No vivas en la tierra
como un inquilino
ni en la naturaleza
al modo de un turista
Vive en este mundo cual si fuera la casa de tu padre
Cree en los granos en la tierra, en el mar
pero ante todo en el hombre
Nazim Hikmet (1902-1963), Tal vez mi última carta a Mehmet [su hijo]
Sevilla, 12/IV/2021
Hace un año escribí en plena pandemia el último artículo de una segunda serie desde su inicio, bajo un hilo conductor, La ventana discreta, que en esta ocasión hacía referencia a algo muy importante: valorar la vida como algo muy bello. Nos hacía falta en aquellos días reforzar lo más importante que tenemos, la vida. El artículo lo incorporé a una publicación que se puede obtener en este blog con todos los artículos escritos hasta la desescalada de junio. La última frase de aquellas palabras tan necesarias, resume bien su contenido: «Hace tan solo dos mil quinientos años, existen vestigios escritos de que lo mejor que había ocurrido en aquellos días mágicos narrados en el Génesis fue la creación del ser humano rodeado de vida. Un adverbio, meod (muy), dejó claro para siempre que la existencia de los seres humanos justificaba por sí misma la creación del mundo, el evolucionismo o el punto alfa y omega de la vida. Son sólo creencias de siete días especiales, singulares, en los que había ocurrido algo muy bueno para la existencia humana, para cada uno con su cadaunada: darnos argumentos para comprender que a pesar de las dificultades que experimentamos en estos días difíciles de pandemia, la vida es muy bella».
Vuelvo a publicarlo hoy de nuevo, porque no ha sufrido nada con el paso del tiempo. Cambia, todo cambia, es verdad, pero la dignidad del ser humano permanece siempre y una de nuestras obligaciones por ser inteligentes es buscar la felicidad a pesar de todo.
La ventana discreta / y 15. La vida es muy bella
Nunca tuvo un adverbio, muy, tanta importancia como ahora. Decir muy bella significa que por encima de todo es maravilloso vivir. Este adverbio tuvo siempre mucho valor para los pueblos ribereños del Tigris y Éufrates, en la actual Irak, porque allí nacieron los primeros relatos de la creación y en arameo decir “muy” significaba dar un valor transcendental a lo que sucede y a las cosas cotidianas que pasaban en su entorno, porque para ellos lo primero fue la experiencia vital y después la palabra que explicaba los hechos basados en lo que estaba pasando y seguían contado sus mayores de boca en boca.
Existe un versículo en el Génesis que ha marcado la existencia humana: el 1, 31. El narrador que recogió la tradición oral de la creación agregó un adverbio hebreo no inocente: muy (meod). Mientras que en el relato de la creación, las sucesivas creaciones eran “solo” buenas, los cielos, la tierra, las aguas, los animales, las semillas, cuando se creó al hombre y a la mujer el texto hebreo recoge literalmente: “y vio Dios que muy bueno”. En el énfasis del adverbio estaba la diferencia.
Leí hace ya muchos años un artículo del fotógrafo brasileño Sebastião Salgado sobre el “viaje a las raíces del ser humano”, que me recordó este gran matiz, mucho más al fijar el objetivo principal de su proyecto “Génesis”: “volver a conectarnos con cómo era el mundo antes de que la humanidad lo dejase prácticamente irreconocible”. Sebastião Salgado inició en aquella época una obra encomiable. Ahora, en estos momentos de pandemia, sé que tendría la sensibilidad suficiente para encontrar y fotografiar algún lugar o momento de esta crisis que siguiera engrandeciendo la lectura laica del Génesis. Aunque sólo fuera para creer, en el desconcierto actual, que el ser humano es lo mejor que le ha podido ocurrir al mundo en siete días mágicos: algo muy bueno.
El secreto explicado anteriormente se hizo público: no hay nada más maravilloso que disponer de los cielos, de la tierra, las aguas, los animales, las semillas, porque todo significa vida. Pero hay algo especial en esta vida que la hace muy bella: las personas que pueblan la tierra, sin distinción de raza, credo o religión. En 2014, este fotógrafo de la vida, presentó en Madrid una exposición sobre 245 imágenes de aquella aventura, como resumen excelente de la experiencia, recogida en un reportaje que publicó el diario El País, Sebastião Salgado, Libro del Génesis, donde el autor, Jesús Ruiz Mantilla, explicaba el para qué de esta inmensa obra , donde contaba que Salgado había estado ocho años “recorriendo el planeta en busca, ni más ni menos, que del paraíso”: “¿Para qué? Para emular el ojo de Dios pero ser fiel a Darwin, para dar testimonio de los orígenes de la vida intactos, para certificar que corre el agua, que la luz es ese manantial mágico que penetra como un pincel y muta las infinitas sugerencias en blanco y negro que Salgado nos muestra del mundo. Para experimentar pegado a la tierra y los caminos aquello que relatan los textos sagrados pero también seguir la estela de la evolución de las especies; para comprobar que los pingüinos se manifiestan; para comparar la huella con escamas de la iguana y el monumental caparazón de las tortugas en Galápagos; para explicar que los indígenas llevan en la piel tatuado el mapa de su comunión con la de los ríos y los bosques; y que los elefantes y los icebergs emulan fortalezas de hielo y piel; y que la geología diseña monumentos y que todavía quedan santuarios naturales a los que aferrarnos”.
La ciencia nos ha aportado datos para concluir que los africanos, que brillaban por ser magníficos cazadores-recolectores, decidieron hace 50.000 años, aproximadamente, salir de su territorio y comenzar la aventura jamás contada para interpretar la belleza de la vida y las graves alteraciones de la misma. Aprovechando, además, un salto cualitativo, neuronal, que permitía articular palabras y expresar sentimientos y emociones.
Algo tuvo que ocurrir en el nacimiento de la vida humana, transcendental y aún por descubrir, para que nuestros antepasados, a los que la ciencia sitúa en una primera referencia en Selam, la niña de Dikika, descubierta en el año 2000 en Dikika (Etiopía), comenzaran a caminar de forma bípeda y a desarrollar el cerebro, algo muy impresionante. La gran pregunta surge al saber que junto a los fósiles de Selam y de Lucy se encontraron también restos de hipopótamos y cocodrilos, lo que aventura pensar que Selam fue una niña muy feliz en un medio fértil y adecuado a sus necesidades. Algo tuvo que ocurrir, cuando sintieron la necesidad de salir de su tierra y de su parentela para buscar comida y una habitabilidad mayor. Para no amargarnos demasiado, desde el punto de vista científico y a las pruebas me remito, media un tiempo impresionante entre Selam (se confirma mediante pruebas científicas que cumpliría hoy tres millones, trescientos mil años) y los primeros antepasados nuestros, muy aventureros, hace doscientos mil años, que empezaron a crear el mundo habitado. He seguido de cerca siempre este descubrimiento para enlazar estas realidades. La diferencia del cerebro en ambos casos, las dos veces esqueletos de niñas, Selam y Lucy, no es tan evidente, si la comparamos con el paso de los millones de años. Ahí está la llave del secreto de esa niña a la que han puesto un nombre simbólico en territorio musulmán: Paz.
Hace tan solo dos mil quinientos años, existen vestigios escritos de que lo mejor que había ocurrido en aquellos días mágicos narrados en el Génesis fue la creación del ser humano rodeado de vida. Un adverbio, meod (muy), dejó claro para siempre que la existencia de los seres humanos justificaba por sí misma la creación del mundo, el evolucionismo o el punto alfa y omega de la vida. Son sólo creencias de siete días especiales, singulares, en los que había ocurrido algo muy bueno para la existencia humana, para cada uno con su cadaunada: darnos argumentos para comprender que a pesar de las dificultades que experimentamos en estos días difíciles de pandemia, la vida es muy bella.
Sevilla, 12/IV/2020
NOTA: letra de La vida es bella en la versión cantada por Andrea Bocelli:
Sí, sonríe, amor, así y pon tu mirada en mí.
Sí, con todas mis canciones
Repletas de emociones quiere el mundo verte sonreír
Tú, el cielo ves azul,
Tú, lo inundas con tu luz.
Hay millones de personas
Que no te decepcionan porque el mundo sueña como tú
Sí, sé fuerte como un rey
Y dulce como el estribillo de tantas canciones que yo canto por ti.
Y se te esconderá el dolor
Tras los mágicos rumores de tu vida alrededor.
Ven por tu calle entre la gente,
Baila enamoradamente como hacías para mí.
Y ahora sí, sonríe, amor, así,
Sé que me sorprenderé.
Y con todas mis canciones
Repletas de ilusiones das al mundo tu felicidad.
Tú, el cielo ves azul,
Tú, lo inundas con tu luz.
Y con todas mis canciones
Repletas de emociones das al mundo tu felicidad.
Sí, sé fuerte como un rey
Y piensa que la vida es bella igual que esa estrella que brilla para ti.
Ciao, emprende el vuelo ahora
Y si un día estás sola, contigo yo estaré.
¡Lo sé!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.