Enigma al trasluz, al alba, el andaluz

cernuda

Sombra hecha de luz,
que templando repele,
es fuego con nieve
el andaluz.

Enigma al trasluz,
pues va entre gente solo,
es amor con odio
el andaluz.

Oh hermano mío, tú.
Dios, que te crea,
será quién comprenda
al andaluz.

Luis Cernuda, El andaluz, en Como quien espera el alba, 1947

Celebramos hoy el Día de los andaluces, de las andaluzas, el día de los que vivimos en Andalucía y respetamos su identidad, que llevamos la luz con el tiempo dentro, como Juan Ramón Jiménez entendía su pueblo y las personas que vivían en él. Cernuda hace un retrato precioso del andaluz porque somos un enigma a pesar de la luz interior que el dolor de nuestra historia no olvida, siempre con el tiempo dentro, amor desbordante, pasión en nuestra música que acompaña siempre la alegría y calma el dolor, que compartimos hasta buscar la luz con el tiempo fuera.

Nos tratamos como hermanos, cuando a veces no sabemos si somos amigos o seres lejanos, aunque lo único que sabemos, en tiempos políticos, es que unos de otros -no inocentes- lejos estamos.

Con la esperanza de que el dios que corresponda comprenda qué significa hoy ser andaluz o andaluza en Andalucía, más allá de los que nos llevan al diccionario de uso del andaluz corriente como una sola palabra, cuando lo que necesitamos es una definición urgente como personas con luz interior, pero con un enigma de fuego y nieve dentro. Como Cernuda soñó un día esperando el alba de su tierra que, muchos años después, seguimos esperando para todos, sobre todo para los que menos tienen y no pueden salir a día de hoy de las jaulas de pobreza en que viven. Casi un millón de parados y otro millón de pensionistas en el umbral de pobreza, sin ir más lejos, que están entre los andaluces que llevan la soledad dentro, tal y como lo expresó Cernuda, nuestro paisano, que siempre soñó con el despertar del alba de la libertad y dignidad en Andalucía.

Sevilla, 28 de febrero de 2018, Día de Andalucía

La llamada del liberalismo

VARGAS LLOSA

He leído con atención la entrevista de Maite Rico, subdirectora de El País, a Mario Vargas Llosa, publicada en El País Semanal del 25 de febrero. La entradilla me pareció muy sugerente y me puse manos a la obra o lo que es lo mismo, la leí detenidamente en dos ocasiones porque descubrí inmediatamente que no era inocente y que abordaba cuestiones que me pre-ocupan (sic) mucho últimamente. Dicha entrada era triunfal interpretando lo que venía después, pero una vez concluida la tarea de lectura reposada, deseo compartir con la Noosfera mi valoración en sus aspectos centrales.

El resumen introductorio decía exactamente lo siguiente: “Además de crear ficciones memorables, el Nobel de Literatura se ha batido incansable por la defensa de la sociedad libre. Con su nuevo ensayo, ‘La llamada de la tribu’, quiere reivindicar el pensamiento liberal y rendir homenaje a siete autores que lo marcaron. Con él hablamos del liberalismo, de la ceguera de los intelectuales con los totalitarismos y de los peligros que acechan hoy a la democracia”. Era obvio que Vargas Llosa venía “a hablar de su libro” (Umbral dixit), pero me interesaba mucho adentrarme en su análisis del pensamiento liberal, de sus contrarios y de la conclusión del encuentro bajo el ropaje de los peligros de la democracia. Hasta ahí, todo en su sitio.

No he leído el libro, pero me ha pre-ocupado (en el buen sentido de las dos palabras) la vertiente cuasi autobiográfica en la que se manifiesta el premio Nobel, “su evolución desde el marxismo y el existencialismo a la revalorización de la democracia y el descubrimiento del liberalismo”, sobre todo porque la lectura de la entrevista deja entrever un camino tortuoso hacia el liberalismo más radical que podamos pensar, con apreciaciones para mí discutibles, partiendo de un supuesto elemental en su giro copernicano personal, es decir, la apreciación progresiva de lo individual y la cuasi desaparición de los otros, en el sentido más plural de “otros”. Veremos el porqué de esta pre-ocupación.

Para empezar, es difícil comprender en pocas palabras el análisis telegramático del nacimiento del liberalismo y de los ataques sufridos a lo largo de su dilatada historia. Es una historia personal que también han escrito muchas personas y muchos intelectuales, pero las cosas no se deben sacar de quicio porque, aun siendo verdad lo que expone sobre estos procesos de conversión de izquierda a liberalismo, no es el modelo por excelencia que permita a la sociedad avanzar unida y pretender también que nunca sea vencida por la sinrazón. Siento que determinados ejemplos de su entrevista, desde el principio de ésta y hasta el final, se tomen como referencia de la necesaria deriva hacia el liberalismo. No lo comparto y, además, no es verdad que esta opción intelectual sea la que pueda dar cauce al desencanto personal y social que existe en la actualidad.

Es curioso explorar el nacimiento del liberalismo y su asunción por la filosofía, con ejemplos tan significativos como el expuesto en el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora. Es una experiencia muy peculiar porque cuando se desea consultar la entrada dedicada a liberalismo, directamente remite en una escueta referencia a que se vea “anarquismo”. Me sorprendió siempre esta referencia, pero leyendo la voz de anarquía, según Ferrater Mora, comprendí bien uno de los riesgos básicos del alcance del liberalismo: la libertad sin referencias se puede alcanzar con el único culto al individuo como ser soberano y responsable.

En la entrevista, Vargas Llosa aborda asuntos muy fronterizos que es muy difícil aceptar sin más. Quizá, el que me ha llamado más la atención es cuando se refiere a la esencia del liberalismo: “[…] … no solo admite, sino que estimula la divergencia. Reconoce que una sociedad está compuesta por seres humanos muy distintos y que es importante preservarla así. Es la única doctrina que acepta la posibilidad de error. Por eso insisto mucho: no es una ideología; una ideología es una religión laica. El liberalismo defiende algunas ideas básicas: la libertad, el individualismo, el rechazo del colectivismo, del nacionalismo; es decir, de todas las ideologías o doctrinas que limitan o cancelan la libertad en la vida social”.

No es verdad. El liberalismo es una ideología más, concreta, con todos los bagajes que se esperan de ella, con un matiz esclarecedor consistente en la negación y olvido de “los otros” como artífices de la democracia en favor del individualismo soberano, con un suelo firme enraizado en la economía pura y dura que debe beneficiar siempre al individuo y con escasa regulación e intervención del Estado. Como todas las ideologías, ésta tampoco es inocente, aunque diferente según las bases de creencias que las sustentan y de que ataquen o no a la razón: “no hay ninguna ideología inocente: la actitud favorable o contraria a la razón decide, al mismo tiempo, en cuanto a la esencia de una filosofía como tal filosofía en cuanto a la misión que está llamada a cumplir en el desarrollo social. Entre otras razones, porque la razón misma no es ni puede ser algo que flota por encima del desarrollo social, algo neutral o imparcial, sino que refleja siempre el carácter racional (o irracional) concreto de una situación social, de una tendencia del desarrollo, dándole claridad conceptual y; por tanto, impulsándola o entorpeciéndola” (1).

Cuando aborda el papel de los intelectuales en relación con la democracia hace una manifestación muy dura e irreal sobre el papel que juegan en la acción política: “Los intelectuales, con una ceguera enorme, han visto siempre la democracia como un sistema mediocre, que no tenía la belleza, la perfección, la coherencia de las grandes ideologías”. Con todos los respetos, es muy injusta esta valoración porque basta leer la historia pasada y presente del mundo para reconocer con orgullo humano el papel desempeñado por miles de personas que pusieron y ponen su inteligencia al servicio del bien común. Es un asunto que me ha preocupado siempre y he escrito en varias ocasiones en este blog sobre el compromiso intelectual hasta las últimas consecuencias: “Un intelectual es concebido como un ser alejado de la realidad que se suele pasar muchas horas en cualquier laboratorio de la vida y de vez en cuando se asoma a la ventana del mundo para gritar ¡eureka! a los cuatro vientos, palabra que no suele afectar a muchos porque nace del egoísmo de la idolatría científica, social y política correspondiente. Por eso hay que rescatar la auténtica figura de las personas inteligentes que ponen al servicio de la humanidad lejana y, sobre todo, próxima, su conocimiento compartido, su capacidad para resolver problemas de todos los días, los que verdaderamente preocupan en el quehacer y quesentir diario. Cada intelectual, hemos quedado en “cada persona”, que toma conciencia de su capacidad para responder a las preguntas de la vida, desde cualquier órbita, sobre todo de interés social, tiene un compromiso escrito en su libro de instrucciones: no olvidar los orígenes descubiertos para revalorizar continuamente la capacidad de preocuparse por los demás, sobre todo los más desfavorecidos desde cualquier ámbito que se quiera analizar, porque hay mucho tajo que dignificar. Si esa militancia es independiente, otra cuestión a debatir, es solo un problema más a resolver, pero no el primero”.

El liberalismo es una ideología incompleta. Intenta flotar por encima de la sociedad en general en favor del individuo porque es soberano, contemplando solo el Estado como testigo de cargo, pero con intervenciones mínimas, cosméticas tan solo, porque casi no es necesaria su presencia. La razón liberal es incompleta siempre porque el individualismo limita la posibilidad de transformar el mundo sin dejar a nadie atrás. Lo estudié en su día en la obra de Ferrater Mora y no lo he olvidado.

Sevilla, 27/II/2018

(1) Lukács, G. (1976). El asalto a la razón. Barcelona: Grijalbo, pág. 5.

 

El futuro es lo que vamos a hacer

ARCO 2018 GENOVES

Juan Genovés, ARCO 2018 (Galería Marlborough)

Es una pena que este año nos hayamos acercado muchas personas a la exposición ARCO 2018 a través del espectáculo penoso al que hemos asistido por la retirada antidemocrática y a destiempo de una obra del artista Santiago Sierra, cuando el lema de la exposición, que es precioso, auguraba mejores propósitos individuales y colectivos: “El futuro no es lo que va a pasar, sino lo que vamos a hacer”. Junto a esta declaración programática de lo que tenemos que hacer, no inocente, he recordado ahora una frase de Groucho Marx que en principio es muy enigmática también: el futuro ya no es lo que era. Entre una y otra me quedo con la de ARCO, porque es realista sin tener que creer necesariamente en lo imposible. Es verdad, el futuro, que ya es parte del presente inmediato, depende de lo que queramos hacer en los tres mundos en los que tenemos que hacer deberes todos los días: el mundo de alrededor o ecosistema en el que vivimos, el mundo con los demás y el mundo personal e intransferible con en el que caminamos a diario haciendo camino al andar.

La pregunta que está detrás del lema de ARCO 2018 es de corte eminentemente leninista: ¿qué es lo que hay que hacer en cada uno de esos mundos de cara al futuro? o de forma más abreviada (para no andarnos con rodeos): ¿qué hacer? Es verdad que cuando solemos acometer respuestas solemos tomar conciencia de que nos cambian constantemente las preguntas, pero la diferencia planteada por ARCO estriba en que cuando esperamos solo a lo que va a pasar, estamos quietos, paralizados en cualquier tipo de respuesta a los interrogantes de la vida, mientras que si pasamos al terreno de la acción escribimos páginas extraordinarias en el libro vital de cada uno. Si lo compartimos así, mejor, porque comprenderemos mejor que nunca que el amor y el sufrimiento es la única fuerza que no se equivoca al construir el futuro propio y el de los demás que lo buscan apasionadamente. Sin tener que esperar a que nos lo diseñen otros.

Cuando dicen esos otros que estamos saliendo de la crisis, uno de los eufemismos más duros que hemos conocido en su efecto halo negativo, nos encontramos con la frialdad o bienestar de nuestro suelo firme, el ético, sobre el que se asientan todas nuestras verdades, nuestras respuestas a la vida personal e intransferible, al que le cambian el guion continuamente, porque cambian constantemente las preguntas de la vida: quiénes somos, por qué estamos, por qué vivimos a veces desesperadamente, por otras muy duras: qué somos, qué tenemos, por qué perdemos el norte del futuro que nos corresponde vivir y por qué morimos en vida cuando sufrimos cualquier revés no esperado.

Seguimos buscando las mejores respuestas para preparar a diario el futuro con lo que hacemos todos los días. Las que nos proporciona la inteligencia personal e intransferible, aquella que nos reconduce permanentemente a la búsqueda de la felicidad, porque intentamos solucionar los problemas que nos invaden. Aquella que supone aceptar que la infelicidad también existe, aunque traduce algo muy claro en la dialéctica derivada del uso de la razón y del corazón, porque debería figurar en el catálogo humano de las mejores respuestas al genérico qué hacer: la respuestabilidad (perdón por el neologismo) en estado puro, entendida como la capacidad para responder a las preguntas de la vida, presentes y futuras, con inteligencia y libertad, sabiendo que el mal y los hijos e hijas de las tinieblas también existen. Aunque nos las cambien constantemente… Es curioso, pero es verdad: el futuro sigue siendo muchas veces lo que era porque no nos resignamos a comprender que todo depende de lo que queramos hacer.

Sevilla, 24/II/2018

A la Virgen, solo el silencio de la noche

EL RECIEN NACIDO-LA TOUR
Georges de La Tour – “El recién nacido” (h. 1648, óleo sobre lienzo, 76 x 91 cm, Museo de Bellas Artes de Rennes, Rennes)

Es urgente que entre las reformas a abordar en la Constitución de 1978 se acepte definitivamente la laicidad como seña de identidad del Estado español. Recientemente, hemos conocido cómo se ha pronunciado el Tribunal Supremo sobre el largo proceso judicial en relación con la medalla de oro al mérito policial que el Ministerio de Interior dio a la Virgen de Nuestra Señora María Santísima del Amor, en Málaga, en febrero de 2014. Como no podía ser de otra forma en este sacrosanto país, el fallo ha sido a favor de dicha entrega, simplemente porque no se ha admitido a trámite el recurso de revisión correspondiente, quedándose todo como estaba. Punto final. No tenemos remedio y ya sé que este fallo pasará sin pena ni gloria en un país objetivamente muy descreído e inmerso en problemas muy graves, pero simboliza una vez más que la laicidad es una palabra hueca en millones de conciencias a pesar de lo propugnado en el artículo 16 de la Constitución.

Ante este hecho, me reafirmo en todas las palabras que escribí en 2015 en referencia a este esperpento. Las reproduzco a continuación y sigo esperando una respuesta del dios en el que creo, como nos lo recordaba Alberti en su precioso poema “Entro Señor en tus iglesias”, para decirme lo que posiblemente a nadie le diría, aunque sé a ciencia cierta que su corazón anonadado gime por estas noticias. También, por lo que transmite en su poema El platero, publicado en El alba del alhelí, que siempre he sentido como la gran paradoja de la creencia descreída en el dios que nos conmueve y en la Virgen que solo acepta el regalo de un beso a su Niño, mucho más allá de medallas, collares y anillos, porque nos puede servir para comprender la quintaesencia de la religión bien entendida y no mezclada con decisiones que nunca debería tomar un Estado laico que, tal y como como se ha conocido a través del expediente, alegó en un momento de este largo proceso que la Virgen no era «funcionaria» y que, por tanto, no podía ser juzgada en el Juzgado Central de lo Contencioso Administrativo, sino que era obligatorio que la causa fuera tramitada y fallada por una sala compuesta por cinco jueces. Sin comentarios.

En este momento, vuelvo a contemplar el óleo de Georges de La Tour, El recién nacido, un pintor desconocido durante siglos para la historia del arte. Sobrecoge el silencio y austeridad en este cuadro tan realista en los últimos años del pintor: “Sus célebres “noches”, de aparente simplicidad, silenciosas y conmovedoras, dan vida a personajes que surgen con magia en espacios sumidos en el silencio, de colorido casi monocromo y formas geometrizadas. La total inexistencia de halos u otros atributos sacros, así como los tipos populares empleados, justifican la lectura laica que a veces se ha hecho de sus nocturnos en obras como La Adoración de los pastores del Louvre o El recién nacido de Rennes“ (1).

Sin medallas, sin atributos laicos ni sacros. Sin collares o anillos. Sin nada, solo con el regalo precioso del silencio sonoro de la noche y contemplando a su niño.

Sevilla, 23/II/2018

(1) https://www.museodelprado.es/actualidad/exposicion/georges-de-la-tour/369d61b8-c430-4c43-9f51-8ed8995aa949
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A la Virgen, un collar…

RAFAEL ALBERTI

Di, Jesucristo, ¿Por qué
me besan tanto los pies?
Soy San Pedro aquí sentado,
en bronce inmovilizado,
no puedo mirar de lado
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados,
como ves.

Haz un milagro, Señor.
Déjame bajar al río;
volver a ser pescador,
que es lo mío.

Rafael Alberti, Basílica de San Pedro

Ha saltado a los medios de comunicación una noticia que tiene que ver mucho con el esperpento de un Estado que no se resigna a no ser confesional, en un país que tiene cada día las iglesias más vacías, como nos recordaba Rafael Alberti en Roma peligro para caminantes: Entro Señor en tus iglesias… Se trata de la revisión que está haciendo la Audiencia Nacional sobre la medalla de oro al mérito policial que el Ministerio de Interior dio a la Virgen de Nuestra Señora María Santísima del Amor, en Málaga, en febrero de 2014, con motivo de un recurso presentado por la asociación Europa Laica, por considerar que esta actuación es «arbitraria» e «irracional» desde todos los puntos de vista, considerando que tiene un contenido imposible al atribuir a un «ente impersonal», “como es una «figura religiosa», la máxima condecoración de la Policía Nacional, la cual está concebida para premiar actuaciones «concretas» de «personas» que hayan prestado servicios extraordinarios”.

He recordado también un poema precioso de Rafael Alberti, El platero, publicado en El alba del alhelí, que siempre he sentido como la gran paradoja de la creencia descreída en el dios que nos conmueve y en la Virgen que solo acepta el regalo de un beso a su niño, mucho más allá de medallas, collares y anillos, porque nos puede servir para comprender la quintaesencia de la religión bien entendida y no mezclada con decisiones que nunca debería tomar un Estado laico:

A la Virgen, un collar
y al niño Dios, un anillo,
Platerillo,
no te los podré pagar,
¡Si yo no quiero dinero!
¿Y entonces qué? di.
Besar al niño es lo que yo quiero.
Besa, sí

Espero que la Audiencia comprenda que leyendo a Alberti en el libro sobre Roma citado anteriormente, se puede entender muy bien por qué San Pedro, sentado en bronce inmovilizado en la Basílica que lleva su nombre, pide a Dios todos los días que le dejen de besar sus pies gastados, para bajar al río y volver a ser pescador, que “es lo mío”. Como la Virgen del Amor, que es madre solo para quienes la comprenden así, sin necesidad de medalla alguna. Como el papa Francisco en estos días, sin ir más lejos, que quiere cambiar el Vaticano para que sea una casa auténtica de Dios, una Iglesia, pero bajando al río, porque al fin y al cabo, como él lo aprendió de San Pedro, “es lo suyo”.

Sevilla, 10/XI/2015

Forges, siempre Forges

FORGES

Forges se ha ido a los cielos que siempre dibujaba en trazos laicos. Con él, los funcionarios fuimos noticia en muchas ocasiones, no por el trabajo digno diario, mayoritario en todo el país, sino por una forma de estar en el mundo que no gusta en determinadas ocasiones a la ciudadanía.

Existe una corriente popular sobre funcionarios y funcionarias de este país, altivos, que he recordado en varias ocasiones en este blog: “A Blanca, la protagonista de una novela entrañable de Antonio Muñoz Molina, En ausencia de Blanca, no le gustaba pronunciar la palabra “funcionario”, aludiendo a Mario, su marido. Cuando Blanca quería referirse a las personas que más detestaba, las rutinarias, las monótonas, las incapaces de cualquier rasgo de imaginación, decía: “son funcionarios mentales”. Cuando en una ocasión vi aquel chiste de Forges, brillante humorista español, en el que aparecían tres presuntos funcionarios echados hacia atrás en sus sillones, con las manos cruzadas en la nuca y diciendo: “se me abren las carnes cada vez que me dicen que me tengo que ir de vacaciones…”, me pregunté el porqué de estas interpretaciones de la calle. Sin comentarios. Pasados los años y ante la noticia del fallecimiento de Forges, tomo conciencia otra vez de que los funcionarios no sabemos muchas cosas que los ciudadanos y ciudadanas de este país sospechan en la relación diaria con la Administración correspondiente.

Lo digo hoy como exempleado público, porque he crecido junto a la reiterada referencia a Larra, ¡vuelva usted mañana!, en todos los años de dedicación plena a la función pública: educativa, sanitaria, tributaria y económico-financiera, construyendo día a día y, en contrapartida, lo que llamaba “segundos de credibilidad pública”. Me ha pesado mucho la baja autoestima, ¿larriana?, que se percibe en el seno de la Administración Pública por una situación vergonzante que muchas veces no coincide con la realidad, porque desde dentro de la misma Administración hay manifestaciones larvadas, latentes y manifiestas (valga la redundancia) de un “¡hasta aquí hemos llegado!” por parte de empleadas y empleados públicos excelentes, que tienen que convivir a diario con otras empleadas y empleados públicos que reproducen hasta la saciedad a Larra (a veces, digitalizado) y que hacen polvo la imagen auténtica y verdadera que existe también en la trastienda pública. Y muchas empleadas y empleados públicos piensan que la batalla está perdida, unos por la llamada “politización” de la función pública, olvidando por cierto que la responsabilidad sobre la Administración Pública es siempre del Gobierno correspondiente, y otros porque piensan que el actual diseño legislativo de la función pública acusa el paso de los años y que la entrada en tromba de las diferentes Administraciones Públicas de las Comunidades Autónomas, obligan a una difícil convivencia de la legislación sustantiva sobre la particular con las llamadas “peculiaridades” de cada territorio autónomo”.

El chiste de Forges que encabeza estas líneas sirve hoy para agradecerle que removiera con sus viñetas sabias las conciencias quietas de personas en su función diaria en la Administración. Supongo que en los cielos sabrá dibujar el día a día del otro mundo posible. Espero con emoción la fecha de su publicación. Celestial, por supuesto.

Sevilla, 22/II/2018

Pensiones: hoy es el tiempo que puede ser mañana

He participado recientemente en una charla-coloquio promovida por la Asociación de Vecinos Santa Clara y el Club del mismo nombre. Por petición expresa de los asistentes, cumplo el compromiso de entregar el documento que recoge lo que allí expuse de la mejor forma que supe hacerlo en ese momento. Muchas veces he dicho que nadie se baña dos veces en el mismo río. Por tanto, lo que allí ocurrió es irreproducible en conocimiento, sentimientos y emociones vividas en ese momento. Pero las palabras se las lleva el viento y es un compromiso social entregar información para que todas las personas interesadas en estas cuestiones podamos ser más libres a través del conocimiento informado. También, por un principio de transparencia.

Adjunto el documento que preparé para la citada charla-coloquio, pensando que pueda ser útil en el largo recorrido que queda a los pensionistas en este país, en el que debemos movilizarnos con carácter inmediato para que se escuche nuestra voz. No olvido lo que aprendí un día ya lejano de Quilapayún, en su Cantata de Santa María de Iquique: “con el amor y el sufrimiento se fueron aunando las voluntades”. Ha llegado el momento de actuar. Con independencia de lo que puedan hacer los partidos de izquierda o de abajo, los de toda la vida al final, en relación con las pensiones, deberíamos aunar voluntades con el amor y el sufrimiento, desde las bases ciudadanas y populares, para luchar por un futuro digno de las pensiones, propio y ajeno, como aprendimos en la Cantata que no me avergüenza citarla todavía hoy. Deberíamos celebrar encuentros en la calle, tomarla en el sentido más democrático del término, inundar las redes de mensajes solidarios, publicar artículos en blogs y mensajes cortos en redes sociales, plantear debates en el tejido asociativo en el que estemos insertos, estar presentes en todos los medios de comunicación y celebrar actos en foros públicos y abiertos, entre otras muchas actividades, para demostrar y demostrarnos que todavía hay una solución a la situación actual de las pensiones en este país sin tener que esperar pacientemente y en silencio cómplice a un cambio que no está próximo. Es imprescindible la movilidad social y las redes sociales son esenciales para organizarnos y encontrarnos en lugares abiertos, en la Noosfera (la piel pensante que envuelve el mundo), para demostrar que otro país es posible.

Aprendí de Víctor Jara que “hoy es el tiempo que puede ser mañana”. La mejor forma de no olvidarlo es atender estas palabras en su hoy, que ahora es el nuestro, porque no han perdido valor alguno al recordarlas en estos momentos cruciales para este país. Sería una forma de salir del silencio cómplice en el que a veces estamos instalados para complicarnos la vida en el pleno sentido de la palabra. Merece la pena porque en la izquierda digna se sabe que mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. Palabra de Allende y ¿por qué no?, nuestra.

Sevilla, 21/II/2018

Planchando con Mozart

Una de mis tareas domésticas en el tiempo de júbilo que vivo en la actualidad es el planchado semanal. Es un arte que he vuelto a practicar recordando mi etapa de soltería en la que iba con facilidad del timbo al tambo profesional y doméstico. Pero lo que he descubierto en el momento actual es el placer de hacerlo acompañado casi siempre por Mozart, porque mi transistor de toda la vida está anclado en el dial de Radio Clásica y casi siempre coincide la tarea de la plancha con un espacio de la mañana, Música a la carta, que me recuerda mis años de niñez y juventud en Madrid cuando también buscaba en una preciosa radio Philips (por si acaso sonaba una flauta querida, por casualidad) la música dedicada de los radioyentes anónimos que siempre pronunciaban la misma frase machacona de la época: “a Fulanito o Fulanita de Tal, que me estará escuchando”.

Hoy, una vez más, Mozart me ha acompañado en el momento de planchar una camisa. Ha sido una petición a la presentadora de ese espacio, Silvia Pérez Arroyo, que ha comentado lo solicitado por el oyente, sin saber que yo la estaba escuchando… Nada más y nada menos, que el Adagio del Concierto para piano, número 23 (K. 488). Es curioso, pero ya había recogido sensaciones especiales de este movimiento en un post escrito en 2012, que llevaba un título especial: La inteligencia es bella. He tardado en plancharla el tiempo de esta maravillosa composición, seis minutos y trece segundos (1), una obra que Mozart presentó en Viena el 7 de abril de 1786, en un acto de la Cuaresma, recaudando fondos para su propia supervivencia doméstica, bajo la denominación de concierto por suscripción. Las arrugas de la zona de botones, delantera, espalda, hombros, sisa, ¡mangas! y cuello han sucumbido bajo el peso implacable de la suela de mi plancha de vapor y la guía permanente de mi mano izquierda (sobre todo cuando se desliza sobre las mangas para evitar las arrugas ocultas), hasta quedar perfecta, colgada en su percha, en los compases finales del Adagio… He sentido en ese tiempo la utilidad de lo que algunos mal pensados llaman “placeres inútiles”.

Planchar también puede ser bello, incluso muy útil en tiempos de esos mal llamados placeres inútiles. No digamos si añadimos a este placer el hecho de que lo diga un hombre. Pero tenemos que empezar a normalizar estas situaciones sencillas, domésticas que permiten que la vida sea más amable, incluso bella. Cualquier momento de la vida puede serlo, en la clave que siempre vuelvo a leer en mi memoria de hipocampo, recordando mensajes que aprendí del guion de la película interpretada por Benigni, La vida es bella, leído por mí en bastantes ocasiones y recordado frecuentemente en este cuaderno de “derrota” (en lenguaje marino). Me ayudó a comprender también que la inteligencia es bella cuando ayuda a resolver los pequeños o grandes problemas del día a día. Guido Orefice o Roberto Benigni, tanto monta-monta tanto, el protagonista, explicaba bien cómo podíamos ser inteligentes al soñar en proyectos: poniendo (creando) una librería, leyendo a Schopenhauer por su canto a la voluntad como motor de la vida y sabiendo distinguir el norte del sur. También, porque cuidaba de forma impecable la amistad con su amigo Ferruccio, tapicero y poeta. Hasta el último momento.

Es verdad lo dicho anteriormente. Hoy, la inteligencia también es bella incluso en tiempos de júbilo, planchando… Eso sí, con Mozart.

Sevilla, 20/II/2018

NOTA: el vídeo pertenece a una campaña publicitaria de Air France. Es una historia muy corta: un vuelo. Una pareja de bailarines franceses, Benjamín Millepied (el responsable de la coreografía de la película Cisne Negro) y Virgine Caussin, interpretan una coreografía, El vuelo, sobre un espejo de 400 metros cuadrados instalado sobre la arena del desierto en Marruecos, nacida a partir de un beso, que constituye la metáfora del vuelo de un avión. Un spot de Air France que me acercó en su momento a Mozart, porque la música de fondo es su maravilloso Adagio del Concierto para piano, número 23 (K. 488).

(1) La interpretación del Adagio citado la escucho habitualmente en la versión de la Orchestra Philharmonia, dirigida por Paul Freeman y grabada en la Iglesia de San Agustín en Londres, en el año 1992 (MOZART, Complete Works, 2006, Brilliant Classics (250 Years).

¡Preferiría no verlo, Mr. Trump!

BARTLEBY EL ESCRIBIENTE

Preferiría no escribir este artículo, preferiría no hacerlo. Hoy he sentido la necesidad de parar mi mundo para bajarme momentáneamente de él. Con profunda tristeza he visto por televisión la visita del presidente Trump a diferentes heridos de la masacre que se produjo el miércoles pasado en Florida, en la escuela de secundaria Marjory Stoneman Douglas, en la que murieron 17 personas. También, la fotografía oficial de su posado presidencial en una habitación del Broward Health North Hospital en compañía de la primera dama y las palabras que ha dirigido a la policía que intervino en esos momentos terribles para decirles entre risas que merecían que se les subiera el sueldo, junto con una felicitación directa al FBI por su actuación en relación con el seguimiento del autor de los disparos, criticada duramente por el gobernador de Florida, presente durante la visita sorpresa de Trump. Con la misma superficialidad, he visto cómo hacía mutis por el foro cuando un periodista le ha preguntado que pensaba hacer en relación con el uso de las armas en un país tan permisivo con las mismas.

El informativo ha seguido dando noticias de diverso cuño, porque el mundo sigue, pero he sentido un desconsuelo que me impedía seguir atento al televisor. Acababa de asistir a un espectáculo del sinsentido actual de la gobernanza en EE. UU. Trump ha demostrado en pocos segundos que no es un modelo en quien fijarse para recorrer el largo camino de la vida. No son de recibo las formas que ha transmitido al mundo en la visita oficial a los principales afectados por los terribles asesinatos de ayer. La pose oficial está muy alejada de la compasión que se espera de un alto mandatario que debe respetar por encima de todo el interés general e individual en sucesos como los que ocurrieron ayer. La frialdad de la presencia institucional del presidente en Florida se palpaba por todos los lados y parecía más un acto de trámite oficial que otra cosa.

Sinceramente, preferiría no verlo, ni leerlo. Ni escucharlo. Preferiría no escribir este artículo. Reconozco que la lectura del relato de Herman Melville, Bartleby el escribiente, me marcó durante una etapa de mi vida. Recuerdo en bastantes ocasiones la frase preferida de Bartleby, ante cualquier petición de su patrón: “preferiría no hacerlo”. Es muy difícil en la vida ordinaria tomar este tipo de decisiones, sin llegar al absurdo del protagonista del relato citado, pero en muchas ocasiones habría que copiarle sin temor alguno.

En cualquier caso, lo más terrible de Trump es su silencio cómplice en relación con el uso y abuso de las armas en su país, en el que asistimos con demasiada frecuencia a sucesos execrables por la desidia legislativa al respecto. El tiroteo de Florida y su resultado no debería dejar tranquilo a nadie, pero menos al presidente de la nación más poderosa del mundo, porque con estas muertes se vuelven a sobrepasar todos los límites que puede soportar la dignidad individual y colectiva de las personas que quieren vivir en paz.

Sevilla, 17/II/2018

Pajarracos y pajarillos

PAPAGENO3

Puerta de Papageno. Teatro sobre el río Viena / Marcos Cobeña Morián

Entre mis clásicos personales de lectura se encuentra el escritor Manuel Rivas. El domingo pasado publicó en El País Semanal una columna preciosa, El asesor del presidente, con un subtítulo atrevido en su enunciado no inocente: “¿Qué clase de aves anidan en La Moncloa? Los gorriones son los mejores estrategas en los procesos de adaptación y los más innovadores según las necesidades”. Recomiendo su lectura porque con su maestría habitual desarrolla un mensaje conductor que no tiene desperdicio.

En tal sentido, me ha recordado unas palabras que escribí sobre este pajarillo tan amable, con un título muy cercano al canto que le dedicó Juan Manuel Serrat en un clásico popular, Tutearnos con las nubes, como un gorrión, donde abordaba el papel que podían jugar ciertos pájaros en nuestra vida, ya sean asesores o aves que nos susurran ciertos comportamientos al oído: “Siento un respeto especial hacia este pájaro tan diminuto, que he conocido bien a lo largo de mi vida. Desde el Parque del Retiro en Madrid, hasta el de María Luisa en Sevilla, es de los pocos pájaros que he distinguido bien en su alegre caminar, saltarín por excelencia y de una nobleza más que encomiable, porque se posa en tu mano con cierto descaro con solo ofrecerle una migaja de pan. Pero hay dos gorriones que me han marcado en mi vida, el de Serrat en su delicada canción Como un gorrión y el de Manuel Rivas en su precioso relato La lengua de las mariposas, a través de Pardal (gorrión, en gallego), un niño con ese nombre que llevo dentro de mi persona de secreto. Hasta que hoy he conocido a través de un fotoensayo de Juan Millás que los gorriones desaparecen y he sentido como si los gorriones a los que he querido especialmente fueran a desaparecer algún día también de mi vida interior: “Contrariamente a otras aves urbanas que en las plazas nos miran desde el desafecto, el gorrión tiene algo de hombrecillo emplumado que anhela nuestra suerte y forma de vida”.

Cuenta Manuel Rivas que el presidente de EE. UU., Thomas Jefferson, tenía en su despacho oval de la Casa Blanca un cenzontle o sinsonte al que llamaban Dick, citando una referencia de Jennifer Ackerman en su libro El ingenio de los pájaros: “Siempre que estaba solo, abría la jaula y dejaba que aquel pajarillo volara libremente por la estancia. Tras revolotear durante un rato de objeto en objeto, Dick se posaba sobre su escritorio y le regalaba las notas más dulces, o bien se posaba en su hombro y comía de sus labios”. De esta experiencia, salta Rivas a una afirmación inquietante: “No sé con quién se asesora el señor Rajoy. Uno de sus consejeros y redactor de discursos era Jorge ­Moragas, destinado ahora como representante de España ante la ONU, en Nueva York, donde quizá tenga la suerte de escuchar algún cenzontle. Tampoco sé qué clase de aves viven y anidan en La Moncloa. Seguro, eso sí, que hay algún gorrión. Según Louis Lefebvre, los gorriones son los mejores estrategas en los procesos de adaptación y los más innovadores según las necesidades. Pero ¿quién escucha hoy en España a un gorrión?”.

Suelo contemplar de cerca a los gorriones y siempre los asocio a Pardal, el niño-gorrión de Manuel Rivas que estaba asombrado con su profesor republicano porque un día le dijo que podría ver la lengua de las mariposas con el microscopio que esperaban con ardiente impaciencia de los de la Instrucción Pública, “[…] una trompeta enroscada como un muelle de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cuando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar, ¿a que sentís ya el dulce en la boca como si la yema fuese la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa”. Y aquel niño, como un gorrión, tuvo siempre envidia de las mariposas: “Qué maravilla. Ir por el mundo volando con esos trajes de fiesta…”. Así, ensimismado con la vida, hasta que un día el maestro, Don Gregorio, desaparece en una cordada de presos durante la guerra civil española, a los que incluso él insulta y tira piedras por el sinsentido de la vida, por tanto silencio cómplice que nos asola ¡Qué paradoja tan cercana!

Una vez más me retiro a mi rincón de pensar y escucho la canción de Serrat que tanto me aportó en mi vida joven, porque soy consciente, todavía hoy, que “nació libre como el viento, / no tiene amo ni patrón / y se mueve por instinto / como un gorrión”. Con el estribillo de la vida que cada uno pone a su verdad verdadera. La de Papageno, encantador de pájaros, sin ir más lejos o… sí, para tutearnos con las nubes mientras lo permita el cambio climático. Como un gorrión. Muchas veces he explicado en intervenciones públicas lo que cuento a continuación. Siempre me ha asombrado el papel de Papageno, el protagonista de una ópera especial de Mozart, La Flauta Mágica, por su profesión: encantador de pájaros y su simbología tan cercana a la vida, frente a la muerte tan propicia para la Reina de la Noche. Todavía recuerdo de mi viaje a Viena en 2007 la mirada de Papageno en su puerta del teatro sobre el río Viena (mi querido Teatro de barrio), sintiéndose cómplice del movimiento de la Secesión, a escasos metros de su deteriorada figura, cubierto de plumas y con su inseparable jaula para meter/sacar los pájaros encantados, sin saber nunca a qué tipo de pájaros –uccellaci o uccellini (pajarracos o pajarillos), protagonistas de la excelente película del mismo nombre, dirigida por Pier Paolo Pasolini- se estaba refiriendo en su larga andanza.

He recordado a este personaje tan entrañable, Papageno, como si fuera posible invitarle a rescatar hoy en su jaula a los gorriones en peligro de extinción, frente a los pajarracos o pajarillos que quizá asesoran ahora al presidente de nuestro país. Lo que de verdad preocupaba a Manuel Rivas en su columna habitual, porque los gorriones, según el científico Louis Lefebvre, “son los mejores estrategas en los procesos de adaptación y los más innovadores según las necesidades”. Necesarios o imprescindibles, según los queramos rescatar, escuchar o apreciar en su pequeñez extrema.

Sevilla, 9/II/2018

El ejemplo de Amaia Romero Arbizu

Este país necesita recuperar personas modélicas para aprender que es posible rescatar valores éticos ya perdidos. La vencedora de Operación Triunfo, Amaia Romero Arbizu, no “Amaia de España”, una chica de Pamplona de 19 años recién cumplidos, que viene siendo últimamente un ejemplo para millones de jóvenes de este país que encuentran en ella un modelo en el que fijarse, ha triunfado no para  ser reina por  un día sino porque viene trabajando en su sueño desde que era pequeña, con gran esfuerzo y perseverancia en relación con algo que ama por encima de muchas cosas: la música.

Ha demostrado a lo largo de tres meses que nada es fácil en un recorrido serio de competencia legítima concursal, porque el recorrido vital la avala desde el primer día. Es verdad que vive en Pamplona en un ecosistema muy cercano a la música, con varios miembros de la familia que viven dedicados a ella. Pero también es verdad que desde que era pequeña se ha formado día a día para conocer la música desde su esencia más pura y la ha llevado a estudiar mucho para cantar y tocar diversos instrumentos con una cierta predilección por el piano. Oírla cantar es una delicia porque se transforma en su interior para transmitir sentimientos y emociones.

Ha llegado la hora de desembarazarse del producto de Operación Triunfo. Es el momento de que no se convierta en mercancía su forma de ser y estar en el mundo. Leía recientemente que lo más importante para Amaia y para lo que representa para millones de jóvenes en España es el día después de su merecido triunfo y cuando salga definitivamente de la Academia: “Lo mejor que le puede pasar a Amaia es dejar de ser Amaia de España y ser algo mucho más importante: ser Amaia Romero. Es decir, lo mejor que le puede pasar a esa chica de sonrisa inocente y voz con duende es salir de Operación Triunfo. No ahora, que no puede, pero sí después, cuando el negocio quiera exprimirla y hacer de ella un producto. Lo mejor sería que rompiese con el molde y con esa mirada teledirigida del programa y se convirtiese en la artista que se intuye que lleva dentro” (1).

Las redes sociales la han encumbrado hasta lo más alto. Espero que sigan apoyándola para que no pierda su quintaesencia como persona humilde que se ha hecho a sí misma. La revolución digital tiene poderes fácticos que se necesitan para compartir éxitos humanos y porque llegan hasta los lugares más recónditos del país. Amaia merece el respeto de todos y que la ayudemos a triunfar en la vida en lo que más ama: la música, que sigue siendo después de muchos siglos una compañera en la alegría y un bálsamo muy eficaz en el dolor.

Personalmente, me ha servido su ejemplo para coger los autobuses de los lunes y asistir a mi clase de violín como si tuviera ahora, a mis setenta años, la ilusión del primer día. También, cuando aplico lo que he aprendido a la hora de tocar el piano y el clave. Sé que, si imito su perseverancia, llegará el día en que pueda interpretar el minueto de Bach (BWV Anh. 116) que ensayo con dificultad en la actualidad, con el encanto que Amaia es capaz de tocar los preludios de Chopin, que los he escuchado. Mejor todavía, cuando canta la nueva versión de Víctor Jara de su obra tan querida “Te recuerdo Amanda”, que tanto me enseñó el siglo pasado a estar siempre cerca de los más débiles. Porque Amaia, que reconoció en su momento que no conocía la canción, la interpreta como los ángeles porque lleva la revolución ética dentro de su alma. Es lo que hoy le agradezco, su gran ejemplo de vida dedicada por entero a lo que más ama.

Sevilla, 6/II/2018

(1) https://elpais.com/cultura/2018/01/24/television/1516823743_995958.html?rel=mas

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