Valldemossa y el más allá de un encuentro real

Lang Lang , Preludio en Re mayor, Op. 28: No. 15, Gota de Lluvia, interpretado en un piano Steinway & Sons Spirio, el 28 de agosto de 2019

… y la experiencia de la vida nos enseña que allí donde no se puede vivir en paz con nuestros semejantes, no existe admiración poética ni goces artísticos capaces de llenar el abismo que se abre en el fondo de nuestra alma.

George Sand, Un invierno en Mallorca

Sevilla, 2/VIII/2022

Uno de los privilegios que me ha ofrecido la vida es conocer un pueblo mallorquín, Valldemossa, un claro objeto de deseo cultural que vi cumplido en el verano de 2016. Ayer volví a ver algunas de sus calles con motivo de la visita de la familia real, con el Rey Felipe VI a la cabeza, recordándome cada plano del reportaje vivencias inolvidables de rincones con encanto de ese pequeño municipio, una antigua alquería en el Valle de Muza (de ahí su nombre), conocido mundialmente por haber albergado en el siglo XIX al compositor polaco Fréderic Chopin y a su pareja de entonces, George Sand (seudónimo de su auténtico nombre y género, Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant), pero muy volcado hoy al turismo sacrificando su silencio de día para recibir el ruido del mundo, tan contradictorio con el espíritu monástico del que hacen gala sus habitantes a través de Chopin. George Sand vivió junto a Chopin una arriesgada aventura de amor en Mallorca en las postrimerías del siglo XIX, concretamente desde el 15 de diciembre de 1838 al 11 de febrero de 1839, unos años después de la desamortización de la Cartuja de Valldemossa, donde finalmente se hospedaron. 

En aquella visita anunciada de 2016 y antes de asistir al concierto programado en el homenaje anual a Chopin, estando cerca del lugar donde vivió días muy difíciles, recogidos en una obra de George Sand, que recomiendo especialmente, Un invierno en Mallorca (1), visitamos la Fundación Cultural Coll Bardolet, donde se exponen pinturas del pintor catalán que da nombre a la entidad, Josep Coll Bardolet, que cedió a Valldemossa, lugar donde vivió más de 60 años. Su obra es un canto permanente a la naturaleza, la tradición y el amor a la vida. Aquella noche musical, el protagonista era un pianista coreano de fama internacional, Kung-Woo Paik (Seúl, 1946), reconocido intérprete de la obra de Chopin y que pude corroborarlo durante el concierto que ofreció en la Cartuja, junto a la celda donde el compositor polaco escribió diversas obras, ya citadas en la serie que escribí sobre aquel viaje hacia una isla desconocida para mí y que se puede leer de nuevo en este cuaderno digital. El ambiente para componer el maravilloso Scherzo número 3, entre otras obras suyas, que interpretó Paik con manos maestras de setenta años, lo imaginé en el contexto de su duro invierno de 1883-1884 en aquella Cartuja tan fría, desamortizada, que le prestó acogida después de haber sido expulsado de mala manera de su residencia anterior.

Paik salió de la celda de Chopin, convertida en un camerino muy especial con motivo del concierto, para subir al pequeño estrado que habían habilitado junto a ella y después de los aplausos de bienvenida se situó a duras penas ante el piano Steinway & Sons preparado para la ocasión, que tocaría maravillosamente segundos después, con una iluminación muy doméstica, porque a petición del intérprete tuvieron que localizar en la casa aledaña a la Cartuja unas lámparas de pie para iluminar su teclado, en una imagen que se comenta por sí sola y que Paik no entendía por mucho que los organizadores del concierto se esforzaran en solucionarlo de forma artesanal y doméstica, poco profesional. Aquí en este país, resolvemos siempre estas situaciones diciendo que “son cosas del directo” o “caprichos de artistas” [literal, aquel día], pero fue una situación lamentable. Sobre todo, porque conservaba en mi mente el relato de George Sand, la pareja sentimental de Chopin, sobre la celda que habitaron y donde “el enfermo”, que nunca fue citado por su nombre, buscaba en la composición diaria la comprensión de su mundo de secreto tan singular, donde unas gotas de lluvia podía elevarlas a los cielos de la música, como ocurrió en un Preludio muy conocido, homónimo (op. 28, 15). Sentí la soledad en aquel ambiente monástico y comprendí cómo Frédéric y George podían considerar la compañía que les ofrecieron desde el primer momento el boticario, el sacristán y María Antonia, una especie de ama de llaves que solo quería reconocimiento por su asistencia, sin interés económico alguno.

Las palabras anteriores son recuerdos de Valldemossa, más allá del paseo real de ayer tarde, en una estancia plebeya, pero que fue para nosotros de un encanto especial, aunque al finalizar aquella jornada nos devolviera este pueblo-alquería al principio de realidad de cada día, con preguntas que leí en el libro de Sand antes de viajar a Mallorca: “¿Por qué viajar cuando no se está obligado a hacerlo? […] Es que no se trata tanto de viajar como de partir. ¿Quién de nosotros no tiene algún dolor que olvidar o algún yugo que sacudir?”. Efectivamente, un viaje siempre es un punto de partida para vivir nuevas experiencias, ir hacia alguna parte…, a un lugar escondido en el alma. Y esta razón de partir fue la que me impulsó a buscar aquel año en Mallorca algo más que viajar a cualquier precio, su valor intrínseco, algo que Chopin, junto a George Sand encontró en aquella isla, en aquella Cartuja, entregando al mundo obras inolvidables compuestas en su pianino Pleyel, “llegado en el mejor estado posible a pesar del mar y del mal tiempo, y de la aduana de Palma…”, que “llenaba la bóveda elevada y resonante de la celda con un sonido magnífico”, tales como algunos de sus Preludios entre los que destaca el llamado “Gota de Lluvia” (op. 28, No. 15), la segunda Balada en fa mayor op. 38, el tercer Scherzo en do sostenido menor op. 39 y una de las Polonesas, la op. 40. En cuanto al preludio Gota de Lluvia, Sand escribió sobre el compositor: “[…] Mientras tocaba el piano tuvo un sueño en el que se vio a sí mismo ahogado en un lago y grandes gotas de agua helada caían de forma regular sobre su pecho. Cuando le hice escuchar el sonido de las gotas de lluvia que, de verdad, estaban cayendo desde el tejado, rítmicamente, negó haberlas oído. Se enfadó mucho de que yo lo interpretara como la muestra de un sonido imitativo. Protestó con toda su fuerza -y tenía razón- contra la puerilidad de dicha imitación auditiva. Su genio estaba lleno de misteriosos sonidos de la naturaleza, pero transformados en sublimes equivalencias musicales en su pensamiento pero no a través de imitaciones sin originalidad de los sonidos reales».

Mas allá del paseo real de ayer, que como la música militar nunca me sabe levantar, recordé palmo a palmo el que realizamos aquella tarde por el pueblo-alquería, acompañados en cada puerta por un azulejo distinto dedicado a Santa María Thomàs, con textos que exaltan siempre la protección de cada casa y de cada familia. Después del concierto, salimos de aquella Cartuja tan lúgubre pero con el buen sabor de boca de las obras interpretadas por Paik, encontrándonos con una experiencia desoladora, porque el pueblo entero estaba cerrado, solo había calles solas y en completo silencio, sin posibilidad alguna de poder comentar en algún sitio acogedor la gran interpretación de Paik, con el que me hubiera gustado compartir su estancia en la celda de Chopin, más allá del actual reclamo turístico, sobre todo en un lugar que le ofreció una digna estancia en tiempos revueltos y cómo se había sentido al tocar los aspergios continuos del Scherzo 3, que según todas las fuentes oficiales fue compuesto en 1839 por Chopin en el “pianino” Pleyel [sic, en el libro original de Sand] que tanto trabajo había costado trasladar desde París hasta aquél lugar tan inhóspito en aquellos años del siglo XIX y … en aquel verano en Mallorca, en 2016.

Me imagino que cuando anoche desapareciera de aquel entorno maravilloso la caravana real, el preludio de Chopin Gota de Lluvia sonaría en sus calles para quien quisiera escucharlo, porque él todavía estaba allí para recordarnos que, cuando no se puede vivir en paz con nuestros semejantes, hay que saber llenar los abismos en nuestras almas mediante la admiración poética y los goces artísticos. Palabras de la plebeya George Sand junto a Chopin, en Valldemossa, más allá de una visita real.

(1) Sand, George, Un invierno en Mallorca, 1975. Palma de Mallorca: Ediciones La Cartuja.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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