Así se promocionó la última película de Woody Allen en el Festival de Cannes de este año: todo aquél que es alguien estará en… Café Society, jugando con su hilo conductor, tal y como se explicaba en el documento distribuido oficialmente a la prensa como notas de producción. El constructo “Café Society” se refiere al ambiente de aristócratas, artistas y personalidades que frecuentaban los cafés y los restaurantes de moda en Nueva York, París y Londres al final del XIX y principios del XX. Esta denominación estuvo en boga en Nueva York en los años 30, donde existían docenas de clubes, que incluso en algún caso contaban con orquestas sinfónicas. Cada noche, frecuentaban los clubes de jazz de Greenwich Village, el Morocco de Midtown, así como el célebre Cotton Club situado en la calle 124 de Harlem.
El guionista y director de la película, lo afirma con gran rotundidad: «Esa época siempre me ha fascinado. Es uno de los períodos más emocionantes en la historia de la ciudad, donde la emoción reinaba todas las noches porque el Distrito de Manhattan vibraba al ritmo de sus teatros, cafeterías y restaurantes elegantes y con estilo».
Anoche, sin ser afortunadamente alguien del estilo preconizado en la película, estuve… en Café Society y tengo que reconocer que me causó muy buena impresión, aunque ese, definitivamente, no sea mi espacio vital habitual. La voz en off de Woody Allen me introdujo en ese fascinante mundo y comprendí muy bien el hilo conductor de la película, a través de diálogos memorables que, desgraciadamente, no pude retenerlos todos en mi mente. Recuerdo algunos de especial interés, como por ejemplo el referido a la vida que “es una comedia, escrita por un comediógrafo sádico “, “el amor no correspondido provoca más muertes al año que la tuberculosis”, “los sueños son siempre eso, sueños” (como broche final de la vida, no solo de la película) o “ante las preguntas sin respuesta la mejor respuesta es la que no existe”. También, los referidos al sarcasmo de la dialéctica de judaísmo y cristianismo en los últimos momentos antes de la ejecución del gánster de la familia o los planos electrizantes del reencuentro en Nueva York de los dos protagonistas de la película, Bobby (Jesse Eisenberg) y Vonnie (Kristen Stewart), cada uno ya en su microcosmos forzado o, mejor, creado a pesar de ellos mismos, negando ambos el principio de realidad cuando el amor planta cara ante cualquier persona que lo aprecia y vive. Que, además, siempre vuelve, sin que se necesite ser alguien en esta vida para triunfar en ella.
Gran película de Allen, al que siempre he manifestado mi aprecio y respeto en el mundo del cine. Sus ochenta años reflejan una forma de ser y estar en el mundo que necesita soñar todos los días para poner el color que su gran amigo y director de fotografía, Vittorio Storaro, le ha ofrecido por primera vez utilizando una cámara digital. Sencillamente porque los grises de Nueva York y su mundo sórdido no tienen nada que ver con el color de California, Hollywood y, sobre todo, Beverly Hills. Es lo que nos quiere decir cuando se abre el primer plano de la película, en una piscina donde reina el color blanco, el de la casa que había pertenecido en la vida real a Dolores del Rio y que el responsable de decorados consideró perfecta para utilizarla en esta ocasión, porque en los clubes de Nueva York predominaba siempre el negro, el blanco y el rojo, mientras que esta casa de la actriz mexicana tenía una piscina blanca con fondo azul, todas las paredes blancas, una terraza con predominio del césped verde y un mobiliario magnífico, en colores plata y turquesa de la época.
Después sigue una aventura romántica, coral, porque todos los protagonistas se necesitan entre sí en una historia entrelazada de contrapuntos éticos, donde no solo destacan los más jóvenes e inexpertos, Bobby y Vonnie, que brillan por sí mismos, sino también y, sobre todo, la voz del autor que desea explicarla con sus propias palabras, para que nada ni nadie las contaminen con el paso del tiempo.
Salí de aquél Café con la reafirmación sobre el poder de los sueños, con una nueva lección aprendida, por dolorosa que era. En estos momentos de contexto complejo para todos, sin excepción, hay que mirar la vida con atención preferente y aprender a cerrar los ojos ante aquello que no nos proporciona bienestar alguno, buscar un rincón de paz en la vida particular de cada uno y soñar de forma consciente, sin esperar al sueño de la noche, que casi siempre se queda en el olvido. Y una última reflexión: es conveniente soñar junto a la persona o personas que queremos, porque la felicidad es mayor, al trenzarse el amor como una cuerda de tres hilos, que difícilmente se puede romper. Y estos días de tanta mercancía ofrecida a cualquier postor, podemos probarlo. Es lo que tiene no confundir en agosto, como todo necio, el valor y precio de cada sueño. Incluido éste, precioso, de Woody Allen.
Sevilla, 27/VIII/2016
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de: http://www.hollywoodreporter.com/review/cafe-society-cannes-review-892693
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