Einaudi se lamenta en el Ártico

Hoy se celebra el día internacional dedicado a la música, un festival internacional. Lejos de los fastos obligados por la economía de mercado aprovechando el calendario gregoriano, que tiene días para todos los gustos de mercancías a comprar, he considerado que puede ser también una oportunidad para reflexionar sobre la aportación de la música a la cultura como compromiso social. Es el caso del momento que recoge el vídeo que antecede a estas líneas promovido por Greenpeace, con la colaboración del compositor Ludovico Einaudi, interpretando una obra muy bella, Elegía por el Ártico, creada para esta ocasión.

Según lo expresan unos miembros de la organización, “En Svalbard (Noruega), la puerta de Europa al Ártico, hemos dado la bienvenida a bordo a un invitado muy especial: Ludovico Einaudi, reconocido pianista y compositor. Junto a él, un piano de cola y la actuación más arriesgada que se le haya propuesto: tocar en el Ártico rodeado de hielo. Ludovico Einaudi ha transformado estas voces en música. “Elegía por el Ártico”, una pieza especialmente compuesta para ellas. Todos los que hemos tenido el privilegio de ser testigos de este escenario único, de oír su música en el eco del glaciar y sentir cómo se nos ponía la piel de gallina y se nos removía el alma, sabemos que es una imagen que quedará para siempre en nuestras mentes”.

Esta aportación de Greenpeace y Einaudi se hace en un momento especial, no inocente, con ocasión de la reunión de la comisión de OSPAR en Tenerife, que comenzó ayer, con un objetivo específico, como informan las citadas fuentes: “crear una zona protegida, del tamaño de Reino Unido, que supondría proteger casi el 10% de las aguas internacionales de este océano que Greenpeace pide sean declaradas Santuario Ártico. Y esta medida es urgente. El océano Ártico es el más desprotegido del planeta, sus aguas internacionales no tienen ningún tipo de protección. Pero a medida que el hielo está retrocediendo, debido al aumento global de las temperaturas, esta región tan única está perdiendo si escudo helado y queda expuesta a la explotación industrial”.

La música no es inocente y puede ser un símbolo real del compromiso social. Así lo hizo Mozart cuando se enfrentó al Príncipe de turno y a la Iglesia, amando su obra cuando la entregaba al pueblo y no al Rey y su corte, con un gran ejemplo a través del estreno de su ópera “La Flauta Mágica” en un teatro de barrio en Viena. Recientemente lo he demostrado también cuando escribí sobre el concierto en Palmira (Siria) celebrado el 5 de mayo pasado, donde estaba claro que el propio concierto no era inocente en esa ciudad tristemente famosa por el dolor de la guerra, porque las ideologías nunca lo son, tal y como lo aprendí del análisis que Lukács hizo en los años setenta del siglo pasado sobre la destrucción de la razón, es decir, el irracionalismo desde Schelling hasta Hitler. Es una filosofía de la historia muy aguda y crítica, centrada en un argumento harto expresivo: «no hay ninguna ideología inocente: la actitud favorable o contraria a la razón decide, al mismo tiempo, en cuanto a la esencia de una filosofía como tal filosofía en cuanto a la misión que está llamada a cumplir en el desarrollo social. Entre otras razones, porque la razón misma no es ni puede ser algo que flota por encima del desarrollo social, algo neutral o imparcial, sino que refleja siempre el carácter racional (o irracional) concreto de una situación social, de una tendencia del desarrollo, dándole claridad conceptual y; por tanto, impulsándola o entorpeciéndola» (1).

La música no necesita días especiales porque todos pueden ser una oportunidad para la representación del pensamiento y del sentimiento, aunando voluntades de paz a través del amor y el sufrimiento, impulsando el carácter racional de una situación social como símbolo hoy en el Ártico, recordando el gran principio de la música del periodo barroco: es compañera en la alegría y medicina para el dolor.

Ahora escuchemos a Einaudi en el Ártico, en un momento especial para comprender mejor su elegía, su lamento musical por la conducta del ser humano en un lugar simbólico de la naturaleza que, pensándolo bien, nos afecta a todos por muy lejos que esté. Como las guerras y los refugiados… víctimas de ellas.

Sevilla, 21/VI/2016

(1) Lukács, G. (1976). El asalto a la razón. Barcelona: Grijalbo, pág. 4 s.

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