Sevilla, 15/VIII/2019
He visitado recientemente la exposición de Caixaforum, en Sevilla, que lleva por título Azul: el color del Modernismo, con una presencia real de la obra de Rubén Darío que “desde tierras americanas, se inspiraba en la poesía francesa para escribir, en 1888, el libro Azul…, de influencia decisiva en los modernistas. En esta obra describe el azul como “el color del sueño, el color del arte, un color helénico y homérico, color oceánico y del firmamento” (1). Se exponen 72 obras procedentes del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) y de los Museos de Arte e Historia de Ginebra (Suiza), el Thyssen de Madrid, el Palacio Real de El Pardo o de las colecciones de BBVA, Banco Sabadell o la propia Caixa con su fondo de Anglada Camarasa.
La exposición es muy interesante por su hilo conductor, que se presenta en sus propias palabras: “El color azul define el carácter espiritual y estético del arte de entre siglos, representa un vínculo poético entre los fenómenos de la naturaleza y los estados anímicos. Las obras modernistas se llenan de paisajes crepusculares, de cielos a medianoche, de parajes montañosos, de playas y de mares, pero también de escenas cotidianas y de retratos que emplean una gran variedad de azules para manifestar el misterio o el subconsciente”.
Lo he comprendido bien en el detalle de una obra que me ha llamado poderosamente la atención: El cuento azul, de Josep María Tamburini i Dalmau, una obra que se conserva por Patrimonio Nacional en el Palacio Real de El Pardo en Madrid y que obtuvo en la exposición de Barcelona de 1898 el Premio extraordinario de la Reina Regente. He recogido tres fragmentos del cuadro y paso tiempo indefinido contemplando los rostros de los tres personajes de la obra. Precioso relato pictórico para dejar volar los pájaros azules que tenemos a veces en la cabeza. En síntesis, cómo se transmite un cuento, cómo se percibe y cómo se interpreta con sentimientos y emociones. La expresión de la niña es bellísima, inquietante y evocadora.
Pero donde he creído entrever el poder del color azul en la mente humana ha sido en la nueva lectura del cuento El pájaro azul, de Rubén Darío, que reproduzco a continuación, para dejar volar la mente y comprender bien la santa locura del amor azul, que también existe y que permeabiliza la exposición. Es una interesante lectura para el ferragosto español.
EL PÁJARO AZUL, Rubén Darío
París es teatro divertido y terrible. Entre los concursantes al café Plombier, buenos y decididos muchachos -pintores, escultores, escritores, poetas; sí, ¡todos buscando el viejo laurel verde!-, ninguno más querido que aquel pobre Garcín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador que nunca se emborrachaba, y, como bohemio intachable, bravo improvisador.
En el cuartucho destartalado de nuestras alegres reuniones, guardaba el yeso de las paredes, entre los esbozos y rasgos de futuros Clays, versos, estrofas enteras escritas en la letra echada y gruesa de nuestro amado pájaro azul.
El pájaro azul era el pobre Garcín. ¿No sabéis por qué se llamaba así? Nosotros le bautizamos con ese nombre.
Ello no fue un simple capricho. Aquel excelente muchacho tenía el vino triste. Cuando le preguntábamos por qué cuando todos reíamos como insensatos o como chicuelos, él arrugaba el ceño y miraba fijamente el cielo raso, nos respondía sonriendo con cierta amargura.
-Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en el cerebro, por consiguiente…
Sucedía también que gustaba de ir a las campiñas nuevas, al entrar la primavera. El aire del bosque hacía bien a sus pulmones, según nos decía el poeta.
De sus excursiones solía traer ramos de violetas y gruesos cuadernillos de madrigales, escritos al ruido de las hojas y bajo el ancho cielo sin nubes. Las violetas eran para Nini, su vecina, una muchacha fresca y rosada que tenía los ojos muy azules.
Los versos eran para nosotros. Nosotros los leíamos y los aplaudíamos. Todos teníamos una alabanza para Garcín. Era un ingenuo que debía brillar. El tiempo vendría. Oh, el pájaro azul volaría muy alto. ¡Bravo!, ¡bien! ¡Eh, mozo, más ajenjo!
Principios de Garcín:
De las flores, las lindas campánulas.
Entre las piedras preciosas, el zafiro.
De las inmensidades, el cielo y el amor: es decir,
las pupilas de Nini.
Y repetía el poeta: “Creo que siempre es preferible la neurosis a la imbecilidad”.
***
A veces Garcín estaba más triste que de costumbre.
Andaba por los bulevares; veía pasar indiferente los lujosos carruajes, los elegantes, las hermosas mujeres. Frente al escaparate de un joyero sonreía; pero cuando pasaba cerca de un almacén de libros, se llegaba a las vidrieras, husmeaba, y al ver las lujosas ediciones, se declaraba decididamente envidioso, arrugaba la frente, para desahogarse volvía el rostro hacia el cielo y suspiraba. Corría al café en busca de nosotros, conmovido, exaltado, casi llorando, pedía un vaso de ajenjo y nos decía:
-Sí, dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro azul que quiere su libertad…
***
Hubo algunos que llegaron a creer en un descalabro de razón.
Un alienista a quien se le dio noticias de lo que pasaba, calificó el caso como una monomanía especial. Sus estudios patológicos no dejaban lugar a duda.
Decididamente, el desgraciado Garcín estaba loco.
Un día recibió de su padre, un viejo provinciano de Normandía, comerciante en trapos, una carta que decía lo siguiente, poco más o menos:
“Sé tus locuras en París. Mientras permanezcas de ese modo, no tendrás de mí un solo sou. Ven a llevar los libros de mi almacén, y cuando hayas quemado, gandul, tus manuscritos de tonterías, tendrás mi dinero.”
Esta carta se leyó en el Café Plombier.
-¿Y te irás?
-¿No te irás?
-¿Aceptas?
-¿Desdeñas?
¡Bravo Garcín! Rompió la carta y soltando el trapo a la vena, improvisó unas cuantas estrofas, que acababan, si mal no recuerdo:
¡Sí, seré siempre un gandul,
lo cual aplaudo y celebro,
mientras sea mi cerebro
jaula del pájaro azul!
Desde entonces Garcín cambió de carácter. Se volvió charlador, se dio un baño de alegría, compró levita nueva, y comenzó un poema en tercetos titulados, pues es claro: El pájaro azul.
Cada noche se leía en nuestra tertulia algo nuevo de la obra. Aquello era excelente, sublime, disparatado.
Allí había un cielo muy hermoso, una campiña muy fresca, países brotados como por la magia del pincel de Corot, rostros de niños asomados entre flores; los ojos de Nini húmedos y grandes; y por añadidura, el buen Dios que envía volando, volando, sobre todo aquello, un pájaro azul que sin saber cómo ni cuándo anida dentro del cerebro del poeta, en donde queda aprisionado. Cuando el pájaro canta, se hacen versos alegres y rosados. Cuando el pájaro quiere volar abre las alas y se da contra las paredes del cráneo, se alzan los ojos al cielo, se arruga la frente y se bebe ajenjo con poca agua, fumando además, por remate, un cigarrillo de papel.
He ahí el poema.
Una noche llegó Garcín riendo mucho y, sin embargo, muy triste.
***
La bella vecina había sido conducida al cementerio.
-¡Una noticia! ¡una noticia! Canto último de mi poema. Nini ha muerto. Viene la primavera y Nini se va. Ahorro de violetas para la campiña. Ahora falta el epílogo del poema. Los editores no se dignan siquiera leer mis versos, vosotros muy pronto tendréis que dispersaros. Ley del tiempo. El epílogo debe titularse así: “De cómo el pájaro azul alza el vuelo al cielo azul”.
***
¡Plena primavera! Los árboles florecidos, las nubes rosadas en el alba y pálidas por la tarde; ¡el aire suave que mueve las hojas y hace aletear las cintas de los sombreros de paja con especial ruido! Garcín no ha ido al campo.
Hele ahí, viene con traje nuevo, a nuestro amado Café Plombier, pálido, con una sonrisa triste.
-Amigos míos, ¡un abrazo! Abrazadme todos, así, fuerte; decidme adios, con todo el corazón, con toda el alma… El pájaro azul vuela.
Y el pobre Garcín lloró, nos estrechó, nos apretó las manos con todas sus fuerzas y se fue.
Todos dijimos: Garcín, el hijo pródigo, busca a su padre, el viejo normando. Musas, adios, adiós, Gracias. ¡Nuestro poeta se decide a medir trapos! ¡Eh! ¡Una copa por Garcín!
***
Pálidos, asustados, entristecidos, al día siguiente, todos los parroquianos del Café Plombier que metíamos tanta bulla en aquel cuartucho destartalado nos hallábamos en la habitación de Garcín. Él estaba en su lecho, sobre las sábanas ensangrentadas, con el cráneo roto de un balazo. Sobre la almohada había fragmentos de masa cerebral. ¡Qué horrible!
Cuando, repuestos de la primera impresión, pudimos llorar ante el cadáver de nuestro amigo, encontramos que tenía consigo el famoso poema. En la última página había escritas estas palabras: Hoy, en plena primavera, dejó abierta la puerta de la jaula al pobre pájaro azul.
¡Ay, Garcín, cuántos llevan en el cerebro tu misma enfermedad!
***
Salí de la exposición con el firme compromiso de escribir sobre esta experiencia de los sentidos, pensando en los tres personajes del cuento azul de Tamburini y en el pájaro azul de Rubén Darío, para comprender mejor el Modernismo en su azul complejo, tan actual, tan vivo. El azul del sueño, de los pájaros, de los océanos, del amor, del cielo.
Como en el final de los mejores relatos, así lo he vivido y así lo cuento.
(1) https://caixaforum.es/es/sevilla/fichaexposicion?entryId=876368
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
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