Internet es parte de la respuesta

“El hombre debería saber que del cerebro, y no de otro lugar vienen las alegrías, los placeres, la risa y la broma, y también las tristezas, la aflicción, el abatimiento, y los lamentos. Y con el mismo órgano, de una manera especial, adquirimos el juicio y el saber, la vista y el oído y sabemos lo que está bien y lo que está mal, lo que es trampa y lo que es justo, lo que es dulce y lo que es insípido, algunas de estas cosas las percibimos por costumbre, y otras por su utilidad…Y a través del mismo órgano nos volvemos locos y deliramos, y el miedo y los terrores nos asaltan, algunos de noche y otros de día, así como los sueños y los delirios indeseables, las preocupaciones que no tienen razón de ser, la ignorancia de las circunstancias presentes, el desasosiego y la torpeza. Todas estas cosas las sufrimos desde el cerebro”.

Hipócrates (Cos, 460 a.C.-Larisa, 377 a.C.). Sobre la enfermedad sagrada (Perì hierēs nousou).

Hace ya muchos siglos, la humanidad transmitía de padres a hijos, de abuelos a nietos, una preocupación profunda acerca de respuestas al significado de la existencia, de la vida diaria. No existía Internet y tampoco se vislumbraba su invención, pero la palabra y nada más que la palabra quedaba de generación en generación para intentar comprender tres grandes preguntas sobre la vida y una respuesta sorprendente a las mismas, que comento más adelante.

Traigo a colación esta reflexión porque se ha publicado recientemente un libro controvertido, Internet no es la respuesta, escrito por Andrew Keen, periodista conocido por su aversión a la red de redes. Es la tercera publicación en formato libro de este azote atómico sobre la revolución digital que ha propiciado Internet, con una crítica demoledora acerca de las grandes contradicciones que se atribuyen a Internet, cuando no se sabe buscar la mejor respuesta más allá de la que cantaba Dylan sobre su localización en el viento.

Me parece correcto que haya críticos del universo Internet y que curiosamente se difunda masa crítica negativa por este medio. Pero estoy en profundo desacuerdo con su análisis porque la cara que muestra de Internet es la menos amable que podamos imaginar, sin mezcla de bien alguno. Y no es eso. Internet es solo un medio, no un fin en sí mismo. Esa es la gran equivocación cuando sólo se analizan aspectos criticables de una tecnología de doble uso, como casi todo lo que se inventa en la vida, al pertenecer todos a un mundo dual por mucho que creamos que estamos en un planeta de pensamiento único. La plata tiene valor, convertido en precio, porque el ser humano le ha otorgado ese poder, no porque existiera como valor incontestable por sí mismo.

Andrew Keen afirma que “Internet nos está volviendo peor informados, más ignorantes y narcisistas”. Estoy en completo desacuerdo como frase lapidaria, aunque reconozco que las tecnologías navegan siempre en la dialéctica del doble uso. Siendo cierta esta dualidad, no es justo universalizar los males de este excelente medio de información y comunicación.

Anteriormente, comentaba la transversalidad histórica de tres grandes preguntas que Internet no resuelve después de millones de años. Se encuentran en el libro del Eclesiastés, una persona líder de la comunidad humana, que ofrecía información para que las personas comprendieran a través de su experiencia el duro proceso de vivir:

– ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? o en otra variación sobre el mismo tema: ¿Qué saca cualquier persona de todo su fatigoso afán bajo el sol?

– ¿Quién sabe si el aliento de vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de vida de los animales desciende hacia abajo, a la tierra?

– ¿Quién le guiará a contemplar lo que ha de suceder después de él?

Y aunque busquemos mediante Internet las mejores respuestas, no encontraremos nunca en Google la que el Eclesiastés nos ofrece, porque solo se pueden entender en aquél contexto tan actual, por cierto. ¿Saben cuál fue? Exactamente, la que encontramos en el capítulo siguiente, el cuarto, cuando parece que la duda se queda en el viento, en la soledad: “Mas valen dos que uno solo, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo. Pues si cayeren, el uno levantará a su compañero […] La cuerda de tres hilos es difícil de romper”.

¿Qué nos demuestra esta situación? Que la inteligencia digital nos permite resolver problemas diarios con la ayuda de las tecnologías de la información y comunicación, cuando sabemos distinguir bien que pueden ser en algún caso de doble uso, porque no son inocentes. Que el cerebro humano, a través de la inteligencia y de la palabra, es el gran artífice para encontrar respuestas a través de Internet, como expuse en 2006 en un post dedicado al siglo XXI, como el siglo del cerebro: “Este cuaderno, que poco a poco se va configurando, tiene su razón de ser en el cerebro, donde se instala la inteligencia digital y donde está su primer motor inmóvil que permite desde la preconcepción desarrollar capacidades fabulosas de ser en el mundo. Lo que pasa es que siempre se trabaja en la actualidad con una mala noticia: no sabemos casi nada de lo que pasa en la caja fantástica a la que llamamos “cerebro”. De todas formas, hemos comenzado una aventura fascinante porque en este rincón del mundo vamos a hacer un esfuerzo por democratizar lo que vamos sabiendo del mismo y lo vamos a poner a disposición de la comunidad red. Seguro que entre todos vamos a tejer una malla de conocimiento en todas sus posibles manifestaciones. Llegará el día que podamos abrir categorías y páginas (en lenguaje bloguero) divulgativas, especializadas, de investigación democratizada y no solo de la élite del poder que da siempre el conocimiento, con objeto de hacer un homenaje permanente al auténtico patrimonio de la humanidad todavía por descubrir. Cien mil millones de posibilidades (neuronas) para grabar acontecimientos vitales, diferentes, que caracterizan a cada ser humano, me parece algo sorprendente. También, ilusionante”.

El mundo digital no resuelve los grandes problemas humanos, pero estamos obligatoriamente obligados a vivir en él: “Los bits no se comen; en este sentido no pueden calmar el hambre. Los ordenadores tampoco son entes morales; no pueden resolver temas complejos como el derecho a la vida o a la muerte. Sin embargo, ser digital nos proporciona motivos para ser optimistas. Como ocurre con las fuerzas de la naturaleza, no podemos negar o interrumpir la era digital” (Negroponte).

Sevilla, 2/VI/2016

 

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