Religión versus Valores sociales y cívicos

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Fotograma de la película «Hoy comienza todo», de Bertrand Tavernier, ejemplo de cómo la educación para la ciudadanía es una marca indeleble en un Gobierno concreto y en las funcionarias y funcionarios que tienen que ejecutar sus leyes.

“¿Por qué no le dais a la gente libros sobre Dios?”. Por la misma razón por la que no le damos Otelo; son viejos; tratan sobre el Dios de hace cien años, no sobre el Dios de hoy. “Pero Dios no cambia”. Los hombres, sin embargo, sí.”

Aldous Huxley, Un mundo feliz.

Ayer se publicó en el BOE la Resolución de 11 de febrero de 2015, de la Dirección General de Cooperación Territorial, por la que se publica el currículo de la enseñanza de Religión Católica de la Educación Primaria y de la Educación Secundaria Obligatoria. Con este acto administrativo se consolida el ciclo legal del enfrentamiento político vehiculizado en dos currículos de enseñanza, Religión y Valores sociales y cívicos, para “garantizar” la libre elección de materias por parte de padres, madres o tutores en relación con elementos básicos de la educación integral de sus hijos.

He escrito en bastantes ocasiones sobre el debate en torno a la dialéctica social respecto de la religión y la educación de la ciudadanía, desde la aprobación de esta controvertida asignatura hasta su desaparición legal en el año 2013. Han sido años de confrontación política, no tanto social, que ha terminado de la peor forma, es decir, firmando el Gobierno central el acta de defunción de una asignatura imprescindible a favor de una recuperación de la asignatura de religión controlada férreamente por la Conferencia Episcopal. Soy consciente de que como en tantos otros asuntos vitales de este país, pasará desapercibida esta publicación, pero en lo que pueda contribuir por mi parte para denunciar esta situación hasta que se derogue la LOMCE (Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la mejora de la calidad educativa), voy a trabajar sin descanso como lo he demostrado a lo largo de ocho años, desde la publicación en este blog de una serie dedicada expresamente a defender los contenidos de una asignatura preciosa, urgente, necesaria e imprescindible para este país: Educación para la ciudadanía y los derechos humanos, hasta otros post más recientes: Réquiem por Educación para la Ciudadanía y una miniserie que llevaba por título Educación para la Ciudadanía: insustituible.

La legislación educativa en clave de la LOMCE defiende la transversalidad para educar a ciudadanos, sin necesidad de desarrollar una asignatura concreta, pero no es real en la enseñanza diaria porque depende de la subjetividad de quien la enseña y la desarrolla en múltiples contenidos, sin exigencias concretas ni aseguramiento de la calidad de contenidos ni su evaluación. Así lo ha manifestado recientemente José Antonio Marina, sobre el que comenté en este blog su visión convertida en un libro concreto que escribió en 2007 para educar a ciudadanos: “El filósofo José Antonio Marina, autor de varios manuales de la desaparecida Educación para la Ciudadanía, ve un “disparate” que sean alternativas y descarta que los alumnos puedan aprender valores como contenidos transversales “porque la práctica nos ha enseñado que luego nadie se responsabiliza de ellos”. Critica las aulas españolas frente a las francesas, donde el Gobierno decidió reforzar el aprendizaje de los valores republicanos tras el atentado contra la revista satírica Charlie Hebdó. “En España, donde hay tal tolerancia a la corrupción, se han reblandecido unas convicciones éticas que deben volver a enseñarse”, dice” (1).

Seguiré defendiendo hasta la extenuación la recuperación de esta asignatura. Mantengo las palabras que cargadas de ilusión escribí en este blog en 2007, Educación para la educación en ciudadanía y derechos humanos, defendiendo su implantación, sin quitar ni un punto ni una coma de aquella reflexión seriada para que se comprendiera mejor el sentido último de educar para la ciudadanía responsable en el marco de los derechos humanos: “La paradoja surge entonces cuando tenemos la gran oportunidad de empezar a reforzar los traídos y llevados valores que tanto echamos de menos, y como reacción partidista (con perdón) se echan las campanas al vuelo en las iglesias y comunidades católicas de este país, en la iglesia oficial, en los coros de ángeles, arcángeles, serafines y querubines laicos, mediáticos, para alertar de las “trampas” de la Ley y de su asignatura maldita. Lamentable. He esperado escribir estas palabras –libertad sin ira, libertad- una vez leída la legislación que ampara los contenidos de “Educación para la ciudadanía” y las publicaciones a nivel europeo y mundial que avalan esta necesaria formación en valores ciudadanos. Y se podría comentar hasta la saciedad la “necesidad”, no azar, de introducir estos contenidos, básicos, elementales, éticos desde la acepción más pura del término (suelo firme, solería que permite vivir en comunidad y en paz consigo mismo), no neutrales en el progreso de una sociedad cambiante, imprescindibles, y “prudentes como serpientes y sencillos como palomas” en términos del evangelista Mateo”.

Libertad sin ira, libertad, para ser educadas y educados en valores ciudadanos y en el respeto a los derechos de las personas en diversidad, sin tener que entrar en el mercado de asignaturas-mercancía al tener que elegir una de ellas, equiparando la libre elección de religión a la libre elección de valores ciudadanos. Fundamentalmente, porque me gusta vivir mi vida, guardándome mi religión, mi miedo y mi ira, en libertad y con los demás. Sin más mentira, en paz, como cantaba Jarcha en la Transición imprescindible de este país, auténtico pilar de nuestra democracia actual.

Sevilla, 25/II/2015

(1) Álvarez, Pilar (2015, 24 de febrero). Un aula donde “Dios quiere nuestra felicidad”. El País.