Cada vez que recorre el mundo la mal llamada “culpa digital”, la sociedad tiembla ante lo que nos temíamos que un día no lejano podría ocurrir por el mal uso de las tecnologías digitales. Lo que ha sucedido con Cambridge Analytica es una muestra de que la responsabilidad siempre es de las personas, directivos o determinados gobiernos [sic] que dirigen estas actuaciones con la ayuda de las tecnologías, pero por este orden y no al revés. Corremos el riesgo de demonizar los avances digitales, extraordinarios, de los que hacemos uso a diario, pero hay que tener cuidado con los análisis que a bote pronto inundan las redes culpabilizando de todos los males al mundo digital. La tentación del síndrome Al Gore, de que “ya estábamos avisados”, es un señuelo que lanzan los hipócritas analógicos que pertenecen, como ya he dicho muchas veces, al Club de los Tristes, Tibios y Mediocres (digitales, por supuesto).
Hay que defender en estos momentos tan delicados los beneficios del mundo digital. Es verdad que lo ocurrido con el efecto Trump, en torno a las malas prácticas de Cambridge Analytica o de los ciberataques rusos al Partido Demócrata, sobrecoge a cualquier persona digna, porque los millones de datos, supuestamente confidenciales, maltratados por máquinas dirigidas por seres humanos, no lo olvidemos, han logrado resultados que estamos sufriendo a escala mundial. Pero ante este tipo de actuaciones, solo queda que las autoridades correspondientes depuren responsabilidades hasta las últimas consecuencias, llegando hasta las entrañas digitales, por supuesto, de lo ocurrido, aunque se llamen Facebook, Twitter, Washapp, Telegram, Instagram o cualquiera otra red de alcance mundial. Es urgente dar soporte a la ciudadanía con leyes reguladoras de la actividad digital de amplio espectro que blinden la dignidad humana. También, urgir la declaración de transparencia radical de cualquier soporte digital, sin necesidad de tanta letra pequeña que casi siempre se ignora, incluso voluntariamente con un clic suicida de “acepto”.
Soy un defensor a ultranza del mundo digital y mi trayectoria profesional así lo avala. En el libro que publiqué en 2007, Inteligencia Digital. Introducción a la Noosfera digital, ya alertaba de esta oportunidad histórica en la vida de las personas que pueblan la Noosfera. En esa ocasión, definí la inteligencia digital a través de cinco acepciones: 1. destreza, habilidad y experiencia práctica de las cosas que se manejan y tratan, con la ayuda de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación, nacida de haberse hecho muy capaz de ella. 2. capacidad que tienen las personas de recibir información, elaborarla y producir respuestas eficaces, a través de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación. 3. capacidad para resolver problemas o para elaborar productos que son de gran valor para un determinado contexto comunitario o cultural, a través de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación. 4. factor determinante de la habilidad social, del arte social de cada ser humano en su relación consigo mismo y con los demás, a través de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación. 5. capacidad y habilidad de las personas para resolver problemas utilizando los sistemas y tecnologías de la información y comunicación cuando están al servicio de la ciudadanía, es decir, cuando ha superado la dialéctica infernal del doble uso. Esta última acepción es la que quiero resaltar hoy, pero íntimamente unida a las cuatro anteriores. No lo olvidemos.
Hace falta ética digital, es decir actuar conforme a la solería de actos humanos inteligentes con soporte TIC que son los que justifican todos los actos humanos, el sustento de la vida, de una persona, de una organización o de un Estado, con perspectiva digital. Las ideologías digitales tampoco son inocentes, como no lo son los bits. La separación entre mercancías y derechos/deberes digitales establecen la delgada línea roja para comprender bien los axiomas éticos digitales. El principio de equidad en el acceso a las tecnologías de la información y comunicación, básicamente en los derechos y deberes sociales, es un principio estrella que se debería exigir en cualquier programa político con base digital, pero no todas las organizaciones partidistas lo asumen como elemento garantista fundamental y de cohesión social.
Además, introduzco ahora una observación con amplia visión de Estado (digital, por supuesto). Estas situaciones descritas en torno a Cambridge Analytica y otras muchas en referencia a problemas digitales de profundo calado individual y social, se deben abordar desde la adecuada gestión de riesgos digitales que emana de políticas digitales que aprueban normas de derecho internacional, europeo y del Estado español, mediante las trasposiciones necesarias. Desde hace muchos años, vengo defendiendo la necesidad de gestionar los riesgos digitales desde una vertiente muy profesionalizada en la Administración Pública. En 2000, en una presentación que llevé a cabo en las Jornadas de Informática Sanitaria de Andalucía, partía de un análisis que ya había lanzado al mundo Nicholas Negroponte y que hoy cobra especial actualidad: “La próxima década será testigo de un sinnúmero de casos de abusos de los derechos de propiedad intelectual y de invasión de nuestra intimidad. Habrá vandalismo digital, piratería del software y robo de información” (El mundo digital). Y allí planteé que se pueden adoptar dos decisiones estratégicas al respecto: la primera, la propugnada ya por Groucho Marx en Una noche en la ópera, cuando vende una póliza a un maletero del barco, que no cubre nada…, en una escena hilarante que siempre perdió fuerza ante la del camarote. Es decir, la cobertura del riesgo consecuente, como actitud tan castiza en España, a la que hacía alusión anteriormente: sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, doblando el papel de la póliza que cubre algún riesgo y olvidándonos de su gestión proactiva:
– O.B. DRIFTWOOD (Groucho Marx): Fíjese en ese guardabarros, está completamente abollado. Tendrá que pagarlo, amigo. ¿Qué número tiene usted?, ¡el 32, eh…! ¿Está asegurado? ¿Que si tiene seguro?
– Maletero: No señor
– O.B. DRIFTWOOD (G.M.): Es usted el hombre al que andaba buscando. Llevo aquí una póliza que le protegerá contra todo accidente imprevisto. Por ejemplo, pierde una pierna y nosotros le ayudamos a encontrarla y solo le costará… ¿Qué lleva usted ahí? ¡un dólar!, ¡suya es la póliza!
La segunda, la profesionalización de la planificación estratégica de la política y gestión de riesgos digitales, como dos escenarios que tienen que estar esencialmente diferenciados y que están obligatoriamente obligados a entenderse. La gestión de riesgos digitales debería ser una función especializada dentro de la Administración Pública que tiene como objetivo gestionar globalmente la protección de los Sistemas y Tecnologías de la Información y Comunicación, en su relación con los ciudadanos y en aplicación estricta de los marcos legales actualmente establecidos. Además, los criterios clave de selección para el modelo organizativo a aplicar se pueden sintetizar en que todas las funciones se tienen que centralizar estratégicamente en el Estado (Esquema Nacional de Seguridad), agrupando responsabilidades orientadas a procesos, en la aplicación práctica descentralizada en cada Comunidad Autónoma, Diputación y Municipio, y con una gestión estratégica bajo el concepto de “Separación de Responsabilidades” (“Separation of Duties – quien administra/gestiona no opera”).
¿Estaremos ya instalados y viviendo la plenitud de una nueva ciencia de la inestabilidad, del riesgo digital, en el marco científico que ya expuso en su tiempo Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química en 1977? Es el saber de la persona instruida lo que la libera, mediante la gestión del conocimiento, lo que permite desdramatizar las planificaciones, programaciones, ejecuciones y evaluaciones de la organización llamada Administración o empresa, porque vivimos en un mundo contingente, caótico, inseguro, cambiante, complejo, inestable e incierto, es decir, en un universo de riesgo, tanto en azar como en necesidad. La inteligencia creadora es la que da forma al saber, es decir, damos un voto de confianza al ser humano frente a los factores y medios de producción tradicionales. El capital y la producción no son la quintaesencia de las organizaciones. Desde la perspectiva de Política Digital de Estado, queda una gran tarea a desarrollar en la Administración Pública, que pasa indefectiblemente por crear una nueva cultura directiva y organizativa ante el riesgo digital de azar y de no-azar, de la protección de datos de carácter personal, o quizá también reinventando la propia Gerencia de Riesgos, a través de un nuevo paradigma científico, estando muy atentos al discurso mundial que se abre en la actual incertidumbre y ante la necesidad de no estar ajenos a la realidad del año actual y venideros. Los seres humanos seguimos siendo los propios gestores de nuestro futuro, con la ayuda de las nuevas tecnologías: el saber, hoy, sigue siendo el único recurso significativo (Drucker). Inteligencia digital en estado puro.
Estoy convencido que los ordenadores, el software y el hardware inventados por el cerebro humano, es decir, el conjunto de tecnologías informáticas que son el corazón de las máquinas que preocupan y mucho a tecnófobos como Nicholas Carr, de forma legítima y bien fundamentada, permiten hoy creer que llegará un día en este “siglo del cerebro”, no mucho más tarde, en que sabremos cómo funciona cada milésima de segundo, y descubriremos que somos más inteligentes que los propios programas informáticos o redes que usamos a diario en las máquinas que nos rodean, porque estoy convencido de que la inteligencia digital desarrolla sobre todo la capacidad y habilidad de las personas para resolver problemas utilizando los sistemas y tecnologías de la información y comunicación cuando están al servicio de la ciudadanía, sobre todo cuando seamos capaces de superar la dialéctica infernal del doble uso de la informática, es decir, la utilización de los descubrimientos electrónicos para tiempos de guerra y no de paz, como en el caso de los drones o de la fabricación de los chips que paradójicamente se usan lo mismo para la consola Play Station que para los misiles Tomahawk. Ese es el principal reto de la inteligencia digital al abordar de forma racional la auténtica gestión de riesgos digitales, consustancial con su propio desarrollo.
Sevilla, 21/III/2018
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