
Sevilla, 30/VII/2022
El 18 de febrero de 2010, se presentó en Madrid una obra, Los archivos griegos, que hoy tiene una importancia crucial para conocer la trayectoria de una escritora de cuna gallega, Blanca Andreu (La Coruña, 1959), que así le gusta que la reconozcan como tal, aunque su obra emblemática era un compendio poético doloroso que escribió con tan sólo 20 años, De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, un conjunto de papeles desordenados que Francisco Umbral recogió de una papelera y que una vez ordenados los presentó al premio Adonais, en 1980, obteniéndolo por unanimidad del jurado y sin que la autora conociera tal evento, porque Umbral no se lo comentó. De esta obra ella recuerda que “el Adonais me hizo mucho daño porque era una obra muy atormentada, aunque estaba llena de metáforas. Eran cosas que me dañaban a mí y a otras personas que me conocieron en alguna ocasión. Las poesía afecta para bien y para mal”.
¿Por qué he citado esa presentación en Madrid de Los archivos griegos, para hablar de Blanca Andreu? Fundamentalmente, porque aquél día de febrero, en Madrid, sé que el poeta y escritor Juan Cobos Wilkins, que presentó el acto, al que citó mal el cronista del diario El País que elaboró la reseña, dijo de ella algo muy importante, que valoro especialmente por mi amistad histórica con Cobos Wilkins, así escrito correctamente: “el nuevo libro de Andreu muestra el compromiso del poeta con el mundo. Donde hay madurez, belleza y transparencia”. Para mí, una patente de corso para reconocer hoy a esta escritora entre silencios. Una conversación entre Blanca Andreu y Juan Cobos Wilkins, que les recomiendo escuchar y ver, me ha ayudado a comprender su amistad madura, bella y transparente, a lo largo del tiempo.
El compromiso de Blanca Andreu con el mundo se ha llevado a cabo en muy pocas obras publicadas, aunque con una vida sorprendente que invito a conocer a través de un artículo excelente de Manuel Jabois en el diario El País, Blanca Andreu, la poeta que triunfó a los 20 años y prefirió desaparecer: “Me halaga que me crean muerta”, donde afirma algo aleccionador en la entradilla: “La autora, que se alejó de la fama después de ganar los premios más importantes en los ochenta, habla desde su retiro del proceso creativo, de su relación con Juan Benet y su vida fuera de los focos: “Yo no sabía que la gloria era dar la cara”.
Es una escritora creyente, según la definición de creencia del filósofo en el exilio, durante la dictadura de este país, José Ferrater Mora, al que conocí hace ya muchos años y estudié en profundidad, cuando en un libro precioso, que aprecio mucho en mi clínica del alma, mi biblioteca, El hombre en la encrucijada, manifestó algo muy importante para resolver el enigma de vivir con creencias, algo que está presente siempre en la obra de Andreu (1). Él decía que necesitamos tener creencias, que no podemos vivir sin ellas, y a lo largo de las páginas de su tesis existencial demuestra que el mundo ha evolucionado hacia adelante gracias a que nuestros antepasados y muchas personas contemporáneas han tenido y tienen creencias en cuatro ámbitos, juntas o por separado da igual, de una forma u otra, da igual, pero siempre relacionadas con las Personas, la Naturaleza, Dios/dioses o la Sociedad. Así durante muchos siglos. Nos necesitamos y juntos podemos hacer camino al andar. Puede ser una buena forma de encontrarnos cara a cara con el niño o niña que fuimos y que nunca debimos abandonar para resolver el enigma de vivir dignamente.
Cualquiera de las obras de Blanca Andreu, nos acercan a estas creencias, a sus silencios históricos, a su respeto reverencial a la dignidad y pudor de lo que se escribe, porque después de publicar algo que se ha escrito hay que explicarlo con ribetes de coherencia personal. Desde De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, un título sorprendente para un premio tan “religioso”, publicado por RIALP, editora confesional donde las haya y muy cerca del Opus Dei, hasta Los archivos griegos, transcurren treinta años de profundo silencio, sólo salpicados de alguna publicación también premiada que consolidan su obra breve, algo que declara y sin falso pudor que hizo por si conseguía el dinero de los premios, porque lo necesitaba. De este intervalo es una obra preciosa, El sueño oscuro, dedicada a Juan Benet, su pareja inseparable hasta el fallecimiento del ingeniero y escritor, donde figuran dibujos de él y a quien dedicó el libro recopilatorio de poemarios importantes.
Algo que me ha sorprendido de su visión teológica de la vida desde su niñez, es la amistad que conservó siempre con Vicente Ferrer, a quien recuerda en su famosa expresión de «hacer cada día una buena acción». Él está presente en este blog, en su cabecera, desde casi su creación, porque creí siempre en él y lo sigo haciendo en la ardua tarea de la Fundación en Anantapur, la ciudad del infinito, en hindi. Blanca Andreu no lo olvida: “No practico ninguna religión, pero tengo mucha fe. Pienso en cómo tengo que gestionar mi vida para poder hacer, como me decía Vicente Ferrer, la acción buena. Porque una vida tan solitaria no es una vida muy proclive a hacer cosas por los demás. En fin, también estoy implicada con la Fundación Vicente Ferrer. Tengo nueve cartas suyas que guardo como un tesoro. Me ayudó mucho tras morir Juan [Benet]”.
He encontrado a Blanca Andreu en plena singladura vital, algo maravilloso en un mundo plagado de malas noticias. Contaré con ella, ofreciéndole un asiento en la amura de babor de mi “Isla desconocida”, que nunca es inocente en su posición actual y navegando al desvío, leyendo un poema, Escucha, escúchame, en De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, como un grito desesperado para entender la vida: Escucha, dime, siempre fue de este modo, / algo falta y hay que ponerle nombre, / creer en la poesía, y en la intolerancia de la poesía, y decir niña / o decir nube, adelfa, / sufrimiento, / decir desesperada vena sola, cosas así, casi reliquias, casi lejos. Porque lo que nos hace sufrir más en la vida es la separación del niño o niña que siempre fuimos o la dura separatidad, cada día, de lo que amamos y nos hace felices por encima de todo.
(1) Ferrater Mora, José, El hombre en la encrucijada, 1965. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
NOTA: la imagen de Blanca Andreu se ha recuperado hoy de Blanca Andreu: De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall – Babab.com
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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