La estadística sigue golpeando la realidad cotidiana. Es un contador implacable, que crea el desasosiego a la inteligencia creadora, la que caracteriza esencialmente al ser humano, la que lo dignifica. Los datos son estremecedores: al día de ayer ya se habían contabilizado 60 víctimas por violencia de género en lo que va de año. Cada día es más probable que seamos testigos de unos gritos desgarradores de una mujer pidiendo auxilio, muy cerca de nuestras viviendas, y quizá nos tiemble la mano para denunciarlo ante los servicios de emergencias correspondientes para su traslado a las fuerzas de seguridad del Estado. Y nos identificarán. Estaremos cerca del lugar de los hechos, nos preocuparemos por saber qué ha pasado con la presencia de la policía y es muy probable que el miedo colectivo influya para que todo quede en un mar de dudas. Desgraciadamente.
Todo parece una corta experiencia que determinadas personas, mujeres en su gran mayoría, viven en soledad acompañada. No suele haber nadie por los alrededores, cuando todos somos conscientes de que estas situaciones suelen ser conocidas por varias personas. Es lo habitual, la “lógica” del miedo que se educa en nuestros cerebros. Creemos que los anuncios del Instituto de la Mujer, sobre la “complicidad” del silencio próximo ante evidencias de violencia de género, son una propaganda más, pagada por la Administración correspondiente. Nos lavamos las manos. Pero las ocasiones de ayuda puede que estén más cerca de nosotros de lo que pensamos habitualmente. Para que no callemos y tomemos conciencia del poder liberador de la denuncia.
Y los actores de reparto de esta violencia de piso, suelen callar en silencios vergonzantes cuando los golpes hacia mujeres indefensas, paralizadas por el terror, suenan tan cerca que hasta nos molestan. Aunque 60 mujeres hayan perdido la vida a manos de los que juraron muchas veces quererlas hasta la muerte, triste paradoja, pero sin haber tomado conciencia de que determinadas enfermedades mentales pueden ser atendidas para vivir mejor y que las locuras de desamor solo se exhiben en las películas como guiones bien pagados para el enriquecimiento de pocos. Y con final infeliz. Como las vidas de estas 60 mujeres que, ¡desgraciadamente!, ya están solo en los cielos de los que de verdad las querían apasionadamente, porque su experiencia en cada tierra particular, segundo a segundo, ha sido un infierno inmerecido y persistente en un serio revés para la inteligencia colectiva y humana.
Sevilla, 12/X/2006