Ayer volví a recordar este gran aserto, por un mensaje explícito de una película muy bella, Brooklyn, que retrata una forma diferente de abordar todos los momentos presentes que conforman cada futuro real, personal e intransferible. Precisamente, el futuro es eso, la concatenación de presentes, de sucesivos carpe diem, sin concesión alguna a la seguridad plena de lo que ocurrirá hoy o mañana en cada momento después.
Se pueden comprar cosas, pero no el futuro, porque no es una mercancía que esté a la venta en el gran mercado del mundo, sino un derecho y un deber. Se puede planificar o soñar, pero garantizar lo que ocurrirá en un futuro próximo o lejano no es posible. Existe siempre un factor sorpresa llamado libertad que puede dar al traste el mejor futuro soñado, sin tener que recurrir a la melancolía de Groucho Marx cuando afirmaba de forma rotunda que el futuro ya no es lo que era.
La vida es una oportunidad para atender el mundo presente a través de la inteligencia, lo más preciado que tiene el ser humano. He estudiado durante muchos años la proximidad real al concepto [la inteligencia] y hoy, más que nunca, comprendo que la mejor definición sería aquella que asume la realidad social de cada uno en cada carpe diem: ser inteligente es ser capaz de resolver problemas en la relación consigo mismo y con los otros. Donde somos, estamos y vivimos. Desde la perspectiva actual no hay nada más ultramoderno e inteligente, en la clave de José Antonio Marina: explicar, embellecer y transformar la realidad a través de la inteligencia creadora. Siempre que nos demos cuenta que también es importante e inteligente frecuentar el futuro, tal y como recomendaba el Dr. Cardoso al Sr. Pereira en “Sostiene Pereira”: “… deje ya de frecuentar el pasado, frecuente el futuro. ¡Qué expresión más hermosa!, dijo Pereira”.
Quizá necesitamos hoy y siempre recordar al Sr. Pereira cuando perdió de vista al Dr. Cardoso al salir de su querido Café Orquídea, en Lisboa, sintiendo la nostalgia de lo vivido por la inseguridad que nos crea salir del confort en determinados momentos presentes, en los de la vida pasada, pero también por lo que nos pueda ocurrir en la futura que a veces soñamos y abrazamos hasta perdernos en ella. Hasta el día en el que nos enfrentamos a nuestro yo hegemónico, poniendo orden en la confederación de almas inquietas, como le decía aquél sorprendente doctor Cardoso en la Clínica Talasoterápica de Parede, un presente real con necesidad de futuro. Porque contrariamente a lo que el evangelista Mateo escribió para la posteridad a lo largo de los siglos, a cada día humano no le suele bastar a veces su propio afán.
Sevilla, 27/III/2016