¡Qué solos están en Madrid los nadies, los menores no acompañados y las personas de las colas del hambre!

Sevilla, 22/IV/2021

Me tendrían que fundir de nuevo para quedarme callado ante el espectáculo de anoche de la derecha y la ultraderecha en el debate televisado a seis, que pude seguir a través de la TVE1 y, posteriormente, mediante internet. Una vez más, queda claro que siguen muy solos en Madrid los nadies, los menores no acompañados (menas) y las personas que todos los días acuden a las colas del hambre, los «mantenidos» según esa derecha horribilis. En general, los pobres de toda la vida y los de nuevo cuño en la sociedad hipócrita y mediocre tan actual, parados o personas trabajadoras en precario, en todos los tramos de edad, por ejemplo, a los que detesta la derecha y la ultraderecha ultramontana de este país, que son manipulados hasta la saciedad y con la mayor desvergüenza política que podamos imaginar, simplemente porque son ciudadanos molestos para el decorado hipócrita del gran teatro de la capital de España.

Es la razón que me lleva hoy a no participar de silencios cómplices y para lo que valga, quiero recuperar, actualizándolo, el contenido del artículo que escribí en octubre de 2020 sobre la realidad de la soledad de los nadies en Madrid, ¡Qué solos están en Madrid!, utilizando el paralelismo de una vieja canción de Hilario Camacho que siempre aprecié porque a Madrid la llevo en el corazón.

Mi infancia son recuerdos de Madrid, una ciudad amable, acogedora, a la que llegué cuando sólo tenía cuatro años. No tenía mi casa natal de Sevilla, ni huerto alguno en el que madurara el limonero; mi juventud también se inició allí. Ahora, cuando ya dejé allí las cosas de niño y juventud, regreso mentalmente de nuevo a Madrid y me encuentro con una ciudad en estado de sitio por el coronavirus, con un sentimiento -que intuyo- de soledad institucional de salud pública cuando amanece todos los días. En este sentido he recordado una canción emblemática de Hilario Camacho, Madrid amanece, que dibujó también una ciudad preocupante y que hoy, salvando lo que haya que salvar, nos puede servir para contar a los cuatro vientos esa soledad que embarga a sus millones de habitantes por la mala gestión política del gobierno correspondiente. Fundamentalmente, a los que menos tienen y sobre los que se han centrado muchas veces las medidas restrictivas de las sucesivas olas de la pandemia, cuando de todos es sabido que las condiciones de hábitat en los barrios confinados, hasta un cierto punto, son en muchos casos donde más se muestran los estragos de la pobreza absoluta.

Hilario Camacho escribió la letra de la canción en 1981, tomando conciencia de lo que ya se constataba como una amenaza a la naturaleza y al ser humano en toda regla. Ahora, esa letra nos ayuda a comprender bien qué significa la orfandad de la ciudadanía por no respetarse la correcta política en defensa del interés general, cuyo resultado es, digámoslo sin remilgo alguno, de muerte. Aquella letra resuena ahora en mi mente de forma especial, a modo de denuncia ética:

Madrid amanece
con ruido, con humo
y oscuros borrones
flotando entre nubes.
Madrid amanece
entre sueños perdidos,
confusión y sorpresa
latiendo en las venas.
Y entre tinieblas de fiebre,
se abre paso la luz,
es como una resaca
contagiosa y común,
que te vuelve a recordar,
qué solo estás,
qué solo estás,
qué solo estás,
en medio de tanta gente
una vez más,
una vez más,
una vez más,
qué solo estás,
en medio de tanta gente,
qué solo estás.

Todavía hay más en su canción protesta:

Madrid amanece
con miradas de odio
egoísmo y desdicha,
corriendo sin meta.
Madrid amanece
entre amorosas cadenas,
amarga desidia
y lágrimas ácidas
Y ese llanto salado,
moja tu paladar.
Madrid amanece a través del cristal
que te vuelve a recordar,
qué solo estás,
qué solo estás,
qué solo estás
en medio de tanta gente,
una vez más,
una vez más,
una vez más,
qué solo estás,
en medio de tanta gente,
qué solo estás.

Se despide con tristeza después de contarnos esa realidad de Madrid, que puede ser la de hoy mismo entre amargas desidias y lágrimas ácidas: una vez más, una vez más, una vez más, qué solos están en medio de tanta gente, qué solos están.

Apago el tocadiscos virtual que reproduce de vez en cuando mi banda sonora vital, pongo el brazo en su sitio y me pregunto dónde han estado hasta el comienzo de la campaña de las próximas elecciones de 4 de mayo las fuerzas progresistas en Madrid para denunciar tanta dejadez, tanta estulticia y tanta mediocridad política, dejando en la orfandad más absoluta a la ciudadanía en general y al personal sanitario y de múltiples servicios esenciales, en particular, que han dado muestras en las sucesivas olas de una profesionalidad y generosidad sin límites. Espero que nunca sea tarde si la dicha de un cambio político en la Comunidad se produce finalmente en beneficio de los que menos tienen.

Aunque ahora vivo a más de quinientos kilómetros, siento que mi infancia sigue siendo recuerdos de una ciudad amable, acogedora, a la que llegué cuando sólo tenía cuatro años, donde nunca me sentí extraño o extranjero. No tenía mi casa natal de Sevilla, ni huerto alguno en el que madurara el limonero; pero mi juventud también se inició allí y la ciudad me educó como ciudadano en la dignidad de lo que Antonio Machado sentía como ser un hombre bueno, más que un hombre al uso que sabe su doctrina. Y Madrid me duele en el alma cuando veo a una gran parte de sus millones de ciudadanos, solos y entre sueños perdidos, confusión y sorpresa, mientras la ciudad, en plena campaña, amanece / con miradas de odio / egoísmo y desdicha, / corriendo sin meta… / entre amorosas cadenas, / amarga desidia / y lágrimas ácidas / Y ese llanto salado, / moja tu paladar. Una soledad sonora , en medio de tanta gente: qué solos están los nadies de Eduardo Galeano, los hijos de nadie, los dueños de nada. / Los nadies: los ningunos, los ninguneados, / corriendo la liebre, muriendo la vida, qué solos están, qué solo están…, en medio de tanta gente, qué solos están, una vez más. A salvo, ahora, de los que en el anonimato más profundo los atienden todos los días a pesar de todo, a los que admiro y respeto sin conocerlos. La izquierda, unida, no debería olvidarlos durante esta campaña y sobre todo después, en el terco sufrimiento de cada día, cuando se apaguen los focos, los micrófonos y sólo nos quede el contrapunto de la soledad sonora por la pobreza severa en la conocida y cacareada «capital de España», también tierra de nadies, menas y pobres de severidad extrema, entre otras duras realidades sociales, aunque muchas personas no quieran ni verlos cuando depositen su voto el próximo 4 de mayo.

Mi esperanza actual radica en que su realidad entre también en las urnas. Para que no se olvide…, ni siquiera un momento.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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