Ese día volví a recordar a Rafael Alberti en un poema precioso sobre la soledad de Dios en Roma. Es verdad que la catedral (Seo) de Palma no era en ese momento un lugar de culto vacío sino lleno de tropeles de gente que en todo ven una lección de arte, pero que quizá a Dios no lo ven por ningún sitio:
Confiésalo, Señor. Sólo tus fieles
hoy son esos anónimos tropeles
que en todo ven una lección de arte.
Miran acá, miran allá, asombrados,
ángeles, puertas, cúpulas, dorados…
Y no te encuentran por ninguna parte.
Entre esos tropeles estaba yo, buscando sobre todo la capilla decorada por Miquel Barceló, la denominada del Santísimo, que ocupa el ábside lateral derecho de la cabecera de la Seo. Tenía mucho interés en conocer esta obra magna del artista de Felanitx, un fantástico retablo marino, por ser tan controvertida en el pasado, presente y que probablemente lo seguirá siendo en el futuro. Me senté en un banco de la fila izquierda, próximo a la lápida conmemorativa de la inauguración y contemplé la grandiosidad de los paneles de arcilla alemana e italiana, policromada, que representan lo acordado institucionalmente en 2001 y posteriormente materializado en julio del 2002, una vez constituida la fundación cultural privada Art a la Seu de Mallorca, que garantizó los trabajos encomendados a Barceló: las diferentes representaciones bíblicas, siendo especialmente llamativa la multiplicación de los panes y los peces, el mobiliario estático realizado en piedra autóctona, de Binissalem, así como los cinco vitrales de marco gótico recuperados no en su color original sino de grisalla.
Creo que no deja indiferente a nadie. Todos los asistentes a la visita que compartí en esa mañana de agosto no paraban de fotografiar una obra magna, pero de difícil intelección. Mercé Gambús, profesora de historia del arte y vicerrectora de Extensión Universitaria de la Universidad de las Islas Baleares, detalla muy bien el sentido de aquella composición tan compleja: “La capilla recrea la iconografía evangélica de la multiplicación de los panes y los peces y de las bodas de Caná como apoyo al simbolismo eucarístico focalizado entorno al Cristo resucitado, que junto al sagrario preside la capilla. La iluminación grisácea de los vitrales acentúa la atmósfera marina de la catedral mediterránea a la vez que refuerza simbólicamente la función principal de la capilla, destinada a la reserva y a la adoración del Santísimo Sacramento”.
Detalle central de la capilla del Santísimo, según Miquel Barceló / JA Cobeña
La profesora Gambús conocía muy bien la génesis de esta experiencia tan contradictoria, porque fue la encargada en 2000, por petición expresa del Rector de la Universidad de Baleares, de sondear la posibilidad de que se otorgara el doctorado honoris causa al pintor Miquel Barceló, que aceptó finalmente en París con una condición: la realización de una gran obra en su isla, lo cual había de constituir su discurso de investidura. Durante seis largos años, llenos de vicisitudes, el artista trabaja en un proyecto plagado de altibajos, como no podía ser menos por su fondo y forma artísticos. El doctorado cobró forma en diciembre de 2000, una vez fijados los grandes parámetros de la obra a abordar por el pintor. Se llevaba a cabo por tanto su gran compromiso artístico.
Es apasionante conocer con detalle el largo proceso de intervención artística de Barceló en la capilla acordada, la de San Pedro, aunque al final pesó un argumento singular: introducir arte contemporáneo en la cabecera de la catedral vinculándolo con el Modernismo de Antoni Gaudí, gracias al gran mural de cien metros cuadrados de extensión que, hace más de un siglo (1909), ideó Antonio Gaudí y ejecutó Josep Maria Jujol. Lo narra magníficamente una de las grandes protagonistas de esta historia, la profesora Gambús: “[…] el Capítulo Catedral, en sesiones sucesivas, aceptó la propuesta de que el tema y el motivo de la decoración fueran determinados por su función de capilla dedicada a la reserva y adoración del Santísimo, y también al coro ferial, donde se celebra la misa conventual de los días laborables. En virtud de este plan de uso se decidió que fuera el capítulo sexto del Evangelio de Juan, la multiplicación de los panes y los peces, y el discurso del pan de vida como promesa de la Eucaristía, los motivos que vertebrasen el discurso iconográfico y simbólico que creara el pintor Miquel Barceló, que tendría que integrar: una pared cerámica y cinco vitrales, a propuesta del artista, y un mobiliario a propuesta del Capítulo, formado por altar, candelabro de siete brazos, sagrario, ambón, silla presidencial y dieciséis sillas o bancos para los canónigos”.
Recorrí con mi mirada los paneles de arcilla, la denominada piel cerámica, trabajada con el conocimiento del ceramista italiano Vincenzo Santoriello, en la costa de Amalfi, concretamente en Vietri sul Mare, cerca de Nápoles. No era inocente esa elección: “Sabía que una pared cerámica ya es todo un espacio que se hace independiente de la arquitectura. La pared cerámica es soporte y obra al mismo tiempo. Lo primero que encontré más excitante en la capilla fue eso: toda una obra con este grueso de barro era una manera de entrar en una organicidad absoluta. Es una obra arquitectónica y va más lejos que eso, pervierte la arquitectura de alguna manera, la hace innecesaria. Detrás hay tan sólo un eco, una resonancia de la arquitectura”. Conocía la importancia de las grietas que aparecen en diversos de los murales: “Las grietas son una gran red, son como las termitas de África, dan un sentido involuntario a todo, dan una ligazón, una idea del tiempo. Las grietas hacen ligar perfectamente esta piel de arcilla con Gaudí y Jujol, las grietas hacen que la obra coja su lugar allá dentro gracias a su organicidad. El dibujo que hacen las grietas seguro que Gaudí y Jujol lo habrían firmado de golpe. Seguro. Me gusta la escritura de Jujol en forma de algarrobas, creo que hay una especie de comunión, de diálogo de mi obra y las suyas. Era muy consciente de que el retablo tenía que coexistir con la obra de Gaudí y de Jujol. Las grietas creo que han sido un acierto, y no las había hecho nunca”.
El mobiliario litúrgico y los vitrales fueron un capítulo aparte, siendo estos últimos una expresión fantástica del arte concebido por Barceló: “Al principio hice unos cartones de los vitrales con colores terciarios como los colores de las frutas cuando no están maduras, caquis, azulados, lilosos. Me di cuenta, cuando probamos de abrir un agujero y trabajar con tonos verdosos y azulados, que la luz era cegadora y se lo comía todo. Realicé pruebas con una técnica de vidrio denominada grisaille que se hizo servir en el siglo xix. […] Además me permitía trabajar directamente sobre el vidrio como una unidad, no a trozos como en un collage. Era como una pintura, como una aguatinta, como una aguada, como tinta china. Después, con el dedo, hice los esgrafiados. […] Además, no quería añadir iconografía en los vitrales y por eso lo que he hecho son algas, raíces, palmas, olas, grietas, brotes de arcilla que suben hacia arriba, grietas blancas, grietas de luz”.
Había leído el artículo de la profesora Gambús para interiorizar lo que aquella mañana contemplé. De aquella primera impresión, recuerdo algo que me sobrecogió: la representación del Resucitado, emergiendo de la arcilla modelada por la mano del hombre, de Barceló. Cerca, muy cerca, está el sagrario, donde sigue el Santísimo que antes estaba junto a San Pedro, en su capilla desmontada para dar paso al misterio de Barceló, “con las huellas de las manos como metáfora de la devoción de los cristianos, de su adoración y el deseo de seguir al Cristo resucitado”.
Salí de aquella aventura mágica dando la razón a Alberti, en un poema con preguntas difíciles a un Dios cercano, Entro Señor en tus iglesias, porque estaba asombrado de lo que acababa de contemplar, extasiado, una obra religiosa llevada a cabo por un pintor ateo, como si durante la realización de esa magna obra le hubiera preocupado, sobre todo, no dejar solo al Señor que no se atreve a confesar que hoy sus fieles son solo esos “anónimos tropeles / que en todo ven una lección de arte./ Miran acá, miran allá, asombrados, ángeles, puertas, cúpulas, dorados… [cualquier día… las paredes de arcilla de la capilla del Santísimo de la Seo de Palma] / Y no te encuentran por ninguna parte”. Probablemente, muchos de los que estábamos allí, en la capilla del Santísimo, muy cerca de su Cristo Resucitado.
Sevilla, 15/VIII/2016
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