
Sevilla, 19/XI/2021
En el refranero español, tenemos a veces remedio y consuelo para nuestras preocupaciones diarias. He recordado hoy uno en concreto, consejos vendo y para mí no tengo, muy vinculado a una actitud que aprecio sobre otras muchas por su impecable necesidad: la ejemplaridad ética. Muchas veces me he referido a la ética como “el suelo firme de nuestra existencia o la razón que justifica todos los actos humanos”, tal y como lo aprendí del profesor López-Aranguren, porque confiamos en lo que dicen los demás, como señuelos de un camino a seguir, aunque nunca sea verdad lo que muchos voceros de la ética esconden. Lo que ocurre es que caemos inmediatamente en la desafección ante todo lo que se mueve y en el desengaño más cruel, porque comprobamos que el refrán que citaba anteriormente es una verdad como un templo: ética vendo y para mí no tengo.
Recuerdo en tal sentido unas palabras de Eduardo Galeano referidas a la supuesta ejemplaridad ética de determinados políticos, líderes sociales, sindicales y empresariales, porque todos no son iguales, que figuran en El mundo al revés y que no han perdido vigencia alguna: “No se necesita ser un experto politólogo para advertir que, por regla general, los discursos sólo cobran su verdadero sentido cuando se los lee al revés. Pocas excepciones tiene la regla: en el llano, los políticos prometen cambios y en el gobierno cambian, pero cambian… de opinión. Algunos quedan redondos, de tanto dar vueltas; produce tortícolis verlos girar, de izquierda a derecha, con tanta velocidad. ¡La educación y la salud, primero!, claman, como clama el capitán del barco: ¡Las mujeres y los niños, primero!, y la educación y la salud son las primeras en ahogarse. Los discursos elogian al trabajo, mientras los hechos maldicen a los trabajadores. Los políticos que juran, mano al pecho, que la soberanía nacional no tiene precio, suelen ser los que después la regalan; y los que anuncian que correrán a los ladrones, suelen ser los que después roban hasta las herraduras de los caballos al galope” (1). Añado personalmente: si alguna vez dijeran la verdad, mentirían.
Es verdad. No todos vamos en el mismo barco de la ejemplaridad ética y de la dignidad humana, ni somos iguales, en mi caso como mero ciudadano anónimo que hace política a diario cumpliendo con los deberes ciudadanos de este país, en un marco de dignidad humana o, en sentido contrario, los que ocupan puestos definidos en el complejo conglomerado político actual, que olvidan la dignidad de su representación a través de unos votos, advirtiendo por mi parte también, de nuevo, con claridad palmaria y como aviso para navegantes dudosos, que “todos no son ni somos iguales”. Ha llegado el momento de decir ¡basta!, para iniciar nuevas singladuras éticas, aunque sea a mar abierto, para compartir ilusiones y construir un mundo mejor y ético para todos. A pesar de la que está cayendo, no perdamos esta oportunidad que nos regala la vida por el mero hecho de vivir con salud en estos momentos tan difíciles y complejos. Aunque viajemos en la fragilidad de una patera, como en la cáscara de una nuez, sin quilla, justo al lado de sofisticados barcos o yates gobernados por capitanes intrépidos que “claman, como clama el capitán del barco: ¡Las mujeres y los niños, primero!» (para salvar las apariencias), sabiendo que es el último que debe abandonar el barco, pero permitiendo que la dignidad y la ética política, al igual que “la educación y la salud”, por ejemplo, sean las primeras en ahogarse.
Desde la antigüedad se conoce el refrán citado y vinculado al alcaraván, por la costumbre que se le atribuye a este ave “cuando aparece un peligro, pues el alcaraván permanece quieto mientras lanza agudos gritos para alertar a las demás aves de la presencia de un cazador o de un ave de rapiña. Sin embargo, a él le dan caza” (2). Creo que nuestra obligación ética es no seguir participando de silencios cómplices y denunciar y destapar a los que dan clases a diario de ejemplaridad ética, cuando la realidad es que sólo esconden vicios privados a través de sus supuestas «públicas virtudes». Desde luego, no son tan inocentes, ejemplares y solidarios como el alcaraván del refrán antiguo.
¿Qué significa, entonces, ser ejemplar? Llama la atención que en este país no se introdujo la palabra “ejemplar” hasta el siglo XVIII, como adjetivo, con una sola palabra para definirla: edificativo, donde ser edificativo quiere decir que una persona “conmueve y excita al seguimiento de una virtud” (3). Es verdad que en el lenguaje ordinario que pudieron recogerla “las autoridades académicas” del siglo XVIII, no lo hicieron en este afamado siglo y sí en un diccionario de la lengua española usual, no de autoridad en el siglo XIX, lo que nos lleva a deducir que no era algo que preocupara de verdad a la población en general, menos a las monarquías y a los poderes absolutos de los gobiernos de esta época. Aparece por primera vez, como adjetivo, en el diccionario de la lengua castellana editado en Madrid por la Real Academia Española, (5ª edición), por la Imprenta Real, en 1817. Se definía como “lo que da buen ejemplo y, como tal, es digno de proponerse por dechado para la imitación a otros” (imitazione dignus, ad virtutem provocans). También sorprende que el lema “ejemplaridad”, adjetivo que recogía “la calidad de ejemplar”, no apareciera hasta la edición del diccionario de la Real Academia publicado en 1925. Estas disquisiciones sólo pretender contextualizar un hecho claro: los adjetivos “ejemplar” y “ejemplaridad” no pertenecían al lenguaje común de este país y su clamorosa ausencia en el argot académico traducía algo muy claro: estas palabras no se suponían de los reyes y gobernantes, a diferencia del valor de los soldados que eran casi siempre ejemplares para los demás. Al buen entendedor con pocas palabras basta, siguiendo con la didáctica de los refranes.
Entre “edificativo” y “lo que da buen ejemplo y, como tal, es digno de proponerse por dechado para la imitación a otros”, anda la cosa de lo ejemplar y la ejemplaridad asociada a la ética. Así de sencillo y así de complejo a la vez, aunque de lo que sí estamos convencidos es que lo que ha pasado en la historia en reiteradas ocasiones, con muchas Coronas y Gobiernos, es que todo el mundo sabía identificar qué personajes Reales o de la Alta Política iban desnudos -de ahí el cuento de Andersen- ante los ojos pasmados de todos los que habían escuchado que el emperador llevaba un traje nuevo en su desfile ético por el mundo (el que quiera entender que entienda, otra vez), también por este país y a lo largo de los siglos. Los silencios cómplices y los miedos reverenciales hicieron el resto, a lo largo de la historia, porque ya se sabía desde antiguo que “del Rey, abajo, ninguno”.
Me retiro un momento a mi rincón de pensar y vuelvo a leer unas reflexiones sobre la ejemplaridad pública, escritas por el filósofo Javier Gomá, sabiendo que es un desiderátum de cualquier persona “la propuesta de perfección”, para sí mismos y a la hora de analizar la de los demás, porque “[…] la perfección no existe en nuestro mundo imperfecto en el modo que existe una cosa o una persona. Su modo de ser es ideal y su residencia habitual está domiciliada en la conciencia de los ciudadanos, desde donde sugiere orientaciones, ilumina la experiencia individual y moviliza el deseo” (palabras escritas por el autor en el décimo aniversario de la publicación de “Ejemplaridad pública” (2009-2019)». Es lo que me anima a seguir poniendo baldosas en la solería ética de mi vida, que me permita cuidar la razón que justifique todos mis actos humanos, tanto en mi persona de todos como en la de secreto, que también existe.
(1) Eduardo Galeano (1998). Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Madrid: Siglo XXI Editores de España.
(2) https://cvc.cervantes.es/lengua/refranero/ficha.aspx?Par=58377&Lng=0
(3) Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana […], tomo segundo (1767), de Esteban de Terreros y Pando, publicado en Madrid por la Viuda de Ibarra, en 1787.
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de http://koffi1948.blogspot.com/2012/09/los-voceros-oficiales.html
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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