Soñar es crear despiertos

EL SUENO

Recuerdo los ojos de mi esposa otra vez. Nunca veré cualquier cosa más aparte de esos ojos. Ellos preguntan.

Antoine de Saint Exupéry, Terre des Hommes, 1939

Sevilla, 31/VII/2019

El neurocientífico Mariano Sigman decía recientemente que mientras dormimos “[…] el cerebro ni se apaga ni trabaja a media máquina. Al contrario, funciona a pleno consumiendo tanta energía como durante la vigilia. Y muchas historias sugieren que el sueño es de hecho una usina creativa”. La palabra usina se utiliza en Argentina con un sentido más acotado que en España, que interpretamos como fábrica, aunque conviene leer con precisión su significado según nos enseña el diccionario de la Real Academia Española, que tiene un sentido más profundo relacionado con el cerebro y derivado de la palabra francesa “usine”: “Instalación industrial importante, en especial la destinada a producción de gas, energía eléctrica, agua potable, etc.”. Es un término utilizado frecuentemente en Latinoamérica, sobre todo en Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Perú.

Es verdad. El cerebro no “duerme” sino que se organiza de nuevo durante el sueño, dejando fluir escenas preciosas o tristes para nuestra vida, mientras que los millones de neuronas trabajan de forma armónica para reagruparse por estructuras mientras dormimos: amígdalas, hipocampo, córtex y el resto de las estructuras cerebrales preparan el cerebro para su “encendido” general al despertarnos. Los resultados cada mañana son mágicos e impredecibles.

La magia de soñar despiertos o dormidos, es una realidad cerebral que no está en el mercado ni podemos comprar en Amazon en oferta prime. La tiene de fábrica (nunca mejor dicho) cada ser humano, aunque el desarrollo de las diferentes estructuras cerebrales no es inocente y la preparación para el sueño confortable o no, a lo largo de la vida, es cooperante necesario para cada persona. Es una singularidad humana por excelencia y la dificultad estriba en saber contar o narrar el sueño de cada uno, de cada una. Me parece una cualidad humana fascinante.

Hace unos años pudimos ver una campaña en televisión de Lotería y Apuestas del Estado (Sociedad Mercantil Estatal adscrita al Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas de España), pagada con dinero público y que curiosamente intentaba convencernos de una realidad tergiversada por la crisis de valores que atraviesa la sociedad actual. La campaña tenía una idea fuerza que machaconamente se repetía en cada spot: no tenemos sueños baratos. Nos transmitía un mensaje directo, no subliminal, porque comprando La Primitiva se pueden cumplir los sueños caros, en una descarada declaración de principios y de valores sobre la que ya nos alertaba Machado al recordarnos algo proverbial: todo necio confunde valor y precio.

¿Soñar creando es caro? No, todo es ponerse en determinados momentos de la vida consciente (el sueño inconsciente es harina de otro costal humano, sin acudir necesariamente a las interpretaciones de Freud), cuando nos hacemos con las riendas de nuestros valores y los echamos a volar despiertos. En este sentido vuelvo a mi museo de sueños queridos viendo la fotografía que encabeza estas palabras, realizada por Man Ray, en 1937, a la que tituló Sueño, en la que aparecen Consuelo de Saint-Exupéry (esposa-rosa del autor de El principito, tan de actualidad siempre) y Germaine Huguet. Pertenece a esa colección de imágenes que cada uno lleva en su cerebro de secreto, que no necesitan comentarios especiales, porque siempre se asocian a experiencias personales e intransferibles, aunque observándola con detalle sobrecoge la posición de los párpados de ambas mujeres, los labios entreabiertos de Germaine como queriendo decir algo bello, que sugieren un sueño reparador en un momento preciso en la vida de cada una.

Saco una bella lección. En estos momentos de contexto complejo para todos, sin excepción, hay que mirar la excelente fotografía de Ray con atención preferente y aprender a cerrar los ojos ante aquello que no nos proporciona bienestar alguno, buscar un rincón de paz en la vida particular de cada uno y soñar de forma consciente, como lo hacen estas mujeres, sin esperar al sueño de la noche, que casi siempre se queda en el olvido. O al sueño caro al que nos invitaba el spot citado y de forma no inocente.

Me acuerdo…, emulando a Joe Brainard, de que en 2015 leí un artículo en una revista de la Fundación Vicente Ferrer, sobre las fábricas de sueños en India, formando parte de su cultura desde hace más de cien años a través de la industria del cine. La pregunta del millón de dólares es obvia: ¿por qué se denominan así y perviven todavía hoy de esta forma?: “Al público indio le apasionan las películas espectaculares y fantásticas: películas que tienen poco en común con el día a día de la mayoría de la población. Lo cuenta Álvaro Enterría en el libro “La india por dentro”: “Una vez un amigo mío me dijo que no le gustaba el cine occidental: para ver un mundo realista ya tenía el mundo normal. El cine indio fabrica sueños”.

Una última reflexión, de economía circular y de bajo coste, por cierto: es conveniente soñar junto a la persona que queremos, porque la felicidad es mayor, al trenzarse el amor como una cuerda de tres hilos, que difícilmente se puede romper. Y en este tiempo de campaña de lotería que anima a soñar en cosas caras, a tener y no a ser, quiero probar de nuevo las sensaciones que me proporciona contemplar una y otra vez esta bella fotografía. Es lo que tiene no confundir, como todo necio, el valor y precio de este tipo de sueños que, digan lo que digan los demás, no es caro.

La vida sigue siempre dispuesta a ofrecernos miles de oportunidades para creer que todavía es posible ser y estar en el mundo de otra forma, soñando despiertos, porque deseamos cambiar aquello que no nos hace felices, que mina a diario la persona de todos o la de secreto que llevamos dentro. El cine de mi infancia contemplaba siempre descansos pero, cuando soñamos, la vida no se detiene sino que solo esperamos, mientras caminamos, que se cumplan los deseos irrefrenables de alcanzar resultados pretendidos. Descansar en este verano tan prometedor y controvertido desde la vertiente política que tanto nos afecta es, a veces, despertar a nuevas experiencias de lo que está por venir, donde cualquier parecido con la realidad, a diferencia de lo que ocurre con las películas, no es pura coincidencia, sino el fruto de un sueño realizado, porque es legítimo que así sea. Como en el campo, los sueños realizados son solo para quienes los trabajan.

Tenemos un derecho barato que es soñar despierto, creando historias imaginables e incluso reales como la vida misma. Vivo rodeado de personas que sueñan con un mundo diferente, porque no les gusta el actual, porque hay que cambiarlo. A mí me gusta ir más allá, es decir, el mundo hay que transformarlo. Pero surge siempre la pregunta incómoda, ¿cómo?, si las eminencias del lugar, cualquier lugar, dicen que eso es imposible, una utopía, un desiderátum, como si ser singular fuera un principio extraterrestre, un ente de razón que no tiene futuro alguno. No me resigno a aceptarlo y por esta razón sigo yendo con frecuencia de mi corazón y sueños a mis asuntos, del timbo al tambo, como decía García Márquez en sus cuentos peregrinos, buscando como Diógenes personas con las que compartir formas diferentes de ser y estar en el mundo, que sean capaces de ilusionarse con alguien o por algo. De soñar creando, porque los ojos, cuando están cerrados, preguntan.

 

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

Mascarones de proa

MASCARONES DE PROA LIBRO

En la sección de Páginas de este blog, publico hoy en formato libro, Mascarones de proa, la serie que he escrito a lo largo de este mes de julio, con objeto de facilitar su lectura de forma homogénea y para que se pueda descargar libremente al ponerse a disposición universal y gratuita de la Noosfera, la malla de cerebros pensantes que habitan en el planeta.

Como afirmo en el Prólogo, «Un marinero en tierra ama el mar a su forma y manera porque no lo conoce bien. Eso no significa que no lo admire profundamente porque sé que las personas somos capaces de admirarnos de todas las cosas. También de los mascarones y mascaronas de proa y popa, como símbolos extraordinarios de determinadas embarcaciones antiguas, que daban brillo y esplendor a significantes de quienes surcaban los mares del mundo. Pablo Neruda amaba estas piezas marítimas, formando parte esencial de su casa en Isla Negra, en su amado Chile. Para él eran solo juguetes grandes.

Dicen los sabios del lugar y del tiempo marítimo que los mascarones de proa pretendían siempre calmar la ira divina a través de figuras amables que estaban autorizadas a romper continuamente las olas sin descanso alguno. Iban por delante, sin complejos, abriendo surcos marítimos en viajes apasionantes cuando, sobre todo, buscaban islas desconocidas. Voy a surcar también diversos mares de vida a través de ríos que buscan siempre el mar para culminar viajes fascinantes. Para mí, el más importante de todos: el de la palabra que nos queda a través del tiempo.

Todos llevamos un niño o una niña dentro. Neruda sabía que sus mascarones, los juguetes más grandes de su casa, le acompañaban siempre para seguir contándoles historias increíbles vividas durante sus singladuras azarosas: “El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta. He edificado mi casa también como un juguete y juego en ella de la mañana a la noche”.

Entremos en su casa de Isla Negra. Neruda nos espera siempre con ardiente paciencia.

Sevilla, 28/VII/2019

Licencia de Creative Commons
Los mascarones de proa by José Antonio Cobeña Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en www.joseantoniocobena.com.

Donde pongo la vida pongo el fuego

ANGEL GONZALEZ

Sevilla, 27/VII/2019

Ángel González escribió estas bellas palabras (1) en un soneto inolvidable para momentos difíciles. Tengo que reconocer que lo que sucedió el pasado jueves en el Congreso de los Diputados y Diputadas me dejó tocado, pero no hundido: otra vez la izquierda desunida que, así, siempre será vencida.

Abro el libro donde creo que está la clave de lo que me pasa y leo de nuevo, con emoción reverencial, un soneto precioso grabado en mi memoria de secreto, escrito por Ángel González, que sin salir nunca de su infancia se convirtió “de súbdito de un rey, en ciudadano de una república y, finalmente, en objeto de una tiranía”. Zarandeado siempre por el destino, que urdió su trama sin contar nunca con su voluntad:

Donde pongo la vida pongo el fuego
De mi pasión volcada y sin salida.
Donde pongo el amor, toco la herida.
Donde dejo la fe, me pongo en juego.

Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
Vuelvo a empezar sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
No me doy por vencido, y sigo, y juego

Lo que me queda: un resto de esperanza.
Al siempre va. Mantengo mi postura.
Si sale nunca la esperanza es muerte.

Si sale amor, la primavera avanza.
Pero nunca o amor, la fe segura:
Jamás o llanto, pero mi fe es fuerte.

La vuelvo a leer varias veces, para convencerme de que mi fe es fuerte, porque a veces, en la vida, sale amor al siempre va y porque sé que la primavera avanza para unirnos y para que tengamos fe en que, de esta forma, jamás seremos vencidos.

(1) González, Ángel. Palabra sobre palabra. Barcelona: Planeta-Seix Barral, 2018, p. 128.

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de: https://elpais.com/cultura/2018/01/11/actualidad/1515698954_706494.html

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

Obligatoriamente obligados a entenderse

[…] El tema 83, la democracia,
el ácido sulfúrico, los ceros,
el tacón, las hambres, el casamiento
orgánico.

De este mundo los dos sabemos poco.
Y sin embargo, estamos aquí, obligatoriamente obligados a entenderlo.

Rafael Ballesteros, Ni yo tampoco entiendo

La izquierda desunida siempre será vencida. Lo vimos ayer en el espectáculo del Congreso de los Diputados. Lo he escrito en bastantes ocasiones en este blog y a diferencia de lo que decía de forma sabia y metafórica Groucho Marx, recurro a mis principios porque no tengo otros. En el álbum musical de mi vida ocupa un sitio privilegiado una canción muy breve interpretada por Aguaviva, Ni yo tampoco entiendo, con letra del poeta malagueño Rafael Ballesteros, que procuro aplicarla todos los días por su mensaje final. Ha finalizado un largo proceso electoral de casi cinco años, con un acelerón último en los meses de abril y mayo de este año, que muestra de forma clarividente que todos, sin excepción, estamos obligatoriamente obligados a entendernos: partidos políticos y ciudadanía, casi por igual, tanto monta monta tanto, porque los votos son de los ciudadanos que votan. Pretendemos, con nuestro voto, ser dueños de nuestro destino, algunos con más ensoñación democrática de su destino que otros.

Los más antiguos del lugar recordarán esa preciosa canción sobre nuestro destino, interpretada por Aguaviva y sus estrofas finales: “De este mundo los dos sabemos poco. / Y sin embargo, estamos aquí, obligatoriamente obligados a entenderlo”. Decía Manuel Rivas en su columna del domingo electoral de 26 de mayo, en el diario El País, hablando de lo que hace verdaderamente daño a la política, nacional y europea, que “Hay mucha gente desencantada de la política, tal vez porque tenía de ella una visión providencial. Yo no estoy desencantado, ni encantado, porque no espero milagros. Me parece suficiente milagro una política que no haga daño. Aunque imperfecta, que no cause desperfectos. Que no penalice la libertad, que no normalice la injusticia, que frene la guerra contra la naturaleza. Una política que no se nos caiga encima”.

Aquella canción nos dejaba inquietos ante el permanente mundo al revés, tan frecuente en nuestras vidas:

Ni yo tampoco entiendo si se me abre
el grifo y sale una bala tras otra
bala, si abro la puerta y se nos entra
el fusilado y cierro y se me queda
fuera el dedo, si unto amor en el labio entreabierto
y nada, si miro al muro
y todavía distingo los boquetes

A casi veinticuatro horas de la votación de investidura de ayer, tenemos que reconocer que de este mundo de la política de pactos sabempoco, pero estamos aquí obligatoriamente obligados a entenderlo. Por encima de todo, amamos una política que no haga daño, “aunque imperfecta, que no cause desperfectos. Que no penalice la libertad, que no normalice la injusticia, que frene la guerra contra la naturaleza. Una política que no se nos caiga encima”. Y, sobre todo, al estar viviendo en una democracia representativa, ahora toca a los políticos tomar la responsabilidad de entenderse entre ellos. Están obligatoriamente obligados a hacerlo. La izquierda sabe que hay una palabra mágica que no hay que traicionar: unidad. Eso sí, sin esperar milagros, porque es suficiente con que la política no haga daño a nadie que es el principal milagro, terrenal y cercano.

Sevilla, 26/VII/2019

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Mascarón de proa / y 14. La Micaela

LA MICAELA-MARÍA CELESTE

La Micaela (izda.), acompañada de La María Celeste y La Marinera de la Rosa, en Isla Negra

Sevilla, 25 /VII/2019

Abordo el último post de esta serie comentando la existencia de una mascarona de proa de nombre asombroso, La Micaela, el último que incorporó a su colección de Isla Negra, en 1964, aunque tengo que aclarar que Neruda tenía más mascarones en su casa que no he detallado, sí nombrado, en esta serie: El Gran Jefe Comanche, el Pirata Drake, El Armador, La Sin Nombre y algún otro mascarón o mascarona no comentados por el poeta. ¿Los abandono a su suerte? No, porque estoy convencido que tienen historias admirables detrás, sobre todo después de leer atentamente la elegía “A una estatua de proa” (Canto General XIV, El gran Océano, XV), que describe a la perfección lo que sentía Neruda en relación con sus “juguetes grandes”, con bellísimas palabras envueltas en tristeza y lamentación, comprendiendo la intrahistoria de cada uno, de cada una, de todos y todas, siempre desde su amura de babor en tierra:

En las arenas de Magallanes te recogimos cansada
navegante, inmóvil
bajo la tempestad que tantas veces tu pecho dulce
y doble
desafió dividiendo en sus pezones.

Te levantamos otra vez sobre los mares del Sur,
pero ahora
fuiste la pasajera de lo oscuro, de los rincones,
igual
al trigo y al metal que custodiaste
en alta mar, envuelta por la noche marina.

Hoy eres mía, diosa que el albatros gigante
rozó con su estatura extendida en el vuelo,
como un manto de música dirigida en la lluvia
por tus ciegos y errantes párpados de madera.

Rosa del mar, abeja más pura que los sueños,
almendrada mujer que desde las raíces
de una encina poblada por los cantos
te hiciste forma, fuerza de follaje con nidos,
boca de tempestades, dulzura delicada
que iría conquistando la luz con sus caderas.

Cuando ángeles y reinas que nacieron contigo
se llenaron de musgo, durmieron destinados
a la inmovilidad con un honor de muertos,
tú subiste a la proa delgada del navío
y ángel y reina y ola, temblor del mundo fuiste.
El estremecimiento de los hombres subía
hasta tu noble túnica con pechos de manzana,
mientras tus labios eran oh dulce! humedecidos
por otros besos dignos de tu boca salvaje.

Bajo la noche extraña tu cintura dejaba
caer el peso puro de la nave en las olas
cortando en la sombría magnitud un camino
de fuego derribado, de miel fosforescente.
El viento abrió en tus rizos su caja tempestuosa,
el desencadenado metal de su gemido,
y en la aurora la luz te recibió temblando
en los puertos, besando tu diadema mojada.

A veces detuviste sobre el mar tu camino
y el barco tembloroso bajó por su costado,
como una gruesa fruta que se desprende y cae,
un marinero muerto que acogieron la espuma
y el movimiento puro del tiempo y del navío.
Y sólo tú entre todos los rostros abrumados
por la amenaza, hundidos en un dolor estéril,
recibiste la sal salpicada en tu máscara,
y tus ojos guardaron las lágrimas saladas.
Más de una pobre vida resbaló por tus brazos
hacia la eternidad de las aguas mortuorias,
y el roce que te dieron los muertos y los vivos
gastó tu corazón de madera marina.

Hoy hemos recogido de la arena tu forma.
Al final, a mis ojos estabas destinada.
Duermes tal vez, dormida, tal vez has muerto,
muerta:
tu movimiento, al fin, ha olvidado el susurro
y el esplendor errante cerró su travesía.
Iras del mar, golpes del cielo han coronado
tu altanera cabeza con grietas y rupturas,
y tu rostro como una caracola reposa
con heridas que marcan tu frente balanceada.

Para mí tu belleza guarda todo el perfume,
todo el ácido errante, toda su noche oscura.
Y en tu empinado pecho de lámpara o de diosa,
torre turgente, inmóvil amor, vive la vida.
Tú navegas conmigo, recogida, hasta el día
en que dejen caer lo que soy en la espuma.

La Micaela fue la última mascarona que adquirió Neruda, en 1964, para completar su colección de mujeres que navegaban siempre con él, “recogidas, hasta el día en que dejen caer lo que soy en la espuma”, aunque por el contexto histórico de sus azarosas vidas agradezcan ahora la presencia entre ellas del Gran Jefe Comanche, hecho de sequoia roja, como bien decía de él el propio Neruda: “Lo cierto es que nunca desarrugó el ceño: que con arco, hacha, cuchillón y ademán es el valiente entre mis desarmadas doncellas del mar”.

La última en llegar a mi casa (1964) fue la Micaela. Es corpulenta, segura de sí misma, de brazos colosales. Estuvo, después de sus travesías, dispuesta en un jardín, entre las chacarerías- Allí perdió su condición navegativa, se despojó del enigma que ciertamente tuvo (porque lo trajo de los embarcaderos) y se transformó en terrestre pura, en mascarona agrícola. Parece llevar en sus brazos no el regalo del crepúsculo marino sino una brazada de manzanas y repollos. Es silvestre.

Ha sido una experiencia preciosa subirme a la amura de babor de “La Isla Desconocida” para elegir la mascarona de proa incardinada en el bauprés del velero soñado por Saramago, que me ayuda a cumplir todos los días la misión encomendada con la lectura de su “Cuento de la Isla Desconocida”, porque todas las islas, incluso las conocidas, son desconocidas mientras no desembarcamos en ellas, aunque sea la mujer del cuento, la limpiadora convertida hoy en mascarona de proa, la que conoce mejor que nadie lo que de verdad significa buscar islas desconocidas y gritarlo a los cuatro vientos: “Si no sales de ti, no llegas a saber quién eres, El filósofo del rey, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba junto a mí, para verme zurcir las medias de los pajes, y a veces le daba por filosofar, decía que todo hombre es una isla, yo, como aquello no iba conmigo, visto que soy mujer, no le daba importancia, tú qué crees, Que es necesario salir de la isla para ver la isla, que no nos vemos si no nos salimos de nosotros, Si no salimos de nosotros mismos, quieres decir, No es igual…”.

THE END

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Mascarón de proa / 13. El manuscrito de Una casa en la arena 

MANUSCRITO UNA CASA EN LA ARENA

Sevilla, 24/VII/2019

La verdad es que me impresionó conocer que los dos cuadernos manuscritos de Una casa en la arena, el mejor registro oficial de los mascarones y mascaronas de proa y popa de Neruda, están en España, depositados en la Real Academia Española, en el legado correspondiente al académico Antonio Rodríguez-Moñino (rehabilitado por el gobierno franquista para impartir docencia y acceder a la Real Academia Española por sus antecedentes republicanos), a quien se los regaló el poeta, fechado en París, el 25 de noviembre de 1965, con el siguiente texto y su impecable caligrafía de tinta verde: “Estos dos cuadernos son el manuscrito original de Una casa en la arena, que dedico a mi gran amigo Antonio Rodríguez Moñino, a quien me une toda una época de grandes alegrías y dolores mortales”.

En el detalle de los manuscritos, según se puede consultar en la ficha técnica correspondiente de la RAE, se pueden identificar las páginas dedicadas a los mascarones en los dos cuadernos, con la siguiente disposición general de los textos:

Una casa en la arena [Manuscrito] / Pablo Neruda– , 1965
2 v. ; 23 x 17 cm

Autógrafo en dos «caderno de desenho para fins didáticos» de la marca «Minerva»

Incluye: Carta impresa de Pablo Neruda dirigida a Antonio Rodríguez-Moñino, indicándole que le envía este manuscrito

Contiene: Cuaderno 1: El mar. – Laënnec, 19-III-65 ; Estas arenas de granito amarillo son privativas…. – 20-III-65 ; Nadie conoce apenas o todos conocen en vilo… ; Piedras, peñas, peñascos… tal vez fueron segmentos del estallido…. – Laënnec, 21-III-65 ; Ceremonia. – Laënnec, 23 marzo 1965 ; La bandera. – Marzo 22 ; El ancla. – 22 Marzo ; El locomóvil ; La sirena. – 22-III-65 ; La María celeste ; La Micaela. – 23-III-65 ; El gran jefe comanche. – 23-III-65 ; La Cymbelina. – 23-III-65 ; La bonita. – Las Palmas, 28-III-65 / Pablo Neruda.

Cuaderno 2: Dedicatoria a Antonio Rodríguez-Moñino. – París, 25-Noviembre-1965 ; La casa en la arena ; El pueblo. – 25-III-65 ; El pueblo ; Los nombres. – 26-III-65 ; La medusa. – 27-III-65 ; El armador. – Las Palmas, 27-III-65 ; La señalada. – 28-III-65 ; Amor para este libro. – 1-Abril-65 / Pablo Neruda

En el primer cuaderno tít. autógrafo de Pablo Neruda en la cubierta.: «Desde Montevideo al Havre» y en el segundo: «Una casa en la arena»

Manuscritos, con bolígrafo en tinta azul y roja

Leo con respeto reverencial que los escribió en “dos cuadernos de dibujo para fines didácticos, de la marca Minerva”, en tinta azul y roja, situándolos en tiempo y espacio muy concretos, detalle que me ha descubierto localizaciones precisas de sus recuerdos, iniciándolos en el viaje de Montevideo al Havre, después en el tiempo detenido en Laënnec (Lyon) y breves incursiones en Las Palmas, escritos a partir de 19 de marzo de 1965 y hasta 1 de abril del mismo año.

Ceremonia, La Sirena, La María Celeste, La Micaela, La Sirena, El Gran Jefe Comanche, La Cymbelina, La Bonita (éste escrito en Las Palmas), La Medusa, El Armador (de nuevo en Las Palmas) y una incógnita que no he podido descifrar, La Señalada, son recuerdos que he vivido directamente al escribir sobre ellos. ¿La Señalada era otra mascarona? Es una duda que tengo que despejar. Algún día visitaré la Real Academia Española y consultaré los originales. Por ahora, sé que La Micaela fue la última mascarona de proa que añadió a su colección de Isla Negra en 1964.

Junto a La Sin Nombre, La Separada es un reto por descubrir. Apasionante lo aprendido y lo que queda por aprender.

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Mascarón de proa / 12. La Marinera de la Rosa

CASAS NERUDA PEHUEN

Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus (De la rosa solo nos queda el nombre)

Última línea de El nombre de la rosa, de Umberto Eco

Sevilla, 23/VII/2019

De la mascarona La Marinera de la Rosa solo nos queda su nombre, no su historia. No he localizado justificación alguna en la obra de Neruda, de este nombre de la mascarona con traje de marinera y con una rosa en su mano derecha, con rostro serio, pómulos resaltados y mirada perdida en el mar. Pablo Neruda no lo explica en una obra fundamental para conocer a estas compañeras del alma: los cuadernos de su casa en la arena, en Isla Negra. En cualquier caso, es fácil deducir su nombre sencillo por el aprecio que Neruda tenía hacia esa flor. He querido unirla a la María Celeste porque me parece una composición mágica, no inocente, por parte del poeta.

El nombre de la rosa siempre está presente en la obra de Neruda. Se puede comprobar de forma manifiesta en un trabajo publicado en 2000, que llevaba un título emblemático: El nombre de la rosa en la poesía de Pablo Neruda (1), escrito por Luis Robilar Solís, en cuyo resumen hace patente el aprecio por parte del poeta de este vocablo: “Avance de una variable de tesis doctoral sobre los factores que van configurando la identidad de Pablo Neruda en su obra. Su relación materno-infantil, la vida en su hogar de la Araucanía, la ausencia y necesidad de la figura materna, sus primeras lecturas infantiles en Parral, la adolescencia como proceso de transformación identitaria en la erótica de su naturaleza. La rosa, nombre femenino y vegetal, es la palabra clave de sus referencias personales y de sus ulteriores experiencias con distintas mujeres: Rosauras, Rosías, Rosarios, Rosaledas, Rositas, etc. En Neruda, a partir de sus recursos semánticos, se apreciaría una doble identidad, entre su persona y los mensajes polisémicos de su poesía. Su proto-identidad, sin embargo, se mantuvo siempre intacta y unitaria”.

Matiza, a lo largo del artículo que Neruda es explícito en adjetivar las rosas: “[…] luminosas, triunfales, lujuriosas, dolidas, humildes, buenas, encendidas, ausentes, desatadas, quemantes, santas, parraciales, embriagadoras, inútiles, desgarradas, humedecidas, secas, rotas, aladas, dentadas, perdidas, sangrientas, dolidas, únicas, ocultas, pequeñas, tremantes, primeras, fragantes, heridas, vanas, ingenuas, inmensas, confiadas, últimas, tristes, evidentes, iracundas, rápidas, suspendidas, encallecidas, alegres, renacidas, magnánimas, incomprendidas, renacedoras, incitantes, perpetuas, retardadas, sacudidas, rosadas, inencontradas, grandes, silenciosas, sangrientas, incorruptibles, palpitantes, solas, inmensas, ardientes, floridas, recientes, reinas, extendidas, abstractas, quebradas, nutricias, desnudas, obreras, venenosas, insalvables, arquitectónicas, frescas, resurrectas, desnudas, reclinadas, turgentes, descabelladas, nuevas, bellas, profundas, adultas, plenas, espaciosas, escondidas, puras, partidas, instantáneas, inundadas, azarosas, pálidas, locas, abiertas, arrasadas, repentinas, marinas, oscuras, picantes, físicas, ardorosas, extrañas, sensuales, tejidas, feas, róseas, voladoras, inciertas, emperadoras, convertidas, claras, explosivas, duras, diosas, profundas, redondas, sombrías, cenicientas, marchitas, fogosas, silbantes, divididas, hirvientes, madres, indomables, muertas, olorosas, multiplicadas, erigidas, descabelladas, suavísimas, desfallecientes, aromáticas, salvajes, construidas, amadas, endurecidas, voladoras, desbordadas, destrozadas, colosales, congeladas, incesantes, combatidas, fluviales, trituradas, pesadas, rubias, metálicas, imaginarias, educadas, salinas, permanentes, nupciales, enigmáticas, coloridas (la rosa roja del dolor/ o la amarilla del olvido/ o la blanca de la tristeza /o la insólita rosa azul), claras o grises, incluso negras -como la muerte-, deslizantes, libres, saladas, ultramarinas, íntegras, ordenadoras, nadadoras, terrestres, deshojadas, divertidas, mías, adultas, obreras, nuestras, extraviadas, gallardas, hurañas, caídas, resbaladas…; u otras tantas ‘rosas’ predicadas: de poesía, de arrabal, de sudor, del Diablo, de soledad, de emoción, de silencio, del futuro, del pubis, del herbolario, del mar, de invierno, de pulpa, del deseo, de sal, de sensualidad, de alegría, de seda, del porvenir, del espacio, del pezón encendido, de neblina, de nieve, de espinas, de desconsuelo, del olvido, del dolor, de arena, de energía, de tierra, de papel, de alambre maldito, de tristeza, del roble polvoriento, del seno rojo, de alas secas, de pecado capital, de agua, de sangre, de la tierra perdida, de rocío, de la mordedura, de la carne cansada, de púrpura, de ceniza, de Rosía, de aire, de la Patagonia, de leche, de granito, de Ronsard y Du Bellay, de purificación…; otras veces, socializadas en ‘colectivas’, acunadas en ‘regazos’ y ‘lechos’, o viajando sus rutas en ‘naves y veleros’, ‘en libertad’, cantando ‘en el fuego’ o ‘en el cántaro’, y hecha movimiento como: ‘marea escarlata de la rosa’. Así pobló Pablo sus jardines imaginarios, desde aquel desconsolado jardín adolescente, hasta el último, el de ‘invierno’, ya casi letal. Y no contento con tal sumatoria de rosas las amplifica en Rosauras, Rosías, Rosales, Rosarios, Rosalías, rosaledas, Rositas, Evarosas, rosetas, Rosaflores, sonrosos, Rosos; las congrega rubendariamente en ‘Rosal de todas las rosas’ las separa: de una rosa a otra había/ tantos rosales de distancia […].

El gran descubrimiento para comprender por qué llamó La marinera de la rosa a esta mascarona (algo obvio por lo que se ve pero no por lo que esconde en su persona de secreto), llega de la mano de uno de sus preciosos predicados de la rosa, cuando Luis Robilar dice que a las mascaronas “las saliniza como rosas de mar“. Esa chiquilla, acostumbrada a ser besada por el mar es, efectivamente, una rosa marinera, probablemente con un cierto dolor porque estuvo sola ante los peligros de los océanos procelosos, contenta ahora por estar acompañada de una amiga personal de Neruda, la María Celeste, para contarle halagos preciosos del poeta, porque así es la rosa.

NOTA: la imagen de cabecera es la portada del libro publicado por la Editorial Pehuén, Casas Neruda.

(1) https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0716-58112000001200003

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

Mascarón de proa / 11. La Medusa

LA MEDUSA

Sevilla, 22/VII/2019

Creo que esta mascarona estaba presente siempre en el corazón de Neruda, porque le recordaba a Mercedes Urrutia, su última compañera de viaje por la vida: “Me falta tiempo para celebrar tus cabellos. / Uno por uno debo contarlos y alabarlos: / otros amantes quieren vivir con ciertos ojos, / yo sólo quiero ser tu peluquero. / En Italia te bautizaron Medusa / por la encrespada y alta luz de tu cabellera. / Yo te llamo chascona mía y enmarañada: / mi corazón conoce las puertas de tu pelo” (Cien sonetos, XIV). Es una conjetura mía, solo eso, porque era una mascarona muy querida, con una historia increíble en su azarosa vida marina.

Me ocultaron en Valparaíso. Eran días turbulentos y ni poesía andaba por la calle. Tal cosa molestó al Siniestro. Pidió mi cabeza.

Era en los cerros del Puerto. Los muchachos llegaban por la tarde. Marineros sin barco. Qué vieron en la rada? Van a contármelo todo.

Porque yo desde mi escondrijo no podía mirar sino a través de medio cristal de la empinada ventana. Daba sobre un callejón, allá abajo.

La noticia fue que una vieja nave se estaba desguazando. No tendrá una figura en la proa?, pregunté con ansiedad.

Claro que tiene una “mona”, me dijeron los muchachos. Una mona o un mono es para los chilenos la denominación de una estatua imprecisa.

Desde ese momento dirigí las faenas desde la sombra. Como costaba gran trabajo desclavarla, se la darían a quien se la llevara.

Pero la Mascarona debía seguir mi destino. Era tan grande y había que esconderla. Dónde? Por fin los muchachos buscaron una barraca anónima, y extensa. Allí se la sepultó en un rincón mientras yo cruzaba a caballo las cordilleras.

Cuando volví del destierro, años después, habían vendido la barraca (con mi amiga, tal vez). La buscamos. Estaba honestamente erigida, en un jardín de tierra adentro. Ya nadie sabía de quién era ni quién era.

Costó tanto trabajo sacarla del jardín como del mar. Solimano me la llevó una mañana en un camión. Con esfuerzo la descargamos y la dejamos inclinada frente al océano en la puntilla, en el banco de piedra.

Yo no la conocía. Toda la operación del desguacé la precisé desde mis tinieblas. Luego nos separó la violencia, más tarde, la tierra.

Ahora la vi, cubierta de tantas capas de pintura que no se advertían ni orejas ni nariz. Era, sí, majestuosa en su túnica volante. Me recordó a Gabriela Mistral, cuando, muy niño, la conocí en Tamuco, y paseaba, desde el moño hasta los zapatones, envuelta en paramentos franciscanos.

Hasta aquí las primeras aventuras y desventuras de Medusa. Años difíciles para Neruda cuando fue perseguido por sus ideas y su fuerte oposición al régimen, encerrado en mil escondites en búsqueda de la libertad. La historia que cuenta Neruda se sitúa a finales de 1949, reencontrándose con Medusa hacia 1953, aproximadamente, cuando ya había vivido alguna aventura importante en Italia con Mercedes Urrutia. Confesado por él. No es baladí el hecho de que La Medusa o Matilde Urrutia podrían ser la misma persona, teniendo en cuenta que la cuidada edición clandestina de Los versos del capitán, llevaba en su portada la imagen de una Medusa: “La primera edición salió el ocho de julio de 1952 de la imprenta Arte Tipográfico de Nápoles con papel marfil hecho a mano, la tipografía Bodoni e ilustraciones de Ricci” (1). En 1953 se publicó por primera vez con el nombre auténtico del autor, Pablo Neruda, dejando atrás el que utilizó en la edición de 1952, Rosario de la Cerda.

VERSOS DEL CAPITAN

En la segunda parte de “Una casa en la arena” de Isla Negra, dedicada a esta mascarona tan peculiar, es la primera vez que la cita por su nombre, La Medusa.

“La Medusa” se quedó pues con los ojos al Noroeste y el cuerpo grande se dispuso como su proa, inclinado sobre el océano. Así, tan bien dispuesta, la retrataron los turistas de verano y se las arreglaba para tener un pájaro sobre la cabeza, gaviotín errante, tórtola pasajera. Nos habituamos todos los de casa, agregándose también Homero Arce, a quien dicté muchas veces mis renglones bajo la frente cenicienta de la estatua.

Pero comenzaron las velas. Encontramos a las beatas del caserío muy arrodilladas, rezándole al aventurero mascarón. Y por la tarde le encendían velas porque el viento, antiguo conocedor de santos, apagaba con indiferencia.

Era demasiado: desde la bahía de Valparaíso, en compañía continua de marineros cargadores, haciendo vida ilegal en el subterráneo político de la patria hasta ser Pomona de Jardín, sacerdotisa sonora, y ahora santísima sectaria. Porque como de cuanto pasa en Chile me echan a mi la culpa, me habrían colgado luego la fundación de una nueva herejía.

Disuadimos, Matilde y yo, a las devotas contándoles la historia privada de aquella mujer de madera, y las persuadimos de no seguir encendiéndole velas que además podrían incendiar a la pecadora.

Pero por fin, contra las amenazas del cerote que ensucia, de las llamas que incineran y de la lluvia que pudre, la llevamos a Medusa adentro. La dispusimos en el coro de los mascarones.

Vivió una vez más. Porque al sacarla con formón y gubia retiramos una pulgada de pintura gruesa y grosera que la escondía y salió a relucir su perfil decidido, sus exquisitas orejas, un medallón que nunca se le divisó siquiera y una cabellera selvática que cubre su clara cabeza como el follaje de un árbol petrificado que aún recuerda su pajarerío.

NOTA: la imagen de La Medusa es una fotografía de Sergio Larraín publicada en Una casa en la arena. Barcelona: Lumen, 1984 (3ª edición). La imagen de la portada de Los versos del capitán, en su primera edición, se ha recuperado hoy de https://www.levyleiloeiro.com.br/peca.asp?ID=343416

(1) https://olivelaia.wordpress.com/category/diego-rivera/

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Mascarón de proa / 10. La Bonita

LA BONITA1

Sevilla, 21/VII/2019

Sé que la isla Procida sí se conoce en el mundo del turismo insular de mercado, pero para mí es completamente desconocida, al igual que las islas a las que canta Saramago en un cuento preferido por mi persona de secreto. Por ello se convierte en algo deseado y deseante, tal y como lo aprendí, un día ya muy lejano, de Juan Ramón Jiménez. Hay un motivo que la hace todavía más entrañable y claro objeto de deseo: allí se rodó una excelente película, El cartero (de Pablo Neruda), en una playa especial de esta preciosa isla, Pozzo Vecchio, llamada también Playa del cartero, donde se rodó una de sus escenas de más intensidad humana, en la que Mario (Massimo Troisi) y la bella Beatriz (Mariagrazia Cucinotta) se encuentran por primera vez y se enamoran, lo que le presta un efecto halo especial.

Recuerdo también el canto a la vida ante los silencios cómplices ante las dictaduras de cualquier origen que hizo Antonio Skármeta en esa película preciosa, que me impactó mucho, en una adaptación muy amable de su novela Ardiente paciencia. Mario Jiménez, el cartero preferido de Neruda, aporta a la vida su deseo de aprender del maestro lo que le enseña en el terreno de la metáfora, valora el amor con la experiencia de Beatriz y lo que supone poner el nombre de Pablo Neftalí a su hijo, en homenaje a quien le llevaba siempre puntualmente las cartas hasta que se trunca su oficio de entregas por culpa del golpe de estado de Pinochet, cuando rodean la casa del escritor, donde apoyaba su antigua bicicleta. Recurre finalmente a la transmisión oral para contarle a Neruda lo que no le puede entregar en modo texto. Una gran metáfora.

Procida e Isla Negra. Hoy he recordado estas experiencias de sentimientos y emociones al abordar unas palabras sobre la mascarona La Bonita, tan querida por Neruda, imaginando a la nieta de Rafita, su carpintero de cabecera, enseñando en este momento ese precioso recuerdo como la mejor guía de aquella casa en la arena que tanto visitaron sus antepasados (1).

No solo se llamó La Bonita la barcaza sino que, ya desmantelada, cogida por las ventoleras del Estrecho, pasó a ser, siempre bella, juguete de tempestades y desventuras. Las costillas del barco pudieron mantenerse por años después del naufragio pero la Figura de Proa se desmembró a pedazos. Las grandes olas la atacaron y las vestiduras se perdieron, fueron exterminados los brazos y los dedos, hasta que, por milagro, se sostuvo aquella solitaria cabeza, como empalada, en el último orgullo de la proa.

Allí, en un mediodía apaciguado, la encontraron las manos rapaces. Anduvo así, de manos en manos.

Pero por aquel rostro no había pasado nada. Ni la guerra del mar, ni el naufragio, ni la soledad tempestuosa del Magallanes, ni la ventisca que muerde con dientes de nieve. No.

Se quedó con su rostro impertérrito, con sus facciones de muñeca, vacía de corazón.

La hicieron lámpara de vestíbulo y la encontré por primera vez bajo una horrible pantalla de rayón, con la misma sonrisa que nunca comprendió la desdicha. Hasta una oreja, que la tempestad no destruyó, mostraba el lóbulo quemado por la corriente eléctrica. Lleno de ira le hice volar el sombrero barato que parecía satisfacerla, la libré de su electrificación ignominiosa para que siguiera mirándome como si no hubiera pasado nada, tan bonita como antes de naufragar en el mar y en los vestíbulos. 


NOTA: la imagen de la mascarona de proa La Bonita es la mejor que he encontrado y obra del excelente fotógrafo chileno Sergio Larraín, que tanta calidad humana encontró y fotografió en Isla Negra.

(1) Neruda, Pablo. Una casa en la arena. Barcelona: Lumen, 1984 (3ª edición).

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Armstrong, niño de la luna (II)


Dedicado de nuevo a Neil Armstrong, aquél americano en la luna que hizo posible creer en la innovación y en el progreso en una España que tenía helado el corazón. En la celebración del 50 aniversario de aquel acontecimiento mundial, recordando sus palabras programáticas: «Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad».

Sevilla, 20/VII/2019

Pertenezco a la generación que escuchó a Jesús Hermida la narración de la llegada de Neil Armstrong a la luna. Era de noche y mi abuela desconfiaba de todo lo que estaba viendo: ¡Hermida es así de fantástico!, decía tan tranquila. Y todos nos deshacíamos en esfuerzos para entender aquello que nos superaba, más que a mi abuela a decir verdad, todavía en una película de blanco y negro. España vivía un mes de julio muy caluroso desde el compromiso político. A lo más que aspirábamos a mi edad era a no estar en la luna y, sobre todo, a no pedirla, como se decía en mi casa si algo era desproporcionado.

Yo no estaba en la luna, porque al día siguiente me iba a atender a los familiares de enfermos del Hospital de las Cinco Llagas, para invitarlos a dormir y asearse, en una habitación limpia, de un piso que había alquilado la asociación a la que pertenecía, para entregarles dignidad como personas, a pesar de que fueran pobres de solemnidad, como se decía en aquella época. Estaba de vacaciones, y cogía un autobús desde Valencina de la Concepción a Sevilla, ida y vuelta, con una misión posible, muy terrenal por cierto.

Aquella noche de 20 de julio de 1969, la voz trémula y engolada de Hermida, muy americano él, nos hizo muy cercana la llegada del primer hombre a la Luna, algo que se nos escapaba a los que estábamos muy cerca de la Tierra, en su difícil día a día, luchando por cambiar un país que vivía aquello como el mundo del nunca jamás.

Y al cabo de los años, recordábamos a la luna con una canción que Ana Torroja, del grupo Mecano, nos dejó para la posteridad, haciéndonos comprender que la Luna, a pesar de la visita de Armstrong, estaba sola, «quería ser madre», y no respondía, muy celosa ella, cuando se le preguntaba, de forma más desafiante que el astronauta lo pudo hacer, aquello de:

Luna quieres ser madre
y no encuentras querer
que te haga mujer;
dime, luna de plata,
qué pretendes hacer
con un niño de piel.

Y la luna lo tenía muy claro. Un día no muy lejano, ese niño estaría muy cerca de ella porque nadie entendió el conjuro de una gitana, desafiante ella, ya estuviera en fase menguante o llena, o detectara una atrevidas huellas humanas de un tal Armstrong en su suelo:

Y en las noches
que haya luna llena
será porque el niño
esté de buenas;
y si el niño llora
menguará la luna
para hacerle una cuna.

NOTA; este post lo publiqué por primera vez el 26 de agosto de 2012, en este cuaderno digital, con motivo del fallecimiento de Neil Armstrong.

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