En América del Sur están convencidos que la mejor conquista del alma humana, en su más pura esencia, es la educación, después de haber experimentado otro tipo de conquistas, de las que España tiene una gran responsabilidad histórica. En tal sentido se ha llevado a cabo una experiencia cinematográfica dirigida por Gael García Bernal, junto a 11 directores de cine que cuentan 10 diferentes historias desde una visión personal y sentida en sus almas de todos y las de secreto, a instancias del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y ante la siguiente pregunta: ¿se podría hacer una película que nos ayude a mejorar la educación en América Latina?
La respuesta ha sido rotunda: sí se puede. Personalmente recuerdo tres películas que me han cautivado en el proceso de educar apasionadamente en Europa y… en el mundo, sin distinción de fronteras: La vida es bella, Hoy empieza todo y El club de los poetas muertos. En esta ocasión, el resultado no se ha hecho esperar a través de una película, El aula vacía, que promete embaucarnos sobre la necesidad de la educación en aquél continente, sin que nosotros tengamos que hablar con autosuficiencia de esta realidad en España, diferente pero muy preocupante en la situación actual, donde la crisis del ladrillo, del dinero público y privado mal administrado y de la corrupción a todos los niveles, ha destapado muchas vergüenzas nacionales, convirtiendo este país en un refugio de mala educación en su sentido más primigenio del término, no en el del discreto encanto de la burguesía.
El corto integrado en El aula vacía, entre otros, dirigido por Mariana Chenillo (México), “retrata los obstáculos que enfrentan los jóvenes con discapacidades. En su corto cuenta qué pasa si eres sordo en un mundo de oyentes y quieres ir a la escuela. Tras verlo, uno se queda con la duda de si el protagonista es sordo o si el sordo es el sistema escolar al no escuchar las necesidades de los jóvenes”. Me ha recordado inmediatamente cómo una buena educación puede hacer brillar los ojos de las personas sordas, como es el caso de María Ángeles Narváez Anguita, aquí en Andalucía, que triunfa por su maestría sencilla y sublime sobre la vida sorda a lo que no se quiere escuchar a veces.
Temas como la violencia, el acoso escolar, la deserción por la búsqueda inhumana del sustento familiar a través de los más pequeños, los más débiles, se abordan en el documental. Es bueno, más todavía, higiénico desde la perspectiva de la salud mental y social, divulgar estas experiencias. El cine es imprescindible como aliado para remover conciencias, para llenar las aulas. Así lo han entendido estos doce magníficos que ya no están solos ante el peligro de las aulas vacías en su Continente, que algo nuestro es.
Sevilla, 12/IV/2015