“Son hombres y mujeres como nosotros, hermanos que buscan una vida mejor; hambrientos, perseguidos, heridos, explotados, víctimas de guerras… Hombres y mujeres como nosotros. Buscaban la felicidad”.
Francisco. Plaza de San Pedro, 18/IV/2015
Ayer dio la vuelta al mundo la terrible noticia de los 700 inmigrantes desaparecidos al hundirse su barco en aguas libias. Es verdad que todo pasa, pero no todo queda, porque lo nuestro es pasar, porque la culpa de todo eso creemos que la tiene siempre “otra gente”, como cantaban María y Federico en mi juventud:
“Quién tiene la culpa si la paloma sueña ser águila.
Quién tiene la culpa de que la flor se muera de espaldas.
Quién tiene la culpa de la indiferencia que cierra los ojos para la decencia y los abre grandes a las apariencias.
Estribillo
Ni yo ni usted ni el vecino, ni siquiera sus parientes, la culpa de todo esto, la tiene la gente. (BIS)
Quién tiene la culpa de la fe perdida de los días sucios y de las mentiras.
Quién tiene la culpa que no cambie nada y tener las manos frías y gastadas.
Estribillo
Ni yo ni usted ni el vecino, ni siquiera sus parientes, la culpa de todo esto, la tiene la gente (BIS)
Quién tiene la culpa de este gran silencio.
Quién tiene la culpa de que yo esté muerto…
Estribillo
Ni yo, ni usted ni el vecino, ni siquiera sus parientes, la culpa de todo esto, la tiene la gente (BIS).
Creo que la culpa de todo eso, la tiene la organización mundial de la miseria [sic] y la desastrosa distribución de la riqueza y pobreza en los países de origen, así como esa gente concreta que apuesta por tratar a las personas como mercancías, frente a los derechos y deberes de esos inmigrantes que creen que otro mundo en su vida es posible y caen en las mafias del transporte de personas como fardos, sin importarles nada ni nadie. Europa en general y España en particular no solo deben quedarse en escuchar con resignación la noticia. Habría que actuar con un plan de emergencia multilateral para afrontar un problema de lesa humanidad.
Dicen los expertos que los inmigrantes que utilizan estas embarcaciones u otras más pequeñas durante la travesía de su vida, aprenden a no hablar al llegar a Europa o España, a no mirarse a la cara, porque en los interminables días que duran estos viajes descarnados, si llegan a puerto firme, solo pueden mirar hacia adelante, siempre en la misma postura, todos juntos, hacinados, para ver si Europa o España los acoge en su misteriosa holgura de riqueza y libertad. Ser o tener, esa es su cuestión. Hasta que un día los encontramos en un semáforo, en nuestros cómodos viajes cotidianos, donde los pañuelos a un euro pueden servirnos para justificar sus lágrimas cuando nos miramos de frente, entonces sí, cara a cara.
Hoy, podríamos recordar de nuevo, con dolor de alma y corazón, la canción de María y Federico con una estrofa final diferente, pero sin cambiar quizá el estribillo final, asumiendo la parte de responsabilidad que nos toca cuando callamos ante determinados silencios cómplices:
Quién tiene la culpa de este gran silencio.
Quién tiene la culpa de que 700 inmigrantes estén muertos…
Estribillo
Ni yo ni usted ni el vecino, ni siquiera sus parientes, la culpa de todo esto, la tiene la gente (BIS).
Sevilla, 20/IV/2015