Viaje a la isla de Bes, de Teócrito, a Ibiza / 4. Una guía espiritual imprescindible, María Teresa León

Sevilla, 6/III/2023

Desde las cuatro caras del monumento dedicado por Ibiza a “sus corsarios”, cerca, muy cerca del bar La Estrella, cerrado a cal y canto, como casi toda la isla, leí unas hojas del recuerdo vivo de Ibiza que María Teresa León recoge en su Memoria de la melancolía, nueve páginas llenas de contenido histórico que nunca se borraron de su memoria. Ese día, fueron mi guía para un viaje interior en mi persona de secreto, hacia alguna parte. Quise que fuera así, porque el relato de Rafael Alberti sobre esta visita tiene una ausencia que no logro entender muy bien, aunque soy consciente del contexto en el que el poeta lo escribió, en Madrid, en 1937, “durante los bombardeos enemigos y el espíritu fuerte de nuestra resistencia”. Prefiero la narración de María Teresa León donde Rafael Alberti es Rafael y no Javier, el protagonista, alter ego del poeta en el relato citado. Es ella la que en Memoria de la melancolía narra las peripecias que sufrieron a las tres semanas de haber llegado a la isla y, de esta forma, es la que podía iluminarme para conocer sus recorridos en esta salida fugaz de su molino de Socarrat hacia la playa d´En Bossa, al conocer que se había iniciado la sublevación militar que suponía el comienzo de la guerra civil en la península, palabra maestra para los ibicencos. Perdidos en un primer  momento por una salida apresurada de su residencia en el Puig des Molins, se encontraron en la playa citada con Pau, un personaje que habían conocido en el Bar La Estrella junto a Justo Tur, personaje ya citado en esta serie, porque era un lugar en el que funcionaba una radio que utilizaba su dueño, un alemán emigrado, de cuyo altavoz, orientado hacia la calle, saludaba a los que deambulaban por allí con los compases de continuos cuplés: “Que tengo sangre gitana en la palmita de la mano”…, pero que también les permitía conocer la situación del país a través de bandos incendiarios. Conociendo su situación, porque ya se habían presentado días anteriores como de ideología “comunista”, sabían que su casa sería “visitada” por la guardia civil inmediatamente, como así ocurrió, aunque tanto Rafael como María Teresa ya habían salido con lo puesto buscando un refugio cerca de la playa citada d´En Bossa.

En este entorno, que sintetizo de forma consciente, porque María Teresa León también lo hace en su Memoria, es importante saber que fueron otros veinte días de refugio preocupante, los que siguieron a su llegada, rodeados de escasos amigos y conocidos, Pau, Tur, Araquistain, Escandell y otras personas que también habían huido hacia la montaña, sabiendo que en el cuartel de Dalt Vila ya estaban detenidos los conocidos como “de izquierdas” de la isla, dado que en los primeros días de la insurrección, las escasas tropas que la custodiaban eran leales al golpe de Franco: “Apoyados en los troncos de los pinos, seis o siete corazones creían en el valor y la razón del pueblo de su patria”. Tenía sentido leer allí estas líneas del libro de María Teresa, porque ella misma recuerda el monumento a los corsarios desde el que yo lo estaba haciendo: “Allí [en la zona donde estaban refugiados] conocimos el valor de las torres de vigía que a medio caer sobrenadan muertas en el agua del pasado, vivas cuando la piratería berberisca razziaba todo en la tierra y apresaba todo en el mar. Tiempos crueles para la isla que obligaron a los ibicencos a armarse para una guerra de represalia. El último valiente tiene una estatua. Es el capitán Riquer. Lo conocen todos los niños de la isla. Venció al pirata gibraltarino que pirateaba con bandera inglesa -¡qué raro!- en 1806”. Hice unas fotografías en ese lugar y leí las placas que todavía rodean el monumento al corsario más famoso de la isla, de apellido Riquer, de nombre Antoni, en su lucha contra el capitán corsario italiano afincado en Gibraltar, Miguel Novelli “El Papa”, al mando del bergantín Felicity, que fue inaugurado el 6 de agosto de 1915, para que se recordara siempre que “En lucha secular y heroica pugnaron por la religión y por la patria: sea gloriosa y perdurable su memoria”.

María Teresa prosigue su narración contando la llegada por aire de unos aviones que arrojaban propaganda republicana anunciando que para el 15 de agosto sería liberada Ibiza, con mensajes de cierto candor según ella: “[…] el 15 de agosto, festividad de la Virgen, aniversario de los desembarcos de Jaime I el Conquistador, la Republica recobraría Ibiza”. En este contexto, cuenta una anécdota de cómo la acogieron en una casa donde unas mujeres payesas le ofrecieron todo tipo de atenciones, sólo por querer bañarse en una alberca de aquella montaña: “¡Dios, Dios, como escuecen en los ojos los recuerdos!”, creo que porque su amigo Escandell había contado a aquellas mujeres que ella “trabajaba para los pobres”, a lo que ella apostilla: “¿Qué habían entendido de aquella explicación tan vaga? Seguramente todo el problema español, pues su soledad se había roto al encontrarme, al saber que millones de seres pensaban como sus hijos y se habían levantado en armas para defenderlas. Alguien de lejos, hablando de distinto modo, había entendido su lenguaje”. Habló con aquellas mujeres de acogida durante bastante tiempo, le contó una de ellas que su hijo trabajaba en las salinas, “donde perdía sus ojos”, que aquellos terrenos ya no eran comunales sino de una Salinera “que las explotaba” explotándolos. Se despidieron de forma apresurada con la esperanza de que todo terminaría bien.

Lo que vino después lo describe ella en muy pocas frases pero llenas de contenido ideológico. En los primeros días de agosto, unos destructores atacan el castillo de Dalt Vila y finalmente, se libera la ciudad: “Se ha entregado el castillo”. Bajaron de la montaña y allí se encontraron con una columna de milicianos que avanzaba hacia ese enclave, llevando al frente al capitán Bayo. Se incorporaron a esa columna y les dijeron que iban a poner la bandera valenciana en el castillo. Se la dieron finalmente “con las valientes barras amarillas y rojas y “lo rat penat” [el murciélago] en el remate del asta”. A pesar de que alguien quiso que la bandera que tenía que ondear en lo alto del castillo era la republicana, fue María Teresa la que intervino diciendo que debía ser la señera porque ese día se conmemoraba el día en que Jaime I el Conquistador había conquistado la isla “para mayor gloria nuestra”.

A partir de aquí, ella cuenta un suceso que creo de especial importancia recordarlo tal y como lo narra en su memoria de la melancolía: “[…] De pronto, hacia la parte del Museo Cartaginés oímos gritos. Era Rafael que trataba de evitar que manos anarquizantes sacasen de la iglesia santos y ornamentos o que entraran en el museo tan dormido y quieto. Habían encendido una hoguera, Rafael iba de uno a otro convenciéndoles de que dejaran vivos los ángeles, los santos. Por no sé qué milagro vimos que le obedecían. […] Ante una situación que narra de las primeras horas de la liberación de la capital por fuerzas republicanas, en la que se encontró sentada entre militares y paisanos que formaban parte de un tribunal, el tribunal del pueblo, le “entraron a un hombre gordo y viejo, que había disparado contra las fuerzas republicanas, respondiendo él: Yo no sé ni leer ni escribir. Ella refiere en estas páginas algo especial: “¡Ni leer ni escribir! ¿Cómo podíamos exigirles que comprendiesen lo que estaba ocurriendo en España? ¿Es que teníamos derecho a pedirles […] a los liberadores que respetasen las obras de arte si ellos no habían oído esa palabra en su vida? ¿Arte? ¿Teníamos derecho a enfrentarlos con una palabra que no habían oído nunca? ¿Cómo hablar en nombre de la cultura si los habíamos dejado sin cultura? […] Jamás me he sentido más desgraciada. Sí, todos eran mi gente pobre y mi pueblo. La guerra civil me había enseñado su cara. Dejé mi puesto, volví al Molin del Socarrat y aquella misma noche decidimos regresar a la península”.

Pocos días después, zarparon hacia la península en el destroyer [sic] “Almirante Antequera”, con palabras de María Teresa León hermosas, como siempre, mientras el barco se alejaba del muelle donde se alzaban y agitaban pañuelos de amigos del alma en momentos muy difíciles, inolvidables: “¡Adiós, adorable isla pequeña de Astarté! Nos vamos, pero mucho hemos de hablar de ti, hermosa entre las hermosas!”, isla de Ibiza. Llegaron a Valencia el 11 de agosto de 1936, cuarenta y cuatro días después de su llegada a Ibiza.

Cerré el libro paseando por La Marina. Aquella tardenoche ibicenca me dejó sin palabras y comprendí cómo fueron aquellas semanas en las que Rafael Alberti y María Teresa León residieron en esta isla preciosa, milenaria y con una memoria histórica y democrática que este viaje vuelve a enriquecerla en nuestras personas de secreto.

Ya en el hotel, volví al libro que detalla este viaje con pormenores importantes, Rafael Alberti en Ibiza (1), escrito por Antonio Colinas y que nos ayudó a situar geográficamente los movimientos de esta pareja en la isla, que forma parte ya de nuestra memoria democrática. Era la mejor forma de que cualquier movimiento por esta “pitiusa” nos llevara, en nuestra mente, a sus sitios frecuentados por las circunstancias, con el encanto especial de las páginas escritas con gran delicadeza por María Teresa León, nuestra guía espiritual aquellos días que hoy, al enfrentarme a la página en blanco, no olvido.

(1) Colinas, Antonio, Rafael Alberti en Ibiza. Seis semanas del verano de 1936, Barcelona: Tusquets, 1995.

NOTA: la imagen de María Teresa León se ha recuperado hoy de José María García de Tuñón Aza, La melancolía de María Teresa León, El Catoblepas 113:9, 2011 (nodulo.org)

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

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