Ñ de Cobeña

Doodle de la letra Ñ, publicado por Google el pasado 23 de abril de 2021, con motivo de la celebración del Día del Idioma Español impulsado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU)

Sevilla, 30/IV/2021

A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: “¡Cuidado!” El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: “¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?” Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.

Gabriel García Márquez, en Botella al mar para el Dios de las palabras. Zacatecas (México), 7 de abril de 1997.

Se comentó el pasado 23 de abril, con motivo de la celebración del Día del Idioma Español junto al Día Internacional del Libro, porque tenemos una seña de identidad de nuestro idioma que nos hace peculiares, en este caso, por la grafía de la letra ñ: “Es la única letra que se originó en España y que a pesar de su excepcionalidad, ya que es muy poco frecuente y suele aparece apenas 0,3 veces de cada 100 palabras, encierra con personalidad, tanto en su grafismo como en su pronunciación, una parte importante de la identidad cultural hispana en el mundo” (1). Mi apellido la lleva y es un motivo textual y contextual que estoy analizando en la actualidad sobre la genealogía de mi apellido, publicación que compartiré en su momento con la Noosfera.

Convivo -no sin dificultad a veces- con la letra eñe (Ñ) de mi apellido desde que nací y por su identidad autóctona en España. Se puede comprobar esta marca de idioma español y de territorio, con respeto a la cultura maya, acercándonos al cura que salvó a García Márquez porque era un señor [sic] cura, no un “sennor”. Siempre he querido conocer con detalle el origen de esta letra, un elemento autóctono del castellano según lo reconoció en el siglo XV un andaluz por cierto, el lebrijano Antonio Martínez de Cala y Xarava (Lebrija, Sevilla, 1441 – Alcalá de Henares, 5 de julio de 1522), más conocido como Elio Antonio de Nebrija, de Nebrixa o de Lebrija, al no tener precedente ni en griego, ni en latín, ni en árabe. En otras lenguas romances de este país, su sonido se representa mediante dígrafos: en catalán se hace con las letras NY, en portugués con NH, mientras que en gallego se usa la grafía del castellano Ñ, aunque en los últimos diez años existe una vacilación entre la grafía Ñ y la portuguesa NH. En otras lenguas románicas, como el francés o el italiano, es el dígrafo GN el que representa el mismo sonido.

Es la decimoquinta letra del alfabeto español, consonante nasal palatal sonora y su grafía actual procede de la consonante “n”: “La virgulilla que lleva en la parte superior tiene su origen en la escritura de los copistas medievales, que la emplearon desde el siglo XII como signo escrito sobre una letra y que significaba carácter repetido, es decir, ñ = nn, õ =oo. Dos siglos más tarde este uso quedó restringido para la letra N” como premonición de lo que García Márquez dijo en aquél contexto en el que contó su salvación mediante una palabra: “Simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros”.

La consolidación de la letra surgió en 1993 en España mediante un Real Decreto de 23 de abril, acogiéndose al Tratado de Maastricht de la UE, que admite excepciones de carácter cultural, por la propuesta que hizo la Comunidad Europea para eliminarla por razones estrictamente comerciales, uniéndola hasta que la muerte la separe, a las tecnologías de la información y comunicación, atendiendo al título de la citada disposición: Real Decreto 564/1993, de 16 de abril, sobre presencia de la letra “ñ” y demás caracteres específicos del idioma castellano en los teclados de determinados aparatos de funcionamiento mecánico, eléctrico o electrónico que se utilicen para la escritura. Esta medida se completó el 2 de octubre de 2007 a las 6 de la madrugada, con la iniciativa de Red.es, entidad del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio de España que tiene asignada en España la autoridad de registro de dominios, al posibilitar que la letra la “ñ” junto con las tildes o las diéresis pudieran formar parte del nombre de un dominio «.es», cumpliendo con la medida contemplada por Ley de Medidas de Impulso de la Sociedad de la Información.

Gabriel García Márquez intervino con su maestría escrita en la intromisión de la Comunidad Europea citada anteriormente: “Es escandaloso, por decir lo menos, que la Comunidad Económica Europea se haya atrevido a proponer a España la eliminación de la letra eñe de nuestro alfabeto, y peor aún, sólo por consideraciones de comodidad comercial. Los autores de semejante abuso y de tamaña arrogancia deberían saber que la eñe no es una antigualla arqueológica, sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras lenguas romances sigue expresándose todavía con dos letras. Por consiguiente, lo lógico no es que España tenga que renunciar a nada menos que a una de las letras de su propio nombre, sino que otras lenguas del paraíso europeo se modernicen con la adopción de la eñe».

Sobre la “eñe” nunca planteó García Márquez un problema especial, es más la defendió con ardor guerrero como hemos citado anteriormente, ni hizo preguntas especiales, aunque en 1997 estaba preocupado por una lengua extraordinaria rica pero que “desde hace tiempos no cabe en su pellejo”. Es más, planteó revisar la gramática y la ortografía compleja con ejemplos clarificadores que levantaron en su momento un gran revuelo: “[…] Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver, y ¿qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”. Menos mal que todo quedó en un amago del mercado y hoy podemos seguir utilizando esta letra sin problema alguno en España desde el 2 de octubre de 2007, junto con las tildes o diéresis, pudiendo formar parte del nombre de un dominio .es.

No ocurre esto con la “eñe”, según sus propias palabras, porque hubo un momento histórico en que se produjo un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás otras al expresar con la “ñ” un sonido que en otras lenguas necesitan dos. Incluso en la lógica interna de los teclados en español, tan presumidos ellos, cuando sin darnos cuenta escribimos dos enes juntas de la palabra “sennor” que sabe que se escribe con eñe y basta que pulsemos la tecla de retorno para sacarnos de un apuro ortográfico. Hagan la prueba. Aunque estoy de acuerdo con el Nobel colombiano en que sus preguntas son “al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que les lleguen al dios de las palabras”. En concreto, a las que contienen la letra “eñe”, que cabe en el pellejo de España aunque Catalunya se empeñe en necesitar dos letras para sonar igual -¡por una vez y que se repita!- que cuando la citamos utilizando el castellano que nos ha unido durante tantos siglos, gracias a unos copistas medievales anónimos a los que engrandeció un andaluz, Nebrija, poniendo la letra eñe en su sitio para deleite de muchos. Mientras…, el dios maya de la eñe sigue vigilando esta letra para que no se pierda en un mar de lenguas.

En este breve análisis de la letra “Ñ”, hay que señalar (no “sennalar”) que aparece por primera vez en el grupo 1 de diccionarios de los siglos XV al XVIII, donde figura una obra atribuida a Francisco del Rosal, que se describe con el siguiente detalle y literalidad en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española (NTLLE, ROS M 1611, Pag: 451s.): “Origen y etymología de todos los vocablos originales de la Lengua Castellana. Obra inédita de el Dr. Francisco de el Rosal, médico natual de Córdova, copiada y puesta en claro puntualmente del mismo manuscrito original, que está casi ilegible, e ilustrada con alguna[s] notas y varias adiciones por el P. Fr. Miguel Zorita de Jesús María, religioso augustino recoleto”. Este dato es de indudable interés porque habría que esperar hasta la edición de 1803 del Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española, “reducido a un tomo para su más fácil uso”, para recoger el lema referido a la letra “eñe”:

Como decía anteriormente, la ñ es la decimoquinta letra del alfabeto español y la duodécima consonante, en un conjunto hermoso de 27 letras y 5 composiciones de dos letras (o dígrafos): ch / ll / gu / qu / rr. que me permiten componer palabras con alma. Más de 15.700 palabras en castellano la contienen y más de 350 comienzan por esa consonante con sonido nasal palatal. La intrahistoria de la letra “ñ” está situada cronológicamente en la Edad Media, según se recoge en el artículo citado anteriormente: “Ni la letra ni el sonido eñe existían en latín, pero a medida que este evolucionó y empezaron a surgir las lenguas románicas como el castellano, el francés o el italiano, apareció este sonido nasal palatal, que significa que el aire sale por nariz al pronunciarla y el dorso de la lengua se apoya contra el paladar, y que identificamos como eñe. En la Edad Media, los monjes eran los eruditos de la sociedad. Los monasterios eran los grandes centros de la sabiduría, donde ejercían de copistas y escribanos y tenían grandes bibliotecas. La teoría del origen de la letra ñ la sitúa la tradición en este momento histórico por la falta de pergaminos por su elevado coste y para ahorrar tiempo. Al parecer los monjes se vieron obligados a abreviar algunas letras duplicadas para encajar el mayor número de palabras en cada línea. De hecho, una de las primeras letras ñ de la historia la encontramos en un texto fechado en 1176. La explicación de esta teoría es que sobre la letra duplicada que no se suprimía se escribía un trazo horizontal, conocido en la actualidad como virgulilla (~) porque parecía una serpiente. Es decir, que lo que conocemos como la letra ñ es en realidad el resultado de la abreviatura de dos enes consecutivas: así, por ejemplo, de donna surgió doña”.

En 1869 es la primera vez que el Diccionario de la lengua castellana (RAE, 11ª edición) cita la virgulilla refiriéndose concretamente a la tilde de la “ñ”. Una pequeña varita sinuosa, que no serpiente, para ser respetuosos con la historia, que tiene una marcada identidad en este país. Mi apellido la muestra y estoy cada vez más cerca de conocer en qué momento de la Edad Media mis antepasados comenzaron a cambiar su apellido toponímico – eso es seguro- de Covenna a Cobeña. Esa es la cuestión. Estoy investigando ya el siglo XII y creo que estoy muy cerca. Les aseguro que es apasionante leer el Tumbo Menor de Castilla, un códice del siglo XIII que conserva la literalidad de un Acuerdo llevado a cabo en 1180 “cuando Cobeña entra en la historia escrita. Una tal doña Elvira, esposa de don Ramiro, acordó con el Abad don Fernando intercambiar la heredad que éste último tenía en Santa María de Tajadura (en Burgos) por la heredad que ella tenía en Cobeña, y que estaba valorada en cincuenta maravedís. Doña Elvira nombra a don Pedro Pérez de Ruenga su apoderado en el negocio” (2). Fundamentalmente, porque es probable que en este Acuerdo esté la clave de la doble “n” de Covenna, que después sería “Cobeña” para la posteridad. Apasionante la intrahistoria de la letra «Ñ» en mis antepasados que hace ya muchos siglos salieron de una sede castellana para trasladarse a Santander, Córdoba y Colombia para asentarse allí y llevar la toponimia de Cobeña a diversos territorios de este país e incluso allende los mares.

Antes se decía, “próximamente en este salón”. Ahora, “… en este blog”. Mientras, siguiendo atentamente el consejo de Gabriel García Márquez, el dios maya de la eñe sigue vigilando esta letra para que no se pierda en un mar de lenguas.

(1) La letra ‘ñ’, la identidad del español en el mundo | Cultura | EL PAÍS (elpais.com)

(2) http://iehco.eu/1180-cobena-entra-en-la-historia/

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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