sangre me salpicaría.
Si tú me pidieras que al fuego me echase,
igual que madera me consumiría.
Que yo soy tu esclava y tú el absoluto
señor de mi cuerpo, mi sangre y mi vida.

La verdad es que vino un semáforo en rojo, ¡qué casualidad!, y no pude quedarme ni con la voz, creí siempre que era la de Concha Piquer, ni con la letra completa, porque la afirmación “que yo soy tu esclava y tú el absoluto” era una firma indeleble de una posición española que aún perdura. Reconozco que me golpeó esta frase desde mi suelo ético. Hoy mismo, buscando en Google la historia de la canción (compuesta por Rafael de León), a través de la frase programática anterior, he constatado que la puedes conseguir como “politono” para el teléfono móvil y que es posible localizar 600.000 veces esta idea. Ya sé como seguía, causándome honda preocupación:

Y a cambio de eso, que bien poco es.
Oye lo que quiero decirte a mí
Dime que me quieres, dímelo por Dios.
Aunque no lo sientas, aunque sea mentira,
pero dímelo.
Dímelo bajito,
te será más fácil decírmelo así.
Y el te quiero tuyo será pa’ mis penas,
lo mismo que lluvia de Mayo y Abril.
Ten misericordia de mi corazón.
Dime que me quieres.
Dime que me quieres, dímelo por Dios.

Escribí a Radio Televisión Española, para que “Rodri”, responsable del programa, me ayudarse a localizarla. No me ha contestado, pero a través de Internet he podido conseguir la letra entera y nuevas interpretaciones del deseo deseante “dime que me quieres”, con el mismo título: Tequila (Me costó mucho y al final decidí ir a tu casa y ahora estoy frente a ti, quiero escucharlo y no me importa rogarte por favor no juegues con mi corazón), Camela (Hoy de ti necesito un poco mas. No me basta con tenerte. No me quiero conformar), Andy y Lucas (Y yo te haría una casa en el cielo, ay, justito en el cielo
Tan solamente pa´ que viva mi niña, esa por la que muero
) y Ricky Martin, entre otros, que tampoco me han tranquilizado mucho. Este último, en un alarde de originalidad caribeña, canta:

Enciende tu motor yo soy tu dirección
Las calles de mi amor quitaron el stop
ven y ven y ven y
Dime que me quieres en la intimidad
Sabes que me puedes dominar
No hay nadie como tu, eres mi cara y cruz
Mi corazón es para ti

La verdad es que la línea delgada roja entre Concha Piquer y Ricky Martin, con públicos diferentes, en espacios y tiempos diferentes, se sobrepasa continuamente por mensajes hablados y cantados a los cuatro vientos, siendo verdaderas cargas de profundidad contra la dignificación del lenguaje no sexista y la auténtica posición de la mujer y del hombre, en igualdad de condición social a la hora de ser personas. Subyace en los dos casos la realidad del dominio, realidad que debería estar en las antípodas de la solidaridad en la compañía, en el equilibrio de fuerzas vitales, anatómicas y de la inteligencia social: para sí mismo y para los demás.

Ha sido una pequeña experiencia derivada del mundo de la radio. Pero he pensado muchas veces en las pequeñas cosas, en la necesidad de que ganemos segundos de credibilidad en la lucha por la igualdad de género. Y estas realidades, ya provengan de Radio 5, Concha Piquer ó Ricky Martin, no son el mejor arquetipo de que otra realidad es posible, por respeto a nuestra historia y al futuro inmediato. El final de la canción de Concha Piquer no dejaba duda alguna:

Si no me mirasen tus ojos de almendra,
el pulso en las sienes se me pararía.
Si no me besasen tus labios de trigo,
la flor de mi boca se deshojaría.
Si no me abrazaran tus brazos morenos,
pa siempre los míos, en cruz quedarían.
Y si me dijeras que ya no me quieres
no sé la locura que cometería.
Y es que únicamente yo vivo por ti.
Que me das la muerte o me haces vivir.
Dime que me quieres, dímelo por Dios.
Aunque no lo sientas, aunque sea mentira,
pero dímelo.
Dímelo bajito,
te será más fácil decírmelo así.
Y el te quiero tuyo será pa’ mis penas,
lo mismo que lluvia de Mayo y Abril.
Ten misericordia de mi corazón.
Dime que me quieres.
Dime que me quieres, dímelo por Dios.

Ha llegado el momento de crear una nueva letra, ¡ojalá sea un día próximo una canción!, que comience por una declaración de intenciones hermosa:

Podemos decirnos, cara a cara,
que nos queremos,
sin importarnos el sexo,
sin importarnos la riqueza material
que cualquiera de los dos tenemos…

Podemos decirnos, cara a cara,
que nos queremos:
que nos importa la vida de cada uno,
porque somos,
sin importarnos la riqueza material
que cualquiera de los dos tenemos…

Y después, pondremos la música. La que sea más acorde con la vida de mujer ú hombre que llevamos dentro.

Sevilla, 18/II/2006

Género y vida

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