El alma vacía, en un mundo vacío y hueco

Albert György, Melancolía, 2012

Sevilla, 24/XI/2021

… nos están enfermando el alma y nos están dejando sin casa: aquella casa que el mundo quiso ser cuando todavía no era

Eduardo Galeano, en Patras arriba. La escuela del mundo al revés

En los primeros días de la creación, supe hace ya muchos años que la tierra estaba “hueca y vacía”. La verdad es que pasaron casi desapercibidas en mi vida estas dos realidades, pero en este tiempo de controversia permanente, son dos palabras que vuelven a tener una importancia transcendental. En aquél relato mágico del Génesis, la deidad correspondiente solucionó el problema de la oquedad y el vacío creando lo que le pareció “muy bueno”, el ser humano, a diferencia de los cielos y tierra, por ejemplo, que sólo eran creaciones “buenas”. Ese adverbio puso al ser humano en un sitio especial y así lo han contado durante miles de años los abuelos a sus nietos, en las orillas del Tigris y el Éufrates, desde que la escritura nos lo recuerda en relatos que ya tienen más de 2.700 años.

Ha pasado mucho tiempo, pero estamos acudiendo a una realidad acuciante en nuestro país e incluso mucho más allá, en nuestras almas y personas de secreto: la tierra vuelve a quedarse en muchos territorios hueca y, sobre todo, vacía. También, el centro de muchas ciudades importantes, porque la gentrificación está haciendo de las suyas y ya no tenemos a mano una deidad que vuelva a recordarnos que lo mejor que le pasó a este loco mundo hace millones de años fue la creación del ser humano, a pesar de sus equivocaciones, de su deseo de competir con quien lo había creado, de su voracidad por comer la manzana de la discordia. En el resto de la ciudad, se constata que hay muchos cerebros vacíos, inteligencias desaprovechadas y almas vacías. Mucha mediocridad, en definitiva, que se caracteriza por despreciar el alma humana en su justo sentido.

Nunca se había hablado tanto de la España vacía, aunque creo que el problema es mucho más serio que el puramente territorial, al que nos referimos con este término al abordar la despoblación que sufre el país en las últimas décadas. Si lo pensamos bien, muchas aulas de escuelas de este país se han cerrado este año porque también están vacías, dado el descenso inquietante de la natalidad. Muchos cines echan el cierre porque no acude casi nadie a salas que fueron un hervidero de gente hace unos años. Las aceras del centro de las ciudades, fuera del horario comercial, también están vacías, cuando según la urbanista americana Jane Jacobs: “Bajo el aparente desorden de la ciudad vieja, en los sitios en que la ciudad vieja funciona bien, hay un orden maravilloso que mantiene la seguridad en la calle y la libertad de la ciudad. Es un orden complejo. Su esencia es un uso íntimo de las aceras acompañado de una sucesión de miradas” (1). El teletrabajo vacía las empresas, las iglesias también viven esta experiencia, bastándome recordar aquellas palabras de Alberti en Roma, peligro para caminantes, con preguntas inquietantes al Dios creador: Entro, Señor, en tus iglesias… / Dime, si tienes voz, ¿por qué siempre vacías? / Te lo pregunto por si no sabías / que ya a muy pocos tu pasión redime.

Recientemente, visité el Museo Nacional Reina Sofía, prácticamente vacío, en una visita fugaz a Picasso a través de su obra magna, Guernica, ante la que me detuve escudriñando cada centímetro de una pintura que considero prodigiosa, por su simbolismo y por lo que supone reflexionar sobre ella, en vivo y en directo, después de su azaroso viaje por el mundo. En la ida y vuelta por las salas del surrealismo, bastante huecas y vacías, hice la parada obligada ante esta sorprendente manifestación de dolor y rabia por lo acontecido no sólo en Guernica, sino en todo el país, aunque la frágil memoria histórica que nos embarga lo olvide a pasos agigantados, provocando en mi alma un duro vacío difícil de explicar.

Salvando lo que haya que salvar, lo que quiero demostrar es que lo más preocupante de la España vacía, junto a la realidad de la despoblación en el mundo rural, es el vacío de valores para comprenderla, porque aunque vivamos en el primer mundo de las ciudades, no somos conscientes de que nuestra vida se despuebla, se vacía, porque la convivencia es cada día más difícil porque la que acusa el vacío es el alma humana que se consuela a duras penas con su soledad. En las clases finales de Eduardo Galeano en su escuela del mundo al revés, aborda unas lecciones de la sociedad de consumo y un curso intensivo de incomunicación, con una reflexión impecable, que leo una y mil veces en esta ardiente impaciencia ante el gran apagón mundial que se avecina y la escasez de todo que nos rodea por las esquinas del consumo, simbolizado en las estanterías vacías, es decir la manifestación palpable de que la tierra se queda poco a poco “hueca y vacía”, sin que se aviste un dios que vuelva a recordarnos que lo mejor que tiene el mundo son las personas que lo pueblan: “Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los oídos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta a unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta. Los presidentes de los países del sur que prometen el ingreso al Primer Mundo, un acto de magia que nos convertía a todos en prósperos miembros del reino del despilfarro, deberían ser procesados por estafa y por apología del crimen. Por estafa, porque prometen lo imposible. Si todos consumiéramos como consumen los exprimidores del mundo, nos quedaríamos sin mundo. Y por apología del crimen: este modelo de vida que se nos ofrece como un gran orgasmo de la vida, estos delirios del consumo que dicen ser la contraseña de la felicidad, nos están enfermando el alma y nos están dejando sin casa: aquella casa que el mundo quiso ser cuando todavía no era”.

Galeano lo confirma: este loco mundo está enfermando nuestra alma y nos están dejando sin casa, con un sentimiento permanente de oquedad y vacío. Además, está transformación existencial me lleva a escribir estas palabras con lo poco que me queda de esa alma vacía. Quizá, al escribir hoy estas palabras especiales, para decir algo especial, he copiado una experiencia contada una vez por el escritor portugués António Lobo Antúnes, sobre una idea preciosa aportada por un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, como si detrás de todo está el alma humana que fabrica el cerebro. Porque según Lobo Antúnes “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras. “Todos los grandes escribían hacia atrás”. También, porque todos los días, los pequeños, escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas, como cavando un pozo del alma con una aguja, intentando salir como podemos del vacío y oquedad que nos rodea.

(1) Jacobs, Jane (1961),  Muerte y vida en las grandes ciudades americanas, Nueva York: Vintage, pág. 50.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada. 

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