
Al igual que Superman y Batman, los superhéroes, muchos políticos profesionales cultivan la esquizofrenia, y en ella les da superpoderes, como el timorato Clark Kent se vuelve Superman con sólo sacarse los anteojos, y como el insípido Bruce Wayne se convierte en Batman no bien se pone la capa de murciélago.
Eduardo Galeano, en Patas arriba. La escuela del mundo al revés.
Sevilla, 13/III/2021
Cuando asumimos en la vida, siguiendo a Aristóteles, que el hombre (en sentido filosófico y universal) es un animal político (zoon politikón, en griego), cuesta mucho aceptar los reveses continuos que sufrimos en el acontecer diario ante la ausencia de políticos que hagan política con altura de miras, la de visión de Estado o la del mero compromiso ciudadano como habitante digno de un territorio, de un país, que también hace o vive la política, porque entre todos la mataron o salvaron (la verdadera política) y, a veces, ella sola se murió o salvó. Ante los hechos acecidos estos días en la Comunidad de Murcia sobre el transfuguismo de siglas de miembros de un partido que saltan a otro, que los recogen sin mucho escrúpulo, incluso para incluirlos en «su» Gobierno bajo el imperio del “todo vale”, he recordado una frase de Eduardo Galeano en El mundo al revés, que no ha perdido vigencia alguna: “No se necesita ser un experto politólogo para advertir que, por regla general, los discursos sólo cobran su verdadero sentido cuando se los lee al revés. Pocas excepciones tiene la regla: en el llano, los políticos prometen cambios y en el gobierno cambian, pero cambian… de opinión. Algunos quedan redondos, de tanto dar vueltas; produce tortícolis verlos girar, de izquierda a derecha, con tanta velocidad. ¡La educación y la salud, primero!, claman, como clama el capitán del barco: ¡Las mujeres y los niños, primero!, y la educación y la salud son las primeras en ahogarse. Los discursos elogian al trabajo, mientras los hechos maldicen a los trabajadores. Los políticos que juran, mano al pecho, que la soberanía nacional no tiene precio, suelen ser los que después la regalan; y los que anuncian que correrán a los ladrones, suelen ser los que después roban hasta las herraduras de los caballos al galope” (1).
Vuelvo a mis apuntes de un manual de supervivencia ética en tiempos difíciles. Estamos viviendo en un mundo con una clamorosa ausencia de valores (véase la muestra anterior) y, sobre todo, de ética, tal y como lo aprendí de un maestro en el pleno sentido de la palabra, el profesor López Aranguren, cuando la definía como el “suelo firme de la existencia o la razón que justifica todos los actos humanos”, que tantas veces he abordado en este blog. Estas razones nos obligan a dejar los supuestos puertos seguros en la forma que todos y cada uno tenemos de hacer política como ciudadanos y comenzar a navegar para intentar descubrir islas desconocidas que nos permitan nuevas formas de ser y estar en el mundo “político”. Navegamos en mares procelosos de corrupción y desencanto, en los que cunde el mal ejemplo de abandonar el barco metafórico de la dignidad, con la tentación de que el mundo se pare para bajarnos o arrojarnos directamente al otro mar de la presunta tranquilidad y seguridad existencial. Se constata a veces, en esa situación, que falta ya mar para acoger a todos los que se tiran a él, un mar repleto de desertores de la dignidad.
Pero a diferencia de lo ocurrido en Murcia, todos no vamos en el mismo barco de la indignidad política o de cualquier clase, del desencanto, de los silencios cómplices, del conformismo feroz, del capitalismo salvaje, de la desafección política y social. Eso no es así ni lo admito con carácter general, porque todos no somos iguales: unos van en magníficos yates y otros, la mayoría, en pateras. Es probable que a estas pateras éticas y llenas de dignidad y esperanza, que tienen suelo firme pero no quilla, como la cascara de una nuez, no suban nunca quienes no están interesados en que el mundo mejore, porque los poderes fácticos que dirigen y protegen la indignidad política de cualquier factura, la maquinaria de la guerra en cualquier lugar del mundo, el terrorismo de cualquier cuño, así como los tristemente famosos hombres vestidos de negro, deciden desde hace ya mucho tiempo el funcionamiento y los altibajos del ecosistema económico, financiero y ético mundial, desde un rascacielos en Manhattan, a través de portátiles y teléfonos inteligentes. Ellos viajan en barcos privados, en cruceros del mal, que no surcan nunca estos mares de patera, para ellos procelosos.
Ante estos hechos, lo que detesto también es el abandono de la lucha en situaciones difíciles, como las que estamos atravesando ahora, en las que aquellos que estaban a veces con los que deseamos estos cambios urgentes en las políticas mundiales, europeas, nacionales, autonómicas o locales, se arrojan a un mar en el que cada vez hay menos sitio, porque dicen que “esto no tiene remedio”. Lo paradójico es que cuando se avance en la búsqueda de soluciones surcando mares diferentes que posibiliten otro mundo mejor, falte ya sitio o barco, según se mire, para recoger a los que en tiempos revueltos se tiraron al mar porque nunca quisieron buscar otras alternativas a este mundo al revés que no nos gusta.
Es verdad. No todos vamos en el mismo barco de la dignidad humana, ni somos iguales, en mi caso como mero ciudadano anónimo que hace política a diario cumpliendo con los deberes ciudadanos de este país, en un marco de dignidad humana o, en sentido contrario, los que ocupan puestos definidos en el complejo conglomerado político actual que olvidan la dignidad de su representación a través de unos votos, advirtiendo por mi parte también con claridad palmaria y como aviso para navegantes dudosos, que “todos no son ni somos iguales”. Ha llegado el momento de decir ¡basta!, para iniciar nuevas singladuras, aunque sea a mar abierto, para compartir ilusiones y construir un mundo mejor para todos. A pesar de la que está cayendo, no perdamos esta oportunidad que nos regala la vida por el mero hecho de vivir con salud en estos momentos tan difíciles y complejos. Aunque viajemos en la fragilidad de una patera, como en la cáscara de una nuez, sin quilla, justo al lado de sofisticados barcos o yates gobernados por capitanes intrépidos que “claman, como clama el capitán del barco: ¡Las mujeres y los niños, primero!» (para salvar las apariencias), sabiendo que es el último que debe abandonar el barco, pero permitiendo que la dignidad y la ética política, al igual que “la educación y la salud”, por ejemplo, sean las primeras en ahogarse.
(1) Eduardo Galeano (1998). Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Madrid: Siglo XXI Editores de España.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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