
He leído con atención la entrevista de Maite Rico, subdirectora de El País, a Mario Vargas Llosa, publicada en El País Semanal del 25 de febrero. La entradilla me pareció muy sugerente y me puse manos a la obra o lo que es lo mismo, la leí detenidamente en dos ocasiones porque descubrí inmediatamente que no era inocente y que abordaba cuestiones que me pre-ocupan (sic) mucho últimamente. Dicha entrada era triunfal interpretando lo que venía después, pero una vez concluida la tarea de lectura reposada, deseo compartir con la Noosfera mi valoración en sus aspectos centrales.
El resumen introductorio decía exactamente lo siguiente: “Además de crear ficciones memorables, el Nobel de Literatura se ha batido incansable por la defensa de la sociedad libre. Con su nuevo ensayo, ‘La llamada de la tribu’, quiere reivindicar el pensamiento liberal y rendir homenaje a siete autores que lo marcaron. Con él hablamos del liberalismo, de la ceguera de los intelectuales con los totalitarismos y de los peligros que acechan hoy a la democracia”. Era obvio que Vargas Llosa venía “a hablar de su libro” (Umbral dixit), pero me interesaba mucho adentrarme en su análisis del pensamiento liberal, de sus contrarios y de la conclusión del encuentro bajo el ropaje de los peligros de la democracia. Hasta ahí, todo en su sitio.
No he leído el libro, pero me ha pre-ocupado (en el buen sentido de las dos palabras) la vertiente cuasi autobiográfica en la que se manifiesta el premio Nobel, “su evolución desde el marxismo y el existencialismo a la revalorización de la democracia y el descubrimiento del liberalismo”, sobre todo porque la lectura de la entrevista deja entrever un camino tortuoso hacia el liberalismo más radical que podamos pensar, con apreciaciones para mí discutibles, partiendo de un supuesto elemental en su giro copernicano personal, es decir, la apreciación progresiva de lo individual y la cuasi desaparición de los otros, en el sentido más plural de “otros”. Veremos el porqué de esta pre-ocupación.
Para empezar, es difícil comprender en pocas palabras el análisis telegramático del nacimiento del liberalismo y de los ataques sufridos a lo largo de su dilatada historia. Es una historia personal que también han escrito muchas personas y muchos intelectuales, pero las cosas no se deben sacar de quicio porque, aun siendo verdad lo que expone sobre estos procesos de conversión de izquierda a liberalismo, no es el modelo por excelencia que permita a la sociedad avanzar unida y pretender también que nunca sea vencida por la sinrazón. Siento que determinados ejemplos de su entrevista, desde el principio de ésta y hasta el final, se tomen como referencia de la necesaria deriva hacia el liberalismo. No lo comparto y, además, no es verdad que esta opción intelectual sea la que pueda dar cauce al desencanto personal y social que existe en la actualidad.
Es curioso explorar el nacimiento del liberalismo y su asunción por la filosofía, con ejemplos tan significativos como el expuesto en el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora. Es una experiencia muy peculiar porque cuando se desea consultar la entrada dedicada a liberalismo, directamente remite en una escueta referencia a que se vea “anarquismo”. Me sorprendió siempre esta referencia, pero leyendo la voz de anarquía, según Ferrater Mora, comprendí bien uno de los riesgos básicos del alcance del liberalismo: la libertad sin referencias se puede alcanzar con el único culto al individuo como ser soberano y responsable.
En la entrevista, Vargas Llosa aborda asuntos muy fronterizos que es muy difícil aceptar sin más. Quizá, el que me ha llamado más la atención es cuando se refiere a la esencia del liberalismo: “[…] … no solo admite, sino que estimula la divergencia. Reconoce que una sociedad está compuesta por seres humanos muy distintos y que es importante preservarla así. Es la única doctrina que acepta la posibilidad de error. Por eso insisto mucho: no es una ideología; una ideología es una religión laica. El liberalismo defiende algunas ideas básicas: la libertad, el individualismo, el rechazo del colectivismo, del nacionalismo; es decir, de todas las ideologías o doctrinas que limitan o cancelan la libertad en la vida social”.
No es verdad. El liberalismo es una ideología más, concreta, con todos los bagajes que se esperan de ella, con un matiz esclarecedor consistente en la negación y olvido de “los otros” como artífices de la democracia en favor del individualismo soberano, con un suelo firme enraizado en la economía pura y dura que debe beneficiar siempre al individuo y con escasa regulación e intervención del Estado. Como todas las ideologías, ésta tampoco es inocente, aunque diferente según las bases de creencias que las sustentan y de que ataquen o no a la razón: “no hay ninguna ideología inocente: la actitud favorable o contraria a la razón decide, al mismo tiempo, en cuanto a la esencia de una filosofía como tal filosofía en cuanto a la misión que está llamada a cumplir en el desarrollo social. Entre otras razones, porque la razón misma no es ni puede ser algo que flota por encima del desarrollo social, algo neutral o imparcial, sino que refleja siempre el carácter racional (o irracional) concreto de una situación social, de una tendencia del desarrollo, dándole claridad conceptual y; por tanto, impulsándola o entorpeciéndola” (1).
Cuando aborda el papel de los intelectuales en relación con la democracia hace una manifestación muy dura e irreal sobre el papel que juegan en la acción política: “Los intelectuales, con una ceguera enorme, han visto siempre la democracia como un sistema mediocre, que no tenía la belleza, la perfección, la coherencia de las grandes ideologías”. Con todos los respetos, es muy injusta esta valoración porque basta leer la historia pasada y presente del mundo para reconocer con orgullo humano el papel desempeñado por miles de personas que pusieron y ponen su inteligencia al servicio del bien común. Es un asunto que me ha preocupado siempre y he escrito en varias ocasiones en este blog sobre el compromiso intelectual hasta las últimas consecuencias: “Un intelectual es concebido como un ser alejado de la realidad que se suele pasar muchas horas en cualquier laboratorio de la vida y de vez en cuando se asoma a la ventana del mundo para gritar ¡eureka! a los cuatro vientos, palabra que no suele afectar a muchos porque nace del egoísmo de la idolatría científica, social y política correspondiente. Por eso hay que rescatar la auténtica figura de las personas inteligentes que ponen al servicio de la humanidad lejana y, sobre todo, próxima, su conocimiento compartido, su capacidad para resolver problemas de todos los días, los que verdaderamente preocupan en el quehacer y quesentir diario. Cada intelectual, hemos quedado en “cada persona”, que toma conciencia de su capacidad para responder a las preguntas de la vida, desde cualquier órbita, sobre todo de interés social, tiene un compromiso escrito en su libro de instrucciones: no olvidar los orígenes descubiertos para revalorizar continuamente la capacidad de preocuparse por los demás, sobre todo los más desfavorecidos desde cualquier ámbito que se quiera analizar, porque hay mucho tajo que dignificar. Si esa militancia es independiente, otra cuestión a debatir, es solo un problema más a resolver, pero no el primero”.
El liberalismo es una ideología incompleta. Intenta flotar por encima de la sociedad en general en favor del individuo porque es soberano, contemplando solo el Estado como testigo de cargo, pero con intervenciones mínimas, cosméticas tan solo, porque casi no es necesaria su presencia. La razón liberal es incompleta siempre porque el individualismo limita la posibilidad de transformar el mundo sin dejar a nadie atrás. Lo estudié en su día en la obra de Ferrater Mora y no lo he olvidado.
Sevilla, 27/II/2018
(1) Lukács, G. (1976). El asalto a la razón. Barcelona: Grijalbo, pág. 5.
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