Me duelen las críticas recientes a Serrat por posicionarse con claridad rotunda en relación con el denominado conflicto de Cataluña, que crea “[…] una situación de una gran fractura social que, a mi modo de ver, va a costar muchísimo tiempo recuperar». Me duelen también los insultos que ha recibido, sobre todo porque recuerdo cómo resuenan en su voz las palabras de Miguel Hernández en un poema muy profundo (El Herido), para la libertad, que tantas veces hemos escuchado con silencio reverencial, aunque muy pocos conocían su contexto en la mente y corazón del poeta de Orihuela. Especialmente en aquel año, 1972, en plena dictadura, cuando la escuchamos por primera vez con la voz de Serrat y cuando no era fácil hablar de esta palabra en una de las dos Españas, con el corazón helado y secuestrada por el régimen franquista.
Las escucho estos días una y mil veces, como andaluz agradecido, con la música y voz de Serrat, un catalán confeso, que deberían resonar en miles de altavoces situados en Cataluña, para no adulterar palabras tan valiosas que en boca de todos no significan lo mismo. Todos no somos iguales, ni las personas que forman el pueblo catalán tampoco. Pero no deberían tocar esta palabra, libertad, para mancharla con actitudes impresentables algunos o muchos, porque la auténtica libertad es la que te permite decidir y expresar libremente tus opiniones, respetar la Ley, la Constitución, para expresar algo que durante millones de años se ha comprendido muy bien por el ser humano de bien y como ciudadanos del mundo, más allá de muchas fronteras.
Para la libertad sangro, lucho, pervivo. Para la libertad, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas, y entro en los hospitales, y entro en los algodones como en las azucenas.
Para la libertad me desprendo a balazos de los que han revolcado su estatua por el lodo. Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos, de mi casa, de todo.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. Porque soy como el árbol talado, que retoño: porque aún tengo la vida.
MIGUEL HERNÁNDEZ, El herido (II)
Antes del 1 de octubre, aún tenemos la vida para reconsiderar una situación que se ha desbordado y que necesita, con urgencia, una futura mirada. La del día siguiente.
Sevilla, con inmenso respeto al pueblo catalán, el 28/IX/2017
He repetido hasta la saciedad en este blog, que la lectura del relato de Herman Melville, Bartleby el escribiente, me sigue marcando en diferentes etapas de mi vida. Recuerdo en bastantes ocasiones la frase preferida de Bartleby, ante cualquier petición de su patrón: “preferiría no hacerlo”. Es muy difícil en la vida ordinaria, ante situaciones concretas, tomar este tipo de decisiones, sin llegar al absurdo del protagonista del relato citado, pero en muchas ocasiones habría que copiarle sin temor alguno.
Estamos asistiendo a un sinsentido político en el llamado “proceso” de Cataluña. Es una continua ceremonia de confusión que alimenta al Bartleby que casi todos llevamos dentro y estamos tentados de abandonar el barco en el que cada uno navega por los mares procelosos de la vida, ante un panorama muy desalentador desde la pertenencia democrática que cada uno tiene y defiende. Siendo una realidad que invade muchas personas de secreto, creo que hay que saber reaccionar a tiempo y permanecer en el barco, en plena tempestad, porque ahora es cuando más nos necesita la sociedad en general y la democracia en particular.
Lo difícil es practicar cómo hacerlo. Sin ánimo de dar lecciones a nadie, creo que estamos viviendo momentos especiales en los que se necesita hablar de compromiso activo en cada momento en el que lo requiera el guion catalán, que tanto nos preocupa. No es un problema que tienen que resolver “otros”, que también, porque son parte interesada, sino que, al convertirse en un problema de todos desde el punto de vista de ruptura constitucional, hay que defender la ley en terrenos selváticos, porque de lo contrario la independencia va a situarse en las repúblicas independientes de cada casa. Al tiempo.
El síndrome de Bartleby se une también al que sufrimos al tener la tentación de tirarnos del barco en el que navegamos a diario. El contexto de ruptura y alteración del orden democrático es propicio para este abandono de barcos de dignidad, en la búsqueda imposible de islas vírgenes de la condición humana. Cuando estamos ante momentos cruciales de compromiso activo como es el actual, sentimos con frecuencia algo que se puede convertir en un aforismo personal y transferible:
Falta mar para recoger a todos los que se tiran del barco…
Como en todo aforismo, lo que expresa es objetivo, porque vivimos rodeados de deserciones de ideales y de compromisos sociales, representados en los famosos dichos “a mí que no me llamen” o “que lo resuelvan los verdaderos culpables”, como si lo que está ocurriendo no fuera también una responsabilidad “política” de todos en el sentido más pleno de la política activa. Es también inteligible (otra condición de todo aforismo), porque muchas personas que se mantenían hasta ahora en el puente de mando personal, político y profesional en el país y en la Cataluña, saben que es cierto solo con mirar a su alrededor. Y la dialéctica es obvia: barco y mar, porque en determinados momentos se controlan por la tensión económica, política o social, correspondiente. Es verdad, desgraciadamente, que cada uno está al final en su sitio, porque lo que defiendo desde hace años es que no todos decimos lo mismo, ni vamos en el mismo barco. Ni hacemos la misma singladura. Ni navegamos con la misma empresa armadora. Unos en cruceros, otros, en pateras, sin quilla, pero navegando siempre hacia alguna parte con la fragilidad que le es propia, buscando islas desconocidas, que se encuentran.
Ojalá, cuando pase el 1 de octubre, nazca un nuevo aforismo, como corolario del anterior e indisolublemente unido a él:
Falta barco para recoger a todos los que se tiraron a ese mar…
Aunque en esta ocasión, como en todo aforismo, el pretexto haya sido un texto dentro de contexto. Hoy, debería nacer un nuevo Bartleby, eso sí, lleno de esperanza, que nos ayudara a dar un giro copernicano sobre determinadas realidades hirientes en nuestras vidas y que nos permitiera gritar dignamente a los cuatro vientos: ¡preferiría no escucharlo!, sin que ello nos arrojara al mar del desconsuelo. Y cambiar de canal de vida, si es posible.
Sinceramente, prefiero seguir en la lucha por la verdad buscada en común. En mi soledad sonora a veces, porque escuchar y saber determinadas cosas en estos días, sobre Cataluña, no debería ocupar lugares dignos en el cerebro. Pero el problema radica en que cada vez me queda menos sitio…
El corazón está en crisis. Dicen los sabios del lugar que la culpa la tienen sus revistas, sus programas televisivos, sus periodistas “de investigación cardíaca”, sus fans, sus redes especializadas, su caché, su sentimiento de pérdida del sentido de la vida al haber tenido que dejar paso al cerebro como fuente de donde manan todos los actos humanos con sentido, con inteligencia. Otros sabios, de otros lugares, dicen que es consecuencia de que este siglo se va a dedicar al gran protagonista del mismo: el cerebro. Y el corazón está en crisis total, se siente solo, cansado, hasta mal visto por la progresía de nuevo cuño.
Quizá ha sido necesaria la aparición pública del cantante portugués Salvador Sobral, ganador del último festival de Eurovisión para comprender, mejor que nunca, qué significa realmente el corazón. El siglo pasado se le perdió el respeto multisecular porque seguía funcionando en unas máquinas fuera del cuerpo y algunos afortunados lo podían contemplar cómo latía en sus manos y cómo podía volver curado a su legítimo propietario. Salvador se ha despedido recientemente de su público en un concierto muy emotivo en Estoril, porque su corazón ya no da para más. Necesita un trasplante urgente, para que otro corazón anónimo le devuelva la vida. Nos ha enseñado muchas cosas y la letra de su canción triunfante en Eurovisión, Amor pelos dois, no era inocente, sin capacidad alguna por mi parte de traducir su extraordinaria saudade implícita:
Si un día alguien pregunta por mi Diles que viví para amarte
Antes de ti, solo existía
Cansado y sin nada para dar
Oye bien mis oraciones
Pido que regreses, que me vuelvas a querer
Yo sé, que no se ama solo
Tal vez poco a poco, puedas volver a aprender
Oye bien mis oraciones
Pido que regreses, que me vuelvas a querer
Yo sé, que no se ama solo
Tal vez poco a poco, puedas volver a aprender
Si tu corazón no quiere ceder
No sentir pasión, no quiere sufrir
Sin hacer planes del que pasará después
Mi corazón puede amar por los dos
Hemos creído durante siglos que en el corazón residía toda la fuerza de la vida, que era intocable hasta el final de sus días, pero ahora sabemos que no, que se cambia como una pieza de mecano imposible y que la persona que lo recibe sigue siendo quien era, con su inteligencia, como marca de la casa y con idéntica denominación de origen, con sus sentimientos y emociones, sin cambio alguno, más allá que el que le puede ocasionar las secuelas físicas. Lo que quiere decir es que el gran protagonista de los destinos del corazón es el cerebro, que le da órdenes de cómo tienen que comportarse y no al revés. Y los paparazzi, el mercado del papel cuché, las emisoras berlusconianas y otras especies atómicas y digitales del lugar, sin enterarse, aunque ya lo explicaba muy bien Heráclito de Cos (460 a.C.-Larisa, 377 a.C.) hace más de veintiséis siglos: “El hombre debería saber que, del cerebro, y no de otro lugar vienen las alegrías, los placeres, la risa y la broma, y también las tristezas, la aflicción, el abatimiento, y los lamentos. Y con el mismo órgano, de una manera especial, adquirimos el juicio y el saber, la vista y el oído y sabemos lo que está bien y lo que está mal, lo que es trampa y lo que es justo, lo que es dulce y lo que es insípido, algunas de estas cosas las percibimos por costumbre, y otras por su utilidad… Y a través del mismo órgano nos volvemos locos y deliramos, y el miedo y los terrores nos asaltan, algunos de noche y otros de día, así como los sueños y los delirios indeseables, las preocupaciones que no tienen razón de ser, la ignorancia de las circunstancias presentes, el desasosiego y la torpeza. Todas estas cosas las sufrimos desde el cerebro (Sobre la enfermedad sagrada, Perì hierēs nousou).
Gracias Salvador Sobral. Tú nombre es programático para comprender que tus palabras, tus canciones, las necesitamos más que nunca. Con el corazón e inteligencia con la que cantas a la vida para hacerla más amable. Seguro que volverás a deleitarnos con tu canto alojado en el hipocampo de tu cerebro, que hará feliz a tu corazón nuevo porque… siempre seguirá amando por dos.
Yendo del timbo al tambo de la vida, expresión que tanto apreciaba García Márquez, me ha alegrado leer una noticia en relación con uno de mis autores preferidos, Alberto Manguel, que ayer recogió el Premio Formentor de las Letras 2017, otorgado en mayo de este año, como reconocimiento a su trayectoria en la difusión de la lectura entre los jóvenes en todo el mundo, ante un mundo tecnificado que solo defiende a capa y espada la cultura del entretenimiento a palo seco. He leído varias entrevistas en diferentes medios y siempre identifico a Manguel como un maestro de vida lectora en el más amplio sentido de la palabra, que simboliza el complementario por antonomasia del habla humana. Hablar y leer, dos realidades que se complementan en el desarrollo del ser humano. Primero fue el habla, después la lectura.
Trabaja ahora como director de la Biblioteca Nacional de Argentina, país al que ha vuelto como reconocimiento a la educación sobre lo que basó su carrera, como si fuera también un reconocimiento de deuda hacia el sitio que le vio nacer. Con una modestia proverbial dice que no sabe por qué le han dado este premio, “uno de esos lindos absurdos de la vida”, que cuenta -entre otros autores de prestigio- con un palmarés extraordinario: Jorge Luis Borges, Samuel Beckett, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Ricardo Piglia y Roberto Calasso, premiado en 2016.
Siempre ha sentido él curiosidad por todo, en un mundo plagado de cotillas. Siempre he sentido la necesidad de comprender qué es admirarse ante lo que ocurre en nuestras vidas, por muy intranscendente que sea, algo que solo se consigue a través de la admiración, actitud que simbolizó para Aristóteles el comienzo de la filosofía, entendida como la capacidad que tiene el ser humano de admirarse de todas las cosas, de las personas, de sentir curiosidad diaria de por qué ocurren las cosas, de cómo pasa la vida, tan callando. Mi profesor de filosofía lo expresaba en un griego impecable, con un sonido especial, gutural y sublime, que convertía en un momento solemne de la clase esta aproximación a la sabiduría en estado puro: jó ánzropos estín zaumáxein panta (sic: anímese a leerlo conmigo tal cual y pronunciarlo como él). Es uno de los asertos que me acompañan todavía en muchos momentos de mi vida, en los que la curiosidad sigue siendo un motivo para la búsqueda diaria del sentido de ser y estar en el mundo, de admirarme todos los días de él.
Hablar y leer son dos realidades que van indisolublemente unidas. Necesitamos la lectura, siempre recomendada por Manguel, como medio de descubrimiento de la palabra articulada en frases preciosas, cuando lo que se lee nos permite comprender la capacidad humana de aprehender la realidad de la palabra escrita o hablada, es decir, admirarnos de todas las cosas. Maravillosa experiencia que se convierte en arte cuando la cuidamos en el día a día, aunque paradójicamente tengamos que aprender el arte de leer siendo mayores, porque la realidad amarga es que no lo sabemos hacer: “Pero ¿qué queremos decir con “saber leer”? Conocer el alfabeto y las reglas gramaticales básicas de nuestro idioma, y con estas habilidades descifrar un texto, una noticia en un periódico, un cartel publicitario, un manual de instrucciones… Pero existe otra etapa de este aprendizaje, y es ésta la que verdaderamente nos convierte en lectores. Ocurre algunas afortunadas veces, cuando un texto lo permite, y entonces la lectura nos lleva a explorar más profunda y extensamente el texto escrito, revelándonos nuestras propias experiencias esenciales y nuestros temores secretos, puestos en palabras para hacerlos realmente nuestros” (1).
Sevilla, 23/IX/2017
(1) Manguel, Alberto (2015, 18 de abril). Consumidores, no lectores. El País, Babelia, p. 7.
Lo que está ocurriendo en Cataluña es ya un problema de Estado y, por extensión, de sus ciudadanos. Es una situación muy grave que pide un esfuerzo suplementario en nuestras vidas, cada uno dónde está. Creo en el compromiso intelectual sobre el que he escrito en varias ocasiones en este cuaderno digital. Estimo que el compromiso hay que asociarlo siempre con la responsabilidad social, porque me ha gustado jugar con la palabra en sí, reinterpretándola como “respuestabilidad”. Ante los interrogantes de la vida, que tantas veces encontramos y sorteamos, la capacidad de respuestabilidad (valga el neologismo temporalmente) exige dos principios muy claros: el conocimiento y la libertad. Conocimiento, como capacidad para comprender lo que está pasando, lo que estoy viendo y, sobre, todo lo que me está afectando, palabra esta última que me encanta señalar y resaltar, porque resume muy bien la dialéctica entre sentimientos y emociones, fundamentalmente por su propia intensidad en la afectación que es la forma de calificar la vida afectiva. Libertad, para decidir siempre, hábito que será lo más consuetudinario que jamás podamos soñar, porque desde que tenemos lo que llamaba uso de razón científica, nos pasamos toda la vida decidiendo. Por eso nos equivocamos, a mayor gracia de Dios, como personas que habitualmente tenemos miedo a la libertad, acudiendo al Fromm que asimilé en mi adolescencia, pero que es la mejor posibilidad que tenemos de ser nosotros mismos. Esta simbiosis de conocimiento y libertad es lo que propiciará la decisión de la respuesta ante lo que ocurre.
Con esta actitud de compromiso basado en conocimiento y libertad para poder responder ante lo que está ocurriendo en Cataluña, escribo las palabras que siguen.
El Diccionario de Autoridades, que consulto tanto, dice que «independencia» es “La potencia o aptitud de existir u obrar alguna cosa necesaria y libremente, sin dependencia de otras” (RAE A 1734, Pág. 250,1), recogiendo un aserto latino excelente: Libera potestas agendi, independentia, que significa algo muy claro: la independencia es la libre potestad de actuar. Casi trescientos años después, seguimos definiendo de forma muy avanzada esta palabra en el Diccionario de la Lengua Española, en su segunda acepción, como “Libertad, autonomía, especialmente la de un Estado que no es tributario ni depende de otro”. Hemos pasado de una mera cuestión de aptitud personal a una cuestión de Estado que, efectivamente, no es tributario ni depende de otro.
Estamos viviendo días muy convulsos en este país con el llamado “proceso” de Cataluña, por simplificar, donde estamos escuchando mañana, tarde y noche que todo va de independencia, sin comprender -a veces- bien su alcance, aunque en el fondo estemos de acuerdo con el sustrato lexicográfico de la RAE: ya no es una cuestión personal, que siempre lo es porque afecta a personas, sino de Estado. Desde el Sur, que también existe, se vive con cierta distancia, pero con evidente desasosiego por parte de algunos, lo ocurrido en Cataluña en las dos últimas semanas, aunque se olvida el recorrido anterior en el terreno político, que ha sido un auténtico desastre, aunque muchos se rasguen ahora las vestiduras o simplemente aludan al sempiterno circunloquio de que “a mí, que no me llamen, porque esa cuestión es asunto de otros”, sin poder identificar nunca quienes son esos supuestos otros. Afortunadamente, muchos sabemos quiénes son y también nos hemos quedado con sus caras.
Estos lodos independentistas (casi un tsunami) vienen de aquellos polvos, la llamada “cuestión” catalana, con los que se ha jugado durante muchos años, navegando en corrientes imposibles y confusas en diferentes Gobiernos del país, tanto de derecha como de izquierda. Por tanto, la primera reflexión es que esta situación tiene responsables claros en una larga historia de ceguera política por todas las partes interesadas, a los que debemos pedir responsabilidades claras y contundentes. Hemos pasado de un problema de ámbito personal, es decir, de afirmarse en corrillos sociales y políticos que “quiero ser independiente” (todavía en ámbitos personales o pequeñas formaciones políticas) y con un grado político más, “independentista”, a una conversión de una Comunidad Autónoma, constitucionalmente hablando, que se siente independiente y que quiere obtener la independencia del Estado opresor, España, “porque nos ampara el derecho internacional”. Es decir, Cataluña quiere tener la libertad, autonomía, especialmente como Estado que no es tributario ni depende de otro, por mucho que la Constitución diga todo lo contrario.
He jugado con este lema del Diccionario como símil de que al final nada es tan simple, ni tan banal, pero qué curioso es constatar que vivimos en un mundo del revés, porque utilizamos las palabras como armas arrojadizas como nos viene en gana y dependiendo del contexto en que se digan. ¿Nos gusta la independencia como imperativo categórico tanto personal como colectivamente hablando? Claro, pero resulta que también hemos evolucionado con otra palabra, fijada, que brilla y dar esplendor social, que se llama democracia, que está regulada por leyes, que no se debe saltar uno a la torera, cuando nos viene en gana, porque quiero o me gusta ser legítimamente independiente (amparándome, dicen muchos, el derecho internacional que es el único que me vincula como ciudadano del mundo). Las Comunidades Autónomas en España, con una Constitución reguladora, que estoy seguro de que comprenden bien los alcances reales de las políticas independientes que hacen los Gobiernos correspondientes, con una independencia bien entendida, saben que hay una delgada o gruesa línea roja (según como se mire), que se llama soberanía popular que ampara los tres poderes para hacerla posible y que se recogen en la Carta Magna. Es todo el pueblo español el que decide, no solo una parte de él. La Constitución no prohíbe dialogar, ni que nunca se pueda cambiar su articulado, en fondo y forma. Hagámoslo y con urgencia absoluta, en beneficio de todos, porque este gran país lo necesita y porque hay que atender demandas territoriales y sociales muy concretas.
No es la primera vez que abordo esta realidad multiforme en este blog, aunque vinculado siempre a la precariedad como entidad en sí misma: Precariedad de precariedades, todo es precariedad. Pero por paradójico que parezca ante la situación social actual y por mucho que se busque en el diccionario de la RAE, la palabra “precariado” no existe, es decir, todavía no se la ha podido limpiar, fijar y dar el esplendor que merece como marca de la casa. Por algo será. Analizando su origen, se localiza su nacimiento al español como traducción literal del vocablo inglés “precariat” que aparece de forma profusa en el libro The Precariat, escrito por Guy Standing, un economista británico que ha dado vida plena a esta palabra, cumpliendo las funciones olvidadas por la RAE y que se aplica a la inseguridad económica, incertidumbre laboral y pérdida progresiva de derechos que sufre la ciudadanía y que caracteriza una nueva clase social de tanto valor histórico como la que dio nombre al “proletariado”.
He leído con atención este libro (1) y varias publicaciones en torno a esta realidad social que nos rodea de forma implacable. Al ser todavía una isla desconocida en su interpretación social más profunda, he navegado hacia ella con armas y bagajes para poder integrarla y compartirla en este cuaderno de inteligencia digital. Lo hago abrumado por los datos de empleo referidos al mes de agosto de este año, facilitados por el Servicio Público de Empleo Estatal, donde las cifras siguen siendo desoladoras de cara al empleo de este país, en los que se constata que el paro ha subido en 46.400 personas al finalizar el verano “oficial”, destruyéndose la friolera de 179.485 puestos de trabajo, la mayor cifra para un mes de agosto desde 2008. Pero la situación de precariado va mucho más allá.
¿Qué se entiende por “precariado”? Siguiendo a Standing, es una clase social, sin conciencia todavía de clase, pero sí con sentimiento de la misma, detrás de la élite, los altos directivos y ejecutivos, los “profitécnicos” (mezcla de profesionales y técnicos) y los trabajadores manuales que constituyen la esencia de la clase obrera, situándose como quinto grupo donde se encuentra el precariado ”flanqueado por un ejército de desempleados y un grupo deshilvanado de fracasados e inadaptados sociales que viven de los deshechos de la sociedad”. Pero lo verdaderamente importante es lo que Standing analiza como el rol social que desempeña esta nueva “clase” fragmentada, que tampoco puede vincularse a la distinción académica de clase y estatus, ambos conceptos en sentido estricto. Tienen, eso sí, un “estatus truncado”.
Lo que verdaderamente me ha llamado la atención de su estudio es la vinculación del precariado a la inseguridad que está en la base de esta nueva clase social, puesta en relación con los siete aspectos de seguridad que emanan de la seguridad laboral bajo la ciudadanía industrial: seguridad del mercado laboral, en el empleo, en el puesto de trabajo, en el trabajo, en la reproducción de las habilidades, en los ingresos y, finalmente, en la representación. Es muy interesante la diferencia que establece entre inseguridad en el puesto de trabajo y en el trabajo en sí mismo, con ejemplos escalofriantes sobre la volatilidad de determinados puestos en relación con la movilidad forzada y continua, por ejemplo. La reflexión dedicada al concepto de ingresos tampoco tiene desperdicio, porque la vulnerabilidad de la precariedad define por sí sola la volatilidad de los ingresos. Pero lo que sí considero de una profundidad pendiente de estudio es la pérdida de identidad basada en el trabajo y vinculada desde el principio de su existencia de la precariedad como clase y estatus informal. El trabajador precarizado no tiene identidad ocupacional. Va de allí para acá sin rumbo identitario, a pesar de su preparación, en muchos casos, y de su voluntad de trabajar “donde sea” y “al precio que sea”.
Finalizo esta aproximación al precariado con una reflexión en torno a lo que Standing denomina “mente precarizada”, porque me preocupa y mucho el fondo y la forma de lo que aquí expone. Es verdad que la precarización general de la vida que nos rodea no es inocente y que las fuerzas emergentes tecnológicas están definiendo un nuevo patrón de ser y estar en el mundo. Decía anteriormente que el precariado no goza todavía de conciencia de clase, pero sí de sentimiento de la misma, como estado pasajero que se olvida desde el momento que disfrutamos de cualquier momento placentero. Es una realidad constatable que hay una “creciente evidencia de que la juguetería electrónica que impregna todos los aspectos de nuestra vida está teniendo un profundo impacto sobre el cerebro humano, sobre la forma en que pensamos; y lo que es aún más alarmante, sobre nuestra capacidad de pensar; y lo está haciendo de forma coherente con las hechuras del precariado”. Es verdad que todo el mundo digital influye en nuestras vidas, en el internet de las cosas, de las personas y en el internet de la vida, en general, pero no comparto la aproximación a las reflexiones de Raymond Carr, que ya analicé en este blog en 2014, en un artículo (Homo digitalis: la especie que preocupa a Nicholas Carr) que sigue teniendo vigencia en nuestros días. Es cierto también, que el ecosistema digital tiene sobrecarga de información y nos deja solos ante el peligro de vivir digitalmente, pero vuelvo a mantener un cierto recelo de quienes piensan que el mundo digital provoca efectos letales sobre personas y cosas, porque es bien sabido que la revolución digital es una revolución que utiliza tecnologías de doble uso. Para eso está la inteligencia digital, que una persona precarizada puede utilizar porque no la gobierna siempre el mercado cuando se hace un uso racional de la misma. Es probable que por medios digitales la precarización sufra mucho por la solidaridad que se establece en redes sociales que no controla del todo el Estado Precarizador, si así se le pudiera llamar.
Lo he manifestado en reiteradas ocasiones y ahora lo hago frente a un mundo precarizador en todos los sentidos: estoy convencido que los ordenadores, el software y el hardware inventados por el cerebro humano, es decir, el conjunto de tecnologías informáticas que son el corazón de las máquinas que preocupan y mucho a Nicholas Carr, de forma legítima y bien fundamentada, permiten hoy creer que llegará un día en este “siglo del cerebro”, no mucho más tarde, en que sabremos cómo funciona cada milésima de segundo, y descubriremos que somos más listos que los propios programas informáticos que usamos a diario en las máquinas que nos rodean, porque estoy convencido de que la inteligencia digital desarrolla sobre todo la capacidad y habilidad de las personas para resolver problemas utilizando los sistemas y tecnologías de la información y comunicación cuando están al servicio de la ciudadanía, sobre todo cuando seamos capaces de superar la dialéctica infernal del doble uso de la informática, es decir, la utilización de los descubrimientos electrónicos para tiempos de guerra y no de paz, como en el caso de los drones o de la fabricación de los chips que paradójicamente se usan lo mismo para la consola Play Station que para los misiles Tomahawk. Ese es el principal reto de la inteligencia. También, frente a la precarización que nos asola.
Sevilla, 20/IX/2017
(1) Standing, Guy (2013). El precariado. Una nueva clase social. Barcelona: Pasado&Presente.
Te recuerdo Amanda / la calle mojada / corriendo a la fábrica / donde trabajaba Manuel…
Hoy se cumplen 44 años del golpe de estado en Chile. Tengo asociado -en mi memoria de hipocampo- este día con la muerte de Víctor Jara, cuando yo llevaba un año trabajando en el Hospital Universitario San Pablo, en la antigua Base americana “San Pablo Frontera”, en septiembre de 1973, en unas condiciones difíciles para estar cerca de la vida y de la muerte de las personas que allí se atendían. Viví ese golpe ético con tan solo veintiséis años. Fueron días de contradicción interna porque recordaba a Víctor Jara en canciones protesta que me sabía de memoria y no comprendía por qué le habían asesinado de forma tan brutal. Además, con escasa información en un país que agonizaba en su dictadura feroz, que asimilaba personalmente de forma difícil en mis compromisos con la Universidad de Sevilla.
A lo largo de estos años he leído con especial atención numerosas referencias a la muerte de Víctor Jara, en el Estadio Nacional, que nunca olvidaré gracias a Costa Gavras, en su película desgarradora, Missing, que tantas veces he recordado, como acicate para que no abandone el compromiso con la ética social.
El 16 de septiembre de 1973, lo enterraron de forma humilde y clandestina gracias al aviso de una persona que descubrió su cadáver junto a la tapia del cementerio. Y el 5 de diciembre de 2009, volvió a recibir sepultura digna, en el mismo sitio de 1973, después de que exhumaran su cadáver de nuevo para poder certificar la violencia con la que actuaron los soldados y oficiales de Augusto Pinochet contra sus palabras, su testimonio de vida, su compromiso ético.
Cuarenta y cuatro años después, lo he acompañado por las calles de mi memoria de hipocampo, la de secreto, hasta depositarlo de nuevo en el mismo sitio que ha estado en estos cuarenta y cuatro años de mi vida, recordando su sonrisa, sus rizos, que tanto enfadaron al soldado que le golpeó brutalmente en el estadio, en una muerte lenta (1), porque era un cantante marxista-leninista (en interpretación celtibérica que tanto resonaba en mis oídos en aquella época y durante la famosa transición):
-¡Así que vos sos Víctor Jara, el cantante marxista, comunista concha de tu madre, cantor de pura mierda! -gritó el oficial.
Después, he buscado siempre a Víctor Jara a través de Quilapayún, conjunto con el que convivió durante años muy importantes de su vida. Y lo he vuelto a encontrar hoy, escuchando de nuevo canciones de compromiso para que mi memoria histórica no olvide nunca a Víctor Jara, sus palabras:
Levántate y mira la montaña
de donde viene el viento, el sol y el agua.
Tú que manejas el curso de los ríos,
tú que sembraste el vuelo de tu alma.
Levántate y mírate las manos para crecer estréchala a tu hermano. Juntos iremos unidos en la sangre hoy es el tiempo que puede ser mañana.
Hoy, junto al golpe de estado en Chile, es un día cargado de recuerdos amargos para la humanidad, por el terrible atentado de las Torres Gemelas en 2001. Por esta razón, las palabras de Allende desde el Palacio de la Moneda en la capital, horas antes de su fallecimiento, sigo leyéndolas e interiorizándolas en muchas ocasiones en su sentido más positivo, a pesar de la tragedia popular que supuso el sangriento golpe militar dirigido por un general de cuyo nombre no quiero acordarme: “Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
Tenía necesidad de volver a compartirlo con la Noosfera, cambiando muy pocas cosas de lo que he escrito en anteriores ocasiones, porque es verdad que hoy es el tiempo que puede ser mañana, cuando las personas libres podamos pasear por las alamedas de libertad que proclamaba Allende, para construir una España mejor, sin fisura alguna. El que quiera entender que entienda, salvando lo que haya que salvar en todos y cada uno de los términos anteriormente expuestos. Porque solo necesitamos encontrar a quienes siembran el vuelo de nuestras almas.
El mes de septiembre es propicio para recordarnos, después del paréntesis del verano, el comienzo de la vida ordinaria en clave académica, porque todo tiene su comienzo de curso, metafóricamente hablando. El ciclo completo educativo echa a rodar en este mes en torno a la educación global y deseo expresar mi claro objeto de deseo público y social en este país, que tantas vueltas ha dado a un modelo integral e integrado de educación, de Estado, sin que hoy en día se haya consensuado por las fuerzas políticas de turno.
Este país necesita con carácter de urgencia un pacto por la educación, que se convierta en prioridad política en el Congreso de los Diputados. Pasan los días, pasa la vida y a pesar de que me consta que se están llevando a cabo tareas parlamentarias en este sentido, tengo la percepción que no hay conciencia social de esta necesidad a través de participación urgente y masiva de la sociedad al respecto. Comienza un nuevo Curso y casi todo sigue igual. Ha sido en este contexto oscuro de deseo cuando he leído hoy un artículo extraordinario sobre la importancia de la escuela rural en nuestros días, Así enseñamos los maestros rurales en aulas que juntan a niños de entre 3 y 12 años, como ejemplo clarividente de qué se trata cuando hablamos de educación integral e integrada.
Tres palabras escritas en carteles sobre la alfombra en la que los niños se sientan a primera hora de la clase, “no, ¿por qué? y elegir”, resumen bien las expectativas educativas en este país, porque son cuestiones no imposibles para los niños de la escuela unitaria de San Miguel de Valero (Salamanca), que aprenden a tratar y responder en el contexto necesario: «No», para que los niños sepan que nadie les obliga a participar en aquello que no desean, dentro o fuera de la escuela. «¿Por qué?», para que los niños se esfuercen en conocer el origen de las cosas. Y «elegir», para que conozcan la importancia de sus decisiones”. Entristece conocer que el cierre de escuelas rurales es una realidad inexorable en este país: “El cierre de una escuela rural duele, porque se pierde un lugar de referencia. Pero no olvidemos que el fin de estas escuelas es solo una metáfora de un sistema de administración política que apenas cree en el entorno rural. Se trata de un sistema que ha perdido de vista nuestra relevancia para el equilibro de todas las cosas: de la biodiversidad, de las aguas, de los alimentos, del aire, de la vida en su conjunto…”.
Me ha emocionado siempre la realidad de las escuelas unitarias, donde conviven niños y niñas de diversas edades y necesidades educativas, emocionales y sentimentales, recordando como si fuera ayer una película francesa estrenada en 2002, Ser y tener, que me pareció ejemplarizante en este sentido. Es un símbolo de lo que deberíamos asumir en la compleja realidad de la educación completa y pública en este país. Esas palabras, No, ¿Por qué? y Elegir, podrían ayudarnos a comprender mejor el problema que se debe atender con urgencia en el Congreso de los Diputados, que no es simple, pero sí un claro objeto de deseo público y social. No, a continuar con las leyes actuales como si no pasara nada. ¿Por qué?, para preguntarnos sin complejos por qué no se aborda con carácter prioritario su revisión completa y sin paliativos. Elegir, porque estamos en la cuenta atrás política de la legislatura para que alcance el mejor consenso posible de todas las fuerzas políticas del arco parlamentario, sin olvidar nunca el carácter público y equitativo que debe presidir cualquier decisión al respecto.
Iniciamos el viaje a Santiago de Compostela en tren, abandonando por un día el papel de “volantista” que aclaraba en el primer post de esta serie, para contemplar por la ventanilla de nuestras vidas, en un viaje plácido, la quintaesencia de esta tierra conservadora de su tradición, de su cultura, de su amplio conocimiento del mundo, de sus viajeros hacia muchas partes. En el trayecto pensé muchas veces en una frase que a lo largo de su historia ha sufrido interpretaciones contrapuestas dependiendo de dónde se situaban las comas: Santiago, cierra, España, que casi siempre la hemos conocido tal y cómo lo escribieron e interpretaron Cervantes en el Quijote o el mismo Valle-Inclán en Luces de Bohemia.
La traducción correcta de la frase es la que justifica su origen, rememorando a Santiago Matamoros, en la Reconquista, como grito de guerra: Santiago (él ayuda a exterminar a los musulmanes), cierra (forma de interpretar que el ejército o las tropas están preparadas para atacar) y, por último, España, todas por separado, siendo la defensa e integridad de España la razón que justificaba la acción contra el mundo musulmán.
Sinceramente, no me gusta nada esta versión que muchos dan por auténtica, aunque es verdad que la he simplificado mucho para que se entienda bien lo que quiere decir. Me quedo hoy día con la que figura en el Quijote y la que nos aportó Valle-Inclán en Luces de Bohemia. El primero porque el diálogo entre el bueno de Sancho Panza y el Quijote no tiene desperdicio:
—Yo así lo creo —respondió Sancho— y querría que vuestra merced me dijese qué es la causa porque dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel San Diego Matamoros: «¡Santiago, y cierra España!». ¿Está por ventura España abierta y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta?
—Simplicísimo eres, Sancho —respondió don Quijote—, y mira que este gran caballero de la cruz bermeja háselo dado Dios a España por patrón y amparo suyo, especialmente en los rigurosos trances que con los moros los españoles han tenido, y, así, le invocan y llaman como a defensor suyo en todas las batallas que acometen, y muchas veces le han visto visiblemente en ellas derribando, atropellando, destruyendo y matando los agarenos escuadrones; y desta verdad te pudiera traer muchos ejemplos que en las verdaderas historias españolas se cuentan» (1).
La segunda versión, porque la ideología estaba detrás de lo que quería decir un protagonista de la obra citada de don Ramón, Dório de Gádex (andaluz, por más señas), defendiendo el modernismo ante el integrismo del país: “Voy a escribir el artículo de fondo, glosando el discurso de nuestro jefe: «¡Todas las fuerzas vivas del país están muertas!», exclamaba aun ayer en un magnífico arranque oratorio nuestro amigo el ilustre Marqués de Alhucemas. Y la Cámara, completamente subyugada, aplaudía la profundidad del concepto, no más profundo que aquel otro: «Ya se van alejando los escollos». Todos los cuales se resumen en el supremo apostrofe: «Santiago y abre España, a la libertad y al progreso”.
En estas estábamos cuando llegó el tren a Santiago, ciudad asaltada por peregrinos de toda clase y color, que nos acompañaron en todo momento por la calle del Hórreo, hasta las calles Vilar y Franco que desembocan en la plaza del Obradoiro. Tremendo desencanto: el Pórtico de la Gloria no se puede ver por ningún sitio. Todo está en obras de restauración y limpieza. Andamios por allá y por acullá. Sólo se puede acceder a la catedral por dos sitios, con colas interminables: una para abrazar al santo y otra para visitar la catedral. Indescriptible las aglomeraciones, desconcierto y filas que me recordaban (con el debido respeto a los peregrinos de corazón y razón) a lo que llamaba Rafael Alberti, “anónimos tropeles de gente que en todo ven una lección de arte, pero a ti (Dios) no te ven por ningún sitio». Desistimos de guardar las colas, porque nos gusta más bajar al río, que es lo que suplicaba San Pedro, sentado y en bronce inmovilizado, cuando preguntaba a Jesucristo por qué le besaban tanto los pies en la Basílica de su nombre (según Alberti).
Decidimos adentrarnos en el caso urbano, pasear por sus calles, peregrinos por allá y acullá siempre, tiendas de azabaches y plata, vieiras pintadas por doquier, hasta llegar al Museo del pueblo gallego, porque teníamos interés en cumplir un objetivo del viaje: conocer Galicia en su origen. Está ubicado en el antiguo convento de San Domingos de Bonaval, cerca de la Puerta del Camino por la que los peregrinos del camino francés acceden a la ciudad. Hicimos el recorrido completo por sus salas, subiendo y bajando por la preciosa escalera helicoidal de Domingo de Andrade, leímos cualquier rótulo siempre en gallego, porque la institución privada que lo sostiene desea que con este símbolo de la lengua única se comprenda bien cómo el idioma construye también la realidad de un pueblo, así como la relación que tiene con el resto de las lenguas romances. Nos llamó la atención que fuera una institución privada la titular del Museo, que no fuera público, pero así se escribe la historia de la cultura tantas veces en este país. Si se tiene en cuenta su objeto fundacional, el beneficio de la duda es más amplio todavía: estudio, promoción y difusión del patrimonio histórico-antropológico y de la cultura gallega en todos sus ámbitos. Diversidad, elementos que definen al pueblo gallego y objetos que los caracterizan, fueron tres ejes a contemplar en lo que allí se exponía. El mar, el campo, los oficios, su vinculación con la imprenta y la encuadernación a través de libros y prensa, los oficios urbanos, los otros oficios: cesteros y alfareros), sus trajes regionales, la música, la conformación de la sociedad gallega, su memoria y tradición, su hábitat y arquitectura urbana y rural. Completaba la exposición, detalles de su pintura representativa y muestras del arte religioso gallego.
De allí, pasando por el túnel del tiempo, nos trasladamos al Centro Gallego de Arte Contemporáneo, que ocupa un solar adjunto al Museo do Povo Galego, construido con un proyecto del arquitecto portugués Álvaro Siza Vieira, habiéndose recuperado también la huerta del convento para parque público de Santiago. Al entrar, nos encontramos con una grata sorpresa, porque era un artista andaluz, sevillano por más señas, Luis Gordillo, quien nos esperaba para mostrarnos su obra, bajo el título de Confesión General. Quisimos escucharlo en el audiovisual introductorio a la exposición y comprendimos bien el fondo y forma de su dilatada obra pictórica. Curiosamente, no la visité en Sevilla y ha sido Galicia la que me ha devuelto esta posibilidad.
La confesión general de Gordillo es una retrospectiva, “comisariada por Juan Antonio Álvarez Reyes, director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla y Santiago Olmo, director del CGAC. Me pareció paradójico que la exposición es la primera muestra de Gordillo en Galicia y “permite realizar un recorrido por su trabajo desde las series de dibujos de raíz informalista de finales de los años cincuenta hasta las obras fotográficas y pictóricas en las que se emplea las lonas como soporte y las infografías como herramientas. Se trata de una retrospectiva clásica con numerosas obras inéditas o poco conocidas, especialmente dibujos, así como algunas obras en proceso que recrean el clima de su estudio”.
Recorrimos sus salas con detenimiento reverencial, intentando comprender la física y química de su obra, sus innumerables cabezas y caras, hilo conductor de su producción pictórica, su ciencia visual de las cosas, tal y como él las ve y las entrega, así como las anti-cosas, como el las denomina. Nos asombró su relación en las últimas décadas con la fotografía, a través de procesos que él denomina esquizofrenización del color, hasta la obra de nuestros días con utilización plena de base digital.
Volvimos a la Puerta del Camino, rodeados de peregrinos y peregrinas, pasamos de nuevo por colas interminables junto a la Catedral, nos abrimos paso a duras penas por la calle Vilar, llegamos a la Plaza de Galicia, donde el café Derby recordaba en sus sillas los rincones más sobrios los sueños de Valle-Inclán, enfilando finalmente la calle del Hórreo para tomar el tren de regreso a Cambados.
Regresamos unos días después a Sevilla no sin antes pasear unas horas por Pontevedra para conocer un espacio encantador como ciudad acogedora y cargada de historia reciente en la que la ciudad ha sufrido el proceso de industrialización de empresas contaminantes vinculadas con la madera y la celulosa, proceso reivindicativo que ha alcanzado logros importantes al lograr el desmantelamiento de la fábrica de maderas y el cese de actividad de la de celulosa programado para los primeros meses del año próximo.
En el camino de regreso, pasando por Tuy (Vigo), no he olvidado las últimas páginas del libro de Manuel Rivas que me ha servido de guía temporal para adentrarme en Galicia, dedicadas como símbolo de respeto a la memoria histórica de este pueblo. Lleva por título programático, Oración fúnebre por la orquesta del viento, que encontré un día en ese libro tan querido que me ha acompañado durante todo el viaje, muy interesante, sobre la tierra que vio nacer a Manuel Rivas y como un ejercicio entre lo local y lo universal. Es un texto que leyó el 22 de junio de 1999, en un acto de homenaje a los republicanos asesinados [sic, en el libro] en la villa de Tui en 1936, en el lugar donde los fusilaron y donde ese día se inauguró el monumento que figura al comienzo de este post. Lo leo con el respeto que me causa siempre cualquier referencia a lo sucedido en la guerra civil española, que no la comprendo, pero sobre la que busco interpretaciones históricas de gran valor y rigor científico. Todavía me siguen sobrecogiendo estas palabras de Rivas, que vuelvo a teclear ahora con nerviosismo y cierto dolor íntimo, para entregarlas a la Noosfera digna. Volviendo al Sur, que también existió en esos días tan dolorosos y que todavía existe hermanado mediante esta serie con Galicia, con su historia y con su memoria, deseando siempre que España se abra a la libertad, sin ira, libertad. Al progreso.
Oración fúnebre por la orquesta del viento
“Benditos los muertos
sobre los que cae la lluvia.”
Scott Fitzgerald, El Gran Gastby
Éste es un acto de justicia, de reparación histórica y también de valerosa inteligencia.
No podemos recuperar el tiempo.
No podemos volver atrás con la flecha del tiempo y reconstruir lo destruido, la realidad aterradora y maravillosa de las vidas rotas por la más terrible maquinaria del odio que asoló estas tierras.
Pero a la manera de los remos del arca, podemos avanzar proyectándonos hacia atrás.
Podemos imaginar las vidas cuando vivían antes de la tragedia.
El paisaje, incluso la luz de aquellos días está definido por el horror que vino.
Día sombríos, sórdidos, tenebrosos.
Pero en realidad eran días de verano.
Días luminosos del bajo Miño.
La bajada del río como un cine de color y hermosísimo.
Habría tensiones, conflictos, pero ellos y ellas conformaban una comunidad de esperanza, una república de sueños acumulados en años, siglos, de luchas y sacrificios.
Podemos imaginarlos construyendo el frágil sentido de la vida.
Levantándose, saludándose – ¡hola, buenos días! -, trabajando, enamorándose, haciéndose bromas o burlas, contándoles algún cuento a los hijos, acaso reflejando sus rostros felices de domingo en la orilla del río.
En esos momentos en los que la mirada humana, de la vida, es más hermosa que el mismísimo cielo.
Esa república de los sueños acumulados con luchas y sacrificios de siglos.
El frágil tejido de la vida.
Esa comunidad de esperanza.
Esa mirada.
Todo fue destruido.
Y hasta se destruyó el silencio que siguió porque en el silencio se escuchan los muertos y lo llenaron de calumnia, mentira, falsedad y miedo.
Hay una historia de una mujer que deja un instrumento de música en el ataúd de su hombre muerto, con un mensaje: Si quieres algo, llama.
Hoy podemos escuchar la orquesta de los muertos, de los asesinados, de los huidos, de los exiliados, de aquellos a los que secaron la vida por dentro aunque siguiesen vivos.
Esa tenaz orquesta, como viento que emana del corazón de la tierra, persistió así con la melodía de la libertad.
Si estamos aquí es porque la terrible maquinaria del odio y del miedo no pudo con la orquesta de viento de los muertos.
Y hoy, cuando se rehace laboriosamente la comunidad de la esperanza, debemos hacer un solemne llamamiento desde Tui: que desaparezcan de Galicia, de la nomenclatura de las calles, plazas e incluso colegios públicos los nombres de los verdugos de la historia. Y lo hacemos no por ninguna clase de revancha sino en nombre de la justicia y de la inteligencia.
Porque lo que debe honrar una democracia, una comunidad libre, es, en primer lugar, a aquellos que dieran su vida por la libertad.
Este monumento de Tui tiene el valor de los que los canteros llaman la piedra maestra.
Porque hay que cimentar la casa del futuro sobre el valor, sobre la decencia, sobre los mejores sueños de la humanidad, sobre la aristocracia del alma que fue lo que ellos representaban.
Hoy, delante de la escultura de Silverio, delante de esa piedra que hace vida, podemos decir que se cumplió la profecía: “Enterraron semilla”.
Sean mil veces benditos los muertos, bendita la tierra y bendita la lluvia y benditos vosotros que los hacéis florecer.
Sevilla, 3/IX/2017
(1) Cervantes, Miguel de (2004). Don Quijote de la Mancha. Edición del IV Centenario. Madrid: Real Academia Española, 2ª Parte, Capítulo LVIII, pág. 988s.
Seguimos haciendo el “camino” por Galicia, en esta ocasión por la Costa da Morte. Tenía una razón de fondo: la expresión “nunca máis” perdura en el tiempo de las respuestas populares a situaciones incomprensibles. Es verdad, nunca máis debe resonar siempre ante las injusticias de este mundo diseñado a veces por el enemigo. Fisterra, Muxía y Camariñas eran tres puntos de interés en esta etapa. Eran bastantes kilómetros por recorrer en una sola etapa y solo quisimos aproximarnos a una expresión de la naturaleza que no nos defraudó ni en el fondo ni en sus formas. Las carreteras nos mostraron el verde “constancia” de Galicia, nunca mejor dicho en el año dedicado por Pantone a este color, su vegetación alterada por los eucaliptos, sus colores vivos en las casas azules, verdes y violetas de cada Concello, de cada parroquia, los sempiternos hórreos, los difíciles límites territoriales porque todo se une en una expresión de proximidad lejana entre parroquias.
Llegamos a Fisterra, el fin de la tierra española por Galicia, después de sentir el último abrazo de los pinos autóctonos. Es impresionante la aproximación al faro, presagiando que algo se oculta allí que se presentará ante nuestros ojos de forma descarnada, aunque no sean horas de luscofusco (crepúsculo). El camino estaba rodeado en sus arcenes por peregrinos de todo tiempo y lugar. Muchas preguntas me hago, con el debido respeto reverencial a quienes lo protagonizan, sin respuesta alguna. Cerca, en Serra, hay una placa dedicada a Camilo José Cela, con una frase programática: “Finisterre es la última sonrisa del caos del hombre asomándose al infinito”. Es verdad porque así lo sentí. Se sabe que en un chalé cercano recibió la noticia del Premio Nobel en 1989 mientras escribía páginas de Madera de boj, como una premonición existencial: «Ahora ya no es como antes, ahora la gente ha descubierto que la novela es un reflejo de la vida y la vida no tiene más desenlace que la muerte”.
Siguiendo la recomendación de Manuel Rivas, aparcamos el coche para hacer el camino del faro. Es un edificio que acoge, desde 1853, el faro que protege la Costa da Morte, donde se reconocen hoy en día centenares de naufragios, siendo recordado especialmente por el gravísimo incidente del Prestige que comenzó el 13 de noviembre de 2002. Se divisa desde 31 millas (57 kilómetros). He conocido posteriormente que existe un edificio anexo, llamado eufemísticamente La Vaca de Fisterra, que también entró en funcionamiento en el siglo XIX para los días en los que la niebla impedía ver la luz del faro, pero que ya no se utiliza. Emitía sonidos estridentes cada minuto. ¡Qué sugerente! ¡Estábamos en el Finis Terrae de los romanos, donde los fenicios ya habían estado! Paseamos de oriente a occidente y viceversa, asomándonos a los acantilados, para descubrir el Océano Atlántico en su dimensión más oculta. Silencio sepulcral, solo roto por las olas al romper en el acantilado.
No llegamos a un lugar emblemático de Fisterra próximo a Cabanas, un lugar aparentemente inacabado como la obra de Antonio López. Me refiero al cementerio marino del escultor pontevedrés César Portela, compuesto por 17 cubos de nichos en granito, desalineados, aprovechando los senderos existentes, sin alterar el paisaje. Es un homenaje explícito a cuantas personas han perdido la vida en esta Costa de agujas submarinas de piedra. Era importante recordarlo, porque todo no se puede ver en la vida.
Dirigimos posteriormente nuestros pasos a Muxía, porque tenía claro que le debía una presencia de respeto para repetir una y mil veces su “nunca máis” ante cualquier situación intolerable en la vida ordinaria. Accedimos al paseo marítimo, que nos recibió en una tarde de agosto muy plácida, con el mar calmo y aproximándose a su limpia playa con delicado oleaje, muy lejos de lo que supuso para este enclave marino el desastre del Prestige. En la página web del Concello había leído días antes que “Muxía es una de las primeras localidades que afrontó las consecuencias [de este desastre] en forma de chapapote primero y de marea blanca de voluntarios que vienen a ayudar, después”. En Muxía, triste recuerdo, se hacían encajes para el Titanic. Fatales coincidencias de la historia del mar.
Finalizamos el viaje en Camariñas, en busca del encaje perdido. Queríamos contemplar otra cara de la Costa da Morte, a través de una tradición que ha marcado épocas de gloria para este Concello. Contemplamos en directo cómo se trabaja el encaje de bolillos, con una demostración sencilla pero admirable. El puerto nos pareció especialmente bello y nos acompañó el viento que presagia siempre la forma de ser y estar en esta Costa. Comprendimos cómo ante situaciones difíciles de la vida, se entiende bien por qué hay que solucionarlas como haciendo encaje de bolillos.
Día especial. Regresamos a Cambados en silencio para intentar asimilar todo lo visto y no visto. Fue una lección espléndida de historia antigua y contemporánea. También, de la importancia que tiene la solidaridad humana. Comprendimos mejor que nunca la última sonrisa del caos cuando nos asomamos al infinito de la vida haciendo «camino» al andar, al viajar.
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