Estamos viviendo días especiales en este país tan contradictorio. El lunes próximo, a las 10:00 horas, finaliza el plazo dado por el Gobierno español al presidente del Gobierno catalán para que explique qué dijo exactamente el pasado martes en un pleno inolvidable y en referencia a la declaración unilateral de independencia, con la finalidad de que se pueda despejar definitivamente una incógnita sustancial del trabalenguas libertario que ha dado la vuelta al mundo. La situación actual es de urgencia ideológica y de compromiso activo para salir de este clima irrespirable que atenaza a este país desde hace unos meses, fundamentalmente porque hemos entrado en una espiral involutiva, en la que se echa en falta la alta política con visión de Estado, en el que todos no somos iguales a la hora de asumir derechos y deberes políticos, ciudadanos y porque no podemos permanecer callados ante determinados silencios cómplices.
Tengo grabadas en mi persona de secreto las escenas del reloj en El último tren de Gun Hill o en Solo ante el peligro. Son momentos estelares que han marcado la historia del cine, que podemos traer a nuestra realidad presente, salvando lo que haya que salvar, acosados por un clima irrespirable al conocer la información diaria sobre Cataluña, en relación con la declaración unilateral de independencia bajo la forma de República Catalana. Son escenas de hora límite.
En estos casos, cualquier parecido con la realidad de decir hasta aquí hemos llegado, con un reloj histórico actual por medio, no es pura coincidencia. Es una metáfora sobre la necesidad urgente de levantarnos como ciudadanos españoles de hecho y de derecho, porque ha llegado la hora de hacerlo, dado que la cuenta atrás temporal actual exige tensión y acción respecto de una respuesta activa. Sobran otras escenas, que no me interesan, porque solo me quedo con las de la tensión y espera activa ante el reloj. No existe bálsamo de Fierabrás, ni recetas escritas para abordar fácilmente esta situación en Cataluña, pero creo que el trabajo celular de construcción y regeneración ética de cada ciudadano por sí mismo u organizado en tejidos sociales de carácter público y privado es una respuesta imprescindible para consolidar la malla territorial que conforma el país. Y recuerdo: ha llegado la hora de levantarse y ponerse a trabajar por un país diferente, digno, sin fronteras y murallas interiores, comprometido con el respeto a la Constitución en su redacción actual, susceptible de cambios urgentes porque así se constata cada día que pasa, mirando siempre hacia adelante.
Hay que cambiar la Constitución para reforzar, sobre todo, los derechos fundamentales actuales, dando una vuelta de tuerca al reconocimiento de los mismos con acciones programáticas, constitucionales, que avalen las políticas a ejecutar. Me refiero concretamente a los marcos presupuestarios macroeconómicos que deben declarar de forma contundente las prioridades de Estado: educación, salud y atención social a los más desprotegidos de derechos fundamentales y a poner a cada poder en su sitio. Creo en el federalismo estatal, que abriría muchas posibilidades para asumir realidades tan complejas como la de Cataluña y País Vasco. Por tanto, se debería abrir un debate al respecto que culminara en el Congreso de los Diputados y en el Senado, que tienen mucho que decir en este momento. Para empezar, no deberían cerrar estos días mirando solo la cuenta atrás del reloj desde fuera, sino mantener algo que es definitorio en el mundo digital en el que vivimos: la alta disponibilidad, veinticuatro horas al día trabajando por este país, los trescientos sesenta y cinco días del año. España, con su democracia representativa, lo necesita.
Sevilla, 13/X/2017
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